El arrabal de la Cruz Verde





El barrio de la Cruz Verde en el plano de Francisco Coello de 1853



Aunque actualmente se entiende como arrabal al barrio periférico de una población, en ocasiones con connotaciones negativas de barrio bajo, en su momento este término se aplicaba a los barrios surgidos extramuros de las ciudades y, por lo tanto, privados de la protección que otorgaban las murallas.

Esta dinámica urbanística era lógica en los siglos en las que las poblaciones estaban cercadas, primero con carácter defensivo y posteriormente, hasta bien entrado el siglo XIX, por razones fiscales, dado que los ayuntamientos aprovechaban que tan sólo se pudiera entrar y salir en ellas por un número reducido de puertas para cobrar en ellas los impuestos y las tasas municipales a las mercancías. Y como en ocasiones el crecimiento de las ciudades desbordaba el anillo que las encerraba, ya en la Edad Media comenzaron a surgir los barrios extramuros, o arrabales.




El barrio de la Cruz Verde en el Parcelario de 1870


En general, y esto es algo que incluso en ocasiones hasta los propios historiadores profesionales confunden, el crecimiento de los arrabales solía ir por delante de las posibles ampliaciones de las murallas, una intervención urbanística evidentemente cara que tan sólo se solía realizar, y no siempre se realizaba, una vez que los nuevos barrios extramuros habían adquirido ya la suficiente importancia como para que interesara cercarlos, y nunca antes; lo que no impedía que, con bastante frecuencia, incluso ciudades de la importancia de Ávila o Segovia dejaran a sus arrabales sin la protección de las murallas.

En el caso de Alcalá el arrabal más importante fue el de Santa María, situado más allá de la actual plaza de Cervantes donde hasta mediados del siglo XV acababan las murallas, el cual estaba nucleado en torno a la parroquia medieval de este nombre, ubicada originalmente en la esquina de la plaza de San Diego con la calle de este mismo nombre y trasladada por el arzobispo Carrillo, a mediados del siglo XV, a lo que ahora se conoce como la Capilla del Oidor. La antigua parroquia, profundamente reformada, sería durante siglos la capilla del convento de San Diego, siendo demolida a la par que éste a mediados del siglo XIX para la construcción en su solar del cuartel del Príncipe.




El barrio de la Cruz Verde según el plano del libro Análisis de Alcalá de Henares de 1948


Pero en esta ocasión no voy a hablar del arrabal de Santa María, sino de otro mucho menos investigado pero no por ello menos interesante, el de la Cruz Verde, también denominado de Santiago por algunos autores. Este arrabal, asentado donde al parecer estuvo el cementerio musulmán durante la Edad Media, ya está documentado a principios del siglo XVI, aunque existen indicios de que su origen pudiera remontarse, siquiera de forma limitada, hasta la época tardomedieval, dado que era habitual que surgieran pequeños núcleos de edificaciones -los embriones de los futuros arrabales- junto a los caminos que arrancaban de las puertas de las murallas. En cualquier caso, presenta unas características singulares que merece la pena resaltar.




La plaza de la Cruz Verde en los años sesenta del pasado siglo
Fotografía de Baldomero Perdigón tomada de su libro Alcalá. Blanco y Negro1


Para empezar está la cuestión de su nombre, que yo he tomado de la plaza que constituía uno de sus dos principales puntos de comunicación con el resto de la ciudad. Como es sabido la Cruz Verde era el símbolo de la Inquisición, lo que hace suponer que la sede alcalaína de esta institución estuviera radicada allí, aunque nada se conoce -o al menos yo no conozco- al respecto. Posiblemente ésta pudo estar situada en las cercanías de las calles de Escobedos y del Moral aunque, vuelvo a repetir, se trata de una mera hipótesis ya que no nos ha llegado ninguna documentación al respecto. Y como tampoco se conserva ninguno de los edificios originales de la plaza ni, que yo sepa, se hizo estudio arqueológico alguno cuando éstos fueron derribados, tan sólo nos queda la posibilidad de especular.




La plaza de la Cruz Verde en la actualidad


Para el estudio de este barrio me he apoyado en varios planos antiguos. El primero de ellos es el mapa, fechado en 1853, perteneciente al Atlas de España y sus posesiones de Ultramar2 de Francisco Coello, un complemento del famoso Diccionario Geográfico3 de Pascual Madoz publicado con posterioridad a éste. Aunque el mapa está dedicado a la provincia de Madrid en su conjunto, incluye también los planos de la capital y de Alcalá, Aranjuez, San Lorenzo del Escorial y El Pardo. Por la fecha de su publicación resulta ser extremadamente interesante, ya que es anterior en pocos años a la construcción de la línea de ferrocarril Madrid-Zaragoza -el tramo comprendido entre Madrid y Guadalajara fue inaugurado en 1859-, cuyo trazado afectó notablemente a la zona norte de Alcalá al cortar varios de los caminos que partían de ella, al tiempo que propiciaba la construcción del paseo de la Estación sobre parte del trazado del antiguo camino de Gilitos.

Posterior en algo más de una década es el minucioso plano parcelario de Alcalá4 datado hacia 1870 aunque, dado que se desconoce la fecha exacta de su confección, podría ser anterior en algunos años. Pese al relativamente corto espacio de tiempo que transcurrió entre ambos, éste es ya posterior a la citada construcción de la vía férrea, lo que nos permite comparar las transformaciones urbanísticas que causó ésta. Lamentablemente el plano no llega hasta ella, aunque sí aparece dibujado el paseo de la Estación.

El tercer plano acompaña al libro Análisis de Alcalá de Henares5, publicado en 1948 por el Instituto de Estudios de Administración Local dentro de la serie Estudio de las poblaciones españolas de 20.000 habitantes. Pese a su tardía fecha de publicación, en realidad parece ser una actualización incompleta -posiblemente de principios del siglo XX- del correspondiente al ya citado parcelario de 1870 , dado que en él aparecen mezclados heterogéneamente detalles antiguos tales como las capillas de la Magistral, desaparecidas a principios del siglo XX, o el espigón del colegio de Jesuitas demolido también por aquellos años, junto con intervenciones urbanísticas de finales del siglo XIX como la plaza de los Santos Niños o el parque O’Donnell. Por supuesto es anterior a la Guerra Civil, puesto que recoge monumentos desaparecidos durante este conflicto, o inmediatamente después, tales como la parroquia de Santa María o la planta completa del Palacio Arzobispal. En cualquier caso, no cabe esperar demasiadas alteraciones urbanísticas, con respecto a las centurias anteriores, en lo que entonces era un barrio periférico -¡quién lo diría ahora!- de la ciudad.

Estudiemos ahora el trazado urbanístico de este antiguo arrabal. Éste tenía una forma trapezoidal, con tres de sus cuatro lados perfectamente delimitados: al sur, la ronda de la muralla, actual Vía Complutense. Al norte, el eje formado por la calle Daoíz y Velarde, entonces limitada al tramo comprendido entre las del Moral y Salinas. Y al oeste, la calle del Moral -la carretera de Daganzo, actual calle de Luis Astrana Marín, no fue construida hasta mediados de la década de 1940-, que lo separaba de las huertas que ocupaban lo que hoy es el parque O’Donnell.




El antiguo arrabal de la Cruz Verde en la actualidad. Fotografía tomada de Google Maps


Más complicado resulta discernir su límite oriental, dado que la apertura a mediados del siglo XIX del paseo de la Estación sobre el antiguo camino de Gilitos provocó su expansión hacia esa zona. Probablemente el arrabal original no debía de rebasar el eje formado por las calles del Ángel y Talamanca, aunque cabe suponer que se habría ido extendiendo más allá de ellas antes de la llegada del ferrocarril. De hecho, en el plano de 1853 las viviendas llegan ya hasta las calles de las Flores y de Navarro y Ledesma6. El terreno comprendido entre estas dos calles y el todavía inexistente paseo de la Estación estaba ocupado en su mayor parte por fincas, casas de labor e incluso viviendas residenciales tales como la desaparecida Quinta de San Luis o la Quinta de Cervantes, y conservó un marcado carácter semirrural hasta ser devorado por la expansión urbana de Alcalá a partir de la segunda mitad del siglo XX. En aquella época tampoco existía la calle de Cánovas del Castillo, ni se aprecia ningún otro edificio al norte del trazado actual de ésta.

Centremos nuestra atención en la zona oriental del barrio, coincidente con el núcleo original del antiguo arrabal. Lo primero que se aprecia es que, incluso en una época tan tardía como mediados del siglo XIX, pese a contar con una extensión bastante amplia tan sólo contaba con un reducido número de vías urbanas. Además de las perimetrales ya citadas su eje central estaba formado por la calle de Don Juan I, que lo atravesaba de parte a parte cruzando desde la Cruz Verde hasta la calle Talamanca. De ella partía a mitad de camino la de Salinas, que conducía a la incipiente ronda norte, actual Daoíz y Velarde.

La red viaria se completaba con otras dos calles de menor importancia. La primera de ellas era la de Escobedos, paralela a la del Moral y unida a ésta por la corta y estrecha travesía del mismo nombre. Resulta llamativo que en lugar de dirigirse directamente a Daoíz y Velarde, como hubiera parecido lógico, doblara en ángulo recto poco antes de llegar a ésta, confluyendo finalmente con ella y con la de Salinas en una plaza innominada que en el plano de 1853 destaca como núcleo central del barrio. La segunda era la de San Félix de Alcalá, entonces llamada de la Huerta del Judío -retengamos este dato-, que discurría entre la Vía Complutense y la pequeña plazoleta donde la calle del Ángel cambia su nombre por el de Talamanca.

De la plaza situada en el extremo septentrional del barrio arrancaban, además de las calles de Escobedos, Salinas y la incipiente Daoíz y Velarde, dos caminos en dirección norte, uno hacia el Chorrillo y el otro, parte de cuyo recorrido correspondería con la actual calle del Muelle, hacia el convento de Gilitos, en el Campo del Ángel. Sorprendentemente la calle de Talamanca parece morir en el campo aproximadamente donde acaba ahora, sin tener continuidad hacia el vecino Campo del Ángel ya que un segundo camino que conducía hacia allí partía no de ella, sino de la vecina calle de las Flores.

Aunque en el parcelario de 1870 no se aprecian cambios apreciables en esta zona en relación con el plano de 1853, fijándonos con detalle podremos descubrir algunos detalles interesantes. Para empezar ya aparecen trazadas, o cuanto menos esbozadas, la prolongación de Daoíz y Velarde hasta la confluencia con Talamanca y la acera sur de Cánovas del Castillo, aunque sorprendentemente el tramo original de la primera, entre la plaza y la calle del Moral, que en el plano de 1853 aparece claramente marcado, desaparece aquí entre las tapias de lo que parecen ser varias fincas, lo cual no parece demasiado lógico cuando no muchos años después ésta se prolongó hasta su confluencia con el paseo de los Pinos, lo que de paso sirvió como origen del actual parque O’Donnell. En el plano de 1948, por último, aparece ya dibujada una trama viaria muy similar a la actual, a excepción de las tres calles -pasaje de Escobedos, Resurrección y Pintor Picasso- abiertas ya a mediados del siglo XX.




Lugar aproximado de la calle de Daoíz y Velarde donde estuvo la antigua plaza


A estas alteraciones se suma la de la plaza anteriormente citada, hoy prácticamente desaparecida quedando como único vestigio de ella la confluencia de las calles Escobedos y Salinas. El trazado de la calle Daoíz y Velarde recortó buena parte de su superficie, que sufrió otras importantes mermas tras la construcción, en fecha indeterminada, de un fielato municipal conocido popularmente como La báscula y, a finales de la década de 1950, del colegio Don Juan I, cuyo edificio está ocupado actualmente por el Centro Cívico Manuel Laredo. El único recuerdo que queda de ella es una pequeña explanada triangular habilitada como aparcamiento, aunque según el plano de 1853 éste no se encontraría sobre la antigua plaza al quedar al otro lado de la calle de Salinas, sino que sería contiguo a ella.

Pese a que los datos gráficos de que dispongo tan sólo se remontan hasta mediados del siglo XIX, cabe suponer que la trama urbana del barrio no debió de experimentar modificaciones apreciables durante los siglos precedentes, lo que nos permite considerar el engarce de este arrabal en el entorno de la Alcalá, si no medieval, sí cuanto menos renacentista. Las puertas que se abrían en la parte norte de la muralla lindante con el arrabal eran tres: la de Burgos, sustituida en el siglo XVII por el arco de San Bernardo; el postigo de la Morería, o del Rastro Viejo, en la calle de Diego de Torres frente a la plaza de la Cruz Verde, y la puerta de Santiago, o postigo de los Judíos, en la plaza de Atilano Casado.

De todas ellas la principal era con diferencia la de Burgos, ya que comunicaba directamente el barrio cristiano, nucleado en torno a la parroquia de San Justo y el Palacio Arzobispal, con el camino que conducía, vía los puertos de Navacerrada y Somosierra, a Segovia y Burgos. Su trazado se sigue reconociendo hoy fácilmente a través del Paseo de los Pinos y, a partir del Chorrillo, de la antigua carretera de Daganzo. Durante siglos ésta fue la principal y casi única vía de comunicación con que contaba Alcalá en dirección al norte de España, hasta que la línea férrea lo cortó de forma irreversible ya que, en lugar de habilitarse allí un paso a nivel tal como hubiera podido parecer más lógico, se optó por prolongar la calle de Talamanca con la nueva de Torrelaguna, en la que existió un paso a nivel hasta la construcción del puente de la carretera de Daganzo; así aparece en el plano de 1948 que en realidad, tal como he comentado, es anterior a este año, por lo que en él no aparece dibujado este puente pese a que entonces ya existía. Lamentablemente el parcelario de 1870 no reproduce esta parte de la ciudad, lo que nos impide conocer como afectó la construcción de la línea férrea a los terrenos colindantes con ella.

Las otras dos puertas, más bien postigos, eran mucho menos importantes, dándose la circunstancia, tal como se deduce de sus nombres, que ambas se abrían respectivamente en el barrio musulmán, o Almanjara, que abarcaba desde el Palacio Arzobispal hasta el final de la calle de Santiago, limitado por la muralla al norte y por esta calle al sur, y el judío, vertebrado en torno a la calle Mayor y la del Tinte. La puerta de Santiago -denominación más tardía, puesto que la calle homónima fue remodelada a principios del siglo XVI por el cardenal Cisneros- se abriría inicialmente a un camino trazado sobre las actuales calles del Ángel y Talamanca y Torrelaguna, el cual es probable que delimitara originalmente el límite occidental del arrabal; el crecimiento de éste hacia las calles de los Gallegos y de las Flores acabaría convirtiéndolo en uno de sus principales ejes viarios, situación que se consolidaría, por las razones expuestas, tras la llegada del ferrocarril a mediados del siglo XIX. Pero en la época que nos ocupa la puerta de Santiago tendría, probablemente, una relevancia bastante secundaria.




Aspecto actual de la calle de Don Juan I


El postigo del Rastro Viejo, dada su posición central, era el que se comunicaba directamente con las principales calles del arrabal a través de la plaza de la Cruz Verde, a la cual se abrían y se siguen abriendo éstas en forma de abanico. De ellas la más importante sería probablemente la de Don Juan I, ya que era la que dividía al barrio en dos partes prácticamente iguales. Resulta significativo que su nombre antiguo fuera el de calle Empedrada, algo muy infrecuente entonces no ya en las calles de los barrios periféricos, sino incluso en la mayoría de las situadas intramuros.

El arrabal, como cabe suponer, no tenía puertas ya que nunca llegó a estar cercado, pero no obstante se aprecia en él, incluso tras todas las transformaciones experimentadas hasta nuestros días, que tenía una trama urbanística muy compacta, con sus calles abiertas bien a la calle Talamanca -San Félix y Don Juan I-, bien a la ronda norte -Moral- y, en el caso de Escobedos y Salinas, a la innominada y prácticamente desconocida plaza que he descrito anteriormente. Menor importancia tendría la actual confluencia de la calle Talamanca con Daoíz y Velarde y Cánovas del Castillo, aunque con el tiempo iría desplazando a la plaza vecina para convertirse en el principal eje viario de la zona.

Así pues, y entendiendo “puerta” como una encrucijada de calles con independencia de que ésta pudiera estar o no cerrada, parece bastante evidente la existencia de dos de ellas en el arrabal, una al sur en la plaza de la Cruz Verde frente al postigo del Rastro Viejo, y otra al norte, aproximadamente en el lugar que ocupan el Centro Civico Manuel Laredo y el vecino aparcamiento, de la cual partirían varios caminos.




Aspecto actual de la calle Salinas


Las calles del arrabal dividían a éste en unas manzanas de gran tamaño que sólo estaban edificadas en los márgenes, quedando libres de edificaciones en toda su parte central. Esta situación perduró hasta que, mediado el siglo XX, se abrieron varias de estas manzanas mediante el trazado de las nuevas calles del pasaje de Escobedos, Resurrección -que durante mucho tiempo estuvo cortada, aunque en la actualidad llega hasta Don Juan I- y Pintor Picasso, anteriormente denominada 18 de Julio y también cortada en su confluencia con Talamanca, donde se habilitó un pasaje peatonal bastantes años después de que fuera trazada.

Puesto que yo viví durante casi dos décadas, las de 1960 y 1970, en esta última, es el caso que mejor conozco de los tres. Esta calle, paralela e intermedia entre las de Don Juan I y San Félix, ocupó el terreno que anteriormente era conocido como Huerta de los Cambrones, término que aunque pueda parecer malsonante se refiere a un arbusto espinoso, también conocido como espino cerval, muy frecuente en nuestros campos. Durante mucho tiempo, hasta bien entrados los años setenta, hubo en ella varios solares sin edificar en los que acostumbrábamos a jugar los chavales del barrio, al tiempo que las lindes traseras de las fincas de las dos calles vecinas solían tener huertas o patios comunicados con la del Pintor Picasso a través de los citados solares.

En definitiva este barrio se caracterizaba por tener un carácter semirrural, con amplias huertas y patios intercalados entre las viviendas que jalonaban los márgenes de las calles, lo cual facilitó la instalación en él de varias industrias artesanas tales como los alfares que jalonaban la calle de Don Juan I. También había casas de labor, como la que ocupó hasta hace relativamente pocos años la mayor parte de la manzana triangular formada por las calles Ángel, San Félix y la Vía Complutense. Como curiosidad, cabe resaltar que la parte del mismo que lindaba con la Cruz Verde ocupaba una hondonada, todavía visible hace apenas unos años, en la cual era frecuente la formación de unos enormes charcos, en especial en la esquina de la calle de Don Juan I.

Aunque a partir de este momento tan sólo podemos hacer conjeturas, lo cierto es que la explicación más lógica a todo lo anteriormente expuesto es que este arrabal tuviera un carácter periurbano, estando sus habitantes dedicados -no me refiero a fechas recientes, sino a raíz de su creación- principalmente a la agricultura, a la ganadería o a algunas actividades artesanales de escasa complejidad y de ámbito local. El barrio no sólo estuvo rodeado de huertas, como las que ocupaban el terreno del parque O’Donnell o las que por el este se abrían al actual paseo de la Estación, sino que debió de tener también bastantes en su interior, tal como reflejan el citado topónimo de la Huerta de los Cambrones o el nombre de la vecina calle de la Huerta del Judío, actual San Félix de Alcalá. Esta última denominación, por cierto, nos retrotrae al menos hasta 1492, fecha en la que fueron expulsados los judíos de España, lo que refuerza la suposición de la antigüedad del arrabal.

Un detalle que llama la atención es la inexistencia en el arrabal, pese a su considerable extensión, de ningún tipo de edificio religioso, no ya una parroquia sino tan siquiera una modesta ermita, algo que contrasta vivamente con los hábitos de la época dado que estos arrabales solían nuclearse en torno a un templo que dotaba de identidad propia a sus habitantes. La razón, según Vicente Sánchez Moltó, estribaría en que al parecer éste fue poblado mayoritariamente por los moriscos conversos que el cardenal Cisneros trajo de Granada, todos los cuales fueron adscritos, junto con los antiguos moradores de la Almanjara, a la nueva parroquia de Santiago, fundada por Cisneros en 1501 sobre la antigua mezquita situada en la confluencia de las calles Santiago y Diego de Torres. Pese a que este templo estaba ubicado intramuros en el corazón del antiguo barrio morisco y, por lo tanto, fuera del arrabal, cabe suponer que, al quedar cercano, no resultaría necesaria la fundación de una nueva parroquia en éste, máxime teniendo en cuenta el rechazo generalizado de los cristianos viejos a hacerse parroquianos de Santiago, la cual arrastró durante siglos una lánguida existencia.

El arrabal se habría constituido de esta manera como una extensión de la Almanjara, el antiguo barrio morisco. En él había también amplias extensiones de huertas sin edificar, por lo que cabe suponer que en el conjunto formado por los dos barrios, pese a su considerable extensión, no tendría una densidad de población demasiado elevada, estando dedicados mayoritariamente sus residentes, tal como era habitual en los moriscos, a la agricultura. Este hecho podría explicar la ausencia de templos cristianos en el arrabal y, posiblemente también, el asentamiento de la Inquisición justo a caballo entre ambos barrios, donde en teoría sería más “necesaria”.

Según Carmen Román Pastor7 la expulsión de los moriscos en 1610 supuso la salida de Alcalá de 1.602 personas, una cantidad significativa para la población de la época, quedando deshabitadas un total de 291 casas. Cabe suponer que la mayor parte de los expulsados fueran residentes en la Almanjara o en la Cruz Verde, lo que parece corroborar el hecho de que la parroquia de Santiago cayera a partir de entonces en un período de decadencia del que nunca se llegaría a recuperar, perdiendo en 1891 el rango parroquial y siendo clausurada de forma definitiva, aunque su actividad era ya mínima, en 1935. Esta expulsión habría facilitado la “cristianización” de la Almanjara mediante la construcción en el antiguo barrio morisco de los conventos de las Bernardas, de la Madre de Dios, sede actual del Museo Arqueológico, y de San Nicolás de Tolentino, ocupado por las Juanas a partir del siglo XIX. Curiosamente al otro lado de la muralla, es decir, en el arrabal de la Cruz Verde, no se produjo un fenómeno similar, ya que en él nunca llegó a ser erigida ni tan siquiera una modesta ermita.

En cualquier caso, merecerá la pena seguir investigando.




1 PERDIGÓN PUEBLA, Baldomero. Alcalá. Blanco y negro (1960-1970). Alcalá de Henares, 2000.
2 Atlas de España y sus posesiones de Ultramar. Francisco Coello de Portugal y Quesada. Madrid, 1853. Descargado de Planea
3Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Pascual Madoz. Madrid, 1845-1850.
4 Descargado de Planea.
5Análisis de Alcalá de Henares. Estudio de las poblaciones españolas de 20.000 habitantes, 1. Instituto de estudios de administración local. Madrid, 1948.
6 Me refiero al tramo de esta calle que discurre entre la de las Flores y la Vía Complutense, puesto que su prolongación entre la de las Flores y la de Cánovas del Castillo no fue abierta hasta la década de 1970 atravesando la antigua Quinta de San Luis.
7 ROMÁN PASTOR, Carmen. Urbanismo alcalaíno en la Edad Media. Evolución histórica del urbanismo complutense, pp. 71-99. Institución de Estudios Complutenses, 2015.


Publicado el 13-4-2014
Actualizado el 16-2-2018