El edificio perdido del colegio de Jesuitas




El característico chaflán de antiguo colegio de Jesuitas


Cuando yo era niño uno de los lugares de Alcalá que me llamaban la atención, vete a saber por qué, era la fachada achaflanada del antiguo colegio de Jesuitas, entonces cuartel de Mendigorría y ahora facultad de Derecho, que daba a la plaza de los Cuatro Caños, una perspectiva típica de Alcalá visible desde la calle Teniente Ruiz e incluso desde el inicio del paseo de la Alameda. Aunque entonces yo nada sabía de arquitectura ni de historia del arte, me chocaba esa aparente irregularidad en comparación con otros edificios del casco antiguo, y pese a tratarse de algo puramente instintivo muchos años más tarde pude constatar que no andaba del todo descaminado, puesto que la arquitectura renacentista y barroca típica de los siglos XVI y XVII que yo estaba acostumbrado a ver como parte del paisaje tendía a una regularidad heredada del antiguo urbanismo romano con la que no casaba ese extraño saliente.

Dicho con otras palabras ese llamativo chaflán estaba aparentemente de más, y tuvieron que pasar muchos años hasta que pudiera conocer la razón, aunque para explicarlo deberemos hacer antes una pequeña revisión histórica.

Una vez reconquistada a principios del siglo XII, Alcalá configuró su recinto amurallado de forma aproximadamente circular teniendo por centro la actual Catedral-Magistral, llegando por el este hasta la plaza de Cervantes o, más concretamente, por un trazado que discurría entre la actual línea de fachadas y las calles paralelas de Ramón y Cajal y Cervantes. La principal puerta de esa zona -había otra, la de Aguadores, al final de la calle de Santa Úrsula- era la de Guadalajara, situada al inicio de la calle Mayor entre la actual esquina con la plaza y las citadas calles, posiblemente a la altura del Corral de la Compaña.

A finales del siglo XIV, a causa del crecimiento de la entonces villa, se realizó una importante ampliación de las murallas que englobó al arrabal extramuros de Santa María, llevándose éstas hasta la calle de la Azucena y desplazando las antiguas puertas hasta los Cuatro Caños la de Guadalajara -posteriormente rebautizada como de los Mártires tras la llegada de las reliquias de los Santos Niños en 1568- y la de Aguadores al final de la calle de los Colegios entre la ermita del Cristo de los Doctrinos y el convento de las Carmelitas de Afuera, llamado así por haber sido construido por la parte exterior de la muralla.

Centrándonos en la puerta de Guadalajara o de los Mártires, que es la que nos interesa ahora, cabe decir que estaba situada justo al final de la calle de Libreros, entre el extremo de la fachada del colegio de Jesuitas y la parte del antiguo colegio de los Verdes donde se encuentra actualmente la farmacia.

La puerta, anterior en varios siglos a ambos edificios, no tenía nada de monumental; aunque no se conserva ningún vestigio de ella ni tampoco representaciones gráficas fidedignas, por algunos indicios tales como los grabados de Anton van den Wyngaerde y Pier María Baldi se sabe que era un simple torreón con un arco de entrada en la parte baja, probablemente muy parecido a la puerta de Burgos o a la puerta del Albácar, que desde la calle del Cardenal Sandoval daba acceso a la huerta del Palacio Arzobispal. En realidad en los siglos XVI y XVII las murallas habían perdido hacía mucho su carácter defensivo, pero si se conservaban y se siguieron conservando hasta mediados del siglo XIX en toda España era por razones fiscales, ya que así se obligaba a introducir en la ciudad las mercancías de consumo por alguna de las puertas, las cuales contaban con fielatos -una especie de aduanas municipales- en los que se cobraban los impuestos correspondientes.




Puerta de Burgos, en el interior de la huerta de las Bernardas, en 1988
antes de su derrumbe. Hoy está reconstruida Fotografía de Luis Alberto Cabrera


Puesto que lo que se pretendía con ello era impedir que entrara contrabando sin abonar los arbitrios correspondientes, no es de extrañar que los edificios fronteros a la tapia, más que muralla propiamente dicha, intentaran a veces con permiso, a veces sin él, expandirse más allá de ésta, lo cual en principio no debería afectar a la recaudación municipal; aunque en ocasiones procedían a abrir portillos particulares por los que intentaban colar sus propios suministros sin pagar por ellos.

Volviendo al colegio de Jesuitas es fácil comprobar que, conforme a lo anteriormente comentado, aunque la fachada principal de la calle Libreros quedaba por dentro de la puerta, el chaflán de los Cuatro Caños estaba fuera de ella al tratarse de una ampliación posterior que saltó los límites de la antigua tapia, razón por la que carece de puerta de acceso. No siempre fue así ya que las casas en las que se asentaron los jesuitas en la segunda mitad del siglo XVI quedaban dentro de la muralla, pero años más tarde, posiblemente durante las obras iniciadas en 1620, saltó la cerca creciendo por fuera de ella desde la calle Libreros hasta la Vía Complutense, conforme a la toponimia urbana actual.

La pregunta está en por qué razón se remató la junta de las dos fachadas, la de Libreros y la de Sebastián de la Plaza, con un chaflán que forma un ángulo ligeramente inferior a los 45º en lugar de hacerlo en ángulo recto como hubiera resultado más acorde con el urbanismo de la época, máxime cuando no existían edificaciones que lo impidieran. Lo más probable es que se hiciera para evitar que la puerta quedara encajonada por la parte exterior, mientras el chaflán permitía la comunicación entre las dos alas del colegio.

Asimismo se cerró el hueco que quedaba entre la fachada y la puerta, al final de la calle Libreros, con un espigón que sobresalía perpendicularmente de la fachada unos tres metros por la parte interior, lo justo para albergar una ventana, y se prolongaba otros siete haciendo medianería con la puerta desde -refiriéndonos al estado actual de la fachada- aproximadamente el punto medio entre las dos últimas ventanas hasta el chaflán, donde dibujaba una línea oblicua debido a que la cara exterior del espigón formaba parte del chaflán. Su superficie total, de forma trapezoidal, era de unos 22 m2.


Izquierda, postal de 1915 de la calle Libreros. Bajo la flecha roja se aprecia el antiguo espigón del Colegio de Jesuitas
Derecha, fotografía de la fachada actual en la que las flechas negras indican el empalme entre la zona vieja y la nueva


El derribo de la puerta en 1853, pretendidamente para construir en su lugar una nueva más monumental de la que se conoce incluso un boceto que nunca se llevó a cabo, dejó al espigón sobresaliendo sobre la acera de la calle Libreros para disgusto del Ayuntamiento, que durante más de medio siglo intentó en repetidas ocasiones que se eliminara sin que el Ejército, propietario del edificio, accediera a sus pretensiones. Tal como relata Luis Miguel de Diego1 no fue sino hasta 1928 cuando al fin pudo ser demolido el antiestético espigón. Esto obligó a rehacer la fachada de la calle Libreros para cubrir el hueco dejado por éste, algo que se hizo con bastante habilidad mimetizando la obra nueva con la existente -al ser una medianería con la puerta no tenía ni ventanas ni fachada- aunque fijándonos con detalle se puede apreciar el empalme entre ambas partes.

Queda la duda de como se resolvió el remate del chaflán y más concretamente del frontón superior, ya que no conozco ninguna fotografía anterior a la intervención en la que aparezca este último; no obstante, puesto que el borde del muro sí fue recortado, cabría suponer que también lo fuera el extremo del frontón en caso de que éste hubiera abarcado toda la anchura de la fachada del chaflán. Puesto que los efectos de esta amputación, si existió, fueron reparados, caben dos posibles explicaciones: o bien se rehizo la inclinación de la cornisa para hacerla coincidir con la nueva esquina del muro, o bien se reconstruyó el frontón por completo.

La primera hipótesis es fácil de descartar, ya que habría provocado una asimetría entre las dos partes del frontón, tanto en su longitud como en la inclinación de la cornisa, que no se aprecia a simple vista. Respecto a la segunda, y sin poder asegurarlo al carecer de una referencia anterior a la intervención, sí existe un detalle que me llama la atención: si nos fijamos en las ventanas comprobaremos que hay unos lucernarios situados a mitad de distancia entre ellas, mientras la ventana superior del frontón está descentrada respecto al eje de éstos pero justo debajo de la cúspide del frontón que coincide además con el eje central de la fachada. Por el contrario, en la fotografía de 1903 que reproduzco más adelante, los lucernarios sí parecen estar en la mitad de la fachada, entonces más ancha que ahora. Esta falta de simetría actual es precisamente lo que habría ocurrido al reconstruir el frontón con una anchura menor tras el recorte de la fachada por el lado de la calle Libreros. Puede, no obstante, que se trate de una casualidad, y mientras no dispongamos de una fotografía anterior a la demolición del espigón donde se aprecie también el frontón no podremos confirmarlo o, en su caso, descartarlo.




Detalle del frontón que remata el chaflán


Existe una tercera posibilidad, que el frontón no abarcara la totalidad de la anchura de la fachada del chaflán dejando fuera la parte correspondiente al espigón; de haber sido así la demolición de éste no le habría afectado, quedando el vértice de ese lado justo en la nueva esquina. Ciertamente su aspecto original no habría resultado demasiado estético, pero a favor de esta hipótesis existe un detalle a tener en cuenta.

El edificio de la calle Libreros tiene en la actualidad un tejado a dos aguas en toda su longitud, pero cuando se construyó el espigón el Ayuntamiento exigió que las aguas de éste no vertieran sobre la vecina puerta, razón por la cual en las fotografías de la cara interior del espigón se aprecia que tenía un tejadillo perpendicular al del edificio principal que vertía al rincón que formaban ambos. Debido a la falta de documentación gráfica desconocemos lo que ocurría por la parte del chaflán, pero suponiendo que tampoco vertiera aguas sobre la puerta como parece lógico, también debería existir por allí un tejadillo inclinado hacia el exterior, el cual vertería por el borde del chaflán en la parte correspondiente al saliente del espigón, a diferencia del tejado que cubría el vecino frontón. Las dos vertientes del tejadillo derivarían el agua de lluvia procedente del tejado principal bien al rincón de la calle Libreros, bien al borde del chaflán vecino a la puerta.




Ampliación de la postal de 1915. La flecha indica el
tejadillo del espigón, aparentemente a dos aguas


La falta de fotografías impide comprobar esta última alternativa, pero ampliando alguna de las que muestran la cara interior del espigón se aprecia que el tejadillo que lo remataba era aparentemente a dos aguas, por lo cual la parte que cubría del chaflán habría quedado fuera del frontón cuyo propio tejado vertería, salvo en el rincón formado por el tejadillo, hacia la calle Libreros. Al desaparecer el tejadillo y la parte de muro que cubría, el chaflán adquiriría su aspecto actual con el frontón abarcando toda la anchura.

El deseado derribo del espolón no le salió gratis al Ayuntamiento; según de Diego esos algo más de 22 m2 fueron permutados por una parcela casi diez veces mayor situada entre el chaflán y la fachada lateral del edificio que daba a la actual calle de Sebastián de la Plaza, entonces parte del camino que conducía al convento del Santo Ángel o Gilitos; el Ejército aprovechó el terreno para construir años después una vivienda para los jefes de las unidades militares destinadas en el cuartel. Por cierto no busquen el edificio de Sebastián de la Plaza, puesto que éste es precisamente el edificio perdido al que hace alusión el título; pero no nos anticipemos.




Tras la fuente de los Cuatro Caños se aprecia parcialmente la vivienda
del jefe del cuartel. Fotografía de Baldomero Perdigón de 1963


Como veremos más adelante el terreno permutado por el Ayuntamiento a cambio del espigón formaba un rincón entre ambas alas del colegio, la de la calle Libreros y la de Sebastián de la Plaza, ya que esta última sobresalía varios metros. La razón nos la explica Carmen Román Pastor en su libro Arquitectura conventual de Alcalá de Henares2: el colegio sufrió importantes remodelaciones y ampliaciones en 1680 y 1747, siendo en esta última cuando se incorporaron unos terrenos cedidos por el Ayuntamiento fuera de la puerta de Mártires, por lo que cabe suponer que el adelanto de la fachada sobre el chaflán provenga de esa intervención puesto que en un plano de 1680 el chaflán ya existía, pero el edificio de Sebastián de la Plaza estaba alineado con éste.




Plano del colegio de Jesuitas de 1680. La calle Libreros está debajo, la de Sebastián
de la Plaza a la derecha y el chaflán en el ángulo inferior derecho. Ilustración tomada
de Arquitectura conventual de Alcalá de Henares, de Carmen Román Pastor


Aunque el cálculo es aproximado, si dividimos los 6.000 pies superficiales cedidos por el Ayuntamiento, equivalentes a unos 560 m2, por los alrededor de 75 metros de longitud de la fachada entre la Vía Complutense hasta el borde del chaflán -hay que tener en cuenta que el solar no era exactamente rectangular-, sale una anchura de unos siete metros o siete metros y medio, coincidente con lo que todavía hoy sobresale la línea de fachada del actual edificio. Puede que sea tan sólo una coincidencia, pero mi opinión es que se debió de ensanchar o derribar el edificio anterior, lo que provocó esa llamativa ruptura de la alineación de las fachadas.

Carmen Román indica también que los jesuitas aprovecharon esta ampliación para ubicar la botica y el cuarto del labrador; dado que éstos poseían varias fincas en Alcalá, cabe suponer que este último estuviera relacionado con las labores agrícolas. Por otro documento recogido por esta historiadora sabemos que allí, además de la botica y la rebotica, había tres aulas de filosofía y diversas dependencias agrícolas como los graneros, la cuadra, una oficina y la librería vieja.

Un cambio radical tuvo lugar a raíz de la expulsión de los jesuitas en 1767, que dejó vacío el colegio. Como es sabido algunos años después, en 1776, un proyecto de reforma de la Universidad, que a la postre resultó efímero, decretó la segregación de ésta del Colegio Mayor de San Ildefonso que hasta entonces la había tutelado, no sólo institucional sino también físicamente puesto que la Universidad ya emancipada del Colegio Mayor se trasladó al colegio de los Jesuitas, lo cual motivó otra profunda remodelación del mismo bajo la dirección de Ventura Rodríguez, dándole el aspecto que ha llegado hasta nosotros.

Siguiendo a Carmen Román nos encontramos con el hecho no tan conocido de que la Universidad no ocupó la totalidad del colegio, sino tan sólo la parte noble del mismo -la de la calle Libreros- y la iglesia, que fue convertida en paraninfo. La parte oriental, es decir el edificio perdido, fue vendida en 1782 a un particular que lo utilizó como casa de labor, destinándose el producto de la venta a sufragar las obras de reconstrucción del resto del colegio. El esfuerzo fue baldío puesto que la Universidad volvió a reunificarse en 1797 con el Colegio de San Ildefonso, siendo convertida en cuartel la parte del colegio de Jesuitas que había ocupado ésta.

Tras la vuelta de los jesuitas en 1827, una nueva expulsión en 1835 decretada en el marco de la desamortización de Mendizábal supuso la secularización definitiva del colegio, que volvió a ser cuartel con el nombre de Mendigorría -eran los tiempos de la guerra carlista- recuperando en 1859 la parte que había sido vendida en 1782. Su uso como cuartel perduró hasta 1980 albergando diversas unidades militares, las últimas pertenecientes a la Brigada Paracaidista, y tras su marcha quedó vacío hasta su adquisición por la Universidad, que en 1990 lo sometió a una nueva remodelación para transformarlo en la sede de la facultad de Derecho.




Detalle del parcelario de 1870 con la planta del colegio de Jesuitas
1. Espigón de la muralla. 2. Chaflán y rincón. 3.- Edificio desaparecido


Y ahora veamos lo que sucedió con el edificio perdido. Tanto éste como el rincón que formaba con el chaflán se aprecian perfectamente en el parcelario de 1870 -o 1860 según las fuentes-, así como el espigón de la fachada de la calle Libreros. El edificio perdido, que entonces pertenecía de nuevo al cuartel, aparece dibujado en su totalidad pero sin detallar su interior a diferencia del edificio principal, pudiéndose precisar tan sólo que discurría desde los Cuatro Caños hasta la actual Vía Complutense para enlazar con éste por su parte trasera. Entre las dos partes del colegio, salvo por los dos extremos, se aprecia un amplio patio dividido al parecer por una tapia interna. Dado su uso anterior como casa de labor cabe suponer que no conservara su estructura original, aunque tampoco sabemos el uso que le dio el Ejército a raíz de su recuperación.

Tampoco disponemos de mucho material gráfico, aunque he conseguido encontrar dos interesantes fotografías que permiten saber como se conservaba, al menos por el exterior, a principios del siglo XX. La primera, perteneciente al archivo de José María de la Peña a quien agradezco su amabilidad, está datada en 1903 y recoge un aspecto de la feria de San Bartolomé en la plaza de los Cuatro Caños -entonces la fuente no estaba allí, sino en la plaza de San Diego-, cercana al peaje de ganado de las eras de San Isidro. Aunque la fotografía tiene interés costumbrista, lo que nos interesa ahora es el lugar que aparece en ella, que no es otro que el rincón formado por el chaflán del colegio y la fachada lateral del edificio perdido. Todavía no se había demolido el espigón, por lo que la parte sur de la fachada del chaflán, a la izquierda de la fotografía, conservaba su aspecto original incluyendo, si nos fijamos, los restos de la medianería que lo separaba de la antigua puerta. Y también, si la comparamos con una fotografía actual, comprobaremos que la distancia que separaba las ventanas de la izquierda de la esquina era superior a la actual debido a los aproximadamente tres metros que se recortaron al suprimir el espolón. Es una lástima que no aparezca el frontón, lo que nos habría permitido apreciar como fue modificado para disimular la amputación.




El chaflán de Jesuitas y el rincón en 1903. Colección de José María de la Peña


Otros detalles que aparecen en la fotografía son la fachada lateral del edificio perdido, con al menos tres hileras de ventanas y una pequeña construcción con tejadillo a dos aguas, probablemente un acceso abierto al mismo acompañado de una garita.

Aunque en esta fotografía no aparece la fachada principal, es decir la de Sebastián de la Plaza, disponemos de otra que nos permite conocer su apariencia, o al menos de parte de ella. Fechada en la década de 1920 y tomada por E. de Nueda, fue publicada por Manuel Vicente Sánchez Moltó en el libro Memoria gráfica de Alcalá (1860-1970)3. En realidad reproduce el poco conocido y desaparecido abrevadero que existió en el solar de la residencia militar de la plaza de los Cuatro Caños, pero al fondo aparece incompleta -sólo se aprecian tres ventanas- la fachada que ahora nos interesa, quedando fuera de encuadre no sólo el resto de la fachada que se prolongababastante más, sino también el chaflán y el edificio de la calle Libreros -el espigón ya había sido demolido- ocultos por la esquina de éste así como el solar de la vivienda del jefe militar, que desconozco si entonces estaba construida.




El abrevadero de los Cuatro Caños. Fotografía tomada de Memoria gráfica de Alcalá (1860-1970)


Por lo que refleja la fotografía el edificio desaparecido constaba de dos alturas, tenía un zócalo de sillares y estaba construido en ladrillo, mostrando un aspecto bastante similar al de su vecino. No aparece ninguna puerta pero es probable que la hubiera en la parte que falta, y su estado de conservación, a juzgar por lo que se ve, debía de ser bastante deplorable.

Existen varias fotografías aéreas en las que se aprecia en su totalidad el colegio de Jesuitas, variando tan sólo el ángulo del encuadre. Aunque en la mayoría de ellas no he podido determinar con exactitud las fechas en las que fueron tomadas, en todas aparece demolido el espigón y la fachada reconstruida, lo que las haría posteriores a 1928 y probablemente anteriores a la Guerra Civil tal como la que reproduzco, tomada en 1932. También tienen en común que el edificio de Sebastián de la Plaza se conserva intacto manteniéndose el rincón que formaba con el chaflán, en el que todavía no había sido construida la vivienda.




Detalle de una fotografía aérea de 1932


En el Archivo General Militar de Ávila se conserva una fotografía aérea tomada durante la Guerra Civil, período del que no cabe duda ya que en ella aparecen destruidas la Magistral y la parroquia de Santa María mientras el Palacio Arzobispal, incendiado pocos meses después de terminar ésta, permanece intacto. Al parecer fue tomada por la Legión Cóndor en 1938, y muestra una vista cenital de la totalidad del casco urbano, lo que la convierte en un documento extremadamente útil para conocer su estado durante esos duros años. Aunque para nuestros propósitos no da tantos detalles sobre el chaflán como la anterior al haberse tomado desde una altura muy superior, sí nos permite apreciar que en esa fase postrera de la Guerra Civil el edificio de Sebastián de la Plaza permanecía aparentemente incólume. Pese a tratarse de un cuartel y por consiguiente un objetivo militar, no existe la menor referencia de que pudiera ser dañado en los meses finales de la guerra, por lo que todo mueve a pensar que su derribo debió de ocurrir con posterioridad a ésta.




Detalle de una fotografía aérea de 1938. El edificio perdido está
marcado por el óvalo rojo. Fotografía cedida por el AGMAV


¿Cuándo desapareció éste? Aunque no he podido determinar con exactitud la forma en la que ocurrió, al menos creo haberla podido datar con una razonable precisión. Según publicamos en Alcalá de Henares. Crónica general4, a finales de 1943 el Ejército emprendió unas obras de ampliación del cuartel de Mendigorría con la construcción de una serie de pabellones que cerraban el antiguo convento de Jesuitas por su parte lateral y trasera, correspondientes a las actuales calles de Sebastián de la Plaza y Vía Complutense; aunque no puedo afirmar con certeza si todavía existía el edificio y éste fue demolido o si, por el contrario, había desaparecido antes, lo más probable es que fuera demolido entonces. En cualquier caso no quedó el menor rastro suyo siendo sustituido por unos barracones en torno a un patio central separados de la calle por una tapia en la que se abría un portón por el que entraban y salían los vehículos del cuartel. Sorprendentemente no he conseguido ninguna fotografía de éstos, pese a haber perdurado hasta la década de 1980.

En cuanto a la vivienda, que tampoco aparece en la fotografía de 1938, cabe suponer que fuera construida a la par que los barracones, siendo demolida junto con éstos durante las obras de adaptación del colegio para facultad de Derecho, construyéndose en su solar la actual entrada a la facultad.




Vista aérea del antiguo colegio de Jesuitas en 1967


El nuevo edificio, pese a estar incluido en pleno casco histórico, no respetó en absoluto las normas de protección que se supone son de obligado cumplimiento, siguiendo una estética que, gustos personales aparte, no concuerda en absoluto con su entorno ni con lo que se conserva del antiguo colegio de Jesuitas, presentándose al exterior como un insulso muro de ladrillo -moderno, por supuesto- sin el menor hueco y con la única decoración de una serie de lápidas de piedra con los nombres de juristas famosos.




Aspecto actual del lugar donde se encontraba el antiguo edificio


Pero ya se sabe, todo aquello que no se permite, y me parece bien, a los particulares, es papel mojado para las instituciones que, lejos de dar ejemplo, hacen impunemente de su capa un sayo con infracciones tan notorias como las de la Universidad (ampliación de la facultad de Económicas, ampliación de la facultad de Derecho, demolición de la escalera y la capilla del colegio de San Pedro y San Pablo), el Ayuntamiento (biblioteca Cardenal Cisneros, Capilla del Oidor, mercado municipal), la Comunidad de Madrid (ampliación de la Casa de Cervantes, murallas de Cardenal Sandoval) o la Administración Central (Parador Nacional de Turismo, y menos mal que la parte discordante se ve poco desde la calle)... y gracias a que algunos proyectos de restauración todavía peores como la iglesia del Carmen Calzado o la linterna y la torre de Basilios pudieron ser parados a tiempo. Esto es lo que hay.




1 DIEGO PAREJA, Luis Miguel de. Aportaciones para el estudio urbanístico de Alcalá de Henares: la demolición del espigón o saliente a la calle de Libreros del convento de Jesuitas. Anales Complutenses, volumen VIII. Institución de Estudios Complutenses (1996).
2 ROMÁN PASTOR, Carmen. Arquitectura conventual de Alcalá de Henares. Institución de Estudios Complutenses (1994).
3 CABRERA PÉREZ, Luis Alberto, HUERTA VELAYOS, José Félix y SÁNCHEZ MOLTÓ, Manuel Vicente. Memoria gráfica de Alcalá (1860-1970). Brocar, Asociación bibliófila y cultural (1996).
4 DIEGO PAREJA, Luis Miguel y CANALDA CÁMARA, José Carlos. Alcalá de Henares. Crónica general. Brocar, 2001.


Publicado el 9-2-2024
Actualizado el 3-3-2024