El Henares, ese río. La riada de 1947





Página de Alcalá donde se da noticia de la riada



Aunque, tal como he comentado en el artículo correspondiente, la riada de enero de 1970 fue la de mayor importancia desde que existe la estación de aforos de Espinillos, la más cercana a Alcalá, así como la última por ahora debido fundamentalmente a la construcción de varios embalses en distintos afluentes del Henares, no ha sido la única. De hecho han sido muchas, aunque con anterioridad a la construcción de la citada estación de aforos en 1912 no es posible cuantificarlas, e incluso después de esta fecha los datos son incompletos en ocasiones.

Conviene diferenciar entre los desbordamientos del Henares en las denominadas zonas inundables, un segundo cauce más amplio que el primero que sólo acarrea agua en condiciones de mucho caudal, y las riadas que afectaron directamente a la propia ciudad. Este detalle es importante, puesto que mientras se respeten las zonas inundables, algo que en muchas ocasiones no ocurre, los daños serán escasos salvo que afecten a infraestructuras tales como las carreteras o los puentes.

No hay que olvidar que hasta prácticamente la Guerra Civil Alcalá estaba relativamente alejada del Henares, por lo que los daños provocados por éste se limitaban a las zonas más cercanas tales como la calle de los Colegios, la ronda de la Pescadería o la Puerta del Vado, una situación que no había variado demasiado en 1947 a excepción del incipiente barrio Venecia. Por el contrario ahora son barrios enteros como el Val, Venecia -mucho mayor que el histórico-, Nueva Alcalá o Reyes Católicos los que son vecinos del río, por lo que a pesar de su regulación el riesgo de avenidas sigue existiendo en caso de que alguna de las presas, en especial la de Beleña, tuviera que desembalsar de forma masiva tal como ocurrió en 1990 o 1996, años en los que el Henares estuvo a punto de desbordarse.




La calle de los Colegios inundada a la altura de la Hostería. Fotografía de Dreyer.
Colección José Félix Huerta, publicada en Memoria gráfica de Alcalá (1860-1970)


No es tampoco el Henares el único curso de agua capaz de provocar inundaciones en Alcalá, ya que tanto el Camarmilla como el desaparecido Villamalea también han dado disgustos incluso en fechas recientes, el primero rompiendo por el Chorrillo para entrar en el casco antiguo por el paseo de los Pinos, o cortando la antigua carretera Nacional II, y la vaguada por la que discurría el segundo, hoy ocupada por la carretera de Meco, anegándose por completo.

Pero como este tema ya lo he abordado en los artículos correspondientes, voy a centrarme en la riada de 1947, una de las más graves de las que disponemos de registros estadísticos así como de crónicas, tanto escritas como gráficas, aparecidas ambas en el periódico Alcalá.




Dos vistas de la ronda de la Pescadería. Fotografías de Dreyer. Fototeca municipal
Foto superior tomada de Alcalá de Henares Patrimonio de la Humanidad


Alcalá fue un quincenario publicado entre 1947 y 1949, unos años difíciles para los alcalaínos y para los españoles, en los que sus editores intentaron recobrar la tradición periodística complutense interrumpida por la Guerra Civil y mantenida, en los años inmediatamente posteriores a la contienda, por el boletín de la Falange Yugo y Flechas, obviamente politizado pero única fuente de información local entre 1939 y 1943.

En su número 2, de fecha 15 de marzo de 1947, Alcalá publicaba la noticia titulada Inundaciones en Alcalá. Daños en las viviendas y en el campo , que reproduzco en su totalidad:


El régimen de lluvias y nevadas que desde tanto tiempo viene padeciendo la nación, culminó en esta ciudad con un desbordamiento jamás conocido del arroyo de Camarmilla y río Henares, alcanzando las aguas un nivel exorbitante incomparable al de otras veces, inundando todas las tierras de la vega y los barrios de la carretera de Pastrana, calles de Pescadería, camino del Cementerio, Chorrillo y calle de Roma, hasta donde radica la Hostería.

Los efectos de la riada han tenido los caracteres de verdadera catástrofe, pues al desbordarse e inundar toda la vega de su margen derecha, arrasó todas las siembras y labores en una extensión considerable, ya que puede considerarse perdida la cosecha en todas las fincas rústicas comprendidas desde las enclavadas en la Esgaravita hasta el puente de Zulema.

Pese a las medidas tomadas por nuestras autoridades, que estuvieron en contacto con las de Guadalajara, que anticipaban el aumento de las aguas, no pudieron evitarse los efectos devastadores de la crecida.

A las nueve de la noche hubo necesidad de acudir en auxilio del conserje del Cementerio, por haberse inundado éste.

Donde más violencia adquirieron las aguas fue en la carretera de Pastrana, calle de la Pescadería y Puerta del Vado, donde la inundación convirtió en un verdadero lago tan vasta extensión de terreno. En la calle de la Pescadería se derrumbaron las casas números 29 y 41, sin que, afortunadamente ocurrieran desgracias personales, siendo de lamentar la pérdida de los ajuares modestos de sus moradores.

La fuerza de la corriente penetraba en las casas arrastrando muebles y animales, pereciendo ahogadas 77 ovejas del vecino de Anchuelo don Mariano Prieto. Asimismo fueron destrozados los puentes situados en la tabla Pintora, que unía la finca de La Alvega con la población, de reciente construcción, y el de Jerafín, en donde el guarda Bautista Acebrón y su familia hubieron de subirse al tejado de la casa para salvarse de las aguas que la inundaron, siendo salvados con cuerdas por unos vecinos de Torres y soldados del destacamento de Artillería, distinguiéndose uno de éstos, que con gran arrojo y valentía desafió el peligro, salvando a los que se encontraban sitiados por las aguas.

Es digna de elogio la colaboración prestada por la guarnición militar, y, en su nombre, por el Excmo. General D. Luis de Merlo, que montó un servicio de patrullas a caballo, las cuales prestaron un valiosísimo servicio.

También fueron movilizadas las fuerzas de la Guardia Civil por su Capitán, Sr. Sosa, que constantemente estuvo en los lugares afectados por la inundación.

El Ayuntamiento, que auxilió en todo momento a los siniestrados, cobijándoles en Santa María la Rica, y repartiendo víveres que proporcionó la Intendencia Militar, movilizó a la Guardia Municipal y cuantos medios tenia a su alcance para el salvamento de personas.

Queremos destacar la actuación sobresaliente del Beneficiado de nuestro Cabildo, don Emilio de Miguel, quien con un camión del Seminario se dedicó a prestar auxilio a los vecinos que se encontraban en peligro, desafiando los riesgos y alentando a los demás vecinos que, formando brigadillas, trabajaban denodadamente por salvar del peligro inminente a numerosas familias.

Como anticipo de la información abierta para fijar los daños causados por la inundación, hemos de decir que, aparte del perjuicio de las fincas rústicas, han sufrido en mayor escala las fábricas de cerámica Pinilla y Estela, donde las aguas hicieron verdaderos destrozos, alcanzando las pérdidas a muchos cientos de miles de pesetas y paralizando su producción por bastantes días. También sufrió bastante la fábrica «El Colegio», donde las aguas alcanzaron la altura mayor conocida, ya que llegó al segundo piso de la misma.

Para que nuestros lectores se den cuenta de cuanto decimos, publicamos una extensa información gráfica de los lugares siniestrados.

Es muy digna de destacar la diligencia puesta por el personal de la Eléctrica Castellana, que, habiendo sido destruida la línea de conducción de energía, se apresuró a reconstruirla en pocas horas, para lo que tuvieron que atravesar el río, cuyas aguas les llegaba hasta la cintura.


De esta información pueden sacarse varios datos interesantes. No sólo fue el Henares el que se desbordó sino también el Camarmilla, aunque carecemos de datos estadísticos de este último. Por fortuna parece ser que las aguas de éste no llegaron hasta el casco urbano, probablemente porque, al igual que ocurrió en la riada de los años 70, fueron desviadas por la cuneta de la vía, lo que no impidió que se anegara el cementerio.




El puente de la Alvega antes de la riada y sus restos. Fotografías de la
colección de Ramón del Olmo tomadas de Alcalá vista por Ramón


Las aguas del Henares se llevaron por delante dos puentes, el de la Alvega, situado en la Tabla Pintora, y el de Jerafín, frente al Juncal junto a la desembocadura del Camarmilla, ambos de uso privado. Del primero tenemos dos fotografías publicadas por Ramón del Olmo, una con el puente intacto -de reciente construcción, según el artículo- y otra donde se aprecian sus restos hundidos en el lecho del río. Aunque Ramón del Olmo afirma que lo arrastró la riada de 1951 posiblemente está equivocado, dado que la información del artículo es clara y no he encontrado referencias a una riada en ese año. El puente de la Alvega no fue reconstruido sustituyéndose por una barca, mientras el del Jerafín sí lo fue, algunas decenas de metros ribera abajo, en 1966. Del puente de la Alvega no queda el menor rastro a la vista excepto un estribo abandonado. Del puente antiguo del Jerafín sí se podían apreciar sus restos, quizás porque allí el Henares no está remansado y tiene menos profundidad, hace algunos años, pero desde que la construcción de la variante de la M-300, a finales de la década de 1990, bloqueó los accesos a esta zona del río no he podido comprobar si siguen estando allí.




Estribo del puente de la Alvega, único resto visible de éste


Por último, las dos cerámicas a las que hace alusión se encontraban en la Ronda Fiscal la de Pinilla y en la carretera de Pastrana la Estela, mientras la fábrica El Colegio era el molino de la presa de Cayo, actualmente en ruinas.

Como cabe suponer, hubo más referencias a la riada. En la sección Perfil alcalaíno, firmada con el seudónimo “Z” -desconozco quien estaba detrás-, se hace una reflexión sobre sus consecuencias bajo el título Hazañas del Henares y del Camarmilla:


Desmintiendo la modesta significación con que figuran en la nomenclatura general de los ríos y arroyos de España, plenamente amargas, desoladoras y hasta trágicas, han sido las hazañas de nuestros Henares y Camarmilla en la pasada quincena, desbordados en forma tal que igual no conocieron los más viejos vecinos de hoy ni hay referencia de tanto en las rancias páginas y crónicas seculares de la ciudad.

Llevándose puentes, arrasando tierras, destruyendo muros; sepultando sembrados bajo tupido lodo, sembrando el pánico en determinados barrios de la población, atemorizados ante el peligro de perecer victimas de las arrolladoras aguas, totalmente cubierta de ella extensísima superficie de la vega complutense, al punto de dar la sensación Alcalá de súbita y milagrosamente haber sido convertida en un gran puerto de mar, cierto es, aunque trabajo cuesta creerlo, que aun cuando producido todo por un temporal muy propicio para ello, tales hazañas y tan bravas manifestaciones fluviales pueda tener nuestro Henares, que habitualmente tan mansamente corre y lo disimula con la agravante circunstancia de que por no estar canalizado el caudal prudente que de ordinario lleva ni aun es aprovechado para enriquecer y fertilizar la vega alcalaína ni menos aún que, casi compitiendo con él en tan destructora tarea lo hiciese también el Camarmilla, ordinariamente tan exhausto de aguas, que más que un plácido y dulce arroyo, al cual place acercarse, parece un reseco y árido mal camino de herradura en el recorrido al menos en que baña, o presume bañar, la campiña alcalaína.

Claro es que si cómodamente pensando achacamos estos fenómenos y manifestaciones a castigos del cielo, contando que nada puede hacerse de tejas abajo, cierto es igualmente que, concediendo un poco también a los fueros de la razón, justo es pensar en lo mucho en que podían verse reducidos y mermados los efectos y estragos desoladores de tales crecidas y desbordamientos si las riberas del Henares contasen con la espesa, fuerte y frondosa plantación de ramaje, arbolado y maraña, que tanto encuna la corriente de los ríos y tanto reprime sus fuertes avenidas y crecimientos, en vez de contemplarlas, como hoy están rabiosamente peladas y heladas, sin encanto alguno para la vista, cuando antes frondosa plantación tanto lo proporcionaban, y en muy propicias condiciones ahora, cuando el río «saca el pecho fuera», de que se rompa y se desborde sin obstáculo alguno que se lo impida por donde y como quiera, según últimamente ha hecho.

De esperar es, pues, que esta dura lección que tan rudo golpe ha descargado sobre los lomos y el bolsillo de tantos y tantos perjudicados. no quede desaprovechada, volviendo por los buenos usos y costumbres de tener pobladísimas de tupida plantación las riberas del Henares, cuidándolas, guardándolas y respetándolas a tono y razón con el fin práctico y útil que desempeñan, sin contar como decimos, con el placer que es para la vista y para el espíritu contemplar tan poéticamente marcado el curso de los ríos.


Sensatas palabras que, huelga decir, cayeron en saco roto, por lo que el Henares continuó desbordándose con frecuencia y sólo la regulación de los embalses construidos a partir de los años ochenta consiguió reducir la amenza. Por último, en la contraportada aparecían reproducidas varias fotografías, siete en total, mostrando el efecto de la riada en diferentes lugares de la ciudad. Lamentablemente la calidad de impresión no era demasiado buena, y ni siquiera he dispuesto de un periódico original sino de la copia digitalizada disponible en la Biblioteca Virtual del Ayuntamiento, por lo que salvo algunas de las que he conseguido encontrar copias mejores, el resto es imposible de reproducir. Su autor fue Federico Dreyer, un fotógrafo radicado entonces en Alcalá del que resultaría muy interesante conseguir, si ello fuera posible, su archivo fotográfico.

Estudiemos ahora como registró la riada la estación de aforos de Espinillos. Para empezar, lo primero con lo que nos encontramos es que el caudal medio del año hidrológico 1946-47 fue de 21,37 m3/s, más del doble de los 10,36 m3/s correspondientes a la media del período 1912-2019 en el que existen registros, pero no el más caudaloso ya que fue superado en siete ocasiones y más que doblado por los 56,22 m3/s del excepcionalmente húmedo 1935-36.

Claro está que los caudales medios anuales indican tan sólo si se trató o no de un año lluvioso en su conjunto, pero no dan información sobre la distribución de estas lluvias; teniendo en cuenta que las riadas suelen ser fenómenos puntuales que duran tan sólo unos días en su fase máxima, para nuestro estudio deberemos fijarnos en los caudales medios diarios y, siempre que sea posible, en los instantáneos, de los cuales tan sólo disponemos de mediciones mensuales.

El caudal máximo instantáneo del Henares alcanzó un valor de 572 m3/s el 3 de marzo de 1947, con dos días de antelación respecto al verdadero pico de la riada. En realidad ésta había empezado días antes, puesto que el caudal máximo instantáneo del mes de febrero llegó a unos respetables 502 m3/s, con toda probabilidad a finales de este mes aunque las tablas de la CHT no precisan el día. Asimismo la evacuación del agua acumulada y la vuelta a la normalidad llevó su tiempo, puesto que el caudal máximo instantáneo de abril, cabe suponer que en los primeros días del mes, todavía llegaba a los 71 m3/s.

A modo de comparación, caber reseñar que el caudal máximo instantáneo del 11 de enero de 1970, correspondiente a la que se considera la mayor riada ocurrida desde que existen registros, tan “sólo” fue de 538,40 m3/s, un 6% menos que la de 1947, aunque es necesario advertir que, para cuantificar la magnitud de una avenida, no basta con considerar el caudal máximo, sino también la cantidad total de agua arrastrada por el río y la duración -o intensidad- de la misma.




Caudales medios diarios del Henares en la estación de Espinillos durante la riada
La línea horizontal azul indica el caudal medio anual de 1946-47


Para precisar más la evolución de la riada tendremos que recurrir a los caudales medios diarios, más promediados que los instantáneos pero de los que sí disponemos de suficientes datos. Como referencia contamos también con los valores de los caudales medios mensuales del período 1912-2019, 19,67 m3/s para febrero y 19,92 m3/s para marzo, que se corresponden con los máximos del año. Comparar valores mensuales con valores diarios presenta sus inconvenientes ya que estos últimos no se mantienen constantes durante todo el mes; pero un cálculo aproximado, redondeando a 20 m3/s y dividiendo por 30 días para simplificar los resultados, nos da un valor “promedio” de 0,67 m3/s para los meses de febrero y marzo de cualquier año, lo cual si bien carece de la suficiente exactitud, sí nos permite evaluar la magnitud de la riada.

Yendo a las tablas de los caudales medios diarios comprobamos que febrero de 1947 comenzó con 1,24 m3/s, una proporción respecto al “promedio” similar a la calculada para las medias anuales. Pero esta similitud no tardaría en desaparecer. Tal como se aprecia en la gráfica ya hubo un amago a primeros de este mes, alcanzándose los 28,50 m3/s el día 9. Un segundo pico de 82,5 m3/s se registró el 13, y tras un tercero más moderado de 35,58 m3/s el 18, llegaría la primera gran avenida el 25, todavía en febrero, que acarreó 430 m3/s o, si se prefiere, casi 650 veces el valor esperado en condiciones de normalidad.

Pero lo peor estaba por llegar. Marzo se inició con un caudal de 41,50 m3/s, considerable aunque todavía no peligroso; pero ya en los primeros días del mes el agua comenzó a crecer exponencialmente. El día 3 se registraron 110 m3/s, el 4 fueron 320 y el 5 se llegó al máximo de 540 -unas 800 veces superior a lo normal-, una cantidad ligeramente inferior -recordemos que se trata de la media diaria- a los 572 del caudal máximo instantáneo, que tuvo lugar dos días antes.

Estos datos parecen indicar que la causa principal de la riada no fue tanto el pico de 572 m3/s del caudal instantáneo del día 3, que debió ser relativamente breve puesto que el caudal medio de ese mismo día ni siquiera llegó a la quinta parte del instantáneo, sino los caudales medios diarios acumulados durante éste y los días sucesivos, donde pese a alcanzar valores puntuales más bajos el aporte total de agua fue muy superior.

La riada tampoco remitió a partir del día 5, ya que tal como se aprecia en la gráfica entre el 6 y el 9 el caudal medio se mantuvo por encima de los 500 m3/s, comenzando a remitir el día 10. Y, como estamos manejando caudales medios diarios y no instantáneos, la conclusión es que durante esos días la cantidad de agua arrastrada por el Henares fue ingente. A partir del día 10 la bajada fue rápida, alcanzándose niveles “normales” por debajo de los 100 m3/s -cinco veces más que la media histórica- a partir del día 13.

En días sucesivos se produjo un descenso moderado pero continuo con un ligero repunte a primeros de abril, recuperándose los valores acordes con la serie histórica -14,10 m3/s para abril- tan sólo a finales de este mes. Paradójicamente el resto del año hidrológico, de mayo a septiembre, fue excepcionalmente seco, llegando a estar el Henares a punto de perder todo el caudal durante los meses de verano.

Otra manera de evaluar la magnitud de la riada es considerando la aportación, es decir, la cantidad de agua acarreada durante la riada, comparándola con los valores anuales. La media histórica es de 344 hectómetros cúbicos, mientras la aportación anual de 1946-47 ascendió a los 673,6, aproximadamente el doble.

Pero como acabamos de ver ésta fue muy irregular a lo largo de todo el año, por lo que resulta más preciso fijarnos en los meses en los que tuvo lugar la riada: mientras de octubre a enero -el otoño y el inicio del invierno tampoco fueron especialmente húmedos- la aportación conjunta de estos cuatro meses no llegó a los 13 Hm3, la aportación de febrero fue de 114,37 Hm3, la de marzo 421,19 y la de abril 100,96, mientras en el resto del año, de mayo a septiembre, fue de poco más de 24 Hm3. En consecuencia, tan sólo en marzo se rebasó con creces la media anual histórica, y si consideramos los tres meses de crecida, de febrero a abril, la aportación asciende hasta los 637,23 Hm3, ¡el 95% de la aportación anual y casi dos veces la media anual histórica!

Si a su vez comparamos los datos de 1947 con los de 1970, vemos que la aportación anual de 1947 fue superior en casi un 11% a la de veintitrés años después, mientras la de marzo de 1947 superó también ampliamente a la de enero de 1970 en un 24%. Considerando también los meses anterior y posterior al máximo, la diferencia todavía es mayor: un 31%.

¿Por qué razón se considera a la riada de 1970 la peor de la serie histórica, por encima de la de 1947 pese a la evidencia de las estadísticas? Lo ignoro, pero quizás pueda deberse a que los geólogos utilizan una serie de parámetros estadísticos como el período de retorno, definido como la probabilidad de que vuelva a repetirse un evento, en nuestro caso una riada, de magnitud similar en un período de tiempo determinado.

Además, claro está, de que los daños no dependen sólo de la cantidad de agua ni de su concentración, sino también de otros factores más difíciles de evaluar como, por ejemplo, la urbanización de las zonas inundables, prácticamente nula en 1947 salvo las primeras viviendas del barrio Venecia y todavía incipiente en 1970 -se estaban empezando a construir los primeros edificios del barrio del Val-, aunque queda claro que tanto la riada de 1947 como la de 1970 que hemos tomado como referencia fueron excepcionales pese a estar separadas por tan sólo veintitrés años y entre ambas hubiera otra no menos importante, la de 1961.

Y como las desgracias nunca vienen solas el 6 de septiembre de 1947, apenas medio año después de la devastadora riada, se produjo la explosión del polvorín del puente Zulema, una catástrofe que causó más de veinte muertos y un considerable número de heridos así como numerosos destrozos en la ciudad, siendo aprovechada por el régimen franquista, pese a su carácter accidental, para aplicar una feroz represión que se saldó con numerosas condenas de cárcel y ocho ejecuciones.




Las fotografías reproducidas, salvo que no se indique, están tomadas de la Biblioteca Virtual del Ayuntamiento de Alcalá de Henares y de los siguientes libros:

CABRERA, Luis Alberto, HUERTA, José Félix y SÁNCHEZ MOLTÓ, Manuel Vicente. Memoria gráfica de Alcalá (1860-1970). Brocar. Alcalá de Henares, 1996.

OLMO, Ramón del. Alcalá vista por Ramón. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2004.

FERRANDO, J. Nicolás y SÁNCHEZ MOLLEDO, José María. Alcalá de Henares, patrimonio de la humanidad. Temporae. Madrid, 2018.


Ver también:
El Henares, ese río. La riada de 1961
El Henares, ese río. La riada de 1970


Publicado el 7-7-2023