Recuerdos de mi infancia
La gaseosa La Cervantina




Aspecto actual del antiguo edificio de La Cervantina



Uno de los recuerdos de mi infancia que conservo grabados más nítidamente en la memoria es el de la gaseosa La Cervantina. Era, como su nombre indica, una marca de gaseosa propia de la ciudad de Alcalá, y en aquellos años ya lejanos plantaba cara muy airosamente a la todopoderosa La Casera, la marca más importante en toda España, donde reinaba sin discusión... pero no en Alcalá, donde ambas se trataban de igual a igual y donde sólo de forma esporádica aparecían botellas de otras marcas “exóticas” tales como La Revoltosa, La Gran Vía, La Pitusa o Konga.

Es muy poco lo que conozco del origen de esta gaseosa. Desde luego es anterior a la Guerra Civil, época en la que las fábricas de gaseosas y sifones eran muy frecuentes no sólo en las ciudades y poblaciones de cierta importancia, sino también en pueblos pequeños como Meco o Tielmes, por poner dos ejemplos cercanos. Pese a que en un principio La Cervantina llegó a fabricar sifones -de hecho las fábricas de gaseosas comenzaron siendo, en su mayoría, de sifones-, yo no los llegué a conocer.

Por esta razón para mí La Cervantina era sinónimo de gaseosa... y también, durante unos años, de hielo, puesto que lo fabricaban a escala industrial aunque no en cubitos, como ahora, sino en recias barras que te podías llevar enteras o bien troceadas en dos o en cuatro partes. Asentada inicialmente en un local del Corral de la Sinagoga, donde luego radicaría el taller de forja de los Prades y actualmente se asienta un pub irlandés, en una fecha que no puedo determinar con exactitud, pero que calculo sería hacia finales de los años cuarenta o principios de los cincuenta, la fábrica se trasladó a un edificio de nueva construcción situado en la confluencia de las calles Carmen Calzado y Escritorios, que es donde yo la conocí.

Y como en aquellos tiempos de principios de los años sesenta el frigorífico era todavía casi como un lujo asiático y en casa de mi abuela tan sólo se disponía de una vetusta nevera, se imponía ir a la cercana fábrica de La Cervantina a comprar media barra de hielo con la que enfriar los alimentos hasta que ésta -la nevera era poco más que una caja de hierro con paredes gruesas- se derretía... pero era lo que había. Aunque yo era pequeño la fábrica estaba a la vuelta de la esquina, con lo cual me daban una bolsa con asas y el correspondiente dinero y me mandaban a comprarla; claro está que entonces los niños no estaban tan sobreprotegidos como ahora.

Recuerdo como si fuera hoy que al entrar al oscuro zaguán dejabas a la derecha los establos -entonces todavía quedaban algunos carros de reparto en Alcalá, aunque no demasiados-, los cuales tenían unas llamativas ventanas redondas que se abrían a la fachada de la calle Escritorios. A veces había caballos allí, lo que me producía cierto sobresalto al contemplar esos animales tan grandes y de olor tan penetrante.

Tras cruzar el patio empedrado llegabas al cobertizo del fondo, que era donde estaba instalada la maquinaria y donde despachaban el hielo, todo ello impregnado por el punzante olor del amoníaco que utilizaban como fluido refrigerante. También allí se envasaba la gaseosa, pero ésta se solía comprar en las tiendas de ultramarinos -los supermercados pertenecían todavía al futuro- o bien a los repartidores que la llevaban a las casas. Quizá fuera esta una de las claves del éxito comercial de La Cervantina, su reparto a domicilio, que te permitía comprar una caja, o las botellas que necesitaras, con toda comodidad y sin necesidad de cargar ni con ellas ni con los cascos vacíos; porque, obviamente, todavía no se habían inventado ni las botellas no retornables ni, mucho menos, las de plástico que ahora nos son tan familiares.


Sifones de La Cervantina. Fotografías tomadas de Todocolección


Aunque los sifones de La Cervantina dejaron de fabricarse hace ya muchos años, sus fotografías circulan por internet, en especial en páginas como Todocolección especializadas en la venta de objetos para coleccionistas. Gracias a ellas he podido encontrar hasta tres modelos diferentes, los cuales he ordenado conforme a lo que considero sus respectivas antigüedades.

Entonces las botellas no llevaban pegada una etiqueta de papel, como se haría posteriormente, sino que tenían la marca directamente moldeada -las más antiguas- o, más adelante, serigrafiada en el vidrio con tinta de uno o varios colores. Tal como se puede apreciar en las fotografías, el logotipo de la marca alcalaína varió considerablemente a lo largo del tiempo. En el sifón más antiguo, el de la izquierda, se aprecia que se trataba de un simple óvalo moldeado, en el cual aparecían la marca -arriba-, el nombre de Alcalá -debajo- y las siglas S.A. en el centro, sin ningún tipo de adorno.

Con el tiempo se adoptaría la técnica del grabado, lo que permitió utilizar diseños mucho más sofisticados. Así lo hizo La Cervantina, reemplazando el antiguo por un historiado logotipo -fotografía central- que consistía en una especie de escudo en cuyo interior aparecía dibujada la fachada de la Universidad, mientras en la parte alta del mismo campeaba un medallón con la cabeza de Cervantes que justificaba el nombre de la bebida, todo ello impreso con tinta blanca. El logotipo se completaba con el nombre La Cervantina en letras rojas acompañado del rótulo “AGUAS CARBÓNICAS”, también en rojo, todo ello rematado en blanco con el nombre de la ciudad, “Alcalá de Henares” en la parte inferior.

El resultado, aunque estético, era no obstante demasiado recargado, razón por la cual no es de extrañar que el logotipo fuera modificado de nuevo simplificándose bastante su diseño, aunque manteniéndose el esquema general. Si comparamos la fotografía central con la de la derecha, veremos que desapareció el dibujo de la fachada de la Universidad, convirtiéndose el nombre de la bebida en el principal elemento del mismo. También desaparecería el nombre de la ciudad, sustituido por el número de fabricante, mientras el rótulo “AGUAS CARBÓNICAS” pasaba a ser de color blanco. Sí se mantuvo la cabeza de Cervantes, pero sin el medallón. Por último, se incluyeron también una pluma y una espada, en alusión a la doble condición de escritor y soldado del autor del Quijote, cruzadas en diagonal sobre un pergamino con los bordes superior e inferior profusamente enrollados, aunque de estos elementos tan sólo se podían apreciar sus respectivos extremos, al encontrarse todos ellos por detrás del escudo central, que tapaba el resto.


Botella clásica de La Cervantina (izquierda) y detalle del logotipo (derecha)


Para embotellar gaseosa, al menos durante la etapa que yo conocí en mi infancia, La Cervantina utilizó un modelo de envase similar a las de la práctica totalidad de las numerosas marcas que había entonces en España: botellas de cristal de un litro de capacidad, con un tapón de porcelana provisto de una goma que se cerraba a presión mediante un cierre metálico. Al parecer, según la Wikipedia este tapón había sido copiado de los envases de agua oxigenada, sustituyendo al antiguo sistema en el que una bola de vidrio taponaba la boca de la botella aprovechando la propia presión del gas, y resultaba mucho más fácil de lavar -todavía faltaba bastante para que llegaran los envases desechables- y de rellenar que los engorrosos sifones.

Para logotipo de las nuevas botellas de gaseosa se aprovechó el último diseño del de los sifones, introduciéndose algunas pequeñas modificaciones: se añadió una corona de laurel a la cabeza de Cervantes y se suprimió la frase “AGUAS CARBÓNICAS”, así como el número de fabricante. En compensación, se añadió un texto en la parte trasera de la botella, más extenso que el anterior. Serigrafiado con tinta blanca, rezaba lo siguiente:



Trasera de la botella clásica de La Cervantina


GASEOSA
“LA CERVANTINA”
ELABORADA CON PRODUCTOS
DE PRIMERA CALIDAD
AGUA TRATADA Y FILTRADA

Edulcorante autorizado por
la D.G. de S.
Fabricante nº 3637

ALCALÁ DE HENARES


En su conjunto se trataba de unos diseños bastante originales y complejos de los cuales, por desgracia, desconocemos su autor o autores. Y, casualidad o no, el de las botellas de gaseosa, que perduró sin modificaciones durante bastantes años, acabaría pareciéndose bastante al de su gran competidora, con el conocido icono de la casita con una cara sonriente, característico de La Casera, sustituido por la cabeza de Cervantes.

Las botellas, una vez llenas, se sellaban con un precinto con forma de caperuza, inicialmente de papel y más tarde de plástico, que ostentaba también la marca de la gaseosa. Lamentablemente, no conservo ninguno. Precisamente estos precintos, y en concreto los de papel, tienen también su historia. Dentro de la guerra comercial que mantenían en Alcalá las dos marcas, La Casera y La Cervantina, hubo una época, calculo que sería allá hacia mediados de los años sesenta, en la que ambas iniciaron una promoción consistente en organizar sesiones de cine infantil en las que la entrada eran diez de estos precintos. Una lo hacía en el Teatro Salón Cervantes (el Grande, para los alcalaínos) y la otra en el Cine Cervantes (el Pequeño), y no contentas con ello llegarían incluso a sortear juguetes entre los chavales asistentes. Huelga decir que por aquel entonces yo tenía movilizada a toda mi familia, y a todo aquel que se me pusiera a tiro, para conseguir los ansiados precintos ya que, aunque en casa bebíamos gaseosa -raro era el hogar español donde entonces no se hacía-, tampoco dábamos para tanto. Pero tras algún tiempo, eso se acabó...

Eso sí en casa seguimos bebiendo gaseosa, no recuerdo entonces de qué marca, aunque más adelante, ya veinteañero, acabaría decantándome por La Cervantina, la cual prefería a La Casera al ser menos dulce y tener más gas aunque, a diferencia de la mayoría de los españoles, no me gustaba -ni me sigue gustando- mezclarla con vino, sino que la bebía sola. Y además te la llevaban a casa...




Etiqueta y collarín de las botellas de La Cervantina a principios de los años noventa


Con el paso de los años La Cervantina evolucionaría a la par que su gran rival, sacando al mercado diferentes sabores que complementaban a la gaseosa clásica, o blanca, tal como se decía entonces, tales como el de naranja, el de limón, el de cola o el de manzana... y en especial este último no estaba nada mal. Asimismo iría cambiando la presentación de las botellas: en un principio, y a causa de una nueva normativa que obligaba a incluir la composición y la fecha de caducidad, aparecieron las etiquetas de papel pegadas sobre las viejas botellas tapando el serigrafiado original, en muchos casos ya bastante deteriorado después de tantos usos, pero más adelante desaparecerían éstas siendo sustituidas por otras, también de vidrio pero ya sin serigrafiado alguno y sin el tapón de porcelana, sustituido por un prosaico tapón de plástico que se enroscaba en la boca de la botella.

El diseño de las nuevas etiquetas se volvió mucho más sencillo, conservando eso sí la cabeza cervantina que constituía la seña de identidad de la gaseosa. Asimismo se incluían nuevos datos tales como el nombre del fabricante (E. Prádanos, aunque la titularidad de la empresa había cambiado a lo largo del tiempo), la composición, el registro sanitario industrial (nº 29.992 de Madrid) y la fecha de caducidad, que se marcaba mediante pequeñas muescas en una escala existente en la parte inferior de la etiqueta.

Y llegó el batacazo. El propietario de la fábrica decidió ampliar la producción trasladándose a unas instalaciones de mayor capacidad situadas en una nave industrial del cercano Meco, lo que supondría una inversión importante. Por desgracia fue entonces, a principios de los años noventa, cuando el consumo de gaseosa experimentó un brusco colapso en España, lo que llevó a la desaparición de numerosas marcas provocando que incluso el propio gigante de La Casera llegara a tambalearse. De hecho aunque esta marca, otrora líder indiscutible de ventas en España, sigue existiendo hoy, ya no es ni sombra de lo que fue, con buena parte del mercado copado por las mucho más baratas marcas blancas de las diferentes cadenas de supermercados.

La Cervantina no fue una excepción y también se vino también abajo, agravándose la crisis todavía más la crisis a raíz de la muerte de su propietario, desapareciendo del mercado alcalaíno por vez primera en muchos años.




Etiqueta de la “nueva” La Cervantina a finales de los años noventa


Sin embargo, y cual ave fénix, La Cervantina volvería a aparecer en los establecimientos hosteleros alcalaínos -no así en los supermercados- algunos años después, hacia finales de esa misma década. ¿Milagro? No, simplemente otra embotelladora de gaseosa, de las pocas supervivientes a nivel nacional, había comprado la marca y vendía su propia gaseosa, con la etiqueta de La Cervantina, en Alcalá, aunque ésta ya no se volvería a fabricar en la ciudad que la viera nacer. Las etiquetas de entonces, prácticamente idénticas en su diseño a las anteriores, indican como fabricante a Espumosos Rody, una empresa radicada en la localidad toledana de Madridejos.




Etiqueta y collarín de las botellas actuales de La Cervantina


Tiempo después esta empresa también cerraría, pasando a venderse bajo la marca de La Cervantina la procedente de otra planta embotelladora diferente, también de la provincia de Toledo; se trata de La flor de los Yébenes, asentada obviamente en esta población, aunque en la etiqueta no se indica su nombre, sino tan sólo el número de registro. Quien sí figura como distribuidora es Carbónicas Alcalaínas, con domicilio social en la calle de la Pescadería, aunque en internet el que aparece como tal es una nave industrial de la carretera de Daganzo. Estas etiquetas, por cierto, tienen un diseño completamente distinto del anterior, con letras rojas sobre fondo azul y la cabeza de Cervantes reemplazada por un dibujo de su estatua.




La Isabelita, otra marca complutense de sifones y gaseosas



Aspecto actual de la antigua fábrica de La Isabelita


La Isabelita fue otra marca complutense de sifones y gaseosas. Mucho menos conocida que La Cervantina, con la que compitió durante varias décadas, no he conseguido encontrar la menor referencia a ella en internet ni tampoco fotografías de sus antiguas botellas, pese a la existencia de un activo coleccionismo de las mismas. Tan sólo cuento con mis propios recuerdos infantiles y con lo que le relató a mi madre una de las hijas del propietario de la cual, lamentablemente, no conservé su nombre.

La fábrica estaba situada en el número 4 de la calle Nueva, en el mismo local donde hoy se encuentra la Fábrica del Humor, una sala de exposiciones gestionada por el Instituto Quevedo de las Artes del Humor de la Fundación General de la Universidad de Alcalá. Dado que mi madre tenía amistad con sus propietarios solía acompañarla en sus visitas cuando era pequeño, allá por la década de 1960, y curioso como era acostumbraba a fisgar por la parte trasera del local, estrecho y profundo, que era donde tenían instalada la maquinaria, mientras la delantera estaba la tienda. Recuerdo que entonces envasaban sifones, aunque según el testimonio oral recogido también llegaron a fabricar gaseosas.

La empresa había sido fundada por Dionisio del Olmo hacia 1926, y estuvo en funcionamiento hasta 1972. La marca era propia a diferencia de otras fábricas locales que se adherían a una franquicia, y llevaba el nombre -o el diminutivo- de la hija pequeña del propietario. Esto es todo lo que he podido averiguar, que no es mucho; queda pendiente revisar guías y anuncios de la época para ver si pudiera encontrarse algún dato más sobre esta casi desconocida marca.


Publicado el 1-8-2011
Actualizado el 15-11-2022