¡Mamá, yo quiero ser bombera!





Las chicas son guerreras... pero no tontas


Que la mujer ha estado históricamente discriminada con respecto al varón, así como que lo sigue estando todavía en diferentes culturas, es algo que por evidente no necesita ser discutido. Que, al menos en occidente, se ha avanzado mucho en la lucha contra las discriminaciones de cualquier tipo, es otra evidencia palpable. De hecho, y desde el punto de vista legal, no existe en la actualidad -en occidente, me refiero- la menor discriminación en función del sexo, lo cual es obviamente muy positivo.

Pero que no haya discriminaciones legales no quiere decir que no las pueda seguir habiendo más solapadas, razón por la que no conviene en modo alguno bajar la guardia. Eso sí, entre erradicar una discriminación e implantar una nueva de signo contrario, por muy “positiva” que nos la quieran vender, media un verdadero abismo.

Y ahí es precisamente donde radica el problema, en que con la manida excusa de la “discriminación positiva” los adalides del falso progresismo -como si algún progreso de verdad pudiera estar basado en una discriminación de cualquier tipo que no sea la de la propia valía personal- ya se consideran con patente de corso para obrar a su antojo... con lo cual no sólo hacemos un pan con unas tortas, sino que por si fuera poco intentarán hacerte pasar por el trágala de convencerte de que encima es guay; y si pese a todo sigues manifestando tu disconformidad, te tildarán de machista, racista, reaccionario, intolerante o cualquier otra lindeza por el estilo. Manda gónadas.

Veamos un caso concreto de estos desmanes “positivistas”. La mujer, y esto es una perogrullada, desde un punto de vista estadístico suele ser por lo general más débil físicamente que el hombre. Ojo, digo estadísticamente, ya que andan por ahí más de una y más de dos mozas lozanas a las que no retaría a una competición deportiva ni harto de vino... aparte de que yo, por muy varón que sea, jamás he destacado precisamente por mi potencial físico sino más bien por justo lo contrario; de hecho, la gimnasia siempre fue, con diferencia, uno de mis peores terrores escolares. Pero en general, y en promedio, los hombres suelen ser más fuertes y más resistentes que las mujeres. Qué se le va a hacer, la madre naturaleza no acostumbra a entender de feminismos.

Ésta es la razón por la que las competiciones deportivas están diferenciadas por sexos, algo que todos solemos ver como normal y por lo tanto no protestamos por ello pese a que, puestos a elucubrar y siguiendo el mismo criterio, podrían establecerse, pongo por ejemplo, campeonatos de baloncesto para bajitos -y bajitas-, lanzamiento de disco compacto para debiluchos -y debiluchas- o maratones de quinientos metros para cansinos -y cansinas-... al fin y al cabo el boxeo, tanto el masculino como el femenino, también está dividido en diferentes categorías, sin que nadie se rasgue las vestiduras por ello. Otra cosa es que nos las rasguemos por un “deporte” en el cual la victoria se dilucida a puñetazo limpio; pero ahora no estamos hablando de ello.

Así pues es mejor dejarlo estar tal como está sin meneallo demasiado, olvidándonos piadosamente de paradojas tan curiosas como que en un “deporte” como el ajedrez -aunque yo no esté en modo alguno de acuerdo con esta calificación, se le suele considerar como tal- existan asimismo campeonatos separados por sexos, pese a que cualquier persona mínimamente sensata negará con rotundidad que los hombres puedan ser más inteligentes que las mujeres. ¿Se imaginan ustedes concursos literarios para mujeres? ¡Ah!, ¿que ya los hay? Bueno, pues entonces mejor me callo.

Pero no acaban aquí los ejemplos de esta curiosa ley sexual del embudo. Menuda la que se montó al destaparse que algunas autoescuelas de Zaragoza cobraban más a sus alumnas que a sus alumnos varones con el argumento, supongo que fundado en datos estadísticos reales, de que en promedio estos últimos necesitaban dar menos clases prácticas que sus compañeras de sexo femenino, por lo cual veían lógico que pagaran menos. No opinaban lo mismo sus detractores, que tildaban a esta medida de discriminatoria e ilegal al conculcar, según ellos, la igualdad de género, exigiendo claro está -este tipo de personas siempre exige- su prohibición inmediata.

Bien, pero entonces, ¿por qué no hicieron lo mismo cuando hace algunos años varias compañías de seguros adoptaron una iniciativa similar, pero justo al contrario, alegando que estadísticamente las mujeres tenían menos accidentes que los varones? Porque ha tenido que ser el Tribunal de Justicia de la UE quien lo prohibiera, en fecha tan reciente como marzo de 2011, sin que durante todo este tiempo, y lo tuvieron de sobra, ninguno -ni ninguna- de los que ahora protestan de forma tan airada por los descuentos de las autoescuelas dijera ni pío ante tan flagrante caso de discriminación positiva... para las mujeres, claro. Curioso, ¿no?

Volvamos a nuestro tema. Si bien la mujer ha ido conquistando, poco a poco, parcelas laborales que tradicionalmente habían sido feudos masculinos, lo cierto es que su menor capacidad física -insisto, desde un punto de vista estadístico- parece recomendar que ciertos tipos de trabajos que exigen una gran preparación en este sentido fueran desempeñados mayoritariamente no ya por hombres -también los hay, y muchos además, alfeñiques y endebles-, sino por varones seleccionados a los que Dios dio un cuerpo danone que les permite afrontar situaciones ante las cuales los ciudadanos normales de uno u otro sexo nos veríamos desbordados por completo.

Por fortuna, en una sociedad moderna como la nuestra cada vez son menos necesarios unos esfuerzos físicos excepcionales durante el desempeño de nuestro trabajo habitual, pero pese a ello siguen existiendo algunas profesiones en las que tener un cuerpo fuera de lo normal es fundamental para poder ejercerlas; y entre ellas destaca, por méritos propios, la de bombero.

Es evidente que para ser bombero -o bombera-, al igual que para otras profesiones similares, hace falta tener unas aptitudes físicas muy superiores a las de la media. Es evidente, también, que en promedio las mujeres tienen menos fuerza física que los hombres, y esto, insisto en ello, no es cuestión de machismo, sino de pura biología.

Es por esta razón por lo que no creo necesario explicar que, nos pongamos como nos pongamos, no puede ser bombero cualquiera -o cualquiero-, algo que por lo demás se cae por su propio peso. Por esta razón, no es de extrañar que en las convocatorias de selección de aspirantes a este trabajo suelan incluirse unas pruebas físicas extremadamente duras, no por masoquismo sino por pura necesidad. Evidentemente muchas mujeres serán incapaces de superar esos baremos, pero asimismo tampoco podrían superarlos muchos hombres... para empezar yo mismo. Y no creo que eso se pueda tildar de discriminación dado todo lo que está en juego. De hecho, yo no me considero discriminado en absoluto.

Sin embargo cuando hace unos meses, a principios de 2011, el Ayuntamiento de Madrid publicó una convocatoria de oposiciones para bomberos, se encontró con la sorpresa de que varias aspirantes femeninas impugnaron las bases por considerarlas -el entrecomillado es mío- “discriminatorias”.

¿Ocurría acaso que se impedía a las féminas acceder a estos puestos de trabajo? En absoluto. Lo que exigían las candidatas despechadas -siete en total- era algo tan peregrino como que las pruebas físicas requeridas para aprobar la oposición fueran diferentes -léase sensiblemente más suaves- para las mujeres que para los hombres. Y se quedaron tan anchas, “justificando” -este otro entrecomillado también es mío- la petición de esta desigualdad con la excusa de que las mujeres son físicamente menos resistentes que los hombres.

Recuerdo que cuando leí la noticia se me abrieron los ojos como platos. En realidad la convocatoria de marras no discriminaba a las mujeres, sino a todos aquellos que, independientemente de su sexo, fueran incapaces de superar unas pruebas físicas tan exigentes como justificadas. Se mire como se mire, yo entiendo que en casos como éste no es de recibo que se apliquen unos baremos distintos a los dos sexos, puesto que estamos hablando de profesionales que pueden verse enfrentados a unas situaciones límite en las que la capacidad física sea vital para poder resolverlas. Y a diferencia de los deportes, no se trata de ningún juego donde pudieran establecerse distintas categorías.

¿Qué pasaría si en mitad de un incendio, o en el rescate de las víctimas de un accidente, a un bombero -o a una bombera- le fallaran las fuerzas o no tuviera las suficientes? La cuestión no es en modo alguno baladí.

Pues bien, agárrense los machos: según la noticia publicada en la prensa, el Ayuntamiento de Madrid era, si no el único, sí uno de los pocos organismos públicos españoles en los que, al parecer, los requerimientos físicos exigidos para ser bombero eran exactamente iguales para hombres y mujeres, y ni tan siquiera sé en qué quedó la cosa y si al final las candidatas despechadas llegarían a salirse con la suya. Cágate, lorito.

Pero yo, qué quieren que les diga, si un buen día me viera encerrado en el interior de un edificio en llamas y mi vida dependiera de que un bombero -o una bombera- llegara a salvarme a tiempo, como tuviera la mala suerte de que no me tocara alguien -o álguiena- que, independientemente de su sexo o de su tendencia sexual, no fuera capaz de correr los 100 metros:metricconverter> en el menor tiempo posible o de cargar, en caso de necesidad, con mis noventa kilos largos de peso, les aseguro que me acordaría de todos los antepasados de a quienes se les ocurrió la genial idea de no “discriminar” discriminando... suponiendo que sobreviviera al desaguisado, claro.

Y si para alguien esto es discriminación, para mí es puro sentido común.


Publicado el el 14-9-2011
Actualizado el 30-11-2011