El reino de las tinieblas





Esta segunda novela del ciclo de Redención, número 13 de Luchadores del Espacio en la primera edición y 8 en la segunda, continúa la narración justo donde finalizara en La conquista de un imperio. Los exiliados terrestres, en su afán por consolidar la incipiente colonia, entran en contacto con culturas redentoras más avanzadas que las tribus bárbaras ya conocidas, poseedoras de un nivel cultural similar al de los grandes imperios de la Edad Antigua o al de sus homólogos precolombinos. Es preciso recordar que Enguídanos repite aquí una fórmula bastante habitual en su obra, tanto dentro como fuera de la Saga de los Aznar, ya que este tipo de relaciones entre terrestres y sociedades ajenas a nuestro planeta más atrasadas se puede rastrear en títulos tales como la trilogía de Heredó un mundo, la excelente Embajador en Venus, la poco conocida Rumbo a lo desconocido -su primera novela independiente- e incluso en el episodio de los saissais venusianos, sobre todo en la primera edición de la Saga.

Las intenciones de los terrestres no pueden ser más amistosas; consolidada la alianza con las tribus del altiplano, pretenden ahora hacer lo propio con el poderoso reino de Saar, para lo cual envían una embajada, encabezada por el propio Fidel Aznar, a Umbita, la capital del reino. Allí son recibidos por la princesa Tinné-Anoyá con una mezcla de afecto y temor, dado que son tomados por emisarios del dios Tomok, la sanguinaria deidad de las tinieblas a la que su pueblo rinde periódicos sacrificios humanos. En un paralelismo total con la actitud de los conquistadores españoles a su llegada al antiguo imperio azteca, los horrorizados terrestres manifiestan su absoluta repulsa por esta muestra de salvajismo en quienes tomaban por civilizados, a lo cual sus huéspedes responden de forma airada que a ellos también les repugna esta práctica, pero que se ven obligados a obrar así en contra de su voluntad, so pena de ser castigados por la cruel divinidad. Finalmente, tras unos momentos de tensión originados por el desdén -sacrílego para los aterrorizados nativos- mostrado por los visitantes hacia lo que consideran un bárbaro culto idolátrico, ambas partes acaban confraternizando y haciéndose promesas de mutua amistad.

Pero las sorpresas de los protagonistas no han hecho más que empezar. En contra de lo que ellos creían los nativos no realizan ningún sacrificio humano, limitándose a enviar a las personas elegidas al interior de la tierra donde, según afirman, los espíritus de Tomok los utilizan como alimento... Unos espíritus sospechosamente familiares para los terrestres al tratarse de humanoides de cristal -es decir, probablemente de silicio- similares a las esferas y a los escorpiones ya conocidos, pero al parecer infinitamente más peligrosos. Puesto que Tomok tiene erigido un inmenso ídolo a las afueras de la ciudad, Fidel Aznar y sus compañeros se desplazan hasta el lugar donde está ubicado éste, descubriendo con asombro que la peana metálica del ídolo está fuertemente electrificada, algo que queda totalmente fuera del alcance de la rudimentaria tecnología de sus anfitriones.

Las piezas comienzan a encajar una a una en el rompecabezas: El ídolo, que al parecer reproduce las formas de sus constructores, debe de ser el reclamo del que se vale una raza desconocida de seres de silicio para obtener sus presas humanas sin necesidad de tener que salir al exterior del planeta para capturarlas; precisamente entonces va a tener lugar el sorteo en el que se elegirán los destinados al sacrificio, por lo que la llegada de los terrestres no puede ser más oportuna. Pero Fidel Aznar teme que estos seres puedan tener un nivel tecnológico peligroso para la incipiente colonia de los exiliados del Rayo; el ídolo de bronce de treinta metros de altura y su pedestal electrificado así parecen indicarlo, y la amenaza se muestra todavía más clara cuando el ídolo habla repentinamente exigiendo a sus adoradores que detengan a los extranjeros impíos.

Aprovechando la confusión del momento, Fidel Aznar ordena a su amigo Ricardo Balmer que derribe al ídolo con su fusil atómico, lo cual les permite comprobar que éste es hueco y está repleto de todo tipo de instrumentos, desde un receptor de electricidad hasta una cámara de televisión y un altavoz, mediante los cuales sus desconocidos constructores están al corriente de todo cuanto sucede en Umbita. Como es natural esta iniciativa siembra el horror entre los nativos, que temiendo que la ira de Tomok se abata sobre ellos increpan a los protagonistas, invulnerables a sus amenazas gracias a su armamento. Éstos, tras intentar convencerlos vanamente de la falsa naturaleza de su dios, proceden a recoger diversos despojos arrancados al destruido ídolo con objeto de estudiarlos detenidamente, tras lo cual se marchan en su vehículo -un destructor de la flotilla del Rayo- dejando a los aterrorizados habitantes de Umbita abandonados temporalmente a su destino.

El análisis de los restos de Tomok les conduce a unas conclusiones bastante preocupantes; sus constructores, a diferencia de los seres de silicio que conocieran hasta entonces -esferas y escorpiones-, no son simples animales sino criaturas inteligentes que gozan de un preocupante nivel tecnológico en su profundo refugio del interior del planeta, un lugar donde al parecer no existe el oxígeno y luce un sol -o su equivalente en miniatura- que emite radiación ultravioleta. Los todavía desconocidos hombres de silicio se muestran como una amenaza en potencia para los terrestres, pero ahora la prioridad de éstos es impedir que nada menos que veinte mil redentores sean entregados al sacrificio como si de ganado se tratase. Rápidamente vuelan Fidel Aznar y sus compañeros a Umbita con objeto de evitarlo, pero son rechazados con hostilidad por aquéllos a los que pretenden salvar; tanto es su temor, que prefieren morir antes que rebelarse a su destino.

Así pues, a los terrestres no les queda otro remedio que introducirse en el sombrío reino de las tinieblas -de ahí el título de la novela- con objeto de impedir, como buenamente puedan, la inminente carnicería. Confundidos con los nativos destinados al sacrificio, llegan a una gruta donde tropiezan con los hombres de silicio, con los cuales traban combate poniéndolos en fuga. Tras la llegada de una flotilla de zapatillas volantes, se introducen por los túneles que conducen al interior de Redención y, una vez alcanzado el interior hueco del planeta, realizan un viaje de exploración aprovechado también como razzia, durante el cual destruyen una ciudad de sus enemigos, tras lo cual vuelven, sanos y salvos, al exterior del planeta. Aunque esta primera escaramuza se ha saldado con éxito, la amenaza de estos seres se mantiene vigente.

Resulta curioso comprobar cómo Enguídanos vuelve a escribir aquí una narración en el más puro estilo pulp, donde la aventura trepidante se mezcla con unas circunstancias tan dramáticas -e inverosímiles- como el uso de los humanos a modo de ganado de carne por parte de unos seres de metabolismo absolutamente incompatible con el nuestro... Los cuales, dicho de paso, sacarían sin duda mucho más provecho de cualquier tipo de ganadería intensiva que de la captura forzada de rehenes humanos. Pero, como bien dijera John Ford a propósito de la película La Diligencia, cuando le preguntaron por qué los indios no disparaban directamente a los caballos, entonces nos habríamos quedado sin novela.

A diferencia de lo que ocurriera con La conquista de un imperio, la segunda versión de El reino de las tinieblas no presenta, por lo general, grandes alteraciones con respecto a su antecesora, siendo ambas versiones muy parecidas aunque no totalmente idénticas. Existe, eso sí, una revisión estilística que incluye la oportuna supresión de alguna que otra trasnochada alusión a la cristianización de las nuevas tierras, y es recuperado el redivivo Miguel Ángel Aznar como jerarca supremo de la naciente colonia, aunque con un protagonismo muy secundario que en ningún momento llega a empañar el liderazgo de su joven hijo. Una corrección importante es la introducción del concepto, ignorado por Pascual Enguídanos en la primera edición, de la falta de gravedad en el interior de un planeta hueco, lo que obliga al autor a reducir las dimensiones de Redención y a acortar su período de rotación con objeto de poder disponer de una fuerza centrífuga ecuatorial que pueda paliar, al menos en parte, esta ausencia de atracción gravitatoria.

Existe no obstante una única, aunque fundamental, diferencia entre ambas versiones; la supresión, en la edición de los años setenta, de la novela que cerraba el ciclo, Dos mundos frente a frente, donde se narraba la épica lucha entre humanos y hombres de silicio, obligó al autor a convertir la escaramuza final del interior hueco de Redención en una fugaz y poco verosímil aniquilación de la civilización que lo habitaba, lo cual, desde mi particular punto de vista -me extenderé más sobre este tema en el comentario de la citada novela-, hace que la narración se resienta.



Publicado el 10-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 30-3-2003