La Vida del capitán Alonso de Contreras







Uno de los personajes más sorprendentes, a la par que poco conocido, del Siglo de Oro español fue sin duda el capitán Alonso de Contreras, soldado de fortuna durante la mayor parte de su vida y protagonista de de proezas inverosímiles en lugares tan dispares como el imperio otomano, Italia, el norte de África, Flandes o el Caribe, además claro está de España; uno de tantos que, a fuer de no tener nada que perder, lograron aupar a nuestro país a la categoría de primera potencia mundial y no porque lo pretendieran, sino simplemente porque el destino quiso que fuera así.

No fue Alonso de Contreras el único héroe -en el sentido más literal de la palabra- que contribuyó a expandir la hispanidad por medio mundo, ni tampoco fue de los que pasaron a los libros de historia como Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Fernando de Magallanes, Juan Sebastián Elcano, Juan de Austria, el Gran Capitán, Álvaro de Bazán y tantos otros. Muy al contrario fue un militar anónimo al que no se le recompensó debidamente por sus hazañas, tal como suele ocurrir en nuestro país, y ni siquiera tendríamos constancia de ellas de no ser por el Discurso de mi vida, unas memorias que escribió a instancias de Lope de Vega, quien apreció su amistad hasta el punto de alojarlo en su propia casa durante varios meses dedicándole la comedia El rey sin reino.

Además de la autobiografía, cuyo manuscrito incompleto no se descubrió hasta 1900, más de 250 años después de su muerte, se conservan de Contreras un Derrotero por el Mediterráneo y dos memoriales de servicios. En cuanto a ésta, cabe reseñar que fue la principal fuente de inspiración de Arturo Pérez Reverte para su Capitán Alatriste, junto con obras similares de Jerónimo de Pasamonte, Miguel de Castro y Diego Duque de Estrada.

Y es que la vida de Alonso de Contreras fue verdaderamente novelesca en el sentido más literal de la palabra, incluyendo episodios tan rocambolescos como cuando se vio implicado de forma involuntaria en el descubrimiento de un alijo de armas escondidas por los moriscos extremeños, lo que años más tarde le costó ser encarcelado bajo la surrealista acusación de ser el rey de los moriscos y cabeza de una hipotética insurrección poco antes de que éstos fueran expulsados de España. Aunque salió con bien del brete, éste le acarreó considerables quebraderos de cabeza hasta que pudo demostrar su inocencia.

Alonso de Contreras nació en Madrid el 6 de enero de 1582, y falleció en 1645. Tras demostrar tempranamente su carácter -acuchilló a un compañero de escuela a los 12 o 13 años-, cuando todavía no tenía 14 se alistó en el ejército de Flandes bajo el mando del archiduque Alberto de Austria, partiendo de Madrid en dirección a Nápoles y Sicilia. Y es aquí cuando aparece el breve párrafo en el que explica la cuita que le aconteció en Alcalá, digna de una novela picaresca:


Un martes 7 de septiembre de 1597, al amanecer, salí de Madrid tras las trompetas del Príncipe Cardenal.

Llegamos aquel día a Alcalá de Henares, y habiendo ido a una iglesia donde le tenían gran fiesta al Príncipe Cardenal, había un turronero entre otros muchos, con unos naipes en la mano; yo, como aficionadillo, desaté de la falda de la camisa mis cuatro reales y comencé a jugar a las quínolas; ganómelos y tras ellos la camisa nueva, y luego los zapatos nuevos, que los llevaba en la pretina; dijele si quería jugar la mala capilla; en breve tiempo dio con ella al traste, con que quedé en cuerpo, primicias de que había de ser soldado; no faltó allí quien me lo llamó y aún rogó al turronero me diese un real, el cual me lo dio, y un poco de turrón de alegría, con que me pareció que yo era el ganancioso.

Aquella noche me fui a palacio, o a su cocina, por gozar de la lumbre, que ya refriaba. Pasé entre otros picaros, y a la mañana tocaron las trompetas para ir a Guadalajara, con que fue menester seguir aquellas cuatro leguas mortales. Compré con lo que me quedó del real unos buñuelos, con que pasé mi carrera hasta Guadalajara. Rogaba a los mozos de cocina se doliesen de mí y me dejasen subir un poco en el carro largo donde iban las cocinas; no se dolían, como no era de su gremio. Llegamos a Guadalajara y yo fuime a palacio, porque la noche antes me había sabido bien la lumbre de la cocina, donde me comedí, sin que me lo mandasen, en ayudar a pelar y a volver los asadores, con lo cual ya cené aquella noche y pareciéndole a maese Jacques, cocinero mayor del Príncipe Cardenal, que yo había andado comedido y servicial, me preguntó de dónde era; yo se lo dije y que me iba a la guerra.


Los palacios a los que hace alusión son, respectivamente, el Arzobispal de Alcalá y el del Infantado de Guadalajara. En cuanto a la iglesia, cabe suponer que se trataba de la Magistral.

En el resto del libro tan sólo aparece una breve alusión a Alcalá, cuando desengañado por los maltratos y la ingratitud decide hacerse ermitaño en las faldas del Moncayo:


Compré los instrumentos para un ermitaño: cilicio y disciplinas y sayal de que hacer un saco, un reloj de sol, muchos libros de penitencia, simientes y una calavera y un azadoncito. Metí todo esto en una maleta grande y tomé dos mulas y un mozo para mi viaje, sin decir a nadie donde iba. Despedí un criado que tenía, recibí la bendición de mi madre, que pensó que iba a servir mi Sargentía Mayor y muchos lo pensaron cuando me vieron pasar por San Felipe, camino de Alcalá y Zaragoza.


Aunque en sus múltiples viajes hubo de pasar varias veces por Alcalá, nunca la vuelve a mencionar ni siquiera de forma fugaz. La referencia a San Felipe corresponde al desaparecido convento madrileño de San Felipe el Real, situado en la esquina de la calle Mayor con la Puerta del Sol y considerado el mentidero de la villa, es decir, el lugar de reunión por el que corrían los cotilleos y chismorreos de toda índole. Teniendo en cuenta que el camino real que conducía a Alcalá y a Zaragoza, la actual calle de Alcalá, arrancaba también de la Puerta del Sol, es evidente que debió de pasar con sus mulas, el mozo y su equipaje por el lugar idóneo para que poco después todo Madrid se hubiera enterado de su partida, lo que explica su comentario.

Tras detenerse en Calatayud y Tarazona llegó finalmente a Ágreda, en cuyas cercanías tenía previsto asentarse. Y allí hace alusión a un convento de franciscanos consagrado a san Diego, lo cual constituye una nueva y última referencia si no a Alcalá, sí a un santo estrechamente vinculado con ella:


Compúsela [la ermita] de algunas cosillas, con la imagen de Nuestra Señora de Gracia de bulto. E hice una confesión general en un convento de San Diego, de frailes franciscanos descalzos, que está fuera de la ciudad, en el camino de mi ermita. Que el día que me vestí de ermitaño descalzo fue el vicario y la bendijo y dijo misa. (...) Púseme el saco de la color de San Francisco y, descalzo de pie y pierna, venía todos los días a oír misa al convento.


Su opinión de los franciscanos no es precisamente positiva, ya que tras rehusar reiteradamente la petición de éstos de ingresar en el convento -Contreras pretendía, tal como explica, hacer vida de ermitaño y no de comunidad- los frailes le tomaron ojeriza obligándole a quitarse el hábito franciscano que había adoptado como vestimenta, sustituyéndolo por el de los mínimos aprovechando que en Ágreda no existía esta orden religiosa, ya que según afirma “que creo si los hubiera allí fuera lo mismo, tanta gana tenían de meterme en su religión”.

No obstante, hay algo que no acaba de encajar, puesto que según las fuentes que he consultado el convento franciscano de Ágreda estaba consagrado no a san Diego sino a san Julián, aunque la discrepancia puede deberse a que el convento fue edificado entre 1583 y 1587 aprovechando la antigua iglesia de San Julián, entonces ruinosa. Cabe la posibilidad de que conservara popularmente la nueva advocación con independencia de que sus propietarios lo consagraran a un santo franciscano, aunque lo he encontrado citado como San Francisco y no como San Diego. En cualquier caso fue víctima de la desamortización de Mendizábal y, según todos los indicios, en la actualidad no queda el menor vestigio suyo, o al menos no he conseguido localizarlos.

Y eso es todo, sin que la brevedad de estas referencias las prive de interés.


Publicado el 3-4-2021