Robinsones cósmicos





Aunque desde un punto de vista riguroso esta novela no pertenece a la Saga de los Aznar, ya que su vinculación con ella, amén de ser bastante colateral, se limita a una breve referencia final, resulta necesario incluirla en este estudio. Esto se debe a que, a diferencia de otras novelas independientes de Pascual Enguídanos en las que aparecen elementos tomados de la Saga -o prestados a ella- sin que exista la menor relación argumental entre ambas, como es el caso de El Atom S-2 con los rayos Z, o el de “Ellos” están aquí con los sadritas y la luz sólida, en Robinsones cósmicos sí hay una referencia explícita a la Saga, pudiéndosela incluir por ello con toda precisión en la cronología interna de la serie. Originalmente esta novela apareció publicada con el número 26 de Luchadores del Espacio, lo que la sitúa dentro de la Saga entre División X e Invasión nahumita, pero este orden no se respetó en la reedición de los años setenta, en la que en un principio quedó relegada apareciendo finalmente de relleno, junto con otras novelas independientes del autor, intercalada entre episodios correspondientes a la continuación de la Saga. Este error volvió a repetirse en la reciente reedición de la editorial Silente, en la que asimismo apareció descolgada en el último tomo de la misma junto con la rescatada novela Dos mundos frente a frente, desaparecida en la edición de los años setenta.

Robinsones cósmicos, cuyo leit motiv argumental fue retomado por Enguídanos, con algunas variaciones, en su posterior novela independiente Después de la hora final, relata cómo en un futuro cercano un científico, el profesor Marlow, concibe la idea de aprovechar la dilatación temporal prevista por la Teoría de la Relatividad para abandonar la Tierra en un cohete que, viajando a prácticamente la velocidad de la luz, retornará a nuestro planeta cinco milenios después mientras para sus ocupantes tan sólo han transcurrido algunos años. Lamentablemente, la genialidad del sabio corre pareja con su locura; obsesionado por la idea de la inminencia de una apocalíptica guerra nuclear -eran los años de la Guerra Fría- que arrasaría la civilización hasta sus mismos cimientos, hundiendo a la humanidad en la barbarie más absoluta, decide arrogarse la misión de preservar la llama de la cultura convirtiéndose a su vuelta en el responsable de devolver al hombre los saberes perdidos, ahorrándole así el largo y tortuoso camino que ya tuviera que recorrer en su día.

Dicho y hecho; construye el cohete y se embarca en él junto con su pequeña hija Silvia y otros tres niños también de corta edad, dos varones y una hembra, a los cuales ha raptado arrebatándoselos a sus respectivas familias. Como cabe suponer el largo viaje se desarrolla tal como había sido planeado en lo que respecta a su faceta tecnológica, pero no ocurre lo mismo con las mucho más complejas cuestiones sociológicas. Aunque en un principio los cuatro niños habían sido engañados por el profesor diciéndoles que todos ellos eran hijos suyos, llega un momento en el que éstos, ya adultos, descubren accidentalmente la verdad, lo que supone el inicio del desastre. En el curso de una agria disputa uno de los muchachos da muerte al científico, quedando los cuatro involuntarios pasajeros abandonados a su propia suerte. El descubrimiento de la ausencia de parentesco entre ellos facilita que el amor imponga sus designios, formándose dos parejas, la de Silvia Marlow con Eduardo Acero y la de Dolores MacCormick con Abe Housman. Con el transcurso del tiempo ambos matrimonios tendrán sendos hijos, Eduardo Acero y Viola Housman, ambos de edades similares y, como cabe suponer, predestinados el uno para el otro.

Tras un período de calma, la muerte inesperada de Dolores provoca una nueva crisis, aún más grave que la anterior. Su viudo, desesperado, pone los ojos sobre la única mujer superviviente, lo que inevitablemente provoca un choque entre los dos varones saldado con la muerte de ambos. Quedan pues, como únicos habitantes del cohete, Silvia y los dos niños, ambos de corta edad. El último episodio del drama tiene lugar cuando Silvia enferma sin posibilidad alguna de curación. Sabe que también ella va a morir, dejando atrás a dos niños -su hijo Eduardo y Viola- de once y nueve años de edad, sobre los que recae la pesada responsabilidad de retornar a una Tierra en la que no saben qué puede haber ocurrido durante su ausencia. La moribunda llama a los dos muchachos y, tras relatarles sin ningún tipo de tapujos todo lo ocurrido desde que su padre los embarcara en la nave -la narración de la novela comienza justo aquí, y el lector conoce todo lo anteriormente expuesto a la par que los atribulados protagonistas- y encomendarles que continúen con su misión, fallece.

Abandonados a su propia suerte, los dos niños asumen la dura tarea con tanto entusiasmo como inexperiencia. Aunque todavía quedan varios años para alcanzar su meta no pueden permitirse el lujo de perder el menor tiempo, por lo que paralelamente a su imparable crecimiento abordan su formación de modo totalmente autodidacta aprovechando la completa biblioteca que contiene el cohete. Llama la atención la similitud existente con el Tarzán de Edgar Rice Burroughs, también educado gracias a la biblioteca que transportaba el avión de sus padres siniestrado en plena selva tropical; desconozco si Enguídanos había leído estas novelas -en las películas clásicas protagonizadas por Johnny Weissmuller este detalle no aparece-, por lo que no puedo afirmar si el autor se inspiró en este ejemplo o si, por el contrario, se trató de una simple coincidencia. Eso sí, huelga decirlo, como cabía esperar Eduardo acaba convirtiéndose en un aventajado alumno.

Finalmente, convertido Eduardo en un joven de diecinueve años y Viola en una muchacha de diecisiete, los detectores del cohete señalan la presencia del Sol. El momento crucial del aterrizaje ha llegado, y sólo un piloto experto sería capaz de ejecutarlo con éxito. Eduardo sabe perfectamente cómo hacerlo... en teoría, puesto que no ha tenido la menor oportunidad de practicarlo, pero pese a su bisoñez consigue realizar la arriesgada maniobra. Tras aterrizar sanos y salvos, aunque a costa de daños irreparables en su vehículo, los dos protagonistas se encuentran con un planeta desprovisto de cualquier atisbo de vida humana o animal aunque, eso sí, cubierto por unas extrañas plantas cuya clorofila no es de color verde, sino morada.

Para acentuar todavía más la extrañeza del lugar, que en nada coincide con las descripciones que dan los libros a la Tierra de sus antepasados, algunas de estas plantas resultan ser móviles y sumamente peligrosas, ya que apenas han puesto el pie en el exterior del cohete se ven atacados por una horda de hombres vegetales armados con primitivas, pero peligrosas, hachas y espadas. Refugiados en el cohete están a salvo, pero al ser cercados por sus asaltantes se ven reducidos a la condición de prisioneros; aunque consiguen rechazar a algunos de ellos con granadas de mano o lanzallamas -las balas no les hacen mella-, lo elevado de su número hace que en nada cambie su situación pese a estas victorias parciales.

Pero a grandes males, grandes remedios, y la inventiva de los dos jóvenes consigue sacarlos del atolladero. Sabedores de que en encuentran posados en lo que fuera la antigua Venezuela, en un terreno que poco después habrá de ser anegado por los desbordamientos periódicos del río Orinoco, traman un audaz plan. Tras proteger los alrededores del arruinado cohete con un tendido electrificado que los pone a salvo de los peligrosos hombres planta, comienzan a desguazar el ya inservible vehículo, aprovechando sus restos para construir una embarcación con la que poder alcanzar el mar y, desde allí, buscar lugares que pudieran estar habitados o, cuanto menos, libres de seres hostiles. Aunque disponen de reservas alimenticias en abundancia, una sombra de duda se cierne sobre su futuro: los análisis realizados por Eduardo de los restos de los hombres planta abatidos demuestran que estos extraños seres son radiactivos, lo que infunde serios temores de que la totalidad de la flora hasta ahora vislumbrada, toda ella de color morado, pueda resultar de todo punto incompatible con el metabolismo humano. Este hecho confirma asimismo los temores del profesor Marlow, ya que esa radiactividad residual que todavía permanece acumulada en las plantas, pese a haber desaparecido del medio ambiente, indica sin ningún género de dudas que la Tierra se vio asolada milenios atrás por una guerra nuclear que, previsiblemente, acabó con todo atisbo de vida animal.

Pese a que las perspectivas no pueden ser menos halagüeñas, Eduardo y Viola afrontan con entereza su largo periplo con la esperanza de hallar algún lugar, por remoto que sea, que pudiera haberse visto libre de esa maldición bíblica. Enfilan en Orinoco, salen con su improvisada embarcación al mar Caribe y costean en dirección sur hasta rebasar la desembocadura del Amazonas... sin el menor resultado, por lo que deciden cruzar el Atlántico buscando una posible tierra de promisión en la lejana África. Durante el trayecto descubren que el océano también está desprovisto de peces y cualquier otro tipo de animales acuáticos, ya que la única vida que alienta son unas algas también radiactivas y por lo tanto inaprovechables.

La llegada al continente africano supone una nueva decepción. Al igual que sucediera con Sudamérica éste se encuentra cubierto por la ya conocida vegetación morada que, saben de sobra, indica la ausencia de vida compatible con la suya, y en un desembarco se ven atrapados por un extraño bosque animado que intenta capturarlos, logrando escapar a duras penas. No se trata de hombres vegetales sino de simples árboles, arbustos y lianas provistos de extensiones prensiles, pero no por ello dejan de ser peligrosos. Espantados y apesadumbrados logran volver sanos y salvos a su embarcación, pero se derrumban ante la abrumadora certeza de que la totalidad del planeta se ha vuelto inhabitable, lo que les condena a una muerte lenta por inanición una vez se hayan agotado sus cada vez más menguadas reservas de alimentos.

Por fortuna, el azar viene en su auxilio gracias al descubrimiento casual de un documento, traspapelado entre los libros procedentes de la biblioteca del cohete, que informa de la construcción, allá hacia mediados del siglo XX, de una especie de cripta en la que sus constructores habían encerrado documentos y objetos históricos de gran valor constituidos en legado de la civilización de esa época a una hipotética humanidad futura. La cripta, o casa de la sabiduría -quizá Enguídanos tomara una noticia real de la época en la que fue escrita la novela-, se encuentra ubicada en el campus de la universidad de Oglethorpe, en las cercanías de la antigua ciudad norteamericana de Atlanta, en el estado de Georgia, y el documento encontrado da instrucciones precisas para permitir su localización. Así pues, y ante la ausencia de alternativas, los dos muchachos deciden cruzar de nuevo el Atlántico, esta vez en dirección a América del Norte.

Tras una serie de peripecias, temporal incluido, llegan finalmente a la costa americana. Eduardo tiene previsto remontar un río con el barco mientras éste sea navegable, continuando después su camino con una canoa. Finalmente, harán el último tramo del viaje a pie. Su interés en llegar allí estriba en la posibilidad de que los constructores de la cripta hubieran depositado en ella semillas convenientemente conservadas, de manera que pudieran utilizarlas para cultivar alimentos comestibles garantizando así su supervivencia. La esperanza es débil, pero no cuentan con otra posible alternativa.

Durante el recorrido río arriba son hostigados por los tenaces hombres planta, pero gracias a las armas montadas en el barco consiguen mantenerlos a raya. La situación se complica cuando se ven obligados a abandonarlo y, todavía más, durante la caminata final, dado que se han visto obligados a dejar atrás la mayor parte de sus pertrechos. Ya en las cercanías del antiguo solar de Atlanta se ven atacados por sus enemigos al atravesar un bosque, recibiendo Viola una herida aparentemente leve que más adelante habrá de acarrear graves consecuencias.

Llegados al fin a su meta, gracias a las indicaciones del documento consiguen localizar la ubicación exacta de lo que fuera el campus de la universidad, ahora con las ruinas cubiertas por una gruesa capa de tierra. La única manera de encontrar la puerta de entrada a la cripta es por tanteo, y así lo hacen dedicándose a excavar en diferentes lugares a lo largo de varios días. Finalmente un golpe de suerte hace que Eduardo la encuentre y en su interior, junto con un nutrido muestrario de los logros de la civilización del siglo XX, descubra una importante cantidad de las preciadas semillas.

La alegría del descubrimiento queda empañada por una tragedia: la herida de Viola ha sufrido una contaminación radiactiva, y la muchacha se muere sin que su compañero pueda hacer nada por evitarlo. Desesperado por su impotencia, Eduardo abandona la cripta vagando sin rumbo por los alrededores... y de pronto, surge el milagro en forma de una airosa astronave que surca el cielo a baja altura, lo suficientemente baja como para que el muchacho pueda llamar la atención de sus tripulantes con el lanzallamas. Desconoce de quienes se trata y si éstos serán amigos o enemigos, pero poco le importa eso en tan dramáticas circunstancia.

Los tripulantes de la nave ven sus señales, aterrizan y se hacen cargo de la enferma, cuya curación garantizan gracias a sus avanzadas técnicas médicas. Ahora llega el momento de las presentaciones mutuas; el lector conoce ya la historia de Eduardo y Viola, pero no la de los recién llegados, que se presentan como redentores en lo que supone el engarce final de la novela con la Saga de los Aznar. Se supone -remontándonos, claro está, al momento de la publicación de la primera edición de la misma- que los lectores de Luchadores del Espacio conocían las novelas publicadas con anterioridad, con lo cual es fácil encajar las piezas. Los sideronatos, tal como denomina Enguídanos a los dos muchachos, han ido a parar a la Tierra tiempo después de que ésta fuera bombardeada por los nahumitas -en Guerra de autómatas, concretamente-, lo que había provocado su evacuación al quedar mortalmente contaminada por la radiactividad.

Es aquí donde aparecen las únicas diferencias existentes entre las dos versiones de Robinsones cósmicos, pequeñas pero significativas. En la versión original los redentores que tan oportunamente rescatan a los dos protagonistas son un puñado de cinco mil fugitivos huidos de su planeta, a bordo del vetusto autoplaneta Rayo, a raíz de la derrota de los humanos a manos de los crueles hombres de silicio, los cuales han llegado a la Tierra en busca de refugio sin saber que ésta había sido arrasada por una guerra nuclear cuyo origen les resulta desconocido, al tratarse de un episodio que tiene lugar de forma aproximadamente simultánea con el viaje de retorno de Valera a Redención, tras la guerra contra los thorbods primero y los nahumitas después. Debido a ello no habían previsto la necesidad de cargar con suficientes semillas para poder cultivar plantas de las que alimentarse, lo que les condenaba a una muerte lenta por inanición de la cual les ha salvado el afortunado descubrimiento de Eduardo. Por esta razón, y en sentido estricto, habría que encajar Robinsones cósmicos no entre División X e Invasión nahumita sino, más bien, entre Guerra de autómatas y Redención no contesta, debiéndose este retraso, que cabe suponer deliberado, al hecho de que Enguídanos no podía adelantar la derrota de Redención a la publicación de Redención no contesta, aunque quizá podría haberlo hecho justo detrás de esta novela en lugar de esperar hasta la aparición de División X.

En la segunda edición, por el contrario, los salvadores de Eduardo y Viola forman parte de una expedición enviada a la Tierra por el gobierno redentor con la misión de comprobar si la radiactividad ya se ha disipado para, en ese caso, proceder a la repoblación del planeta. En este caso sí hay una mención explícita por parte de los redentores a la guerra nuclear que arruinó a la Tierra y a la posterior evacuación de sus habitantes por Valera, y se supone que implícita a la segunda y definitiva guerra contra los hombres de silicio, ya que la civilización redentora ha sido restaurada. Esta segunda versión, amén de ser más verosímil que la primera, retrasa un tanto la cronología de Robinsones cósmicos hasta situarla justo en el lugar que ocupara esta novela en la primera edición, razón por la que todavía se entiende menos que su publicación fuera aplazada hasta el número 40 de la colección, una vez terminado el ciclo original de la Saga -Lucha a muerte es el número 30-, mientras las dos novelas entre las que debiera haber ido intercalada corresponden a los números 14 y 15. Asimismo tampoco se respetó la portada original, que fue sustituida por la correspondiente a Donde empieza el límite, una novela de J. Negri O’Hara.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 11-7-2004