Caballo de Troya



Grxwft, comandante supremo del cuerpo expedicionario que el planeta Triis había enviado para conquistar la Tierra, se hallaba estudiando unos documentos en su despacho cuando percibió la llegada de su lugarteniente Xhñqzm. Éste, tras hacer a su superior el saludo reglamentario abatiendo las antenas en señal de sometimiento, procedió a transmitirle su informe.

-Señor, le comunico que tras haberse alcanzado el grado de cobertura máximo, todo está listo para el Gran Estallido. Tan sólo falta que dé usted la orden.

-Está bien, Xhñqzm, ejecútenlo -respondió Grxwft haciendo un gesto distraído con una de sus pinzas de ataque-. Al fin y al cabo todos estamos empezando a aburrirnos por esta inacción, por lo que a nuestros soldados les vendrá bien un poco de actividad.

El lugarteniente saludó y se retiró, dejando a Grxwft sumido en sus propias meditaciones acerca de lo fácil que resultaría conquistar un nuevo mundo para la raza triissi, algo que no dejaba de ser insatisfactorio para un guerrero como él, descendiente de una de las más linajudas castas de Triis... pero era lo que había.




Apenas unas horas después, todos los teléfonos móviles existentes en el planeta, incluyendo los que en esos momentos se encontraban apagados, emitieron una onda mortal de naturaleza desconocida que provocó la muerte, con el cerebro literalmente achicharrado, de todas aquellas personas que se encontraban a menos de varios metros de distancia de alguno de ellos. Hubo supervivientes, por supuesto, pero de ellos se encargaron las hordas de artrópodos gigantes que, abatidos sobre la superficie terrestre cual apocalíptica nube de langosta, procedieron a aniquilarlos de forma sistemática.

Tres meses más tarde el comandante Grxwft comunicaba a las autoridades de su planeta que la Tierra estaba completamente limpia de la que antaño fuera la especie dominante. Tan sólo quedaba por resolver el tema de los varios miles de millones de cadáveres que se pudrían a lo largo y ancho de su superficie, pero por fortuna los triissi eran carroñeros y a los recién llegados colonos no les faltaría comida.




Terminada su misión, y a la espera de entregar el mando al gobernador enviado de Triis para hacerse cargo del planeta, Grxwft procedía a recoger sus efectos personales en la estación espacial, camuflada en el punto de Lagrange L5 de la órbita terrestre, desde la cual había dirigido la conquista de la Tierra. Estaba eufórico, pues en premio a su labor le habían ofrecido un importante cargo militar en el frente de la Nebulosa Sombría, donde los triissi llevaban luchando desde hacía varias generaciones contra un enemigo secular no menos tenaz, los boombai. Esto le permitiría demostrar sus innegables aptitudes para la guerra, que iban mucho más allá de la aburrida campaña de exterminio que había llevado a cabo en el conquistado planeta.

Prueba de su alegría era la distendida conversación que mantenía, pese a la diferencia de castas, con Xhñqzm, su antiguo subordinado, que permanecería en ese sistema solar al mando del pequeño destacamento encargado de perseguir y erradicar a los posibles grupos de supervivientes -en cualquier caso pequeños y dispersos- que pudieran haber quedado en el planeta, una labor puramente policíaca que Grxwft miraba con desdén.

-Enhorabuena, señor, por su éxito -le adulaba Xhñqzm, que a duras penas lograba disimular su evidente impaciencia por perderle de vista-. Ha sido una victoria completa.

-¡Bah! -gruñó Grxwft chasqueando las pinzas en muestra de desagrado-. Esto no ha sido una guerra decente, sino un simple exterminio de alimañas. Y por si fuera poco, nuestras tropas apenas si tuvieron ocasión de entrenarse en combate real, puesto que ya habíamos aniquilado a la mayor parte de ellos gracias a los cebos que tan estúpidamente mordieron ellos mismos.

Xhñqzm, que pertenecía a una casta de científicos y había sido el supervisor de la campaña de exterminio previa a la acción militar, tuvo que hacer esfuerzos por contenerse frente a tan evidente insulto, por otro lado habitual en el trato que las castas guerreras daban a los que ellos consideraban inferiores. Pero calló, por la cuenta que le traía. Más inteligente que su superior, era consciente de que los cebos habían servido para evitar a los militares una campaña larga y costosa, no porque los humanos supusieran un rival digno de tal nombre frente a la superior tecnología triissi, sino porque lo elevado de su número, varios miles de millones de especímenes repartidos por todo el planeta, habría convertido en un trabajo ímprobo su exterminio.

Por fortuna ellos mismos habían mordido el anzuelo. Cuando varias décadas atrás, según el cómputo de tiempo local, el cuerpo expedicionario triissi llegó al Sistema Solar, se encontró con que la especie dominante, los humanos tal como se autodenominaban, había logrado alcanzar un grado notable de desarrollo, aunque muy atrasado conforme a los parámetros de los invasores. Éstos, o mejor dicho sus científicos, habían logrado convencer a los tozudos militares de que merecería la pena probar a proporcionarles -sin que ellos lo supieran, evidentemente- algún objeto tecnológico susceptible de convertirse en un utensilio de amplio consumo; objeto que llevaría incorporado de forma oculta un dispositivo mortal capaz de ser accionado por los triissi desde su refugio, consiguiendo así de una forma limpia y cómoda desembarazarse de la mayor parte de los ejemplares de tan molesta y estúpida raza.

Ésta fue la manera en la que los teléfonos móviles entraron en la vida de los extintos terrestres, sin que nunca nadie, ni tan siquiera sus inventores oficiales, llegara a sospechar -los técnicos triissi supieron trabajar bien, por más que el mérito se lo acabaran llevando los militares- su origen alienígena. Y fue tal el éxito de estos artilugios que pronto llegó a haber más terminales que habitantes en el planeta, por lo que a los invasores y nuevos dueños de la Tierra les bastó con algo tan sencillo como apretar un botón para que la historia cambiara para siempre.


Publicado el 30-10-2014