Alcalá en el Lazarillo apócrifo de Juan de Luna





Prácticamente todo el mundo conoce, o al menos lo conocíamos antes de los sucesivos desguaces de las cada vez más nefastas leyes de educación, el Lazarillo de Tormes, uno de los clásicos indiscutibles de la lengua española.

Lo que ya es más improbable es que este conocimiento se extienda a sus dos segundas partes apócrifas que existen. No hay que sorprenderse por ello, puesto que las continuaciones de obras famosas, con frecuencia escritas por otros autores, fueron algo habitual durante los siglos XVI y XVII, como ocurrió sin ir más lejos con el propio Quijote cuya segunda parte apócrifa no fue en modo alguno una excepción.

Las motivaciones en general solían ser económicas, buscando el plagiario sacar provecho de una obra famosa en una época en la que no existían los derechos de autor, aunque en alguna ocasión, como se piensa que pudo ocurrir con la falsa segunda parte del Quijote, pudo tratarse de un intento deliberado de atacar a Cervantes, siendo una de las hipótesis más verosímiles que bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda pudieran esconderse uno o varios escritores pertenecientes al círculo de aduladores cercanos a Lope de Vega que, como es sabido, tuvo serios roces con el escritor alcalaíno.

Pero éste no es el caso que nos ocupa, ya que al ser el Lazarillo anónimo -pese a las numerosas autorías que se le han atribuido tampoco se ha conseguido determinar taxativamente quien lo escribió-, el único móvil que se puede achacar a quienes las escribieron es el de medrar a costa del éxito del libro original, máxime cuando el primero de los dos apócrifos es asimismo anónimo, lo que induce a pensar que en éste hubo tan sólo interés en ganar dinero. Por el contrario en el segundo apócrifo, como veremos más adelante, hubo unas motivaciones muy diferentes pero perfectamente identificables.

El primero de los apócrifos, es decir el anónimo, fue publicado en Amberes en 1555, tan sólo un año después que el original, y comparte con él poco más que el nombre del protagonista. Esto no impide que se trate de una novela curiosa, ya que entra de lleno en lo que hoy consideramos el género fantástico, algo completamente inusual en la España de su época. Relata como el barco en el que navegaba Lázaro naufraga en el Mediterráneo y éste, lejos de ahogarse, se metamorfosea en atún, describiéndose durante la mayor parte de la narración sus peripecias en un imaginario reino de estos peces hasta que finalmente Lázaro es pescado y, revertido en hombre, se asienta en Salamanca.

Llama la atención que en las diferentes listas de novelas presuntamente precursoras de la ciencia ficción española que pululan por doquier no se suela incluir en ellas a este curioso relato, cuando otras que sí lo son resultan a mi entender bastante más cogidas por los pelos.

Pero no es esta novela la que nos interesa, sino la segunda continuación del Lazarillo escrita -aquí sí se conoce al autor- por Juan de Luna, un personaje cuya biografía es tan interesante como poco conocida. Nacido en Toledo en 1575 y fallecido en Londres en 1645, son varias las razones que hicieron de su vida una historia singular empezando por su conversión al protestantismo, lo cual, como cabe suponer, le obligó a huir de España asentándose primero en Francia -de Montauban pasó a París-, donde se relacionó con los hugonotes, y posteriormente en Londres. Su Lazarillo fue publicado en París -difícilmente podría haberlo sido en nuestro país- en 1620, nada menos que 66 años después del original, y tuvo una segunda edición póstuma en 1652 con importantes modificaciones en el texto. Aunque en años sucesivos hubo varias ediciones más, tanto en español como en francés, no pudo ser publicado en España hasta una fecha tan tardía como 1835, una vez abolida la Inquisición.

La razón por la que el libro estuvo prohibido en España durante más de dos siglos no fue otra que su furibundo anticlericalismo fruto evidente de la fe protestante de Juan de Luna, lo cual lo convierte en una rara avis de la literatura clásica española. Aunque se basa claramente en el anterior apócrifo lo hace para desacreditarlo, tal como explica Luna en el prólogo, a causa de lo irreal de su argumento. Así pues, aunque relata también un naufragio del que Lázaro se salva a duras penas, aquí no se convierte en atún sino que, tras ser rescatado por unos pescadores desaprensivos, éstos deciden exhibirlo de pueblo en pueblo presentándolo como un presunto hombre pez fruto de una aberración de la naturaleza.

Una vez zanjadas las cuentas con su predecesora, es decir, con Lázaro libre al fin de su disfraz atunesco, la novela deriva hacia un relato típico de la literatura picaresca, pero mucho más descarnado y brutal que el Lazarillo original al que pretende emular. Y como cabía esperar Luna no deja títere con cabeza, dando una imagen de la sociedad española de su época donde la depravación, la inmoralidad y la hipocresía florecen por doquier.

Es aquí donde, a diferencia del Lazarillo original y de su primera continuación apócrifa, aparece una referencia a Alcalá. Breve y tangencial, eso es cierto, pero no por ello carente de interés. Ocurre en el capítulo noveno, titulado Como Lázaro se hizo ganapán, que relata como tras el pleito que interpone en Toledo contra su mujer y el arcediano con el que vivía amancebada, en el que merced a las artimañas de éstos y al empleo de testigos comprados, el pobre Lázaro hace honor al dicho de cornudo y apaleado siendo condenado en el juicio y sometido a destierro perpetuo de la Ciudad Imperial.

Lázaro marcha a Madrid, donde intenta ganarse la vida sin mejores resultados, y habiendo probado el oficio de mozo de cuerda se encuentra en la Puerta de Guadalajara, que estaba situada en la calle Mayor junto a la plaza homónima:


“No me había apartado de allí, cuando llegó otro carro que venía de Alcalá de Henares. Saltaron a tierra los que venían dentro, que todas eran putas, estudiantes y frailes.”


Y eso es todo, que lamentablemente sabe a poco. No obstante, me llamó la atención su similitud con el conocido -y poco elogioso- refrán:


“Alcalá de Henares, curas, putas y militares.”


¿Puede proceder el refrán de la frase del Lazarillo apócrifo? En principio se me antoja difícil; el libro de Luna estuvo prohibido en España hasta bien entrado el siglo XIX, mientras la sustitución en el refrán de los estudiantes por los militares induce a pensar que éste sea posterior a la supresión de la Universidad y contemporáneo de la llegada a la ciudad de las primeras guarniciones militares. Curiosamente también entonces fueron desamortizados la práctica totalidad de los conventos masculinos, a excepción de los filipenses.

Aunque ambos hechos tuvieron lugar en la misma época, no parece que pasara suficiente tiempo como para que se pudiera asentar el nuevo refrán con un cambio además de contenido, ya que los estudiantes desaparecieron en su totalidad reemplazados por los militares y lo propio ocurrió con los frailes, manteniéndose el clero regular que contaba con un nutrido cabildo en la Magistral.

Otra posible interpretación es que el dicho original ya existiera previamente, y que hubiera influido primero en la versión del Lazarillo apócrifo y más tarde en el refrán conforme a las nuevas circunstancias sociales de la ciudad, algo que en principio parece más probable si es que el vínculo entre ellos existió realmente.

Lo que sí queda bastante claro es que las prostitutas fueron las únicas que consiguieron sobrevivir a las dramáticas convulsiones que agitaron a Alcalá durante la primera mitad del siglo XIX, mostrando con ello una más que notable capacidad de adaptación a unas circunstancias cambiantes.


Publicado el 12-11-2021