Guerra de autoplanetas





Número 56 de la colección, con la ilustración correspondiente a Los muertos atacan, antiguo número 113 firmado en su día por el Profesor Hasley. Era de esperar que Enguídanos acabara enfrentando a los dos colosos, los autoplanetas Valera y Argos, como principales armas que eran de humanos y thorbods respectivamente. Sin embargo, a su llegada al circumplaneta Valera no se encuentra con el autoplaneta thorbod, ya que hace mucho que éste ha partido en dirección a la Tierra. De este modo Valera no encuentra enemigo en la flota thorbod destacada en Atolón, a la que arrasa con toda facilidad en apenas dos meses de campaña tal como nos describe el autor al inicio de la novela sin pararse en describir menores detalles.

Acto seguido los valeranos se desentienden rápidamente de las negociacio­nes de paz entre tapos y ghuros por un lado, y thorbods por el otro, disponiéndose a partir rumbo a la Tierra, donde se sospecha que se encuentra el autoplaneta thorbod. Llama la atención el hecho de que Enguídanos nos presenta aquí a unos hombres grises que, libres de sus tiránicos jefes, tan sólo desean vivir en paz compartiendo el gigantesco circumplaneta con las otras razas radicadas en el mismo, hecho que contrasta con la tradicional ferocidad con la que el autor había revestido siempre a estos enemigos irreconciliables de la humanidad. También nos encontramos aquí con un nuevo drama familiar de esos que acostumbraba Enguídanos a hacer padecer a sus personajes: Marek Aznar, héroe de la lucha contra los thorbods, nada desea más en su vida que abandonar Atolón reuniéndose con la rama de su familia que viaja en Valera, lo cual le provoca el abandono de su mujer, Bora, que nada dispuesta a acompañarlo retorna al circumplaneta llevándose con ella al pequeño hijo de ambos.

Ya en el Sistema Solar después de realizar un nuevo viaje por el subespacio, Valera se encuentra con que, efectivamente, los thorbods se les han adelantado conquistando la Tierra, a la cual el autoplaneta Argos sirve ahora de cancerbero. Por vez primera ambos autoplanetas se encuentran frente a frente, presagiando un enfrentamiento entre los dos colosos sin precedentes en los anales de la humanidad. Pero las cosas no se les plantean nada fáciles a los valeranos. A pesar del inconmensurable poderío de su autoplaneta, los thorbods cuentan con otro coloso de idéntica capacidad bélica, y por si fuera poco han tenido tiempo sobrado para prepararse para la guerra contra su rival. Los estrategas valeranos son conscientes de que un ataque en esas condiciones equivaldría a una derrota sin paliativos, razón por la que deciden aguardar un período prudencial de varios años antes de emprender la reconquista de la Tierra, tiempo que emplean en rearmar febrilmente al planetillo.

Sin embargo, ni aun con la maquinaria de guerra de Valera a pleno rendimiento pueden tener garantías de resultar victoriosos. La incertidumbre es grande, y el temor a un fracaso también. Resulta necesario recurrir a alguna estratagema audaz que pueda sorprender a un rival muy superior en potencial bélico y... Alguien recuerda la existencia en Valera de una pequeña colonia de tapos. Aunque Enguídanos no lo dice de forma explícita, se supone que los 300 millones de tapos evacuados -o más exactamente sus cintas vetatom- a bordo del Hermes, y posteriormente rescatados por Valera en el transcurso de su lucha contra el corrupto gobierno terrestre, volvieron a asentarse en Atolón en su inmensa mayoría tras la derrota de los thorbods; de hecho, el autor apunta que en Valera apenas habitan unos cien mil tapos que, además, tienen serios problemas de integración en la sociedad valerana.

La razón que explica esta discriminación es simple: Los valeranos, pueblo sumamente reservado y amante de su intimidad, temen a los poderes parapsicológicos de unos tapos capaces de leerles hasta sus más íntimos pensamientos, razón por la que los esquivan rehusando mezclarse con ellos. La situación es todavía peor en el Ejército y la Armada, los cuales rechazan sistemáticamente sus reiteradas solicitudes de ingreso a pesar de que, como han demostrado sobradamente en la lucha contra los thorbods, los tapos son unos excelentes guerreros. Esta situación, lógicamente, ha creado un resentimiento en los tapos hacia los valeranos que ahora es preciso superar, ya que el Alto Mando valerano cuenta con ellos para realizar un desembarco en Argos que permita conquistar al autoplaneta enemigo. Se trata de un audaz proyecto que cuenta con enormes dificultades para ser culminado con éxito, y sólo los tapos gracias a sus peculiares poderes podrían ser capaces de llevarlo a cabo... Pero para ello habría que contar con su consentimiento, tarea que en principio no parece presentarse nada fácil dada la forma con la que han sido tratados por sus adustos anfitriones.

La organización del plan recae en Tuanko Aznar, mientras éste encomienda a su pariente Marek el reclutamiento de los tapos... Que en contra de sus temores se alistan en masa, olvidando sus justos rencores ante la posibilidad de luchar contra los odiados thorbods. Comienza así a desarrollarse el plan previsto sometiendo a los tapos a un duro entrenamiento mientras Argos y Valera, los dos colosos, se vigilan estrechamente sin que ninguno de los dos irreconciliables enemigos se atreva a romper las hostilidades atacando a su rival.

La tensión causa estragos en ambos contendientes. Gracias a un viaje astral de Fidel Aznar los valeranos descubren la existencia de graves disturbios en el interior de Argos, pero el propio gobierno valerano presiona a los militares, y en especial al Almirante Mayor Miguel Ángel Aznar, para renunciar a la guerra abandonando a su propia suerte a la Tierra. Finalmente los acontecimientos se precipitan: La flota thorbod ataca en tromba a Valera, siendo rechazada a duras penas por las defensas del autoplaneta. Acto seguido es la propia flota valerana la que a su vez planta cara a las astronaves enemigas, que rápidamente se refugian bajo la protección de las inexpugnables defensas del autoplaneta thorbod. Pero las astronaves valeranas no pretenden atacar Argos, sino que simplemente actúan de cobertura para que un puñado de astronaves thorbods capturadas por los valeranos durante la reconquista de Atolón, provistas todas ellas de máquinas karendón, consigan infiltrarse entre las filas enemigas aterrizando en la superficie de Argos, tras lo cual comienzan a materializar comandos incluyendo a los esforzados tapos.

Tras una épica lucha en el exterior del autoplaneta thorbod, los comandos valeranos consiguen sabotear el número suficiente de defensas enemigas como para que la flota valerana consiga atacarlo con éxito. Como resultado del ataque el autoplaneta Argos queda muy debilitado, pero todavía incólume, cuando los valeranos reciben la orden de retirarse. Los gobernantes thorbods, que tenían tiranizado a su pueblo, han sido derrocados, y los nuevos líderes de los hombres grises se rinden a los triunfantes valeranos aceptando todas sus condiciones: Convivirán en paz con los terrestres compartiendo los distintos planetas habitables del Sistema Solar, pero el autoplaneta Argos será destruido, como efectivamente ocurre poco después. Acto seguido, Valera se hunde en las profundidades del espacio en busca de nuevas aventuras.

Guerra de autoplanetas está francamente bien escrita, pero por desgracia Enguídanos dejó escapar una magnífica oportunidad de encauzar la Saga hacia unos terrenos épicos sin parangón en toda la serie. Para empezar, el enfrentamiento entre ambos autoplanetas tan sólo ocupa las veinte últimas páginas de la novela, y por si fuera poco este episodio bélico es abordado de una forma tan fugaz que, una vez concluido éste, la aventura sabe realmente a poco. Era mucho el jugo que el autor podría haber sacado a este tema, pero por la razón que sea -quizá porque, como ha confesado, le desagradaban las batallas espaciales- no lo hizo. De hecho, la mayor parte de la novela transcurre describiendo minuciosamente los preparativos de los valeranos para la guerra entre ambos autoplanetas, todo ello aderezado con las andanzas sentimentales de los protagonistas, reduciéndose todo, tal como ha sido comentado, a un combate sideral entre ambas flotas concluido sin vencedores ni vencidos, siendo en realidad la resistencia de los respectivos pueblos de ambos enemigos -en el interior de Argos se llega a desatar una auténtica guerra civil- la responsable del final de la guerra. De esta forma tan insólita y pacifista zanja Enguídanos la milenaria hostilidad entre humanos y thorbods, malogrando la ocasión que se le presentaba de renunciar a la destrucción del autoplaneta Argos, poniéndolo en poder de los valeranos de forma que la humanidad pudiera contar con ambos para sus aventuras a través del cosmos. Y es realmente una lástima.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción