Manuel Azaña y la II República





Parada militar celebrada el 14 de noviembre de 1937 en Alcalá de Henares
De izquierda a derecha: Juan Negrín, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, el general Miaja y el Campesino



Siempre que oigo hablar de Manuel Azaña asociándolo indisolublemente con la II República me hago la misma pregunta: ¿A qué II República se refieren? Porque durante los ocho años de su atormentada existencia ésta pasó por diversos y dramáticos avatares que convierten en imposible cualquier intento de generalización. ¿Se refieren a la II República de abril de 1931, uno de los más avanzados (si no el que más) proyectos políticos de su época? Es de suponer que sí, pero por desgracia ésta duró tan sólo dos años. ¿Pero saben estos apólogos que otra II República encarceló en 1934 a Azaña? ¿O que en la guerra civil una formación política prácticamente inexistente en 1931 y completamente minoritaria en la coalición gobernante salida de las urnas en 1936 (el Frente Popular) acabó haciéndose con el poder, y no precisamente con el apoyo de los votos, para ya en las postrimerías de la contienda terminar dándole la puntilla a lo poco que quedaba de la España republicana al provocar una nueva guerra civil dentro de la guerra civil?

¿Con cuál de estas Repúblicas nos quedamos? ¿Con la que persiguió al caciquismo implantando un régimen de libertades jamás conocido en España, la que instituyó el sufragio universal y permitió a las mujeres votar por vez primera, la que intentó modernizar nuestro atrasado y empobrecido país? ¿O con aquélla otra que quemó iglesias y saqueó conventos provocando uno de los mayores desastres de nuestro patrimonio histórico, la misma que reprimió las libertades con tanta saña como lo hicieron los sublevados franquistas, la que persiguió y en ocasiones asesinó a quienes no comulgaban con determinadas ideas?

Porque no hubo una única II República sino varias muy distintas, algunas de las cuales no pueden ser esgrimidas precisamente como modelo y ejemplo. La verdadera II República estaba ya muerta mucho antes de que estallara la guerra civil, y quienes detentaban los desgarrados despojos de su cadáver en las postrimerías de su larga y dolorosa agonía nada tenían ya que ver con quienes, como Manuel Azaña, la habían alentado apenas unos pocos años antes; porque, como dijera desgarradamente Ortega y Gasset, “no era eso, no era eso”.


Publicado el 26-4-1997, en el nº 1.522 de Puerta de Madrid
Actualizado el 29-9-2008