Los huevos de Colón





La popular -aunque no desde hace demasiados años- fregona
Fotografía de Husond


No, no me estoy refiriendo a que el descubridor de América pudiera tener muchos huevos (de gallina, se entiende) ni, mucho menos, a una interpretación escatológica de su virilidad, sino a aquellos inventos que, pese a su sencillez y su evidente utilidad, son como quien dice de ayer mismo, de los cuales podríamos tomar como prototipo el famoso huevo de gallina que el ilustre descubridor logró poner de pie. Dicho con otras palabras, todo aquello cuya existencia resulta tan cotidiana que no te explicas como pudieron tardar tantos años en ser descubiertos o, en su caso, utilizados.

Y no se crean que es cosa de ahora, ya que los ejemplos históricos son numerosos. Así, pese a que ya las antiguas culturas mesopotámicas conocían los sellos, que utilizaban profusamente para estampar sus documentos, durante miles de años a nadie, ni tan siquiera a los prácticos romanos, se le ocurrió el siguiente paso obvio, la imprenta, cuya invención se atribuye a los chinos hacia el siglo XI de nuestra era, aunque ésta no llegaría a Europa hasta cuatro siglos después.

Huelga decir que la imprenta, al menos la que utilizó Gutenberg a mediados del siglo XV, estaba perfectamente al alcance de la tecnología de las culturas antiguas, en especial la romana, por lo que no se entiende que no fuera descubierta -en lo que a Europa se refiere- hasta una época tan tardía. Pero no es un caso único. Los globos aerostáticos de aire caliente tuvieron que esperar hasta el siglo XVIII pese a que su tecnología no puede ser más simple; e incluso la pólvora, inventada también por los chinos hacia el siglo IX, e introducida en Europa por los árabes a través de España en el siglo XIII, podría haber cambiado el rumbo de algunas batallas decisivas de la antigüedad, ya que nada impedía a los romanos mezclar unos ingredientes tan comunes como el carbón, el azufre y el salitre.

En ocasiones era todavía peor, puesto que, pese a conocerlo, lo desdeñaban. Esto les ocurrió a los griegos clásicos, unos magníficos matemáticos y arquitectos que, no obstante su utilidad, nunca llegaron a utilizar el arco ni la bóveda en sus construcciones, pese a conocerlos perfectamente ya que otros pueblos vecinos suyos, como los persas, sí los utilizaron. Peor aún es el caso de las culturas precolombinas, de las que se ha dicho que no conocían la rueda; en realidad sí la conocían, como han demostrado algunos objetos arqueológicos, pero jamás se plantearon, por la razón que fuera, utilizarla con fines prácticos.

Mucho más reciente es una anécdota, no sé si apócrifa, que leí en una ocasión. En plena carrera espacial los ingenieros de la NASA se encontraron con el problema de tener que proveer a sus astronautas con unos sofisticados y carísimos bolígrafos especiales que utilizaban tinta a presión, ya que los normales no funcionaban, o lo hacían mal, en condiciones de ingravidez, al no bajar la tinta por el tubo central. Los soviéticos, por el contrario, no tuvieron ese problema... se limitaron a equipar a sus cosmonautas con lápices corrientes. Estos bolígrafos para astronautas están hoy a la venta, y “sólo” cuestan -acabo de mirarlo en internet- 66 euros. Así que, si quieren darse el capricho...

Volviendo a nuestro pragmático presente, nos encontramos con que ese problema no suele existir o, al menos, no suele darse de una forma tan llamativa, aunque siempre he tenido la duda de si las aplicaciones prácticas de algunos inventos comunes no estarán más condicionadas por intereses puramente económicos que por las posibilidades técnicas o las necesidades reales de los mismos. Si no es así, no se explica que ahora estén intentando vendernos a toda costa las bombillas de bajo consumo, cuando lo lógico sería olvidarnos de una tecnología que ya es obsoleta cambiándola por la de los diodos luminiscentes, o LED... a lo mejor resulta que la escena final de En busca del arca perdida, con ese almacén repleto de inventos ocultos porque alguien ha decidido que todavía no ha llegado su hora, puede no ser completamente imaginada.

Pero dejemos de elucubrar, puesto que en esta ocasión he decidido centrarme tan sólo en inventos sencillos y hoy en día ubicuos, inventos todos ellos en los que la lógica nos mueve a preguntarnos por qué razón no se le ocurrieron a nadie antes... como el huevo de Colón. Veamos varios ejemplos:

Los pañuelos de papel, concretamente los de la marca Kleenex, que ha acabado convirtiéndose casi en sinómimo de ellos, fueron inventados ¡como máscara antigás! durante la I Guerra Mundial, aunque no empezaron a ser comercializados hasta los años 20, primero como productos de maquillaje y, sólo desde la década siguiente, como sustitutos de los tradicionales pañuelos de tela. Y sí, existir existirían, pero a España no llegaron hasta mucho más tarde, no generalizándose su uso hasta como quien dice hace cuatro días. De hecho, todavía recuerdo aquellos catarros de mi infancia y mi juventud en los que acababa con todas mis provisiones de pañuelos de tela -mi madre no daba abasto a lavármelos- sin que ni por asomo se me planteara la alternativa de recurrir a los de papel no sólo por higiene, sino incluso por pura necesidad, ya que llegaba un momento en el que no encontraba un triste trapo que llevarme a la nariz. En mi descargo, o mejor dicho en el de mi madre, que era la responsable de la intendencia doméstica, he de decir que no eran unos utensilios que se encontraran precisamente en cualquier tienda, como ahora, ni mucho menos.

Otro vívido recuerdo de mi infancia es el de mi madre -o mi abuela, o mi tía, o la vecina- fregando el suelo de rodillas y metiendo las manos con el trapo o gamuza que utilizaban para ello en el cubo del agua sucia cada vez que necesitaba mojarlo, lo cual a la par que poco higiénico era de lo más incómodo, e incluso perjudicial a largo plazo para la salud... hasta que llegó la fregona. El artilugio era tan sencillo como una bayeta a la que se le había añadido un palo, completándose el tinglado con un escurridor incorporado al cubo. Sencillo, ¿verdad? Pues hubo que esperar hasta 1956 para que alguien lo inventase, concretamente el español Manuel Jalón Corominas, y que estuviera inventado no impidió que no fuera de uso común hasta bastantes años después, ya que en 1956 yo todavía no había nacido y recuerdo a mi madre fregar arrodillada hasta cuando yo era ya bastante mayorcito.

Algo parecido pasó con el Chupa Chups, un caramelo de toda la vida al que a otro español, Enric Bernat, se le ocurrió ponerle un palito justo el año de mi nacimiento, 1958. Puede que aquí ya no nos encontremos con un invento tan trascendental, al fin y al cabo no era lo mismo fregar el suelo con un mínimo de comodidad que chupar un caramelo, pero lo cierto es que el invento tuvo éxito y su autor se hizo millonario. Sencillo, ¿verdad? Pues a nadie se le había ocurrido antes.

¿Recuerdan ustedes, si son conductores y de cierta edad, lo desagradable que resultaba entrar en un coche recalentado a pleno sol y quemarse las manos al agarrar el volante? Hasta que un buen día, no hace mucho de eso, aparecieron unos simples cartones, recortados del tamaño del parabrisas, que puestos detrás de éste paliaban al menos en parte el cruel castigo del Astro Rey. Posteriormente se sofisticarían recubriéndose de una capa metálica reflectante que aumentaba su efectividad a la hora de evitar que los coches se convirtieran en unas improvisadas e incómodas saunas, pero el concepto básico era el mismo y en modo alguno diferente al de los tradicionales toldos. Así pues, ¿por qué tardaron tanto tiempo en ocurrírseles la idea?

Aún más reciente, al menos en lo que a mis recuerdos respecta, es el invento de ponerle unas ruedas -y de paso un mango retráctil- a una maleta, algo que ciertamente se agradece sobre todo cuando ésta es muy pesada... pero todavía recuerdo con pavor cuando todo el mundo, y no sólo yo, cargaba con ellas a pulso, lo que te obligaba a parar cada cierto tiempo para recobrar el resuello. Fíjense que la idea estaba ahí, ya que existían los carros de la compra e incluso las carretillas, por lo que a alguien se le podría haber ocurrido utilizar el armazón de un carro de la compra, quitándole la bolsa, para colocar en su lugar la maleta; pero los primeros carros específicos para maletas, que eran esencialmente lo que acabo de comentar, y posteriormente las maletas con ruedas y asa ya incorporadas, son literalmente de hace cuatro días. No exagero, aunque en esta ocasión no he podido encontrar una fecha exacta.

Quizá menos evidente, pero asimismo interesante, es la válvula antigoteo con la que vienen equipadas ahora las cafeteras eléctricas. Se trata de un simple émbolo terminado en un tapón, el cual se abre al ser presionado por la tapadera perforada de la jarra permitiendo la caída del café desde el embudo del filtro, mientras que al retirar la jarra para servir el café el émbolo baja, empujado por un muelle, cerrando el orificio por el que cae el café. Más sencillo no puede ser, pero todavía anda por casa una cafetera más antigua, de diseño prácticamente idéntico pero sin este pequeño dispositivo, por lo cual es preciso esperar a que caiga todo el café del filtro -y a veces puede tardar bastante- so pena de correr el riesgo de que éste se vierta en la placa calefactora de la base al retirar la jarra antes de tiempo.

Para terminar, tan sólo nos queda especular sobre qué nos deparará el futuro... no me estoy refiriendo, claro está, a inventos de alta tecnología tales como la cacharrería informática o los teléfonos móviles, sino a ese huevo de Colón que todavía no conocemos o, si lo conocemos, no le prestamos la menor atención, y que sin embargo dentro de unos años todos nosotros nos preguntaremos como fuimos capaces de ignorar algo tan sencillo y tan útil durante tanto tiempo.

Seguro.


Publicado el 16-6-2011
Actualizado el 8-9-2011