Karité, el aceite misterioso





Frutos de karité, de donde se extrae la manteca homónima
Fotografía tomada de la wikipedia


Hace unos días, cuando me encontraba pagando en la caja de un supermercado, la cajera me ofreció un producto en oferta, en concreto un envase de plástico transparente que contenía dos bayonesas de procedencia obviamente industrial.

Aunque no soy nada partidario de estos productos por razones tan palmarias como que en ocasiones distan mucho de ser saludables, por lo que acostumbro a escudriñar las etiquetas antes de comprarlos, en esta ocasión me pillaron con la guardia bajada y, aunque suelo rehusar estas ofertas in extremis, he de reconocer que piqué, ayudado sin duda por el hecho de que las bayonesas, y en general los dulces con cabello de ángel, son de mi agrado pese a que nunca he sido especialmente goloso.

Y aunque me arrepentí instantáneamente el mal estaba ya hecho, así que a lo hecho pecho. He de reconocer que las bayonesas, pese a su origen plebeyo, no estaban nada mal y cayeron en un par de días; pero el posible problema no estaba en el sabor, o en la palatilidad que dicen los finos, sino en el posible uso y abuso de aditivos poco recomendables en su elaboración.

Huelga decir que al dichoso aceite de palma lo daba por descontado; y efectivamente estaba, con el añadido además de ser “completamente hidrogenado”, es decir, convertido en margarina, con lo cual la cosa era todavía peor puesto que la conversión en margarina de los aceites o grasas de cualquier tipo los hace más insanos desde el punto de vista nutritivo y metabólico.

La lista de aditivos de todo tipo era asimismo suficientemente larga como para recomendar no volver a comprarlas: el cabello de ángel llevaba estabilizante e406 (agar agar, una gelatina procedentes de algas, preferible eso sí a la de origen animal), conservante e211 (benzoato de sodio), regulador de acidez e330 (ácido cítrico) y aroma de limón. En la masa de hojaldre la cosa ya empezaba a pintar peor: aromas sin especificar, antioxidantes e306 (extractos naturales ricos en tocoferoles) y e304 (palmitato de ascorbilo), colorante e160a (caroteno) y gelatina con sus correspondientes aditivos, concluyendo la lista con la advertencia de que podría contener trazas de sésamo y frutos secos y que el producto había sido elaborado en una planta donde se procesaban alimentos que contenían trigo, huevos, pescado, crustáceos, soja, cacahuetes, leche, dióxido de azufre, moluscos y sus derivados. Casi nada para un simple bollo.

Pero esto también lo esperaba, por lo que tampoco me pilló de sorpresa. Lo que sí lo hizo, y de lleno además, fue lo que seguía en la lista de ingredientes al aceite de palma completamente hidrogenado: aceites vegetales (origen karite y girasol).

Les juro por Lavoisier que en toda mi carrera como químico jamás había oído hablar del aceite de karité ni mucho menos de sus usos alimentarios, por lo que puse a indagar temiendo lo peor. El karité, científicamente denominado Vitellaria paradoxa, es un árbol que crece en las sabanas de África Occidental, significando su nombre en el idioma local árbol de mantequilla. De sus frutos se obtiene la manteca de karité, utilizada tradicionalmente -copio de la wikipedia- en la cocina local y también en la industria chocolatera como sustituto de la manteca de cacao, lo que mueve a sospechar su posible condición de sucedáneo barato.

No obstante, su principal uso en los países desarrollados es en la industria cosmética, siendo su utilización con fines alimentarios, pese a lo que indicaba la wikipedia, meramente testimonial... o al menos eso era lo que habría pensado yo antes de comprar las dichosas bayonesas.

Por cierto, el artículo de la wikipedia concluía afirmando que la manteca de karité contiene pequeñas cantidades de látex, algo que no se advertía en el etiquetado pese a que la alergia al látex es relativamente frecuente.

Fuera ya de la wikipedia encontré numerosas referencias a la manteca de karité, pero absolutamente todas ellas se referían a su uso cosmético y no al alimentario... lo que resulta mosqueante, o al menos a mí sí me mosqueó. Ciertamente es comestible y en los países en los que se cosecha se come, pero si es tan buena para el cabello y la piel, ¿por qué se desperdicia en una vulgar bollería industrial?

O, formulando la pregunta desde otro enfoque, ¿sus presuntas propiedades nutritivas justifican que se emplee en la industria alimentaria? Porque desde luego, no es lo mismo untársela en la piel que comerla.

Volviendo al artículo de la wikipedia encontré que su composición química era mayoritariamente ácido oleico (60-70%) seguido por el ácido esteárico (15-25%), el ácido linolénico (5-15%), el ácido palmítico (2-6%) y el ácido linoleico(<1%). Bien, en principio la presencia mayoritaria del ácido oleico resultó ser una buena noticia, puesto que casi iguala al 75% presente en el aceite de oliva, paradigma de los aceites saludables.

Y de nuevo me asalta la duda: si se trata de un aceite saludable, ¿por qué no se emplea en alimentación en sustitución, pongo por caso, del denostado aceite de palma? Y si se prefiere utilizarlo en la industria cosmética gracias a sus propiedades hidratantes, ¿qué demonios pintaba en una bollería industrial que, dicho sea de paso, era barata?

Sinceramente, no me cuadra... a no ser que, optando por la hipótesis malpensada, pudiera tratarse de unos excedentes no utilizados por las fábricas de cosmética los cuales, siguiendo los tortuosos caminos utilizados por las empresas multinacionales, hubieran acabado recalando en un anónimo horno de pastelería industrial. ¿Paranoia? No lo descarto, pero lo cierto es que las multinacionales del ramo ya nos han hecho tantas jugarretas, siempre en busca del mayor beneficio económico posible, que estando ellas por medio no me fío ni de mi propia sombra.


Publicado el 27-12-2020