Las parroquias medievales de Alcalá (I)





La Magistral-Catedral, en su origen parroquia de San Justo



Dentro de la no demasiado bien conocida historia medieval alcalaína, siempre ha habido un tema que me ha intrigado enormemente: el escasísimo número de parroquias que los historiadores asignan a Alcalá durante esta larga etapa histórica. Antes de continuar adelante conviene recordar un par de cuestiones, necesarias ambas para centrarnos en el estudio de esta cuestión. Primero, que las parroquias medievales no eran únicamente unos meros edificios religiosos sino que, también, constituían las divisiones administrativas de las poblaciones, con toda la importancia que esto conlleva. Y segundo que la Alcalá medieval, sin ser en modo alguno una gran capital, era una villa segundona de relativa importancia, un lugar en el que residían los arzobispos toledanos y frecuentemente los reyes y donde se llegaron a desarrollar importantes acontecimientos como las famosas Cortes de Alcalá o varios sínodos y concilios religiosos, al tiempo que su feria era una de las más importantes de Castilla. Algo bastante más importante que un simple villorrio, en definitiva.

Sin embargo, y a excepción de una única fuente de la que nos encargaremos más adelante, todos los historiadores coinciden en fijar el número de parroquias medievales únicamente en dos: la de San Justo, convertida en colegiata por el arzobispo Carrillo, en Magistral por el Cardenal Cisneros y actualmente con rango catedralicio, la cual tiene aneja, pero administrativamente separada, la parroquia de San Pedro, y la de Santa María la Mayor, primitivamente ubicada en el solar hoy ocupado por el antiguo cuartel del Príncipe, en la plaza de San Diego, trasladada a finales de la Edad Media a la plaza de Cervantes -de la que queda como vestigio la capilla del Oidor- y finalmente, a raíz de la Guerra Civil, asentada en la iglesia del antiguo colegio de Jesuitas, en la calle de Libreros.

Y nada más, lo que resulta realmente ínfimo en comparación con el número medio de parroquias existentes en otras poblaciones castellanas que por entonces venían a ser de un tamaño más o menos similar al de Alcalá. Así, por poner un ejemplo, en Atienza llegó a haber unas doce parroquias de las que hoy se conservan en mejor o peor estado siete, mientras que en Guadalajara fueron alrededor de diez y otras tantas en un Madrid que todavía estaba muy lejos de tener la importancia que luego alcanzaría con la capitalidad. Entonces, ¿a qué se debe esta llamativa diferencia? Se pueden barajar varias hipótesis, pero ninguna de ellas sirve para explicarla fehacientemente.

En primer lugar está el tema de los templos conventuales: Si aun ahora mismo hay un buen puñado de iglesias abiertas al culto en Alcalá, si antes de las desamortizaciones del siglo XIX había todavía bastantes más, ¿qué necesidad había de parroquias si a nuestros antepasados les sobraban lugares en los que oír misa? Bien, esto podía ser cierto a partir de los siglos XVI y XVII, pero no en la Edad Media ya que, en esta época, prácticamente no había establecimientos religiosos en Alcalá; de hecho, tan sólo están documentados el beaterio de Santa Librada, transformado tiempo después en el actual convento de las Claras, y el convento de San Diego, fundados ambos además en la segunda mitad del siglo XV, es decir, ya en las postrimerías del medievo. Luego en la Edad Media no había apenas iglesias abiertas al culto, amén de que es conveniente recordar de nuevo que las parroquias eran además divisiones administrativas de funciones mucho más complejas que las escuetas de dar asistencia religiosa a sus feligreses.

Otro argumento que he oído tendente a justificar esta ausencia de parroquias es el hecho de que la judería y la morería ocupaban una gran extensión del casco urbano de la entonces villa... y, lógicamente, estos alcalaínos no iban a misa. Abunda en el tema el hecho de que Cisneros, a principios del siglo XVI y una vez ocupados estos barrios por cristianos, fundara la hoy desaparecida parroquia de Santiago sobre el solar, y al parecer aprovechando el mismo edificio, de la antigua mezquita, justo en la esquina de la calle de Santiago con la de Diego de Torres. Este hecho limita, ciertamente, la superficie a cubrir por las parroquias medievales cristianas; pero, a mi modo de ver, tampoco resulta suficiente por sí solo.

Por último, tenemos que considerar una hipotética hegemonía de la Magistral, casi tan poderosa como una catedral en su buena época, que podría haber eclipsado al resto de los templos alcalaínos... pero la Magistral no fue sino una simple parroquia hasta finales de la Edad Media, mientras que su poderío le vino dado en su mayor parte por la asociación que hizo Cisneros de la misma a la Universidad; amén de que son muchas las ciudades españolas a las que la existencia de catedral no les ha impedido en modo alguno poseer un buen puñado de parroquias. Y en cuanto al culto a los Santos Niños, aunque éste siguiera manteniéndose vivo, hay que tener también en consideración que las reliquias habían desaparecido a raíz de la invasión musulmana, no volviendo en una pequeña parte sino hasta la época de Felipe II.

No encuentro, pues, ninguna razón que justifique suficientemente esta curiosa circunstancia, la cual resulta aún más llamativa si estudiamos la ubicación geográfica de las dos parroquias; porque, por si fuera poco, ambas estaban situadas de una manera sumamente peculiar en lo que entonces era el recinto urbano: Si bien la de San Justo estaba aproximadamente en el centro de la ciudad -la actual Magistral, al ser construida por Cisneros, se asentó en el mismo solar que ocupara la primitiva iglesia-, no se puede decir lo mismo de la parroquia de Santa María, que inicialmente se encontraba extramuros y bastante lejos además de la cerca de la villa, que por entonces llegaba únicamente hasta la acera oriental de la plaza de Cervantes dejando fuera a ésta. Claro está que es más que probable que en la zona en la que estaba Santa María -la comprendida entre las calles de Libreros y Colegios y entre la plaza de Cervantes y los Cuatro Caños- hubiera un arrabal que justificara la construcción del templo fuera de las murallas de la ciudad; pero lo que se me antoja sorprendente, es que solamente hubiera una, la de San Justo, para todo el recinto amurallado.

Y aquí es donde tenemos que recurrir a la única fuente por mí conocida que cita otras posibles parroquias medievales desaparecidas ya hace siglos: los Anales complutenses1, la historia de Alcalá más antigua -fue escrita en el siglo XVII- y por lo tanto más cercana, con todos sus posibles errores, a la época objeto de nuestro estudio. Los Anales citan en total cinco parroquias aunque varias de ellas, como veremos, en realidad no fueron sino ermitas más o menos importantes: Las ya conocidas de San Justo y Santa María, y las de San Miguel, Santo Tomé y San Juan de los Caballeros. No es mucho lo que nos dice esta obra de las tres últimas, pero sí lo suficiente para excitar la curiosidad.

No obstante, y aunque su existencia está confirmada, no existe la menor certeza histórica -los Anales, en este punto, no son demasiado de fiar- de que San Miguel, Santo Tomé y San Juan tuvieran rango parroquial; de hecho, los investigadores actuales no las consideran como tales, sino solamente ermitas. Eso sí, hay que tener en cuenta que el concepto medieval de ermita era diferente del nuestro, que nos induce a identificar como tal a un templo pequeño; entonces las ermitas se diferenciaban de las parroquias únicamente en que carecían de las atribuciones administrativas y jurisdiccionales de éstas, sin que tuviera nada que ver con su importancia como templo. De hecho éstas podían ser tan grandes, o incluso mayores, que las parroquias, y cuando una parroquia, por las razones que fuesen, perdía su condición de tal, pasaba a ser considerada ermita pese a que la iglesia, como cabe suponer, seguía siendo la misma.

Veamos donde estaban situadas estas tres iglesias que los Anales califican de parroquias. San Miguel se encontraba donde hoy está el convento de las Claras, al sur del casco antiguo, y según el anónimo autor del texto en la época en la que fue escrito, a mediados del siglo XVII, todavía podían apreciarse algunas ruinas del antiguo templo, cerrado al culto en tiempos del arzobispo Carrillo, es decir, a finales de la Edad Media. De hecho, las propias religiosas me confirmaron que aún hoy quedan vestigios en la zona del campanario.

Santo Tomé estuvo ubicada en la actual calle de los Colegios, en el solar que luego fue ocupado por el colegio de la Merced Calzada, hoy desaparecido; este lugar vendría a coincidir con parte de la tapia del Parador que discurre entre los antiguos colegios de Santo Tomás y Basilios, justo frente a la fachada del cuartel de Lepanto.

San Juan de los Caballeros, como quedó dicho, se alzaba frente al lado sur de lo que hoy es la plaza de Cervantes, y en el siglo XV fue absorbida por la parroquia de Santa María, que Carrillo trasladó desde su ubicación primitiva aprovechando el solar para construir el convento franciscano de San Diego, sustituido en el siglo XIX por el cuartel del Príncipe. A propósito de esta parroquia de Santa María, no puedo evitar hacerme eco de un extraño comentario de los Anales según el cual esta iglesia habría estado primitivamente donde hoy se encuentra la ermita de Santa Lucía, justo al lado de la Magistral... hecho realmente difícil de entender y que encaja muy mal con el resto de las fuentes existentes, amén de que no tendría ningún sentido establecer dos parroquias virtualmente contiguas.

En relación con este tema Antonio Castillo, uno de tantos historiadores que las describen como ermitas, da algunos datos interesantes sobre ellas en su obra Alcalá de Henares en la Edad Media2, tales como que Santo Tomé duró hasta 1377 y San Miguel hasta 1516, fecha en que fue levantado en su lugar el convento de las Claras; se refiere probablemente al edificio, ya que el culto había desaparecido según los Anales a mediados del siglo XV; que Santa María fue trasladada a la plaza de Cervantes en 1454 y, por último, que el beaterio de Santa Librada fue fundado en 1481 sobre el solar del hospital medieval del mismo nombre, sito en la calles de los Colegios. No obstante resulta llamativo el hecho de que San Miguel y Santo Tomé -el caso de San Juan es diferente- desaparecieran en fechas tan tempranas, por lo que cabe plantear la hipótesis -por desgracia carezco de datos fehacientes en un sentido o en otro- de que pudieran haber sido fundadas como parroquias perdiendo posteriormente esta condición, lo que explicaría tanto la versión de los Anales, que se harían eco de un recuerdo secular, como la de los historiadores que no dudan en afirmar que, en el momento de su desaparición, eran simples ermitas. Pero insisto, es tan sólo una hipótesis.

Pero volvamos al esquema descrito en los Anales. Considerando estas cuatro -o cinco- parroquias medievales el problema se suaviza, aunque sin llegar a alcanzar ni de lejos el promedio existente en otros lugares; pero la cuestión comienza a complicarse si volvemos a estudiar su distribución geográfica: La parroquia de San Justo, en el centro de la población, y la de San Miguel en el sur tienen su lógica, y también lo tiene la ausencia de parroquia en el norte, puesto que era la zona habitada por moros y judíos; pero lo que ya resulta francamente extraño es que las tres restantes -Santa María, Santo Tomé y San Juan- estuvieran todas muy próximas entre sí y, además, extramuros.

¿Qué podía haber en ese arrabal -luego ocupado en su mayor parte por los edificios universitarios- que justificara la existencia de tres templos cuando en toda la ciudad no había sino únicamente dos? Miguel Ángel Castillo Oreja nos dice que el arzobispo Carrillo amplió en 1454 la cerca que rodeaba Alcalá englobando en su interior a toda la zona comprendida entre la plaza de Cervantes y las puertas de Aguadores y Guadalajara -Cuatro Caños-, junto con una franja en el paseo de los Curas y la ronda de la Pescadería, añadiendo este autor que los terrenos recién incorporados a la villa estarían formados fundamentalmente por huertas y espacios libres de edificación. Sin embargo, hay varios hechos que hacen pensar que en esa zona sí debía haber un importante núcleo de población; no tenía demasiado sentido erigir tres templos, aunque sólo uno de ellos fuera una parroquia -la de Santa María- y el resto -Santo Tomé y San Juan- tan sólo ermitas, en un lugar en el que tan sólo vivieran unos cuantos hortelanos. Además, la historia demuestra que la formación de los arrabales siempre era anterior a la ampliación de las murallas, y no al contrario como sugiere Castillo Oreja en relación a la cerca de Alcalá.

No eran, por otro lado, estas iglesias lo único situado en este barrio extramuros. También en la calle de los Colegios ubican los Anales al ya citado beaterio de Santa Librada, sustituto tardío del hospital medieval del mismo nombre, y junto a él, más o menos donde está hoy la ermita de los Doctrinos, se situaría el hospital de San Lázaro, asimismo desaparecido, todo ello sin contar claro está con el convento franciscano de San Diego construido ya en los albores del Renacimiento... Realmente, bastantes cosas debía de haber en este arrabal para justificar tan alto número de edificios religiosos y seglares.

Son varias las incógnitas que se nos plantean, pues, en torno al tema de las parroquias medievales: Lo menguado de su número, lo peculiar de su distribución, sus características arquitectónicas o la razón por la que desaparecieron sin dejar rastro justo cuando, paradójicamente, Alcalá comenzaba su gran expansión a finales de la Edad Media. Lamentablemente, la escasez de documentación hace que el estudio de esta faceta de nuestra historia local resulte tremendamente complejo, siendo muy problemático poder llegar a alguna conclusión al respecto. Cabe pensar, no obstante, que se pudiera tratar de iglesias de pequeño tamaño y de estilo mudéjar, tal como indica la tónica general de las poblaciones inmediatas a Alcalá que sí han conservado templos de esta misma época. Por lo demás, nos encontramos ante un tema prácticamente virgen en el que los historiadores tendrían mucho que investigar y, lógicamente, mucho que decir.




1 Annales complutenses: sucesión de tiempos desde los primeros fundadores griegos hasta estos nuestros que corren. Edición de Carlos Sáez. Institución de Estudios Complutenses. Alcalá de Henares, 1990.
2 CASTILLO GÓMEZ, Antonio. Alcalá de Henares en la Edad Media: territorio, sociedad y administración (1118-1515). Colección Alcalá Ensayo, nº 12. Fundación Colegio del Rey. Alcalá de Henares, 1989.


Ver también: Alcalá religiosa. Las parroquias medievales de Alcalá (II)


Publicado el 27-7-1991, en el nº 1.250 de Puerta de Madrid
Actualizado el 25-5-2016