Juan Caramuel, teólogo, escritor y científico





Retrato de Juan Caramuel. Ilustración tomada de la Wikipedia



Habitualmente, se ha venido considerando tanto a la antigua universidad alcalaína como a las personas -estudiantes y profesores- que pasaron por sus aulas vinculados fundamentalmente a las disciplinas humanísticas con la clara excepción de los estudios de medicina. Sin embargo, y a pesar de esta opinión tan extendida, de nuestra universidad salieron notables científicos que no por poco conocidos dejan de tener una gran importancia en la historia de la ciencia no sólo española sino también europea.

Este es el caso de Juan Caramuel y Lobkowitz, personaje polifacético donde los haya pero cuya importancia fundamental viene del lado de las matemáticas. Nacido en Madrid el 23 de mayo de 1606, Caramuel tenía ascendencia bohemia y flamenca siendo hijo de un luxemburgués y de una alemana, países ambos entonces muy vinculados a la corona española, lo que hizo que Caramuel naciera y se formara culturalmente en nuestro país aunque, como veremos más adelante, acabaría recorriendo años después buena parte de Europa. Niño prodigio que a los diez años resolvía ya complicados problemas de matemáticas y publicaba incluso unas tablas astronómicas, cursó estudios de humanidades en la universidad de Alcalá, razón que justifica obviamente el presente artículo.

Posteriormente tomaría el hábito de la orden cisterciense en el monasterio de Nuestra Señora de la Espina, situado en las cercanías de la ciudad de Valladolid, y a continuación completaría sus estudios en el monasterio cisterciense de Monte Ramo (perteneciente a la actual provincia de Orense) y en la universidad de Salamanca, para acabar doctorándose en teología en la universidad de Lovaina en el año 1638. Ejerció como profesor de teología en Alcalá, en Salamanca y en la propia Lovaina, pero buena parte de su vida discurriría fuera de España al desempeñar importantes cargos eclesiásticos, principalmente en Italia y en Bohemia, tales como unas abadías en Escocia (que al parecer no llegó a ejercer) y en la región alemana del Palatinado, la vicaría general de su orden en Gran Bretaña, la abadía superior de los benedictinos de Viena, la vicaría general de Praga, el obispado de Königratz, el arzobispado de Otranto, el obispado napolitano de Campania y, por último, el de Vigevano, en el Milanesado, donde falleció en 1682. Asimismo sería embajador del rey Felipe IV en la corte del emperador austríaco Fernando III, del que fue protegido como lo fuera también del propio Felipe IV, del infante don Fernando gobernador de los Países Bajos, y del propio papa Alejandro VII.

Como se puede comprobar fácilmente, Juan Caramuel fue una persona sumamente estimada por sus contemporáneos -cuestión esta no demasiado frecuente- hasta el punto de llegarse a afirmar por parte de éstos que si Dios permitiese la desaparición de todas las ciencias, como Caramuel se conservase, él solo bastaba para restablecerlas. Hechos tales como la conversión al catolicismo de más de 30.000 herejes bohemios o el liderazgo de un cuerpo armado de eclesiásticos con el que colaboró eficazmente en la defensa de Praga frente al ataque del ejército sueco en 1648, contribuirían aún más a acrecentar su prestigio.

Sin embargo, y estas son las paradojas del destino, los estudiosos actuales son mucho más críticos con la obra de Caramuel al tachar a este autor de superficial y poco profundo a la par que de falto de originalidad -cuando no directamente plagiario- e, incluso, de extravagante. Y no les falta razón, aún cuando la verdadera importancia de Caramuel venga -y aquí el tamiz de los siglos ha sido decisivo- por sus escritos científicos y matemáticos, como veremos más adelante.

Juicios de valor aparte, lo que no se le puede negar en modo alguno a Caramuel es una notabilísima fecundidad: no menos de 262 obras escritas sobre temas tan variados como la teología (fue un notable y afamado predicador) la gramática, la filosofía, la música (intentó restablecer la escala de siete notas, sustituida entonces por la de seis), la astronomía (que procuró reducir a una ciencia física eliminando de ella todo atisbo de astrología), el derecho, la poesía, la lingüística (estudió varias lenguas orientales, y en especial el chino), la historia, la política, la arquitectura, la pintura...

Pero su importancia fundamental, como ya quedó dicho, hay que buscarla en el plano científico y, más concretamente, en el hecho de que fue receptivo a las nuevas tendencias que por entonces florecían por Europa (no en vano el siglo XVII fue el origen de la ciencia moderna) sirviendo de punto de contacto entre estas nuevas corrientes científicas europeas y la mucho más atrasada en este campo España, aunque el hecho de residir fuera de nuestro país durante gran parte de su vida impediría en la práctica que su influencia sobre la incipiente ciencia española fuera mayor de lo que fue. Así, es importante reseñar que Caramuel fue seguidor de Descartes y que perteneció al círculo de contemporáneos suyos seguidores de las ideas cartesianas, las cuales defendió en varias de sus obras.

Dentro ya de su producción propiamente científica, hay que reseñar obras tales como Sublimium ingeniorum crux (1642), dedicada al problema de la caída libre de los cuerpos tomado sobre una base experimental tal y como lo hace la física moderna; o Mathesis audax (1642), en la que plantea numerosos problemas físicos. Dentro ya de la astronomía, y aunque nunca llegó a ser un astrónomo práctico, sí que realizó varias exposiciones teóricas sobre temas tales como la condición circular de las órbitas planetarias (aquí rebatió, erróneamente, a Kepler, que afirmaba que eran elípticas), o el presunto descubrimiento (también erróneo) de varios nuevos satélites de Júpiter. Independientemente de lo equivocado de sus planteamientos, lo cierto es que Caramuel demostraría ser un precursor en estos campos a la par que sus oponentes.

Pero pasemos a las matemáticas, campo en el que Caramuel habría de brillar con luz propia. A él se debe un ambicioso Cursus Mathematicus (1667-1668) en el que, además de abordar temas arquitectónicos y astronómicos, el autor hace un estudio completo de los sistemas de numeración, del cálculo de probabilidades y de los entonces recién descubiertos logaritmos. Como se ve, se trata de tres importantes campos matemáticos que habrían de tener una importancia capital en siglos venideros (de hecho, la utilidad práctica de los logaritmos no ha sido desplazada sino por las modernas calculadoras) y de los cuales Caramuel fue precursor tanto a nivel europeo como, por supuesto, español, máxime si tenemos en cuenta que en ese mismo siglo XVII nuestro país tendría la desgracia de perder, ya para mucho tiempo, el tren del progreso científico.


Publicado el 28-7-1990, en el nº 1.203 de Puerta de Madrid
Actualizado el 31-1-2006