Los pasillos del tiempo





Antes de seguir adelante voy a hacer una declaración de principios: Poul Anderson es, con diferencia, uno de mis escritores de ciencia ficción favoritos... Lo que no impidió que, cuando hace años leí Los corredores del tiempo en la edición de Ferma, me quedara un mal sabor de boca debido a que encontré la novela, digamos, un tanto rara. No fue sino hasta mucho tiempo después, cuando Pulp Ediciones abordó su reedición, con el nuevo título de Los pasillos del tiempo, cuando me enteré de que la versión de Ferma había sido mutilada, lo que explicaba la desagradable sensación que me había causado.

La culpa, pues, no era de Poul Anderson, sino de un editor poco o nada escrupuloso que no había vacilado en podar todo cuanto a su modo de ver sobraba, supongo que por una razón tan prosaica como la de ahorrarse papel. La mutilación fue inmisericorde y afectó prácticamente a todos los capítulos, de los cuales fueron bárbaramente suprimidas las introducciones de los mismos dejándolos, como cabe suponer, cojos. Por esta razón, y aunque fuera sólo por ello, ya sería digna de celebración la iniciativa de Pulp Ediciones de dar a conocer al público español, por vez primera en nuestro país, la novela íntegra; pero ocurre, además, que se trata de una excelente narración que hará disfrutar sin duda a todos los amantes de la buena ciencia ficción clásica, que podrán encontrar en ella una buena dosis de aventuras unida a una solidísima descripción de diversas épocas históricas, en especial la del Neolítico tardío en vísperas ya de la llegada de la nueva Edad del Bronce.

Evidentemente, y como el propio título indica, nos encontramos con una novela que trata sobre viajes por el tiempo, un subgénero de la ciencia ficción por el que siempre he mostrado una actitud ambivalente: Por un lado me atraían poderosamente las especulaciones sobre el tema, pero por otro encontraba absurdos muchos de los planteamientos postulados en estas novelas, en especial algo que siempre me ha chirriado inmisericordemente como son las manipulaciones de las tramas temporales y los consabidos y manidos bucles cronológicos, con las inevitables paradojas de rigor.

Dicho con otras palabras, la ciencia ficción temporal -llamémosla así- me gusta, pero desconfío a priori de ella hasta el punto de que sólo contados relatos, entre ellos, cómo no, la magnífica El fin de la eternidad de Asimov, han logrado engancharme. Por suerte, y salvada la decepción original por la chapuza de Ferma, Los pasillos del tiempo figura por méritos propios en este selecto apartado. En realidad nada o muy poco hay de viajes temporales en el sentido tópico del género, por más que los distintos escenarios de la novela tengan lugar en diferentes épocas históricas, tanto del pasado como del futuro; esto puede parecer a primera vista una paradoja, pero no lo es, y basta con considerar el argumento para entenderlo.

El leit motiv básico de la narración es una extrapolación de la guerra fría vigente todavía cuando fue escrita la novela, con una Tierra dividida en dos bandos irreconciliables, los Guardianes y los Exploradores, fácilmente identificables con sus equivalentes contemporáneos, occidentales y comunistas, aunque con los parámetros geográficos algo alterados puesto que los últimos son, en el futuro imaginado por Anderson, los habitantes del continente americano.

Ambas facciones libran desde hace mucho una guerra sin cuartel, pero no en su época sino a lo largo del tiempo, de forma que intervienen activamente en el devenir histórico de la humanidad por más que el autor advierta que el tiempo es inalterable, lo que ha de interpretarse no como una imposibilidad de interferir en él, sino más bien admitiendo que cualquier intromisión de un viajero temporal en una época histórica anterior a la suya no sólo es posible sino asimismo inevitable, puesto que ya habría ocurrido con anterioridad. La consecuencia inmediata de todo ello es la imposibilidad práctica de crear cualquier tipo de paradoja temporal o modificar el pasado, ya que el tiempo es inmutable independientemente de que su discurrir no haya sido lineal, valga el símil, sino enmarañado a causa de las continuas intromisiones de Guardianes y Exploradores, que poco pueden influir en los grandes acontecimientos históricos pero sí a pequeña escala, a sabiendas de que ello no afectará al futuro de forma global.

Claro está que este planteamiento es válido para el pasado pero no para el futuro que, por razones obvias, estaría por escribir. Salva Anderson esta dificultad, de forma harto elegante, planteando la existencia de una civilización superdesarrollada en el futuro de los viajeros temporales -que a su vez proceden del nuestro- la cual, por motivos desconocidos -aunque el lector acabará enterándose de ellos- tiene bloqueado el acceso a su época a tan inoportunos y belicosos visitantes.

Sin duda, lo más original de la novela es la forma en la que tienen lugar los desplazamientos temporales; nada hay aquí de máquinas del tiempo ni artilugios que remotamente se les parezcan, ya que los viajes a través del tiempo se realizan merced a túneles subterráneos -los pasillos, o corredores, a los que hace referencia el título- que discurren a lo largo de diferentes intervalos cronológicos. Esta circunstancia, que en principio pudiera parecer extraña, da una gran agilidad a la novela, ya que los túneles son fijos -en su ubicación geográfica y en los períodos históricos que cubren-, razón por la que su control por parte de los dos bandos contendientes resulta ser de gran importancia estratégica.

En cuanto a la trama, ésta es relativamente -sólo relativamente- sencilla. El protagonista, un ciudadano anónimo de mediados del siglo XX, es reclutado por una de las facciones en lucha -los buenos, para entendernos, aunque luego se verá que se trata de un concepto muy relativo- como apoyo en unas circunstancias sumamente comprometidas para la líder de ese grupo. Aunque en un principio él tan sólo deseaba escapar de una condena de prisión, y quizá de muerte, por un homicidio involuntario, poco a poco se irá involucrando en el conflicto hasta verse convertido en la pieza clave del mismo. A lo largo de la novela veremos cómo viaja a la Europa neolítica, donde trabará contacto con el líder enemigo, para saltar luego, en una vertiginosa secuencia de viajes temporales, al presente de sus aliados e incluso a ese futuro que a ellos les está vedado, descubriendo con sorpresa que la realidad no es tan simple como quisieran hacerle ver y que en el fondo tanto Guardianes como Exploradores no son sino las dos caras de una misma moneda, la de la abyección humana llevada a sus más altas cotas de maldad.

De vuelta al Neolítico, pintado por Anderson como una época casi idílica en comparación con el brutal e inhumano futuro, el protagonista se enfrentará con sus antiguos aliados provocando, de una manera un tanto compleja, la derrota de los mismos; aunque sabe que el poco deseable futuro que ha tenido ocasión de conocer acaecerá de forma inevitable, sabe también que, al menos en el norte de Europa -la acción transcurre en la actual Dinamarca-, se gozará de varios siglos de tranquilidad antes de que lleguen las convulsiones de la cruel Edad de Hierro. Y allí se quedará nuestro protagonista, renunciando a retornar a su propia época, convertido en un jefe tribal cuya memoria honrarán sin duda durante bastantes generaciones.


Publicado el 7-11-2002 en el Sitio de Ciencia Ficción