El monumento al Descubrimiento





El pasado día 21 de abril de 1986 fue por fin inaugurado el monumento al Quinto Centenario del Descubrimiento de América, erigido en la plaza de los Santos Niños; un monumento que ya desde el primer día ha sido objeto de encendidas polémicas, por motivos tales como el aplazamiento de su inauguración o la utilización de su pedestal como pizarra por parte de algunos grupúsculos políticos, pasando claro está por un conjunto de opiniones para todos los gustos sobre su calidad artística o lo acertado o no de su estética.

No, no cabe la menor duda de que el ya popular astrolabio ha nacido con buen pie, al menos si coincidimos en la teoría de que la indiferencia es siempre mucho peor que la critica más exacerbada... Pero comentemos los hechos con más detenimiento.

Yo, vaya esta aclaración para empezar, no estuve presente en la inauguración definitiva del monumento, aunque sí asistí a la fallida del pasado mes de enero, suspendida como todo el mundo sabe a causa del fallecimiento del señor Tierno Galván, alcalde hasta entonces de la vecina villa de Madrid.

Poco tengo que añadir a lo ya comentado en su día sobre la improcedencia de tal suspensión, salvo quizá anotar la certeza de que los acontecimientos han venido a darme, lamentablemente, la razón. Para empezar, y de acuerdo con las crónicas, han faltado los embajadores de los países hispanoamericanos, que sí estaban invitados a la celebración inicial; y en cuanto al señor Leguina, cuya probable inasistencia fue presumiblemente la principal causa del aplazamiento, al parecer el día de la inauguración debía de tener algo más importante que hacer, puesto que tampoco vino a Alcalá.

Pero dejemos ya esto que, parafraseando a García Márquez, podría definirse como la crónica de una devaluación anunciada, y pasemos a comentar el monumento en sí, algo que me he negado a hacer mientras éste no fuera inaugurado oficialmente; por cierto que, al menos, este lamentable retraso ha servido para poder pulsar las opiniones de todo tipo que, durante estos tres meses, han menudeado en nuestra ciudad acerca del citado monumento.

Las críticas que, todo hay que decirlo, han sido más frecuentes que las alabanzas, se han centrado fundamentalmente en la falta de armonía entre un monumento de línea claramente vanguardista y un entorno, la plaza de los Santos Niños, mucho más tradicional en su trazado. Ante ello, tengo que reconocer que yo también soy de la misma opinión.

Quede clara una cosa: a mí el monumento me gusta, tanto por su diseño como por su simbología, y también encuentro a la plaza de los Santos Niños como el lugar más adecuado para conmemorar un acontecimiento, la entrevista de Colón con los Reyes Católicos, que tuvo lugar muy cerca de allí, en el palacio arzobispal.

Pero a pesar de todo algo falla, y a la vista de numerosos alcalaínos, entre los cuales estoy yo incluido, el maridaje entre el monumento y la plaza no acaba de parecer todo lo perfecto que pudiera y debiera ser. Quizá sea todavía demasiado pronto para juzgar la influencia del monumento en su entorno; recordemos que la Torre Eiffel, desde hace mucho considerada como el símbolo más genuino de París, fue terriblemente criticada por los parisinos de su época y consentida únicamente debido a que se prometió su desmantelamiento una vez hubiera sido clausurada la Exposición Universal de 1889, como reclamo de la cual fuera construida. Pero quizá hubiera sido mejor buscar una mayor armonía en forma de un monumento con el mismo diseño, pero de un trazado más clásico, ya que tan erróneo resulta a mi parecer este caso como el inverso de establecer una estatua de corte clásico en un barrio moderno.

Por lo demás, vuelvo a repetirlo, el monumento me gusta, aunque creo que una modificación de su pedestal lo podría mejorar bastante; de hecho éste es demasiado alto, lo que redunda en una sensación de aplastamiento de su entorno más inmediato. Además, su sección ovalada hace que, al contemplar el astrolabio desde su parte estrecha, como ocurre cuando se mira desde la calle de Escritorios, éste aparezca mucho más desproporcionado que cuando se hace desde la parte ancha, que da un aspecto bastante más armonioso. Desde mi opinión de no experto considero, no obstante, que un pedestal de sección cuadrada o circular y de no más de un metro de altura hubiera supuesto un mayor equilibrio estético.

Algunos pequeños detalles quedan aún por comentar. Las leyendas de los medallones no son apenas visibles al haberse tallado la piedra sin que luego se pintaran las letras de negro para hacer que resaltaran, y una de ellas, la de Antonio de Solís, incurre en un claro error histórico al afirmar (o al menos insinuar) que este alcalaíno estudió en nuestra ciudad, lo que no es cierto.

Pero pese a todo, lo más importante es que Alcalá ha demostrado firmemente su voluntad americanista a pesar de las reticencias oficiales, al tiempo que ha visto incrementado su patrimonio urbanístico con una importante obra escultórica del alcalaíno (y he aquí otro símbolo) Juan Antonio Palomo, el cual, por encima de todo, ha demostrado su saber hacer. Alcalá, una vez más, ha sabido volver a hacer historia.


Publicado el 10-5-1986, en el nº 999 de Puerta de Madrid
Actualizado el 11-4-2007