Erotismo petardo





En tiempos de Rubens les gustaban llenitas...


Es un hecho constatado que, por encima de consideraciones religiosas, morales, éticas, sociales o incluso de salud pública, el sexo mueve dinero. De hecho, mueve mucho dinero; no es casualidad que a la prostitución se le considere la profesión más antigua del mundo.

Una de las ofertas sexuales más importantes, al menos en estos últimos tiempos, es la de la industria erótica y pornográfica, es decir, la representación normalmente gráfica, en fotografía o película, de escenas relacionadas con el sexo, desde las simplemente eróticas a las más descarnadamente pornográficas. Desde luego no se trata de una iniciativa moderna ya que es tan antigua como el propio arte, tal como lo demuestran las famosas venus prehistóricas o la larga tradición de representación del cuerpo humano desnudo iniciada por los griegos y continuada, con más o menos excepciones, hasta nuestros días; pero fue sin duda a raíz de la invención de la fotografía primero, y del cine después, cuando se iniciaría su etapa moderna tal y como la conocemos ahora.

La razón del auge del erotismo -y de la pornografía- gráficos, llamémosles así, radica probablemente en el hecho de que la sexualidad masculina, a diferencia de la femenina, tiene un importante componente visual, de manera que para muchos hombres, incluyendo a los homosexuales, la visión de un cuerpo desnudo es capaz de excitarlos sin necesidad de recurrir a un contacto físico con otra persona del sexo adecuado. Aunque en las mujeres este estímulo suele ser por lo general mucho menos intenso, sea por sus propias pautas psicológicas y endocrinas, sea por cuestiones sociales o por una combinación de ambas cosas -de hecho la pornografía masculina suela estar dirigida básicamente a los homosexuales, y no a ellas-, lo cierto es que la mitad de la población es más que suficiente para mantener en pie una tan próspera industria.

En cualquier caso no es mi intención hacer aquí una reflexión sobre un tema tan complejo y sobre el cual mi opinión personal resulta del todo irrelevante, sino sobre una faceta curiosa del mismo que siempre me ha llamado poderosamente la atención, lo que he venido en denominar como el erotismo petardo.

Me explico. Pongámonos en el pellejo de un ciudadano varón, heterosexual, sin tabúes religiosos o de cualquier otro tipo, y con unos gustos sexuales digamos normales, precisión ésta necesaria puesto que pulula por ahí gente bastante rarita. A este ciudadano lo normal será que le resulte agradable ver la fotografía de una mujer desnuda, pero no de cualquier mujer sino preferiblemente de una que sea atractiva. Por supuesto que la atracción puede estar enfocada tanto hacia la calidad como hacia la cantidad, es sabido que hay a quienes les gustan las cosas de talla XXL, pero para nuestro análisis tanto nos da lo uno como lo otro puesto que en ambos casos existe predilección por unas características físicas determinadas.

Así pues, por lo general los editores de las principales publicaciones eróticas -las pornográficas son otro tema, puesto que en ellas el contenido suele primar sobre el continente- lo tuvieron bastante claro desde el principio: mujeres jóvenes, guapas y con cuerpos próximos a los cánones estéticos actuales, bastante alejados dicho sea de paso de los vigentes en tiempos de Rubens. Dicho con otras palabras, chicas similares a las que se presentan a los concursos de belleza, pero sin ropa.

Pero hubo un momento en el que irrumpió con fuerza, al menos en España e ignoro si también en otros países, el ya citado erotismo petardo, consistente en sacar ligerita de ropa, o bien tal como su madre la trajo al mundo, a alguna famoseta que, independientemente de los motivos por los que pudiera ser conocida, su cuerpo no llamaría lo más mínimo la atención en una playa nudista, bien porque Dios no tuvo a bien dotarle de suficientes encantos, bien por haber dejado atrás hacía décadas el divino tesoro de la juventud.

La promotora de esta costumbre fue la revista Interviú y con ella sigue todavía hoy, además de haber sido profusamente imitada... porque la cosa, huelga decirlo, rindió pingües beneficios, hasta el extremo de que sus números más vendidos han sido siempre aquellos en los que una vieja gloria -en todos los sentidos- venida a menos, o bien una famoseta momentáneamente en el candelabro nos mostraban impúdicamente -y no me refiero al pudor al desnudo, sino a la vergüenza torera- sus michelines, sus arrugas y ajaduras o, más habitualmente, sus cuerpos corrientitos y molientitos, en nada diferentes de los de cualquier ciudadana del montón y, por lo tanto, poco merecedores desde un punto de vista estético de tales privilegios. Y desde luego, poco o nada atractivos desde un punto de vista estrictamente sexual.

Eppur si muove, como dijo Galileo. Puesto que se da la circunstancia de que esta misma revista compagina los reportajes fotográficos dedicados a famosetas y viejas glorias -en algunos casos ancianas glorias- con los de chicas rotundas y de buen ver pero completamente desconocidas, sorprende todavía más que la celulitis y las arrugas conocidas llamen más la atención que la lozanía anónima...

Claro está que hay una explicación sencilla, aunque difícilmente lógica: el morbo, definido por el diccionario de la RAE en su segunda acepción como el interés malsano por personas o cosas. Todavía existe una tercera acepción que lo identifica con la atracción hacia acontecimientos desagradables, pero ésta es mejor dejarla para otro artículo, por más que a mí no me resulte especialmente agradable ver desnuda a una señora que por edad podría ser mi madre, si no mi abuela, como ocurrió recientemente con las fotografías de cierta conocida aristócrata española, contemporánea casi de la Guerra de Cuba y de cuyo nombre prefiero no acordarme.

Nuestra sociedad, o al menos una parte significativa de ella, es esencialmente morbosa, y eso se nota no sólo en su interés por verles las vergüenzas -en el sentido bíblico- a personas que en ese campo no tienen nada especial que ofrecer, sino en otros muchos detalles en ocasiones bastante más escabrosos. Y ésta es, precisamente, la razón por la que el erotismo petardo tiene tanto éxito, aunque luego la gente se lleve decepciones del calibre de la que sacudió hace años al país cuando cierta cantante, entonces bastante popular y dotada, aparentemente, de unos buenos argumentos, acabó aceptando posar desnuda tras mucho tiempo negándose a hacerlo... y luego resultó que tampoco era nada del otro mundo.

Y es que, como dice el refrán, cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento.


Publicado el 18-1-2012