La Cruz del Siglo, un monumento recuperado





La Cruz del Siglo en la actualidad, acribillada de graffitis



Desde hace algunos días un monumento se alza en los nuevos jardines construidos por el ayuntamiento en los terrenos situados frente a la universidad laboral, en el campo del Ángel. Se trata de una austera cruz de piedra que domina desde su emplazamiento toda la zona situada bajo el talud que limita a este barrio alcalaíno singularizándolo del resto de la ciudad, y merced a esta privilegiada situación la cruz preside así a buena parte de la llanada alcalaína.

En contra de lo que pudiera pensarse, este sencillo monumento no es de nueva creación sino que cuenta ya con una historia de cerca de noventa años; ochenta y seis, para ser más exactos. Se trata, en definitiva, de la antigua Cruz del Siglo, erigida para conmemorar la ya lejana entrada del siglo XX y rescatada recientemente del olvido por el ayuntamiento en una iniciativa digna de toda alabanza por cuanto que con la Cruz del Siglo recupera Alcalá una parte importante de su patrimonio, si no material (la Cruz no puede ser más austera en su construcción), sí sentimental.

No es mi deseo extenderme relatando la historia de este monumento, puesto que para ello nadie mejor que Fernando Sancho, el Luis Madrona que firmara la bagatela titulada Alcalá de Santiuste, publicada en el extinto Nuevo Alcalá hace ya 21 años y que hoy reproducimos de nuevo como crónica fiel que es de la inauguración de la Cruz, puesto que Fernando Sancho fue, en aquel lejano 1 de enero de 1901, testigo presencial de la misma.

Sin embargo, sí conviene quizá recordar algunos puntos interesantes que no vienen reflejados en la crónica de Fernando Sancho, puntos que nos pueden ayudar a conocer los avatares de la Cruz del Siglo, avatares que no fueron precisamente pocos.

Inaugurada, como ya quedó dicho, el día 1 de enero de 1901, fecha de inicio del nuevo siglo (recordemos que en la Era Cristiana no existe el año cero y que por ello los centenarios se inician siempre en los años terminados en uno), la Cruz estaba construida en piedra arenisca descansando sobre un pedestal cúbico de ladrillo reforzado en sus aristas con sillares de piedra. En su base se colocó una caja conteniendo periódicos y objetos de la época. Por fin, una barandilla de forma octogonal circundaba el monumento que se alzaba sobre las entonces tierras de labor que constituían la meseta superior del campo del Ángel.

Pasados cincuenta años la Cruz llegó a la mitad del siglo en un mal estado de conservación, lo que forzó al ayuntamiento de entonces a una primera restauración. También se aprovechó la ocasión para desplazarla de su primitivo asentamiento apenas unas decenas de metros, justo lo suficiente para asentarla en terrenos de propiedad municipal.


Dibujos de José María Málaga pertenecientes al proyecto de restauración de la Cruz del Siglo


No muchos años después la gran expansión urbanística de la Alcalá de los años sesenta la rodearía de edificios por todos lados privándola de su perspectiva tradicional. Primero fueron las viviendas del poblado Antonio de Nebrija, luego la universidad laboral y por fin la barriada de Santa Margarita, que acercó sus edificios hasta el mismo pedestal de la Cruz, una Cruz que se iría desmoronando poco a poco víctima del abandono y de la incuria hasta quedar reducida a un triste muñón, un pedestal semiderruido confinado en un esbozo de jardín encerrado entre el asfalto y el cemento.

Hoy la Cruz del Siglo vuelve a presidir de nuevo Alcalá desde un punto situado apenas a unos centenares de metros de su ubicación original, rodeada por los jóvenes árboles de un nuevo parque y liberada del dogal de ladrillo y cemento en que se había convertido su anterior ubicación. Restaurada por segunda vez en su historia y con la caja recuerdo recuperada y ampliada con documentos de nuestra época, tan sólo queda aguardar a que dentro de catorce años, en el 2001, pueda este monumento cumplir su primer centenario celebrando el inicio del siglo XXI.

Por último, deseo expresar mi agradecimiento a José García Saldaña y a José María Málaga, personas sin cuya ayuda no hubiera podido realizar el presente trabajo.


ALCALÁ DE SANTIUSTE

Hace sesenta y cinco años, concretamente el día 1° de enero de 1901, subí al, altozano llamado Campo del Ángel. No fui solo. Fueron también cientos de chicos y muchas personas mayores para asistir a un acto que ninguno de los que allí subimos podríamos presenciar nunca más. Se trataba de la entrada de la Humanidad en el siglo XX de la era cristiana. Para conmemorarlo, se levantó allí una sencilla cruz de piedra dedicada a Jesús, Rey de los siglos.

Cincuenta años más tarde volvimos a subir unos cuantos supervivientes que quisimos recordar aquella lejana efemérides. Fue un acto emotivo que terminó asistiendo todos a un Tedeum en acción de gracias. Ahora he subido yo solo, pero no pedibus andando, como cuando era colegial de San Luis Gonzaga, en la calle del Gallo. Y no porque me flaqueasen las piernas -todavía no, gracias a Dios-, sino para ponerme a tono con las circunstancias, y por ello me embarqué en el autobús que une aquella barriada del Ángel y las que la circundan con el centro de la ciudad.

Desde arriba volví a contemplar una vez más el paisaje alcalaíno. Antes, se veía desde allí la extensa y ubérrima campiña cuajada de huertas y tierras de labor; los pardos cerros, las altas torres y el austero caserío presidido por la gallarda mole de la Universidad y la esbelta torre de la iglesia de San Justo. Hoy todo queda casi oculto por las enormes moles de ladrillo de las nuevas edificaciones y el complejo, como ahora se dice, de múltiples industrias y factorías que cubren la llanura complutense.

Me acerqué a la Cruz del Siglo, antes solitaria y hoy rodeada de nuevos edificios1. Ante el pequeño monumento incliné mi cerviz musitando una oración por los que se fueron y dando gracias al Señor por haberme permitido llegar a esta altura en la carrera de la vida. “¿Cómo se han portado la Humanidad y este siglo -cuya entrada presencié- en los trece lustros que lleva recorridos?”, me pregunté interiormente. Quede la respuesta para los filósofos, historiadores, sociólogos y estadistas. Yo, como humilde e insignificante átomo en esta supercolosal colmena que es la Humanidad, encuentro a este siglo igual que a sus antecesores. No tengo más que recordar mis leves conocimientos de Historia universal para afirmar que el mundo entero, desde sus comienzos, siempre ha estado con las armas en la mano.

Bien es verdad que los hombres en los tiempos de paz han recuperado el tiempo empleado en la lucha, renaciendo con más fuerza y vigor. Ejemplo vivo es nuestra patria, que a lo largo de una dichosa era de paz y trabajo ha conquistado un bienestar, una potencia y una riqueza que causan la admiración y el respeto de propios y extraños. Alcalá, como es natural, ha participado -en gran escala, por cierto- de este milagroso resurgir. No hay más que contemplar desde el Campo del Ángel esta nueva ciudad. Parece estar limitada, por un lado, desde el primitivo solar romano en tierras del Juncal, hasta el castro árabe del Val, unidos ambos por los cerros que baña el Henares.

Pero, mirando hacia el Norte, veo que hay un ir y venir de grúas, excavadoras, camiones, volquetes y materiales de construcción. Son los preparativos para la erección de la grandiosa Universidad Laboral que se va levantar en los terrenos del Campo del Ángel, antes solitario y triste. Este magno suceso me hace releer otra vez las cartelas que hay en la Cruz del Siglo, unas inscripciones debidas al benemérito y sabio padre Lecanda2, tan aficionado a la epigrafía y autor de la idea de erigir esta pequeña cruz que preside la ciudad. En una leo este versículo de Isaías: “Yo protegeré esta ciudad por respeto mío”. Y en otra, cara a la sierra, se puede leer esta frase de Jeremías: “Si me escuchareis, será para siempre poblada esta ciudad”. Y no puedo por menos de sonreírme pensando que yo he contribuido a aumentar la población con siete Madronillas y otros dieciocho en la tercera generación. Pero -hablando en serio- se ve que ambas inscripciones son como profecías que han visto cumplidas cuantos asistimos a la inauguración de la Cruz del Siglo aquellos que entonces éramos niños. ¿Se refiere, acaso, a nosotros otro letrero que dice: “Alcalá representada por la infancia”? Nosotros, únicamente los niños de entonces, aportamos pequeños donativos para que la idea del padre Lecanda fuese realidad. Pero aquellos niños somos ahora seres maduros. Indudablemente en aquella lejana fecha no fuimos sino embajadores de otros Niños, con mayúscula, que siempre han estado presentes en nuestra historia.

Ellos, lo he dicho siempre, sembraron la semilla de su sangre, a cuyo perenne renacer se debe el engrandecimiento de Alcalá, el Alcalá de Santiuste. Por ellos, grandes y eximios personajes orlaron la gloriosa historia de Compluto. Ahora crece por el lado de la prosperidad material. Ambos estilos, el espiritual y el sano materialismo, pueden conjugarse perfectamente. Indudablemente nuestros protectores, Santos Justo y Pastor, procurarán, si escuchamos la voz del Señor, proteger y salvar nuestra ciudad, como se profetiza en la pequeña y humilde Cruz del Siglo.




1 La Cruz del Siglo se hallaba enclavada en los altos del Campo del Ángel, junto al pozo de la nieve, muy cerca de lo que es ahora la Universidad Laboral. Haciendo honor al versículo de Jeremías: “Si me escuchareis, será para siempre poblada esta ciudad”, según rezaba en la peana de la cruz que daba a la ciudad, Alcalá de Henares se pobló tanto que hubo necesidad de ensancharla por sus cuarto costados y la Cruz del Siglo sucumbió ante la avalancha de las nuevas edificaciones. Y es que los vientos del progreso industrial barrieron por completo a la Alcalá agrícola. Sin embargo, el versículo de Isaías, incrustado en la cara que daba al Norte: “Yo protegeré esta ciudad por respeto mío”, sigue latente. Que lo digan, si no, esos alcalaínos de adopción que han encontrado aquí sus medios de vida.

2 El padre Juan José Lecanda fue prepósito del Oratorio de San Felipe. Ni que decir tiene que el padre Lecanda, autor de varios tratados sobre filosofía, se enamoró profundamente de su patria de adopción, de su sentido histórico y del valor artístico que albergaban sus muros. Él prefirió esta “sequedad severa” a la frescura de su tierra natal, verde y jugosa. Y es que para el padre Lecanda en esta tierra de Castilla “el espíritu se desase del suelo y se levanta, se siente un más allá y el alma sube a otras alturas a contemplar sobre estos horizontes inacabables y secos una bóveda azul y transparente, inmóvil y serena”, tal como le escribió su paisano y amigo del alma don Miguel de Unamuno en un ensayo sobre Alcalá de Henares que todos debiéramos conocer.


Publicado el 11-4-1987, en el nº 1.044 de Puerta de Madrid
Actualizado el 27-3-2007