El urbanismo complutense en el siglo XIX





Plano de Alcalá dibujado por Francisco Coello en 1853



Pese al gran número de estudios existentes sobre las diferentes etapas de la historia complutense, continúa habiendo algunos temas, que siguen sin ser suficientemente conocidos. Uno de ellos es, según mi punto de vista, el del urbanismo de épocas tan recientes como el siglo XIX y la primera mitad del XX; unos años no precisamente brillantes para Alcalá pero no por ello merecedores del olvido. Y si bien contamos con trabajos monográficos que hacen importantes aportaciones sobre las actuaciones urbanísticas durante este período, aquí he intentado complementarlos con una revisión no tan profunda pero sí más amplia que reúna todo lo publicado junto con algunos datos tomados de mapas y fotografías aéreas de la época, comenzando en este artículo por la primera de estas dos centurias.

Al iniciarse el siglo XIX Alcalá todavía era una ciudad universitaria y conventual, al tiempo que había comenzado a serlo también militar; pero su decadencia venía de muy atrás aunque la lentitud del proceso hubiera contribuido a camuflarla; sólo hay que recordar los fracasos en los que acabaron todos los intentos por reformar una Universidad que ya a mediados del siglo XVIII había quedado al margen, al igual que el resto de las españolas, de los grandes avances científicos y culturales de la Ilustración.

No muchos años después llegaría el desastre de la invasión napoleónica, que arrastró a nuestro país a una larga y cruel guerra causante de gravísimos daños en Alcalá acentuando su decadencia, a la cual sucedieron una vez terminada la Guerra de la Independencia una no menos pavorosa crisis económica y las convulsiones políticas del reinado de Fernando VII, sin discusión el peor monarca que ha padecido España. El fallecimiento en 1833 del rey felón, lejos de resolver estos problemas, los agravó al abrir la puerta a varias décadas de inestabilidad, levantamientos militares y guerras civiles que atenazaron todavía más a nuestro torturado país.

Y como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, apenas había comenzado a recuperarse Alcalá de los destrozos de la Guerra de la Independencia cuando los gobiernos liberales llegados al poder tras la proclamación de Isabel II como reina le dieron dos golpes mortales de forma prácticamente simultánea: en 1835 la desamortización de Mendizábal -a la que seguirían la de Espartero en 1841 y la de Madoz en 1855- suprimió la mayoría de los conventos, y tan sólo un año más tarde le llegaba el turno a la Universidad, cerrada y expoliada en beneficio de la recién creada Universidad Central -que no Complutense- madrileña.

Las consecuencias fueron demoledoras. Privada de sus principales medios de vida, Alcalá colapsó por completo. Según el Diccionario de Pascual Madoz, cuyo primer tomo en el que figura Alcalá fue publicado en 1845, apenas diez años después de estos sucesos, la población de Alcalá descendió de 1.231 vecinos (aproximadamente unos 5.500 habitantes) en 1835 a 834 (unos 3.700 habitantes) en 1842, lo que supuso una pérdida de un tercio en tan sólo siete años. Cabe suponer que una parte significativa de este descenso se debiera a la marcha de los estudiantes y los religiosos, pero también que la crisis económica provocada por la desaparición de estos dos motores económicos forzara la marcha de Alcalá de quienes a consecuencia de ella quedaron sin medios para ganarse la vida. Esteban Azaña, testigo presencial de esta triste época, escribiría años después en su Historia de Alcalá:


El estado de la ruina de Alcalá, en cuyas calles crecía la yerba como en el campo, cuyo sombrío y triste aspecto, al que contribuían la soledad de sus edificios, daban a la ciudad el tinte de un pueblo encantado; por doquiera ruinas, por doquiera edificios abandonados y casas deshabitadas, hacían predecir la despoblación de Alcalá, o cuanto menos su reducción a la extensión de una pequeña villa, y hasta el plañir de las campanas de su iglesia Magistral parecía a los habitantes de aquellos días, sonar tristes y quejumbrosas ante desdicha tanta. La hora de la destrucción de la ciudad ilustre, del pueblo histórico, del que fue la complacencia de Cisneros, parecía haber sonado en el reloj de los tiempos.


En estas circunstancias tan negativas no es de extrañar que Alcalá no sólo no creciera, sino que incluso se contrajera tal como relataba Azaña quedando abandonados muchos de sus edificios. Por si fuera poco, la recuperación económica y demográfica que experimentó España en la segunda mitad del siglo XIX apenas benefició a Alcalá, convertida en una población agrícola en la que tan sólo las guarniciones militares y las cárceles contribuían a paliar su supervivencia. No existió por ello en Alcalá un urbanismo burgués similar al que ensanchó y modernizó a muchas ciudades españolas, ya que a su postración económica y demográfica se sumó el hecho de sobraban edificios vacíos o bien solares dentro del casco antiguo donde construirlos.

Por esta razón, si comparamos un plano de Alcalá en la época clásica de la Universidad (siglos XVI-XVII) con otro de mediados del siglo XIX apenas notaríamos diferencias excepto en algunos detalles. La mayor parte de los edificios de la ciudad se encontraban dentro del recinto amurallado heredado de la Baja Edad Media, que se extendía desde la Puerta de Madrid hasta la de Mártires (Cuatro Caños) siguiendo por el norte la actual Vía Complutense y recorriendo por el sur el paseo de los Curas hasta la Puerta del Vado, para continuar desde allí por la ronda de la Pescadería y Carmen Descalzo hasta salir a la Puerta de Aguadores, cerrando el anillo por la calle Azucena.




Aspecto actual del hospital de San Lucas. La antigua muralla discurría, conforme a los hallazgos
realizados en la vecina plaza de San Lucas, aproximadamente por la fachada del edificio del fondo.


La intensa actividad urbanística generada por la Universidad, tanto las fundaciones cisnerianas como las posteriores privadas laicas y religiosas, así como la construcción de numerosos conventos, modificaron profundamente la trama medieval de la ciudad, pero en su gran mayoría estas transformaciones tuvieron lugar dentro del recinto amurallado. Fuera de él tan sólo se asentaron algunos conventos como el de las Carmelitas de Afuera y el del Carmen Descalzo o el hospital de estudiantes de San Lucas, todos contiguos a la parte exterior de las murallas, mientras el convento de Gilitos lo hizo en el Campo del Ángel, a casi un kilómetro de distancia de la puerta más cercana. Otros edificios situados en el interior de las murallas, principalmente en la zona universitaria, las saltaron -en realidad las engulleron- al realizarse ampliaciones de éstos, aunque estos avances fueron tan sólo de unos metros y no supusieron cambios significativos en la trama urbana complutense.

Fuera de las murallas existían dos arrabales, documentados desde el siglo XVI. El más importante era el de la Cruz Verde, o de Santiago, que se extendía al norte de la Vía Complutense -utilizaré siempre los topónimos urbanos actuales para que resulte más sencillo seguir las referencias- entre la plaza de la Cruz Verde y la de Atilano Casado. Se dividía a su vez en dos partes que en principio fueron posiblemente independientes. A occidente se encontraba el antiguo barrio morisco en el que el cardenal Cisneros asentó a los conversos traídos de Granada; estaba limitado por la Vía Complutense y las calles de Don Juan I, Moral y Daoíz y Velarde, conteniendo en su interior las de Escobedos y Salinas.




El arrabal de la Cruz Verde, o de Santiago, en el parcelario catastral de 1870
Nótese el hueco existente entre las calles de Don Juan I -entonces Empedrada- y la de San Félix de Alcalá


La parte oriental del arrabal surgió en torno al antiguo camino de Talamanca -las actuales calles Ángel y Talamanca- cuando la puerta de Santiago, que se encontraba en la plaza de Atilano Casado, reemplazó como entrada principal a Alcalá por el norte a la antigua puerta medieval de Burgos, cegada tras la construcción del convento de las Bernardas a principios del siglo XVII y sustituida por el modesto Arco de San Bernardo. Esta parte del arrabal se comprendía desde la Vía Complutense hasta las calles Daoíz y Velarde y Cánovas del Castillo y desde San Félix de Alcalá a Gallegos y Flores, junto con Cruz de Gallegos y Cruz de Flores.

Que ambas partes debieron formarse de manera independiente parece demostrarlo el hecho de que el terreno que las separaba entre las calles Don Juan I y San Félix de Alcalá, conocido como Huerta de los Cambrones, permaneció sin urbanizar hasta mediados del siglo XX, cuando se abrió en él la calle Pintor Picasso. Fue a uno de los primeros edificios allí construidos a donde se mudaron mis padres cuando yo tenía tres años y fue allí donde me crié, por lo que la recuerdo ya a mediados de los años sesenta salpicada de solares a uno y otro lado en los que jugábamos los críos del barrio, los cuales se comunicaban con las traseras de los edificios de las dos calles vecinas. De hecho, con anterioridad a que se abriera el pasadizo peatonal que la comunica con la calle Talamanca solíamos atajar atravesando el solar que había frente a mi casa, donde posteriormente estuvo la terraza de cine de verano Olimpia, cruzando después por el patio trasero del edificio con el que lindaba y por el pasillo que comunicaba a éste con las viviendas y la puerta principal, que daba a la calle Don Juan I, por supuesto, con permiso de los vecinos.




El arrabal de la Puerta de Mártires en el parcelario catastral de 1870


El segundo arrabal, más pequeño que el anterior, se encontraba al este de la ciudad frente a la Puerta de Mártires, de la que tomaba el nombre. Se extendía por la margen sur del antiguo camino real, hoy avenida de Guadalajara, mientras que por el lado norte éste lindaba con las eras de San Isidro. Sus límites, además de la avenida de Guadalajara, eran la calle Azucena, la entonces inexistente calle del Padre Francisco, la Ronda Ancha y las traseras de las viviendas de la calle Divino Vallés, ya que Marqués de Alonso Martínez tampoco existía. Además de las citadas por su interior discurrían las calles Teniente Ruiz, entonces denominada calle Ancha, Divino Figueroa, Cruz de Guadalajara y Encomienda.

Existían por último pequeños núcleos de edificios, que por lo reducido de su tamaño no se pueden considerar verdaderos arrabales, en la parte exterior de varias de las puertas de la muralla, tal como refleja el conocido grabado de Anton van der Wyngaerde fechado en 1565, donde se aprecia en primer plano el caserío situado frente a la Puerta de Madrid con la todavía conservada Posada del Infierno, y también pequeños grupos de edificios frente a la Puerta de Santa Ana. La perspectiva nos impide apreciar el entorno exterior de la Puerta del Vado, aunque en épocas posteriores sí está documentada una situación similar, y tampoco son visibles los de las de San Julián y Aguadores.




El paseo de Aguadores en 1860. A la derecha, se aprecia la Puerta de Aguadores
Fotografía propiedad de José Félix Huerta, tomada de la monografía de Josué Llull (2006a)


Tal como he comentado esta extensión urbana se mantendría casi sin cambios hasta prácticamente mediados del siglo XIX, sin más actuaciones reseñables fuera del casco urbano que la construcción en 1834 del cementerio de San Roque, en su origen mucho más pequeño que el actual. También por aquellos años, concretamente en 1839, se construyó en la antigua huerta del colegio-convento del Carmen Calzado un mercado municipal en sustitución de los cajones hasta entonces existentes en la plaza de Cervantes, el cual sería ampliado en 1886 manteniéndose hasta principios de la década de 1960. También en esta década el Ayuntamiento acordó la demolición de los soportales excepto en la calle Mayor, la plaza de Cervantes y la plaza de Abajo, lo que afectaba a los existentes en las calles de San Felipe, San Juan y el inicio de la calle Empecinado así como a los del entorno de lo que andando el tiempo sería la plaza de los Santos Niños. No obstante, según el parcelario de 1870 en esa fecha algunos de ellos seguían todavía en pie, mientras la mayor parte de los pertenecientes a la acera oeste de la plaza de Abajo desaparecieron a finales del siglo XIX al demolerse los edificios para construir la plaza de los Santos Niños.

Fue ya a mediados de esta centuria cuando tuvieron lugar las dos principales y casi únicas intervenciones de importancia hasta entonces en la ciudad: el derribo de las murallas y de la mayor parte de las puertas, a excepción de las que circundaban el recinto del Palacio Arzobispal, y la llegada del ferrocarril en 1859.




Proyecto de la nueva Puerta de Mártires


El derribo de las murallas fue paralelo a las intervenciones similares que tuvieron lugar en la mayor parte de las ciudades españolas, y la razón fue que se consideraban un estorbo a la par que algo inútil, puesto que a la pérdida de su utilidad militar se había sumado la desaparición de su uso fiscal para controlar la entrada de mercancías con el cobro de los impuestos correspondientes. Josué Llull describe el proceso dando algunas fechas concretas: la Puerta de Mártires fue demolida en 1853 presuntamente para construir una nueva, algo que no se llegó a realizar, la de Santiago hacia 1864 y la de Aguadores en 1881; las restantes también desaparecieron por entonces, así como los últimos lienzos de muralla muchos de los cuales habían sido sustituidos tiempo atrás por simples tapias de adobe.




La estación en 1862, poco después de su inauguración; fotografía de Laurent
Puede apreciarse que el paseo de la Estación todavía no había sido construido


La otra actuación fue sobrevenida y no fruto de una decisión premeditada. Al quedar la estación en un lugar entonces apartado del núcleo urbano, surgió la necesidad de convertir en un paseo el tramo del antiguo camino de Gilitos que conducía desde los Cuatro Caños hasta este antiguo convento, cortado ahora por la vía. El paseo de la Estación pronto se convirtió en el eje de una modesta expansión urbanística, siendo éste o sus alrededores el lugar elegido para construir sus residencias por varias de las familias acomodadas de Alcalá destacando entre ellas el emblemático Hotel Laredo, a las que se sumaría ya en 1905 el colegio de las Adoratrices. Aunque se edificó por ambas márgenes del paseo, el crecimiento de este ensanche tuvo lugar principalmente en dirección a las calles Cánovas del Castillo y Flores, fusionándose el nuevo barrio con el antiguo arrabal. No obstante, las calles de San Isidro, Eras de San Isidro y el tramo de Navarro y Ledesma que discurre entre la calle Flores y la Vía Complutense -el otro es mucho más reciente- aparecen ya en el plano de Francisco Coello de 1853 anterior a la construcción del ferrocarril, y por lo tanto anterior también al paseo de la Estación.




Proyecto de Martín Pastells para un paseo ajardinado paralelo a Cánovas del Castillo
y a la línea de ferrocarril. Tomado de Manuel Vicente Sánchez Moltó (2020)


Manuel Vicente Sánchez Moltó recoge en su trabajo dedicado a la llegada del ferrocarril un plano de 1858, contemporáneo a la llegada de éste, en el que se representa el proyecto de construcción de un paseo arbolado, con una glorieta central rematada por una fuente ornamental, que discurriría paralelo a la vía férrea y a Cánovas del Castillo desde la calle de Torrelaguna -entonces de Talamanca- hasta el paseo de la Estación, aproximadamente sobre las actuales calles Ferrocarril, Infantado, Muelle y Huertas. Huelga decir que no sólo el proyecto no se llevó a cabo sino que la especulación urbanística de la segunda mitad del siglo XIX llevó las viviendas hasta el mismo borde de las vías, impidiendo la construcción de una calle que sirviera de frontera entre ambas al tiempo que creaba unas innecesarias molestias a los vecinos.




El paseo de la Estación a principios del siglo XX


Por último, cabe reseñar que la construcción entre 1859 y 1865 de los cuarteles del Príncipe y de Lepanto, previa demolición del convento de San Diego y de los colegios vecinos de Santa Balbina y San Bernardo, también acarreó modificaciones urbanísticas no sólo por la rectificación de las alineaciones de las calles perimetrales -San Diego, Azucena, Colegios y San Pedro y San Pablo- sino también por el corte de la calle de la Virginidad que, al quedar incluida en el interior del recinto militar, dejó de ser una vía pública.




La calle de la Virginidad en el plano de Francisco Coello y su aspecto actual
desde la calle de los Colegios. Discurría entre San Pedro y San Pablo y Colegios


Poco más se puede añadir respecto a las intervenciones urbanísticas decimonónicas por el exterior del antiguo recinto amurallado. Entre el plano de Coello de 1853 y en el plano catastral o parcelario de 1860 o 1870 -las distintas fuentes no se ponen de acuerdo en las fechas- no se aprecian grandes diferencias a excepción del propio paseo de la Estación, que en el plano catastral aparece trazado tan sólo parcialmente. En lo que sí coinciden ambos es en reflejar pequeños núcleos de edificaciones a lo largo de la acera sur de la ronda de la Pescadería y en el entorno de la Puerta del Vado, sin que sea posible determinar el momento en el que se construyeron éstas. Tampoco existen variaciones significativas junto a las puertas de Santa Ana y de Madrid, ni en los dos antiguos arrabales de Santiago y de Mártires. En lo que respecta a la puerta restante, la de Aguadores, tanto en uno como en otro plano no hay edificaciones más allá de ésta ni tras las tapias del convento de las Carmelitas de Afuera, siendo la calle de Giner de los Rios un simple camino. De iniciativa privada sería la construcción en 1879 de la plaza de toros en la confluencia de la avenida de Guadalajara con la calle Marqués de Alonso Martínez, entonces en el extremo de la ciudad, que perduraría con reformas durante algo más de un siglo hasta su derribo en 1996.




Antigua prolongación de la calle Daoíz y Velarde, ahora un paseo del parque O’Donnell


Habría que esperar a finales del siglo XIX para encontrar dos intervenciones de importancia, aunque tan sólo una de ellas tuvo lugar fuera del casco urbano: la construcción del parque O’Donnell, también fruto de la casualidad. Por entonces el acceso principal a Alcalá por el norte seguía siendo la estrecha calle de Talamanca, y la existencia de un fielato en la calle Daoíz y Velarde obligaba a desviar el tráfico de mercancías por la también angosta calle del Moral para salir a la carretera, la actual Vía Complutense, lo que provocaba frecuentes embotellamientos. Por tal motivo el Ayuntamiento decidió prolongar la calle Daoíz y Velarde, a través de las huertas entonces existentes, hasta salir a la Vía Complutense en la confluencia con el paseo de los Pinos, procediendo a expropiar los terrenos necesarios según un acuerdo municipal de septiembre de 1898. Esto provocó que las huertas quedaran partidas en dos y, no siéndole ya útil a su propietario la parte comprendida entre la nueva calle y la carretera, ofreció vendérsela al Ayuntamiento, lo cual aceptó éste convirtiéndose en la parte original del parque O’Donnell, comprendida entre la prolongación de la calle Daoíz y Velarde, conocida entonces como Ronda Fiscal, y la Vía Complutense. La compra se concretó en diciembre de 1898, aunque las obras de construcción del parque se demorarían hasta al menos mediados de 1900. Años más tarde el parque se iría ampliando hacia el norte, primero hasta el paseo que limita las pistas deportivas y la rosaleda y posteriormente hasta la vía, al tiempo que sufría una mutilación por el este a causa de la construcción del puente de la antigua carretera de Daganzo, alcanzando su extensión actual. Asimismo el paseo del Chorrillo, ahora conocido como paseo de los Pinos, que ya existía con anterioridad, pasó a formar parte del nuevo parque.




Postal de principios del siglo XX donde se aprecia el estado del paseo de los Pinos,
entonces llamado del Chorrillo, anexionado al nuevo parque O’Donnell


Prácticamente contemporánea de la anterior, aunque en esta ocasión en pleno corazón de la ciudad medieval, fue la apertura de la plaza de los Santos Niños tras el derribo de los edificios que ocupaban la mayor parte de su actual superficie. Ya en 1852 se habían suprimido unos cobertizos que se alzaban entre los contrafuertes del ábside, pero no fue hasta 1888 cuando se planteó por vez primera la demolición de las siete fincas que se alzaban entre la fachada norte de la Magistral, separados de ésta por el callejón del Cristo de la Cadena, y la calle de los Bodegones -rebautizada años atrás como Cardenal Cisneros- coincidente de forma aproximada con la calzada lateral de la plaza. Los límites de la manzana eran por el este la plazuela de Abajo, formada por la confluencia de las calles Mayor, San Felipe, Escritorios y Empecinado, junto con el callejón y la calle de los Bodegones, y por el oeste la plazuela de los Santos Niños, mucho más reducida que la actual, que discurría desde la lonja de la Magistral hasta la calle de San Juan, conectando con la calle de los Bodegones y la del Cardenal Cisneros por un lado y con la de la Tercia por el opuesto.




La actual plaza de los Santos Niños en el plano parcelario de 1870, La calle de los Bodegones aparece ya rebautizada
como calle de Cisneros, nombre que pasaría a la vecina de los Coches tras su desaparición absorbida por la nueva plaza


El primer edificio derribado, ya en 1890, fue el que se alzaba frente a la calle Escritorios extendiéndose desde el callejón hasta la calle de los Bodegones. Disponemos de fotografías en las que se aprecia que contaba con soportales en la planta baja y una primera planta de aspecto más bien pobre y deteriorado. El motivo parece ser que fue la prevención frente a una posible ruina, pero sin pretenderlo inicialmente -una vez más el resultado final no había sido planificado- acabó convirtiéndose en la primera etapa de la construcción de la nueva plaza, que acabaría siendo la más extensa de Alcalá después de la de Cervantes. A éste le seguirían las restantes fincas de la manzana, sobre todo a partir de que el Ayuntamiento empezara a considerar la posibilidad de unir las dos plazuelas formando una única plaza que abarcara toda la fachada de la Magistral, aprobándose el proyecto redactado por el arquitecto municipal Martín Pastells en 1891. Poco a poco todas ellas irían siendo demolidas no sin conflictos con algunos de los propietarios, que demoraron la desaparición de la última de ellas hasta los primeros años del siglo XX.




Vista de la plaza de Abajo desde el ábside de la Magistral. La calle de los
Bodegones discurría entre los dos edificios de la izquierda, que fueron demolidos


El Ayuntamiento se planteó también la demolición de las viviendas del otro lado de la antigua calle de los Bodegones -al desaparecer ésta el nombre de Cardenal Cisneros fue trasladado a la vecina de los Coches- entre las calles de San Juan y San Felipe, con objeto de alinear la actual calle del Cardenal Cisneros con la calle Mayor evitando el recodo que existía entonces y todavía hoy sigue existiendo. No obstante, y por diferentes motivos, los derribos se fueron demorando incluso hasta después de la Guerra Civil, quedando pendiente el de la Casa Tapón que finalmente no se llevó a efecto. Ésta es la razón por la que la margen norte de la plaza de los Santos Niños sigue mostrando hoy en día un aspecto a medio terminar, con retranqueos inacabados y medianerías convertidas en improvisadas fachadas.

Pero el principal escollo con el que tropezó el Ayuntamiento fue el Cabildo Magistral, que consideraba de su propiedad el callejón de Cristo de la Cadena en contra del criterio municipal, el cual protestó airadamente por la demolición del pórtico que se alzaba en éste protegiendo la puerta de entrada al crucero de la Magistral, así como la de unos edificios de su propiedad para ensanchar la calle de la Tercia.




El ábside de la Magistral y el desaparecido callejón del Cristo de la Cadena. Acuarela de
Manuel Laredo (1875). Se aprecian el pórtico de entrada a la Magistral y parte del edificio contiguo


El resto de las actuaciones urbanísticas finiseculares fueron de menor envergadura, aunque afectaron a bastantes puntos de la ciudad corrigiéndose alineamientos de fachadas, ensanchándose calles y plazas y prolongándose otras para mejorar la comunicación viaria. Esta intervención fue especialmente intensa en la calle Mayor, donde se ampliaron y elevaron los soportales y se construyeron nuevos edificios sustituyendo a los anteriores, muchos de ellos de origen medieval. Aunque a finales de siglo el activo Martín Pastells realizó algunos ambiciosos proyectos como el de la urbanización de las eras de San Isidro incluyendo una amplia rotonda ajardinada en torno a la ermita, éstos no llegaron a realizarse.




Bibliografía

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SÁNCHEZ MOLTÓ, Manuel Vicente. La llegada del ferrocarril. Alcalá de Henares y el ferrocarril. 160 años de economía y sociedad. Ayuntamiento de Alcalá de Henares (2020).

Ver también:
El urbanismo complutense de 1900 a 1960


Publicado el 10-4-2024
Actualizado el 18-4-2024