Mutatis mutandis



Construir la primera Máquina del Tiempo fue, dentro de lo que cabe, relativamente fácil en comparación con las dudas que suscitó desde un principio su posible uso.

No era para menos. El Proyecto Cronos, un programa secreto del gobierno norteamericano había reunido a los mejores físicos teóricos e ingenieros de medio mundo, por lo que la opinión de sus cabezas pensantes era algo a tener muy en cuenta. Y éstos opinaban que existía un riesgo real de interferir en la historia provocando alteraciones en la misma, o bien creando extrañas paradojas temporales de difícil o imposible resolución. Había, pues, que andar con sumo cuidado.

Por supuesto ya desde un principio se había descartado interferir en episodios históricos relevantes; a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido impedir el asesinato de Julio César o echarle una mano a Napoleón para que venciera en Waterloo.

Pero aun en el caso de los aconteceres irrelevantes desde el punto de vista histórico, es decir, la inmensa mayoría de ellos, también se temía que pudiera existir algún tipo de fenómeno multiplicador al estilo del famoso efecto mariposa; la muerte de un campesino anónimo mil o dos mil años atrás podría provocar, y lo peor de todo era que no había manera alguna de preverlo, la desaparición siglos después de un lejano descendiente suyo con relevancia histórica. Al fin y al cabo, ¿quién podría ser capaz de identificar a los antepasados de Carlomagno cuando los francos eran tan sólo una oscura tribu perdida en los remotos bosques germánicos?

Por si fuera poco, en el caso de una intervención lo suficientemente inocua como para no alterar la delicada trama del tiempo, resultaría muy difícil, por no decir imposible, comprobar que tal alteración había tenido lugar. En realidad el equipo del Proyecto Cronos estaba dividido en dos facciones enfrentadas. La primera reunía a quienes opinaban que el tiempo no podía ser alterado, bien porque no resultaba posible hacerlo, o bien porque él mismo se encargaría de corregir cualquier tipo de desviación, habiendo acuñado el término inercia cronológica para definir esta resistencia a los cambios. La segunda, por su parte, aglutinaba a los que defendían que tales alteraciones sí podían ocurrir, añadiendo los más radicales que, al igual que postulaba el Principio de Incertidumbre en la Mecánica Cuántica, no sería posible visitar el pasado sin alterarlo de forma irreversible, no siendo posible por tanto darse una vuelta de puntillas cuidando de no tocar nada.

Así pues, llegó un momento en el que el Proyecto Cronos quedó irremisiblemente atascado. Claro está que existía también otro factor no menos determinante: los de arriba, poco proclives a ver como tan importante y costoso esfuerzo se quedaba en agua de borrajas, presionaban cada vez más para que éste saliera del punto muerto en el que estaba sumido... por supuesto, eludiendo todo tipo de responsabilidades en el caso de que la cosa pudiera salir mal.

Había que decidirse, amén de que los científicos también estaban impacientes por ver los resultados de su trabajo. Adoptando por prudencia la postura conservadora -si la historia no se podía alterar no pasaría nada, pero si era posible cambiarla resultaba imprescindible que la modificación estuviera controlada-, se dedicaron a buscar un momento histórico que resultara adecuado para sus fines.

Desde un principio se decidió, por razones obvias, que no convendría retroceder demasiado en el tiempo, ya que la pequeña alteración que se pretendía provocar tendría que ser constatable y verificable, algo imposible de conseguir en épocas más antiguas. Asimismo, debería tratase de algo perfectamente documentado.

A sugerencia de uno de los miembros del equipo se eligió como posible marco de actuación la II Guerra Mundial y, dentro de ella, un episodio razonablemente trivial, ya que no era cosa de hacer que Hitler ganara el conflicto, o que los norteamericanos se desentendieran por completo del mismo.

Tras mucho husmear por los archivos, finalmente creyeron haber encontrado el caso ideal, la Francia ocupada por los nazis a principios del año 1941. Según pudieron averiguar en unos amarillentos legajos milagrosamente salvados de la destrucción sabe Dios como, en una zona rural del norte del país durante el mes de enero de ese año había tenido lugar un enfrentamiento entre un pequeño destacamento de soldados alemanes y una partida del maquis que los había atacado en una emboscada. De resultas del ataque varios alemanes habían resultado heridos, lo que provocó las habituales represalias contra la población civil por parte de las autoridades nazis.

El destacamento alemán estaba al mando de un joven teniente de apellido Müller, el cual había fallecido -fue la única baja mortal- varios días después a causa de las graves heridas recibidas en el combate.

El plan consistía en conseguir de alguna manera que el teniente Müller sobreviviera, de forma que se pudiera rastrear su vida con posterioridad a la fecha original de su fallecimiento. Claro está que existía la posibilidad de que volviera a morir en algún otro lance posterior durante los más de cuatro años que todavía duraría la guerra, pero merecía la pena correr el riesgo y, de hecho, bastaba con saber que hubiera sobrevivido a ese día.

Existía una razón que hacía del teniente Müller la persona idónea para ser salvada: gracias a su expediente, milagrosamente localizado, se sabía que a causa de un accidente, ocurrido durante su estancia en la academia, había quedado incapacitado para tener hijos, por lo cual no se corría el riesgo de que con su descendencia pudiera alterar la historia. Cierto es que esto no le impediría casarse, y que quizá por ello su esposa dejaría de hacerlo con otra persona con la que sí pudiera haber tenido hijos en la realidad original; pero era imposible afinar más y, en cualquier caso, se trataba de una incertidumbre asumible.

Una vez elegido el sujeto, el desarrollo del resto del plan fue relativamente fácil; en esencia, se trataba de impedir que la emboscada del maquis tuviera lugar, bien advirtiendo a los alemanes del peligro que corrían, bien interfiriendo de alguna manera en la ruta que iban a seguir ese día.

Tras barajar las distintas posibilidades, se optó por esto último. En esencia, el cronoviajero debería desplazarse hasta el lugar varias horas antes de que ocurriera el tiroteo y salir al encuentro de la patrulla con alguna excusa, logrando retrasarles lo suficiente o bien consiguiendo que éstos alteraran su camino evitando pasar por donde acechaban los miembros de la Resistencia. Puesto que esta labor no era adecuada para un científico, se reclutó a un militar -huelga decir que el Pentágono tenía bastante que ver en el Proyecto Cronos- suficientemente capacitado para llevarla a cabo por sí solo y sin ninguna ayuda.

El agente, que hablaba perfectamente francés y alemán, se haría pasar por un colaboracionista e intentaría convencer a los alemanes para que no pasaran por el lugar donde les aguardaban sus enemigos, aunque al mismo tiempo debería impedir que éstos cazaran a sus presuntos cazadores, ya que originalmente tampoco había muerto ningún maquis y no interesaba andar realizando más alteraciones que las estrictamente imprescindibles. De hecho ya había que contar con los fusilados en represalia por los nazis que, al no existir el enfrentamiento, se salvarían asimismo; pero se trataba de personas mayores de las que no cabía esperar grandes cambios en sus vidas.

Y al fin llegó el día. El viajero, ataviado con ropa de la época y provisto de dinero y documentación convenientemente falsificada, se encaminó a la cabina con un ligero titubeo y la convicción de ser el pionero de una nueva era... si conseguía volver indemne del pasado. El riesgo era elevado, desde un fallo del equipo -que sólo había sido probado en el laboratorio- hasta la posibilidad de ser detenido, o muerto, por los nazis o por sus enemigos franceses. Una vez transpuesto el umbral del tiempo estaría a merced de sus propios medios, ya que la Máquina del Tiempo funcionaba a modo de una cabina teletransportadora sin réplica alguna al otro lado. De hecho, para volver tendría que permanecer en un radio no superior a unos diez kilómetros del lugar donde apareciera -ésta era la anchura aproximada del foco temporal- y pulsar, a modo de llamada, la falsa piedra que adornaba su anillo, para que los técnicos le hicieran retornar al presente. Si algo fallaba, se veía desplazado más allá de esta distancia o si simplemente perdía -o le robaban- el anillo, quedaría anclado para siempre en plena II Guerra Mundial.

Tras estrechar la mano al jefe del proyecto y saludar con un mudo gesto al resto de los presentes, el viajero penetró con gesto decidido en la cabina e hizo una señal indicando que estaba preparado. El técnico responsable pulsó un botón... y el viajero se esfumó de la vista de todos. Se había trasladado al pasado.

* * *

Tal como estaba previsto, apareció en el campo, a la orilla de una carretera que en esos momentos -estaba amaneciendo- se encontraba desierta. Sabía que por allí debería pasar dentro de unas horas la patrulla alemana, y sabía también perfectamente donde se encontraban emboscados los maquis franceses. Era cuestión de esperar.

Los alemanes aparecieron al fin tras un recodo de la carretera. No eran demasiados, alrededor de una docena, y se les veía relajados ya que, hasta entonces, los miembros de la Resistencia no habían hecho aparición por allí. Eso no quería decir que fueran indolentes; muy al contrario, se mostraban alerta.

Plantado en mitad de la carretera, aguardó a que llegaran a su altura. Encañonado por dos de ellos, fue interrogado por el teniente, en un francés bastante correcto, acerca de su presencia allí.

Fingiendo un azoramiento que en el fondo no era del todo falso, respondió que era un ciudadano leal y que quería advertirles de la presencia de una emboscada del maquis en un desfiladero situado a pocos kilómetros de allí, justo por donde pretendían pasar los alemanes. Básicamente lo que les contó era todo cierto, aunque exageró de forma deliberada el número de partisanos -en realidad no eran más que los soldados- para evitar que el teniente tuviera la tentación de intentar cazar a sus frustrados cazadores, algo que conforme al plan previsto no le convenía. Lo que quería era que, o bien la patrulla diera media vuelta, o bien que el teniente pidiera refuerzos para continuar su camino, en cuyo caso los franceses huirían al ser incapaces de enfrentarse a una fuerza mayor.

Müller optó por la prudencia ordenando a sus tropas volver al pueblo donde estaban acuartelados. Eso sí se llevaron consigo al viajero, advirtiéndole de las consecuencias que afrontaría en el caso de descubrirse que les había engañado. Puesto que el pueblo estaba tan sólo a cuatro o cinco kilómetros de allí, esto favorecía a los planes del viajero que, una vez impedida la refriega que habría acabado con la vida del teniente, podría escabullirse tranquilamente en el momento en el que fuera previsiblemente encerrado en una celda antes de ser interrogado por los superiores de Müller. Ciertamente podría pulsar el anillo allí mismo, pero esfumarse delante de todos resultaría con toda probabilidad sumamente perturbador. Merecía la pena esperar un poco.

Los planes del viajero se vieron confirmados por los hechos. Al llegar al edificio que servía de cuartel para la reducida guarnición germana -la antigua fonda del pueblo- fue recluido en una habitación mientras el teniente informaba al comandante del puesto de lo sucedido. Una vez se vio solo el viajero no perdió el tiempo; pulsó con decisión la piedra del anillo y vio como todo se desvanecía de nuevo ante sus ojos.

* * *

Inmediatamente intuyó que algo no iba bien. Sí, estaba en el interior de una cabina... pero no era aquella de la que partiera, sino otra diferente. Y fuera de ella, en la blanca habitación que la contenía, no había nadie aguardando su regreso.

Desconcertado, abandonó la cabina sin tener claro qué hacer. Salvo por la propia cabina la habitación estaba completamente desnuda, sin que se apreciara en las lisas paredes el menor vestigio de una puerta o ventana.

Su duda duró poco. En silencio, donde un instante antes tan sólo había un muro, se descorrió un panel revelando la existencia de una puerta por la que penetró un hierático visitante ataviado con extrañas vestiduras.

-¿Quién es usted? -preguntó el viajero con nerviosismo- ¿Dónde estoy? ¿Dónde están los demás?

-Por favor, acompáñeme -fue la única respuesta.

Resignado obedeció, siendo conducido por unos pasillos desiertos hasta una habitación amueblada espartanamente con una cama, una mesa y unas sillas y un pequeño armario.

-Aquí podrá descansar. -explicó su guía- En este armario tiene ropa limpia, y aquí -abrió una puerta- está el cuarto de baño. Si siente hambre, no tiene más que pulsar aquí -le mostró un botón incrustado en la pared- y le traerán comida.

-¡Espere! -exclamó aterrado al ver que el guía se disponía a partir- ¿Qué es esto? ¡Merezco una explicación!

-Aguarde aquí. Pronto vendrán a buscarle.

Dicho lo cual, desapareció.

Encerrado... estaba encerrado en manos de unos desconocidos, sin saber que le depararía el futuro. Desoyendo el consejo, lejos de descansar comenzó a dar nerviosas vueltas en torno a la pequeña habitación.

Tras una espera que se le antojó eterna, la puerta se volvió a abrir de nuevo. El anterior visitante u otro de aspecto similar, no estaba demasiado seguro de ello, le saludó invitándole a acompañarlo.

-¿Otra vez? -exclamó irritado- ¿Me llevan a encerrar de nuevo?

-No. Le va a recibir el Director.

El Director... ¿quién sería ese individuo? En el Proyecto Cronos no existía tal cargo... claro está que era evidente que no se encontraba en la sede del Proyecto.

Tras un nuevo recorrido por los laberínticos pasillos le condujeron a un amplio despacho amueblado con sencillez. Sentado tras la mesa se encontraba un hombre de mediana edad y mirada inteligente que se incorporó para recibirle.

-Bienvenido a nuestra sede, señor...

-Curtis. -masculló el viajero- John Curtis.

-Bien, señor Curtis, le ruego que tome asiento. -insistió, señalándole una butaca situada frente a él, al otro lado de la mesa- Yo soy Tarxren, el Director. Supongo que querrá hacerme algunas preguntas.

En efecto, señor... Director. -dudó ante lo extraño del nombre de su interlocutor- Quisiera saber donde me encuentro, y por qué no he vuelvo al laboratorio del Proyecto Cronos tal como estaba previsto; sospecho que ustedes pueden haber tenido algo que ver en ello.

-Lamento tener que confirmar sus sospechas; por causas de fuerza mayor que espero sabrá comprender, nos vimos obligados a interferir en su... experimento, con el fin de evitar males mayores.

-¿Quiénes son ustedes? -el viajero estaba comenzando a perder la paciencia.

-¡Oh, nuestro nombre oficial no le diría nada, y resultaría extremadamente difícil traducirlo a su idioma ya que ustedes carecen todavía del concepto necesario para definirlo. Para que me comprenda, podríamos describir a este lugar como la Eternidad, a falta de un término mejor.

Curtis, que conocía la novela El fin de la Eternidad de Isaac Asimov, sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal.

-Quiere decir que ustedes...

-En efecto. -atajó el Director leyéndole el pensamiento- Podría definírsenos como una policía temporal encargada de vigilar para que no se produzcan desviaciones indeseadas en el flujo cronológico.

-Ya... -el viajero sintió que se le hundían los hombros- Y a mí me secuestraron para evitar que trastocara la historia.

-Por favor, lamentaría infinito que usted tuviera ese concepto tan depravado de nosotros. En realidad lo que hicimos fue rescatarle.

-¿Rescatarme? ¿De qué?

-De las consecuencias de la alteración que usted provocó en el flujo temporal, las cuales hubieran impedido su retorno.

-Ahora sí que no lo entiendo... en cualquier caso, usted me está diciendo que impidieron que provocáramos nuestra pequeña alteración temporal...

-No se equivoque; -le corrigió el Director- Ustedes sí realizaron la alteración temporal tal como la habían planificado, de hecho fue un éxito conforme a sus propósitos. Pero es que nosotros deseábamos que lo hicieran, puesto que era necesario para nuestros planes.

-Me temo que tendrá que explicármelo desde el principio.

-Será lo mejor. -sonrió su interlocutor- Pero antes de empezar, desearía saber si usted está al corriente de los conceptos que manejaban los responsables del Proyecto Cronos.

-Lo justo. -reconoció Curtis- Tenga en cuenta que yo no soy un científico, sino un militar, y que no participé en el desarrollo del Proyecto, tan sólo fui el encargado de realizar el primer ensayo de la Máquina del Tiempo.

-Está bien, intentaré explicárselo de una manera sencilla. ¿Conoce usted las teorías sobre las posibles paradojas temporales?

-Algo. Pero si no me equivoco, los científicos no se ponían de acuerdo, había quienes opinaban...

-Lo sé. -le interrumpió el Director- Les hemos investigado. Había quienes pensaban que el tiempo no se podía alterar, y quienes defendían lo contrario. Eran estos últimos los que más se aproximaban a la verdad, aunque en realidad habría que considerar al tiempo como algo flexible sometido a un equilibrio dinámico, con constantes cambios neutralizándose mutuamente entre sí. Nada que ver, pues, con el concepto estático que postulaban sus compañeros.

-¿Qué diferencia hay?

-Mucha, por más que no lo parezca debido a que el resultado final, la estabilidad cronológica, sea aparentemente similar en ambos casos. Los científicos del Proyecto Cronos sentían auténtico pánico ante la posibilidad de alterar el flujo del tiempo, cuando estos cambios no sólo son posibles, sino también necesarios e incluso imprescindibles.

-Entonces...

-Verá, cómo lo diría... ustedes en realidad sólo fueron, sin saberlo, una pieza perteneciente a un proyecto mucho más complejo diseñado por nuestros técnicos.

-Vaya, no resulta precisamente halagüeño descubrir que sólo eras un simple peón...

-Por favor, no se lo tome así, insisto en que su intervención era necesaria en los términos en que se produjo.

-Necesaria sí, pero... ¿para qué?

-Para corregir una desviación cronológica indeseable que conducía a un callejón sin salida: su propio presente.

Curtis sintió que algo se derrumbaba dentro de él. Abatido, y con un hilo de voz, preguntó:

-Entonces, tanto yo como todo lo que he conocido, ¿no somos más que fantasmas?

-Lamentaría infinito que usted tuviera esa idea equivocada; -le tranquilizó el Director- puede estar seguro de que su línea temporal de procedencia era totalmente real... lo que no quiere decir que fuera la preferente, ni la deseable.

Y viendo el gesto de incomprensión del viajero, continuó:

-El tiempo conduce a estas extrañas paradojas. Para que me entienda, ocurre algo similar a cuando una ecuación tiene varias soluciones posibles, todas igual de exactas desde un punto de vista matemático pero en las que sólo una, o parte de ellas, dan resultados reales, siendo el resto imaginarias... imaginarias en sentido matemático, claro está, no conforme lo entendemos en el lenguaje corriente.

»En general, siempre que existe una bifurcación temporal con varias alternativas posibles siempre suele existir una preferente, que es la que conduce a la línea temporal principal por cuya integridad velamos nosotros. Muy raramente se producen desvíos, o atajos alternativos que acaban conduciendo al mismo lugar, pero lo más habitual es que estas bifurcaciones suelan ser divergentes de forma que cada camino conduciría a un futuro diferente. Por fortuna existe una especie de resistencia interna -llamémosla así- que limita en la práctica las alternativas a una sola, al igual que ocurre con una ecuación polinómica en la que tan sólo una de sus posibles soluciones da un resultado real. Pero hay ocasiones en las que la vía alternativa predomina por la razón que sea, y es entonces cuando nosotros nos vemos obligados a entrar en acción. ¿Me está entendiendo?

-Creo que sí... -balbuceó el viajero- me está diciendo que la historia que yo conocí es una desviación indeseable sobre la que ustedes desean que ocurra...

-Bueno, más o menos es así. Tenga en cuenta que nosotros velamos por la integridad de una línea temporal de decenas de miles de años; aunque la línea temporal suya era perfectamente viable y consistente, el equivalente a una solución real para la ecuación, su extrapolación se desviaba por completo de nuestras previsiones, así que no tuvimos más remedio que intervenir; o, por hablar con mayor propiedad, tuvimos que permitir que ustedes intervinieran, puesto que como ya le he comentado fueron los autores materiales del cambio.

-Pero yo sólo impedí que mataran a un oscuro teniente alemán...

-No subestime a lo que usted, y con usted los científicos del Proyecto Cronos, consideran una insignificancia. La supervivencia de ese teniente alemán supuso que Hitler ganara la guerra.

-¿Qué me dice? Eso es imposible.

-No lo es, y si me lo permite haré un poco de historia... de su historia. En 1941 la Alemania nazi se encontraba en la cúspide de su poder, con Francia vencida e Inglaterra acorralada y acobardada. Fue entonces cuando Hitler cometió dos gravísimos errores que a la larga acabarían provocando su derrota: en junio de ese año Alemania invadía Rusia, y apenas unos meses después, en diciembre, permitía que sus aliados japoneses bombardearan Pearl Harbor. Con la entrada en la guerra de la Unión Soviética y los Estados Unidos cambió drásticamente la correlación de fuerzas a favor de los aliados, finalmente vencedores cuatro años más tarde. Pero si Hitler no hubiera invadido Rusia resucitando la pesadilla de los dos frentes que tanto atormentó a los estrategas alemanes de la Primera Guerra Mundial, y si Japón no hubiera obligado a los renuentes Estados Unidos a entrar en la guerra, la victoria final se habría decantado por el Eje.

-Eso está muy bien, pero no veo qué influencia podría haber tenido un joven teniente, de los que había miles en la Wehrmacht, para convencer a Hitler de que obrara en un sentido o en otro...

-Insisto en que se equivoca, y ahora llega el turno de explicarle lo que ocurrió en la historia alternativa a la suya... la real para nosotros. Poco después del incidente de Francia, ese que no llegó a ocurrir gracias a su intervención, este teniente fue trasladado a la retaguardia alemana. Por una serie de circunstancias que sería demasiado prolijo explicar, y ya ascendido a capitán, acabó integrándose en la escolta personal del Führer. Éste le cogió cariño y -ya sabe lo maniático que era- le nombró su asistente personal. El joven militar alcanzó una gran influencia sobre él y, por extraño que pueda parecerle, se convirtió en su asesor, convenciéndole de que no cometiera los dos errores a los que he hecho alusión.

»Por esta razón, y sin tener que atender al frente oriental -Stalin respetó escrupulosamente la neutralidad pactada- Alemania consolidó su dominio en la Europa continental al tiempo que estrechaba el cerco a Inglaterra. Asimismo, al lograr impedir que Japón atacara a los Estados Unidos, éstos no llegaron a entrar en la guerra al consolidarse en el poder los aislacionistas. Un par de años más tarde un golpe de estado en la asfixiada Inglaterra llevó al poder a la facción proclive a pactar con Alemania, con lo cual se puede decir que la Segunda Guerra Mundial terminó con la victoria del III Reich. A partir de aquí la historia derivó por otros derroteros, claro está, pero siempre dentro de los parámetros controlados por la Eternidad.

-Un momento. -Curtis se removió inquieto en el asiento- Usted dice que mi historia, aquella en la que Hitler perdía la guerra, era inviable... pero desde entonces, hasta que pusimos a punto la Máquina del Tiempo, pasaron cerca de cien años... y en ese tiempo ocurrieron muchas cosas. No soy experto en historia contemporánea, pero le podría hablar de la Guerra Fría, de la caída del Muro de Berlín, del auge del islamismo...

-Yo no he dicho nunca que su historia fuera inviable. -le rebatió el Director haciendo un gesto con la mano- Yo lo que dije es que esta rama alternativa no conducía a la línea temporal que consideramos canónica, ya que divergía de ella. Evidentemente era necesaria una corrección, la que hizo usted personalmente, aunque bajo nuestra supervisión.

-Cada vez lo entiendo menos. -confesó el viajero sacudiendo la cabeza- Podría entender, y así me lo explicaron los científicos, que una intervención en el pasado provoque una alteración en el discurrir del tiempo, pero lo que usted me indica es justo lo contrario, es decir, estamos poniendo el efecto antes de la causa...

-Es normal que esté usted confuso; -concedió su interlocutor con una sonrisa- la Mecánica Temporal es una disciplina realmente enrevesada para quien no esté familiarizado con ella. Y no, no se violó el principio de causalidad, la causa fue antes que el efecto... lo que ocurre es que la verdadera desviación de la línea cronológica principal no tuvo lugar a raíz de su intervención, sino antes, provocando que falleciera una persona que tendría que haber vivido. En realidad lo único que hizo usted, aun sin saberlo, fue conseguir que las aguas volvieran a su cauce.

»Claro está -prosiguió, impidiéndole preguntar a Curtis- que ahora tengo que aclararle las dos dudas que con toda seguridad se está planteando usted en este momento. En primer lugar qué fue lo que causó la alteración inicial, aquélla que provocó que el tiempo derivara hacia la línea temporal que usted recuerda... bien, según nuestros técnicos se trató de una fluctuación espontánea, algo que sin ser frecuente ocurre en ocasiones; no, no se crea que nosotros andamos a la caza de terroristas cronológicos empeñados en alterar la historia a su antojo, éstos por fortuna no existen, lo habitual es que nos limitemos a corregir las posibles oscilaciones naturales. Puede ocurrir que en un nudo temporal concreto haya dos posibles soluciones, una con un índice de probabilidad tan sólo un poco más elevado que el de la otra, y que a causa del Principio de Incertidumbre acabe derivando por el camino no deseado.

-Sí, pero...

-Déjeme que le responda a la segunda pregunta. Evidentemente usted sólo recuerda la historia, digamos errónea, puesto que es producto de ella, pero esto no quiere decir que fuera la real o, por decirlo con mayor propiedad, la idónea. Aunque no hemos extrapolado demasiado en el estudio, sí quedó determinado con toda seguridad que la derivación no convergía, así que tuvimos que intervenir para mantener el orden en el flujo temporal.

Cambió de postura y continuó:

-Fuimos nosotros los que indujimos la construcción de la Máquina del Tiempo, un artilugio que en realidad no debería haber sido inventado sino hasta cinco siglos después, y fuimos nosotros asimismo los que les sugerimos -enfatizó- esa intervención concreta en la Francia de 1941, puesto que era precisamente lo que queríamos que hicieran. Quizá se preguntará por qué no intervinimos directamente en lugar de recurrir a un plan tan alambicado; en realidad se realizó un estudio detallado del problema barajándose varias posibles soluciones, y si al final se eligió ésta fue porque siempre intentamos evitar, en la medida de lo posible, la intervención de nuestros agentes, ya que el efecto perturbador es menor si se realiza tan sólo con elementos de la propia época. Por otro lado, al restablecerse la línea temporal normal y desaparecer la derivación se borra también todo rastro de su Máquina del Tiempo, con lo cual todo queda resuelto de una manera limpia y sencilla.

-Eso es cruel -objetó Curtis.

-Quizá, pero era necesario. De no haberlo corregido, los perjuicios habrían sido muy superiores; la Máquina del Tiempo no sería construida en su momento y la Eternidad no llegaría a existir, lo que provocaría el caos en el devenir temporal con universos alternativos haciéndose y deshaciéndose de forma periódica. Lo siento, pero no había otra opción.

-¿Acaso conoce usted -porfió el viajero- el nivel de abyección que alcanzó el régimen nazi? Si sólo en unos pocos años fueron capaces de causar tanto mal, supongo que en su maravillosa historia los resultados serían todavía peores...

-No se equivoca. -reconoció el Director- Tras su triunfo en la guerra el nazismo se consolidó durante varios siglos, dominando directamente gran parte de Europa e influyendo en la implantación de regímenes afines en otros lugares del planeta, incluyendo los Estados Unidos. Fue una época oscura y sombría -suspiró- pero necesaria para que el futuro fuera como debía ser.

-Si ustedes son tan todopoderosos, podrían haber arbitrado una forma de llegar al mismo sitio sin necesidad de consolidar el nazismo; esto habría ahorrado sufrimientos a mucha gente.

-Se equivoca, nosotros no somos todopoderosos, sino simples humanos poseedores, eso sí, de una tecnología muy superior a la de su época. No podemos moldear el futuro a nuestro antojo, simplemente elegimos la opción más adecuada entre todas las posibles cuando éstas existen, y ésta no es siempre un camino de rosas.

-Los nazis fueron unos auténticos criminales...

-No lo discuto, pero no fueron los primeros, ni serían los últimos. Le recuerdo que yo tengo una perspectiva histórica varias decenas de miles de años más avanzada que la suya, y además para mí el III Reich es un acontecimiento tan lejano como para usted el imperio asirio... y no me dirá que los asirios no fueron también unos genocidas. ¿Deberíamos por ello borrarles de la historia? ¿Y a los aztecas? ¿Y a todo lo que no nos gustara o nos pareciera cruel? No, nosotros no podemos manipular la historia a nuestro antojo, vuelvo a repetírselo, pero es que además no queremos. ¿Acaso se cree que no me disgusta tener que potenciar determinados acontecimientos que yo soy el primero al que le parecen desagradables? Nuestra labor es únicamente la de vigilar que no se produzcan alteraciones, y sería un gravísimo error dejarnos arrastrar por sentimentalismos de cualquier tipo.

-Pero son ustedes los que determinan lo que es correcto y lo que no lo es... en la práctica actúan como si fueran dioses con poderes por encima del bien y del mal.

-No se equivoque, nosotros no determinamos nada. Sabemos cual es la línea temporal que conduce al establecimiento de la Eternidad, y a ella nos ceñimos. Cualquier otra, hasta donde nosotros sabemos, conduce al caos y a la desaparición de la humanidad en un plazo de tiempo más o menos largo.

-¿Y cuál es el futuro de la humanidad conforme a sus criterios?

-Se unifica, desaparecen las guerras y, en su momento, se expande por el universo. Llega un momento, que nosotros llamamos Post-eternidad, en el que la humanidad del futuro bloquea la capacidad de viajar por el tiempo... sabemos que siguen allí y que continúan evolucionando, simplemente se han convertido ya en algo tan distinto a nosotros que prefieren mantenerse aislados.

-Está bien, supongo que tendré que dar por buenos sus argumentos. -se resignó Curtis- Y ahora, dígame que piensan hacer conmigo.

-Es un problema -reconoció su interlocutor- cuya resolución depende básicamente de usted. No podemos devolverle a su realidad porque ésta ya no existe, y según hemos comprobado en la realidad alternativa que rige ahora usted nunca llegó a nacer. Podríamos, evidentemente, llevarle allí provisto de una identidad nueva, pero me temo que su vida no resultaría demasiado agradable en esa edad de plomo que han implantado los nazis. A no ser, claro está, que prefiriera ir a cualquier otra época de su pasado, algo que personalmente no le recomiendo ya que su adaptación resultaría muy dificultosa.

-¿Entonces?

-Existe otra posibilidad, la de que usted acepte convertirse en agente nuestro. No es el primer caso de náufragos temporales acogidos en la Eternidad, y la verdad es que por lo general siempre han solido dar muy buenos resultados. Por supuesto, y como medida de precaución, tendría vetada su propia época y cualquier otra en la que pudiera perturbar a aquélla, pero por lo demás el Río del Tiempo es inmensamente largo.

-Me temo que estoy demasiado desconcertado para elegir.

-No le estoy pidiendo que elija ahora... tómese todo el tiempo que considere necesario. Mientras tanto, le ruego que se considere nuestro huésped.

Dicho lo cual el Director se incorporó de su asiento dando por terminada la conversación. Tras despedir al viajero, éste fue conducido de nuevo a la habitación que ya conocía y, en esta ocasión, sí aceptó tumbarse en la cama, descubriendo que estaba agotado.

Tenía que decidir, se repetía una y otra vez. Pero había tiempo, tenía por delante toda la Eternidad, se dijo con ironía antes de quedarse dormido.


Publicado el 7-11-2010 en Libro Andrómeda