Azaña y Numancia de la Sagra





Ayuntamiento de Azaña / Numancia de la Sagra. Fotografía de Antonio Aravalle



Es de sobra conocido que el franquismo y, en general, todo el ámbito de la derecha política española de su época, convirtieron a la figura de don Manuel Azaña en el símbolo negativo por antonomasia de la desaparecida II República, cargándole con unas tintas tan sombrías que llegaron a extremos que no pueden ser considerados sino como aberrantes.

Lo paradójico del caso es que Azaña distaba mucho de ser un radical, razón por lo que a primera vista no se comprende esa saña tan tenaz contra él, cuando desde un punto de vista lógico las iras derechistas y fascistas deberían haber recaído fundamentalmente sobre muchos otros líderes republicanos -comunistas, anarquistas, el sector radical del PSOE liderado por Largo Caballero, e incluso el propio Negrín- antes que contra el político alcalaíno, poco o nada culpable -incluso desde los sectarios criterios de los sublevados- de los excesos, reales o falsos, cometidos en la España republicana.

Cierto es que en su condición de presidente de la República era el símbolo máximo de un sistema político que sus enemigos estaban empeñados en destruir, pero cierto es también que su cargo no dejaba de ser simbólico, ya que el poder real estaba en el presidente del gobierno, cargo que no ocupaba cuando tuvo lugar la sublevación militar de julio de 1936. Se da la circunstancia además de que el anterior presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, no fue objeto de esa ojeriza reservada en exclusiva para él, convertido por la propaganda franquista en poco menos que en la bestia negra de la antiespaña.

¿Por qué razón esta fobia tan africana hacia alguien que, como acabo de comentar, era una de las figuras políticamente más moderadas -según los parámetros actuales no pasaría de ser un centrista- de la España republicana enfrentada a la sublevación militar? Quizá la mejor explicación sea la cerril contestación que el general Millán Astrain espetó a Miguel de Unamuno en su famoso enfrentamiento dialéctico del 12 de octubre de 1936 en la universidad de Salamanca, el famoso “¡Muera la inteligencia!” digno heredero de aquel otro “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar” con el que los profesores de la universidad catalana de Cervera saludaron en 1827 al infausto rey Fernando VII.

Porque Azaña, por encima de todo, era un intelectual, algo que le singularizaba al tiempo que le diferenciaba del resto de la élite política de su época, por lo que es probable que la inquina facciosa hacia su persona viniera no tanto por la discrepancia política, sino por la añeja aversión cavernícola hacia la intelectualidad. Por lo general un dictador, sobre todo si para llegar al poder se apoya en los sectores más oscurantistas y reaccionarios de la sociedad, a los que más suele temer no es a sus rivales políticos, sino a los intelectuales. Ejemplos hay sobrados de ello, desde la Revolución Cultural china hasta la sanguinaria dictadura jemer de Camboya.

Si mi pluma valiera tu pistola”, se lamentaba Antonio Machado, sin percatarse de que las plumas pueden llegar a valer mucho más que las armas. Quienes sí lo debían de saber, o por lo menos de intuir, eran los franquistas, algunos a la manera instintiva de Millán Astrain, de no demasiadas luces, y otros quizá de manera más razonada, sobre todo teniendo en cuenta que la intelectualidad española de la época dio la espalda en su gran mayoría a un régimen que pretendía retornar a un pasado imperial tan lejano como finiquitado. En cualquier caso a Manuel Azaña, el gran incomprendido de la España de su época, le tocó sufrir en propia carne una ordalía que en modo alguno se merecía; triste España, que cual Saturno mitológico devora a sus mejores hijos.

Esta inquina antiazañista llegaría a alcanzar cotas sorprendentes de puro surrealistas. En Alcalá, sin ir más lejos, amén de incautar la casa solariega de la familia Azaña -que no era propiedad de don Manuel- y de instalar en ella para mayor escarnio la sede local de la Falange, a los prebostes del nuevo régimen no se les ocurrió mejor idea que la de suprimir del callejero la calle dedicada a su padre Esteban Azaña, historiador y alcalde recordado de la ciudad, que poca responsabilidad había podido tener en la evolución política de su hijo al fallecer cuando éste contaba con tal sólo diez años. Daba igual; el apellido Azaña estaba maldito viniera de donde viniera. Lo más chusco del caso fue que esa calle, llamada con anterioridad y también posteriormente calle Nueva, contaba con un callejón a modo de pequeña bifurcación que por su escasa importancia pasó desapercibido, por lo que durante muchos años apareció en los callejeros complutenses como “calle Esteban” o incluso “calle San Esteban”, cuando no simplemente en blanco.

Claro está que el caso alcalaíno, ya solucionado, se queda pequeño en comparación con lo que le ocurrió a la villa toledana de Azaña, probable origen del apellido familiar del político complutense. No, no se molesten ustedes en buscarla en ningún mapa, porque no la encontrarán bajo esa denominación ya que desde 1936 ostenta el pomposo nombre de Numancia de la Sagra.




Antiguo indicador de carretera situado a la entrada de la villa de Azaña
Fotografía deAntonio Aravalle


Azaña / Numancia de la Sagra es hoy una población de cerca de 4.000 habitantes situada en las cercanías de Illescas, junto a la autovía A-42 Madrid-Toledo y prácticamente a mitad de camino entre ambas capitales, puesto que dista 40 kilómetros de la primera y 32 de la segunda. Dada su ubicación se encuentra inmersa en un importante crecimiento, y según las fuentes consultadas a la agricultura tradicional se ha sumado como principal industria la cerámica.

Como ya he comentado el nombre tradicional del pueblo fue Azaña, probablemente derivado del término árabe que pasó al castellano como aceña, es decir, noria o, según el diccionario de la RAE, molino harinero de agua situado dentro del cauce de un río; tanto da. Pero apenas estallada la guerra civil, el 18 de octubre de 1936, una unidad militar de los sublevados, el Regimiento Numancia, se apoderaba -“liberaba”, según la fraseología al uso- de la pequeña villa, que entonces contaba con apenas 700 habitantes. Mandaba el regimiento un tal comandante Velasco que, creyendo erróneamente que se trataba de un homenaje al odiado presidente de la República -teniendo en cuenta los numerosos “del Caudillo” que salpicaron la toponimia española en los años posteriores no es de extrañar su equivocación, por eso de “cree el ladrón que todos son de su condición”-, se apresuró a tomar cartas en el asunto de la única manera que probablemente sabía hacer, tal como se relata en una página web dedicada a este pueblo:


El militar que mandaba aquel regimiento, el comandante Velasco, al día siguiente (19 de octubre de 1936) convoca de urgencia un pleno en el Ayuntamiento entre los ocho vecinos del pueblo que con más o menos miedo, con más o menos descaro, se muestran afines a la causa de los nacionales, para cambiar su denominación: “Único punto del Orden del Día. Se propone cambiar el presente nombre (innombrable) de este pueblo, por el nombre de este glorioso y heroico regimiento, con el añadido, a modo de apellido, de la comarca natural en la que está situado”.

Ni que decir tiene que fue rotunda la unanimidad de los concejales. ¡No hubo ni medio voto en contra!


Que durante los largos años de dictadura franquista la arbitrariedad no se enmendase caía dentro de lo que era de esperar. Pero que en los más de treinta años transcurridos desde la muerte de Franco no se haya movido tampoco un solo dedo, es algo que ya empieza a sorprender bastante más, sobre todo teniendo en cuenta que desde las primeras elecciones municipales de 1979 hasta ahora su ayuntamiento ha estado gobernado durante cuatro años por UCD (1979-1983), once por el PP (1991-1999 y 2000-2003) y los quince restantes por el PSOE (1983-1991, 1999-2000 y 2003-2008), siendo este último partido el que ostenta la alcaldía en la actualidad.

Consultando las páginas web de la localidad, nos encontramos con la afirmación de que: “Tras la muerte de Franco se ha venido debatiendo en la población la conveniencia o no de devolverle su nombre histórico, esperándose que se plantee próximamente un referéndum entre los vecinos para que decidan”; pero por lo que se ve, se lo deben de estar tomando con bastante calma. Por otro lado, no deja de ser chocante esta excusa, dado que no se trata de cambiar de nombre a la localidad sino de algo muy distinto, devolverle el suyo tradicional, del que fue privada por una acción arbitraria y a todas luces ilegal, con lo cual no acabo de entender la necesidad de un referéndum; máxime cuando existen precedentes recientes de cambios de nombre de poblaciones, e incluso de provincias enteras, de los cuales no me consta que se hiciera consulta alguna al pueblo soberano, y eso que no se trataba precisamente de denominaciones impuestas por el bando franquista. Por lo que se ve, y parafraseando a George Orwell, todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.

Recientemente, y bajo el título de Los flecos de la memoria histórica, remití una carta al diario EL PAÍS exponiendo estos hechos, la cual fue publicada con fecha de 11 de octubre de 2008. Para mi sorpresa la carta fue replicada por al menos otros dos lectores, partidarios asimismo de devolver a Numancia de la Sagra su nombre tradicional al tiempo que aportaban una serie de datos interesantes que yo desconocía, referidos a las reiteradas e incumplidas promesas de importantes políticos autonómicos y nacionales tales como José Bono, Jorge Semprún, Alfonso Guerra o José María Aznar, junto con el pertinaz silencio del actual presidente castellano-manchego José María Barreda. Asimismo las tres cartas han sido recogidas en varias páginas web, lo que les ha proporcionado una para mí inesperada difusión.




Escudo municipal de Azaña / Numancia de la Sagra
Ilustración tomada de la Wikipedia


Sin embargo, la vieja villa de Azaña continúa denominándose oficialmente Numancia de la Sagra, y sólo un equipo de fútbol sala local, el C.D. Azaña, y el polígono industrial “Villa de Azaña” ostentan en la actualidad un nombre que hace muchos años dejó ya de estar maldito, pero que curiosamente viene reflejado en la noria que campea en uno de los cuarteles del escudo municipal, mientras en el otro figura la cruz arzobispal de la diócesis toledana.

Como se preguntaba don José Fernández-Cormenzana, uno de los autores de las citadas cartas, ¿quién teme al lobo feroz?




Cartas publicadas en el diario EL PAÍS


Los flecos de la Memoria Histórica

Aunque queda fuera de toda duda que el principal objetivo de la Ley de Memoria Histórica ha de ser el de rehabilitar la memoria de todas aquellas personas que fueron víctimas inocentes de la violencia sectaria, convendría no olvidar algunos flecos que, aunque desde un punto de vista objetivo puedan parecer secundarios, no por ello dejan de tener su importancia, siquiera desde un punto de vista simbólico.

Voy a recordar un caso probablemente poco conocido para muchos. La localidad de Numancia de la Sagra, situada al norte de la provincia de Toledo, ostenta este nombre tan sólo desde octubre de 1936, fecha en la que las tropas franquistas la ocuparon militarmente, imponiéndole “manu militari” esta denominación ajena por completo a su tradición y a su historia en sustitución de su nombre tradicional, Azaña. La saña franquista contra la figura del presidente de la II República Española llegaría a tales extremos que sus gerifaltes hicieron todo lo posible por borrar cualquier rastro de su apellido, como ocurrió con el caso que nos ocupa o con la todavía más chusca supresión, en el callejero de Alcalá de Henares, de la calle dedicada a Esteban Azaña, padre de don Manuel y alcalde significado de la ciudad, así como su historiador, a finales del siglo XIX.

La injusticia de la calle alcalaína se subsanó hace ya tiempo, pero la del pueblo toledano sigue vigente todavía hoy pese a que su ayuntamiento, paradójicamente, ha estado gobernado por el PSOE durante la buena parte de los años transcurridos desde las primeras elecciones municipales de 1979, estando actualmente la alcaldía del mismo en manos de este partido.

José Carlos Canalda
Publicada el 11-10-2008




¿Quién teme al lobo feroz?

Abundo algo más en la comunicación del señor Canalda -Los flecos de la memoria histórica, publicada hace unos días- respecto a Numancia de la Sagra, cuyo multisecular topónimo, Azaña, fue abusivamente borrado del mapa en 1936. Cuando el arrasador avance franquista hacia Madrid alcanzó Azaña, el tuercebotas con galones al mando de los rifeños que ocuparon la aldehuela, apenas mil habitantes, imaginó que la denominación del lugar era un homenaje al entonces presidente de la República y, ni corto ni perezoso, reunió a un puñado de aterrorizados vecinos que habían logrado eludir el fusilamiento o huir a tiempo y nombró con ellos una comisión gestora para sustituir a los concejales electos, si es que alguno quedaba vivo.

Pude consultar en su momento el acta de la primera sesión donde se dice: “La corporación, recogiendo el sentir del pueblo, acordó por unanimidad solicitar de su Excelencia el Jefe del Estado que, en lo sucesivo, tras los trámites pertinentes, la Villa lleve el nombre de Numancia de la Sagra, por el hecho trascendente de haber sido reconquistada por los gloriosos escuadrones del Regimiento de Numancia”. La “gloria” de este regimiento no era, por ejemplo, haber tomado Gibraltar, sino el sistemático fusilamiento desde que pisó la Península, de cuanto labriego topó en su razzia, sospechoso de “rebelión militar”.

En noviembre de 1990, en el solemne homenaje al presidente Azaña en Montauban, donde está enterrado, el entonces ministro de Felipe González, Jorge Semprún, dijo: “Tenemos la intención en el Ministerio de Cultura, con la ayuda del presidente del Gobierno autónomo de Castilla-La Mancha, de devolver, antes de fin de año, el nombre de Azaña a esta pequeña villa toledana, de donde es originaria, muy remotamente, la familia Azaña”. Está impreso pero, al cabo de casi 18 años, la vida sigue igual.

¿A quién tuvo miedo Bono en su larguísimo mandato al frente de la comunidad? ¿A quién, en su momento, González? ¿A quién, ahora, Zapatero.

José Fernández-Cormenzana
Publicada el 18-10-2008




Azaña y Numancia

Continuando con el cambio de nombre de la villa toledana de Azaña en el que han coincidido en esta misma sección el señor Canalda (Los flecos de la memoria histórica) y el señor Fernández Cormenzana (¿Quién teme al lobo feroz?), me permito apuntar las siguientes notas que abundan en la perplejidad que me produce el temor al desconocido lobo.

Hace 10 años inicié una campaña de recogida de firmas de historiadores, escritores, directores y artistas de cine y teatro en apoyo de un manifiesto para la recuperación del nombre secular de la villa de Azaña, perdida en el año 1936 por mor de la voluntad de un milico del Regimiento de Numancia, como es bien sabido.

También escribí una carta al entonces presidente de la Comunidad de Castilla-La Mancha, el señor Bono, que me contestó con su habitual cortesía, pero que nada hizo, que se sepa, para llamar al orden a los concejales del PSOE que se oponían a una moción de la alcaldía (PP) para el cambio de nombre. El presidente del Gobierno, a la sazón José María Aznar, me contestó por carta de su jefe de Gabinete, Gabriel Elorriaga, dándome cuenta de los pormenores técnicos del cambio de nombre (pleno del Ayuntamiento, aprobación por la Diputación, etcétera), pero nada se hizo, que yo sepa, para orientar a un concejal díscolo de su propio partido que se negaba a secundar la iniciativa del alcalde para la restitución del nombre.

Alfonso Guerra, hace sólo cinco años, se puso en contacto con el Ayuntamiento, que le ratificó la tropelía del Regimiento de Numancia, si bien el alcalde del PSOE se había pertrechado para la ocasión con una pintoresca zarandaja, aún vigente: que iba a hacer un referéndum entre los vecinos que legitimara el cambio de nombre.

Y un apunte final: las tres cartas que dirigí al actual presidente de Castilla-La Mancha, el señor Barreda, en las que le daba cuenta de las patéticas circunstancias del cambio de nombre, interesándome por su apoyo, quedaron sin la menor respuesta.

Concluyo con el señor Fernández Cormenzana: ¿a qué lobo feroz tienen miedo Bono, Aznar, Barreda? ¿Serán sólo los jueces de la Audiencia Nacional los únicos en aplicar los principios últimos de la decencia y de la memoria histórica.

Antonio Martín Serrano
Publicada el 24-10-2008


Publicado el 12-11-2008