Más difícil todavía





Puestos a elegir un Adán y una Eva, me quedo con los de Durero


Ayer mismo, mientras echaba un vistazo al periódico, me encontré con la noticia de que un canal de televisión estaba preparando una enésima versión de los eufemísticamente denominados reality shows -léase telebasura- cuya novedad estribaba en que los concursantes aparecerán tal como su madre los trajo al mundo e intentarán encontrar allí a su media naranja sin trampa ni cartón que valga, razón por la que, muy consecuentemente, se titulará Adán y Eva... supongo que antes de que comieran la famosa manzana.

Aunque a mi edad ya resulta difícil conseguir que me escandalice por algo, no dejó de sorprenderme el desparpajo -o la desfachatez, según se mire- con la que los responsables del canal defendían su “experimento sociológico”, argumentando que en el nonato programa “se trataría con mimo la desnudez, para que no hubiera morbo”; como si no fuera evidente que el éxito de audiencia de todos estos programas que explotan el voyeurismo de los espectadores se centra, precisamente, en el morbo que puedan llegar a ser capaces de suscitar.

Eso sí, les aseguro que no me pilló de sorpresa sino que, por el contrario, lo que en realidad me extrañó fue que hubiera tardado tanto en encendérseles la bombilla, ya que después de haber explotado hasta la saciedad todas las variantes posibles de la fórmula genérica -básicamente espectadores con niveles mínimos de exigencia regodeándose con lo que hacen o dejan de hacer los concursantes-, me preguntaba cuánto tardarían en dar otra vuelta de tuerca más a este subgénero -utilizo el prefijo sub en el sentido de subproducto, por supuesto- tras haberse exprimido hasta la saciedad a Gran Hermano y agotado también todas sus posibles variantes: supervivencia en islas más o menos desiertas u otros escenarios tropicales y/o exóticos similares; búsqueda de pareja, y te apañas con lo que te salga; intercambio de roles, a ser posible completamente dispares para darle más vidilla al asunto; jefes de incógnito camuflados entre sus empleados, para que experimenten en propia carne lo dura que es la vida de los pringados; concursos con aspirantes a cantantes, bailarines, cocineros -¡incluso los hay infantiles!- o a adelgazar; o las todavía más surrealistas competiciones de saltos de trampolín, con exhibiciones de modelitos de baño -y de algún que otro michelín- incluidas en el lote... ¿Quién da más?

Porque, se mire como se mire, nos encontramos con algo muy similar al clásico Más difícil todavía circense, lo que obliga a los canales de televisión a enzarzarse en un tour de force disparatado suministrando dosis cada vez mayores de telebasuricina a los telespectadores. Y como dudo mucho que la cosa se quede aquí -de hecho ya había un programa nudista similar en uno de esos canales raros que siempre caen al final del mando de la TDT y casi nadie ve- y cada vez resulta más difícil seguir apretando la tuerca al irse acabando el tornillo, todo puede ser que con el tiempo nos acabemos encontrando en la parrilla televisiva con reality shows en los que los reclamos -perdón, experimentos sociológicos- sean la pornografía, el sadomasoquismo o el gore. O, ya puestos, ¿por qué no un Gran Hermano Caníbal? Hasta podría ser divertido ver cómo los nominados servían de merienda a sus compañeros supervivientes.

En cualquier caso, cuando veo los índices de audiencia de esta telebasura siempre me viene a la memoria la conocida frase que te invita a comer mierda porque cien mil millones de moscas no pueden estar equivocadas. Y así nos va.


Publicado el 4-6-2014