Alcalá en el libro de Carlos Morla
En España con Federico García Lorca





Conocí la existencia de la obra de Carlos Morla Lynch, así como la de su propio autor, gracias al recién publicado libro de Pilar LledóLuces y sombras en tiempos de paz1, en el que recoge las diferentes reseñas de sus frecuentes viajes a Alcalá en compañía nada menos que de Federico García Lorca, aunque según comenta Morla también coincidió en nuestra ciudad, generalmente en la Hostería del Estudiante, con numerosos miembros de la intelectualidad española de la época, con razón denominada la Edad de Plata, por desgracia diseminada, cuando no exterminada durante los convulsos años de la Guerra Civil.

Me apresuré, pues, a conseguir el libro, que para mí fue toda una sorpresa empezando por la personalidad del propio Carlos Morla, un diplomático chileno enamorado de nuestro país hasta el punto de integrarse plenamente en su bulliciosa vida cultural, y en el que fijó su residencia, ya en tiempos del franquismo, una vez retirado de la carrera diplomática. Falleció en Madrid el 15 de enero de 1969, siendo enterrado en la sacramental de San Justo.

Nacido en París -su padre era también diplomático- en 1885, aunque algunas fuentes retrasan su nacimiento a 1888, desempeñó varios destinos hasta que en 1928 llegó a Madrid procedente de la capital francesa, donde también se había codeado con los intelectuales galos de la época. Pese a que no llegó a ser nombrado embajador, perteneció al personal diplomático de la embajada hasta el final de la Guerra Civil, durante la cual quedó como responsable máximo de la legación tras la marcha a Chile del embajador. Como tal dio asilo, salvando de una muerte cierta, primero a refugiados derechistas que habían quedado atrapados en el Madrid republicano y posteriormente a refugiados republicanos que lo fueron a su vez tras la implantación a sangre y fuego de la dictadura franquista, aunque no pudo hacerlo con su amigo íntimo Federico García Lorca, asesinado en Granada en agosto de 1936. En reconocimiento a su labor humanitaria en abril de 2017 el Ayuntamiento de Madrid acordó bautizar con su nombre a una calle del barrio de El Pardo.

Durante la década larga que residió en España Morla, como ya he comentado anteriormente, se integró por completo en el mundillo intelectual madrileño dando perfectamente la talla, puesto que no sólo era un hombre muy culto que dominaba varios idiomas, sino que además escribía y componía -puso música a varias poesías de García Lorca- y aficionado a las diferentes artes, incluyendo el toreo por el que sentía un gran interés. Fruto de su estancia en nuestro país fueron unos diarios que años después convirtió en libro con el título En España con Federico García Lorca, publicado por vez primera en 1957 y reeditado en 1958 y en 2008, siendo esta última edición2 la que yo he consultado.

Aunque el libro aúna la crónica de un testigo privilegiado de unos años trascendentales de la historia de nuestro país con una calidad literaria más que aceptable, por lo que su lectura es más que recomendable, en esta ocasión nos interesa la impresión que a Morla le infundió nuestra ciudad, relatada con gran frescura. La primera referencia que aparece en el libro está fechada en septiembre de 1931, y dice lo siguiente3:


He pasado el día en Alcalá de Henares con Federico y otros más en casa de nuestro amigo, el capitán Francisco Iglesias -Paco, para sus íntimos- que ha tenido su hora de celebridad, y aun de gloria. Es también parroquiano de nuestra tertulia madrileña.

Los capitanes Iglesias y Jiménez han provocado hace dos años la admiración del mundo atravesando en su avión, sin escala, el océano Atlántico, del viejo continente al continente hispanoamericano, que enseguida recorrieron, en toda su extensión, de norte a sur, para luego remontarlo en dirección inversa por el lado del Pacífico.

Aprecio y estimo al capitán porque es bondadoso, sencillo y modesto y, a un tiempo, enérgico y «grande».

(...)

-El apogeo de la epopeya -me dice Federico mientras avanzamos hacia el villorrio cervantino-, el instante de la real apoteosis, la gran victoria, la realizaron Jiménez e Iglesias, como anteriormente los Lindbergh y los Bleriot, a la hora suprema en que, confiados en el destino de sus alas, tan frágiles y vacilantes, se hallaban suspendidos entre dos abismos cara a cara con la muerte.

(...)

El capitán nos lleva en seguida a merendar una tortilla de patatas -la clásica tortilla española- a la incomparable Hostería del Estudiante.

La Hostería del Estudiante, de Alcalá de Henares, con su inmensa chimenea de piedra y sus asientos, junto a ella, cubiertos de cueros de ovejas, es uno de los sitios en que uno se siente bueno y amigo de todo el mundo.


El capitán Francisco Iglesias (El Ferrol, 1900 - Madrid, 1973) fue uno de los pioneros de la aviación española. En 1929, junto con el también capitán Ignacio Jiménez, a bordo del Jesús del Gran Poder realizaron uno de los más afamados raids aéreos de su época, logrando atravesar sin escalas el océano Atlántico recorriendo los 6.540 kilómetros de distancia que separan Sevilla de Salvador de Bahía, en Brasil. En esos años Iglesias vivía en Alcalá, puesto que estaba destinado en el aeródromo de nuestra ciudad.

Hemos de saltar seis meses, hasta el 13 de marzo de 1932, para encontrarnos con esta segunda cita en la que de nuevo manifiesta Morla su gusto por la Hostería4:


Hoy, en una tarde maravillosa hemos ido, Bebé y yo, con Rafael Martínez a Alcalá de Henares. Me cautivan sus casonas. La Posada del Estudiante, los cafés y las pastelerías donde se alinean como «niños buenos» los tocinillos de cielo. Tenemos mucha hambre y nos instalamos a tomar un rico jamón serrano con café.

La noche ha caído y unos cuantos chiquillos rodean el coche. Les distribuyo unas pesetas que llevaba en el bolsillo. Felicidad de los chicos. Uno de ellos, comunicativo, nos cuenta que «está enfermo del pecho» y que lo han tenido en la Sierra... todo eso con una alegría inmensa, como si fuera una gran ventura.

El regreso por la carretera oscura, llena de visiones, tiene su encanto.


Al menos en esta ocasión ya no tilda a Alcalá de villorrio cervantino... La tercera visita tardó bastante menos en llegar, ya que tuvo lugar los días 30 y 31 de julio de 1932 e incluyó una noche de pernocta en casa del capitán Iglesias, de cuya hospitalidad se hace lenguas nuestro escritor aunque la descripción de la velada es demasiado larga para recogerla aquí, por lo que reproduzco tan sólo las menciones a Alcalá5:


El capitán nos ha invitado a cenar en su casa de Alcalá de Henares. La ruta me cautiva a pesar de la oscuridad reinante. Un tren atraviesa las tinieblas como una culebrilla de fuego. Paco y un grupo de nuestros amigos de siempre nos esperan. Falta Federico, que sigue con su «Barraca».

(...)

A las doce, desayunamos -horas españolas de hacer las cosas- y salgo a andar solo por la ciudad, que se halla sumida en una atmósfera de canícula. Todo me place en Alcalá de Henares: las calles, las plazas, las avenidas de pinos, las arcadas de piedra, la gente y los burritos que pasan y, sobre todo, sus jardines llenos de rosas que el calor deshoja.

(...)

A la hora del crepúsculo, el regreso a Madrid en el tren y en coche de segunda. Me dicen que sólo los príncipes y los tontos viajan en vagón de primera.


Es evidente que Morla le iba cogiendo el gusto a Alcalá. Hemos de saltar ahora al 16 de octubre de 1932 para encontrarnos con el relato de su siguiente viaje6:


Un amigo trae después su automóvil y lleva a todo el grupo a dar un paseo a Alcalá de Henares.

(...)

Por las calles tortuosas de la ciudad natal de Cervantes, llegamos hasta la plaza. Siempre ese hormiguero de gente que circula por todos lados sin rumbo fijo. Kachina desciende del coche con Federico y conmigo para vagar por esas arcadas bajas de piedra que sostienen viviendas viejas.

Vagar... Andar y andar sin saber adonde ni con qué fin. Placer inefable que ella siente con nosotros.

Después de admirar el soberbio patio de la Universidad antigua, tan sobrio y noble de líneas, tan español, con su noria en medio, entramos en la Hostería del Estudiante, donde las muchachas, vestidas de negro, nos sirven patatas fritas, churros y café. Kachina no se cansa de admirar el patiecito de atrás, con sus pozos de cadenas, sus ventanillas, sus escaleras y sus sillas muleras de montar, enjaezadas de aderezos rojos, que cuelgan de los muros. «Verdadera posada del Quijote» -dice.

Y, de regreso a Madrid, toda esa gente simpática -a la que se suma Edgar Neville con su inagotable caudal de buen humor y alegría- cena en casa.


Edgar Neville, otro reconocido bon vivant, también nos dejaría constancia escrita de sus visitas a Alcalá y, cómo no, a la Hostería7.

El 23 de diciembre de 1932, en puertas ya de las fiestas navideñas, sería otro escritor ilustre, el doctor Gregorio Marañón, con quien se encontrara Morla en su nueva escapada a Alcalá8:


Muy ameno almuerzo en Alcalá de Henares, nuevamente invitados por el capitán Iglesias. Nos vamos con Genia Formaneck, la dama eslovaca, y pasamos a buscar a Federico. Nos acomodamos él y yo en el speeder, atrás, arrebujados en mantas como viejas. Con su charla se nos hace breve el trayecto.

El almuerzo tiene lugar en la Hostería del Estudiante, ya descrita tantas veces; pero antes tomamos el copetín, que nos sirven acompañado de pedacitos de queso, de almendras y lonjas de jamón serrano, en casa del capitán.

Se encuentran presentes, en primer lugar, el doctor don Gregorio Marañón, su esposa -Lolita- y Carmen, su hija, a la que hallo -como ya lo he manifestado- un encanto fascinador y una personalidad que hace de ella un ser único e inconfundible.

(...)

En la Hostería -con su gran chimenea encendida-, en torno de una mesa estrecha y larga, nos sirven las muchachas consabidas, con sus indumentarias negras, regionales, y sus pañoletas cruzadas sobre el pecho.

(...)

Volvemos a Madrid al atardecer, optimistas y regocijados. Buenos amigos todos... Y mucho sol en el alma. No se puede pedir más.


Apenas unas semanas después, el 14 de enero del nuevo año 1933, realizó una nueva escapada, en esta ocasión sin pretensiones turísticas9:


Nos hemos ido Federico, Rafael Martínez y yo a Alcalá de Henares para visitar al capitán Iglesias, que se halla enfermo. Lo encontramos caído, con fiebre, triste; pero poco a poco se anima. Nos lee varios capítulos de un libro admirable del doctor Marañón que trata de problemas sexuales, en tanto que la buena vieja Andrea nos sirve solícitamente café y golosinas.


Hay un salto de casi dos años hasta que, con fecha 6 de diciembre de 1934, Morla vuelve a citar brevemente a Alcalá con ocasión de una visita a España de sus hermanas, aunque lamentablemente no da detalles de su paso por la ciudad10:


Mis hermanas y yo hemos andado de un lado a otro: de Madrid a Toledo, de El Escorial a Ávila y a Segovia, de Aranjuez a Alcalá de Henares.


La última vez que aparece citada Alcalá en el libro de Morla es con fecha 5 de julio de 1936, en vísperas del estallido de la Guerra Civil. En esta ocasión se debió a la invitación a cenar en su finca de Miralcampo que a Morla, su mujer, Federico García Lorca y otros amigos les hicieron los condes de Romanones. La finca estaba situada en el término municipal de la vecina localidad de Azuqueca de Henares, junto a la carretera nacional, y acabaría siendo engullida por un polígono industrial. Aunque su destino no era Alcalá, los viajeros aprovecharían para hacer una breve escala en su querida Hostería del Estudiante, que Morla se empeña en seguir denominando Posada11:


En Alcalá de Henares nos detenemos en la Posada del Estudiante. Patatas fritas y chorizos asados. Seguimos el viaje.


Y eso es todo. El libro concluye con el inicio de la Guerra Civil y la terrible noticia del asesinato de Federico García Lorca. Una vez estallada la guerra, las circunstancias eran ya muy distintas y, como cabe suponer, se acabaron las excursiones a una Alcalá víctima también del cruento conflicto.




1 Pilar Lledó Collada. Luces y sombras en tiempos de paz. Alcalá de Henares en la Segunda República (1931-1936) . Colección Alcalá y su tierra en la historia, nº 5. Domiduca Libreros. Alcalá de Henares, 2018.
2 Carlos Morla Lynch. En España con Federico García Lorca. Editorial Renacimiento. Sevilla, 2008.
3 Op. cit., pp. 110-112.
4 Op. cit., p. 214.
5 Op. cit., pp. 284-286.
6 Op. cit., p. 296.
7 Mi España particular. Una visita gastronómica de Edgar Neville
8 Op. cit., pp. 313-314.
9 Op. cit., p. 321.
10 Op. cit., p. 442.
11 Op. cit., p. 536.


Publicado el 30-4-2018