Zapatero, a tus zapatos





Fotografía tomada de www.nevasport.com



Aunque no soy ni por asomo un fanático de las marcas, y cuando me planteo comprar algún producto de cualquiera de ellas hago previamente un balance entre lo positivo -calidad, comodidad, durabilidad, vistosidad, etc.- y lo negativo, básicamente los presumibles sobreprecios inherentes al mercado de lujo, en el caso del calzado hace ya tiempo que me decidí por una de las más conocidas puesto que lo primero sobrepasaba con creces a lo segundo. Y ciertamente no me arrepiento, aunque el problema que voy a relatar a continuación me ha recomendado ser más precavido de aquí en adelante.

Vaya por delante que no ha sido algo que se haya de reprochar a esta marca en concreto sino, según he podido averiguar, una práctica habitual del conjunto de la industria del calzado, tanto en marcas punteras como en otras más corrientes, por lo cual la crítica va dirigida al conjunto de toda ella y no a ninguna marca determinada. Por esta razón, y porque me han asegurado que el problema ha sido resuelto, voy a omitir su nombre ya que sería injusto culparles de un comportamiento general, por muy criticable que pueda resultar éste.

El cual, dicho sea de paso, entra de lleno a mi entender en una de estas dos posibles alternativas: o bien se trató de un caso de manual de obsolescencia programada, o bien fue un intento mal calculado de rebañar beneficios en detrimento de la calidad más básica, algo comprensible quizá -aunque en modo alguno justificable- en un producto barato, pero en modo alguno en unos zapatos razonablemente caros que han hecho su insignia de la calidad. En cualquier caso, el fiasco fue de antología.

Vayamos al grano. En unos zapatos además de calidad, comodidad y, si se quiere, diseño, cabe exigir también, en lo que se refiere a los de gama alta, una razonable durabilidad. Claro está que su punto débil suele ser el desgaste con el uso de las suelas y los tacones, pero esto es algo fácil de resolver llevándoselos a reparar a un zapatero, de modo que si el resto del zapato se mantiene en buen estado -huelga decir que me estoy refiriendo a los de cuero, no a los baratos confeccionados con materiales sintéticos- y se cuidan, un par puede durar bastantes años.

Al menos eso era lo que yo creía hasta hacía poco, cuando me llevé la desagradable sorpresa de descubrir una degradación de las suelas y los tacones muy superior, y sobre todo prematura, a lo esperado. Llevé varios pares a un zapatero y éste tan sólo me pudo reparar algunos de ellos, viéndome obligado a tirar el resto pese a que no estaban en modo alguno tan usados.

Ha de quedar claro que no se trataba del desgaste normal que va limando poco a poco la superficie de contacto con el suelo, sino una degradación brusca y repentina que rajaba la suela de lado a lado en todo su espesor o la partía por la base del tacón, cuando no era éste el que literalmente se deshacía. El zapatero me explicó que se debía a que los fabricantes habían cambiado el material habitual -caucho natural o sintético- por otro de peor calidad que, no sólo duraba menos, sino que envejecía con independencia de su uso, de manera que si en una zapatería me habían vendido un par de zapatos que hubieran estado almacenados varios años en la trastienda -algo posible en caso de rebajas-, éstos ya tendrían activada la cuenta atrás para su rotura con independencia de su uso.

Y así quedó de momento la cosa, con los pares afectados por esta extraña lepra que se pudieron salvar reparados sin demasiadas garantías ya que, aunque el zapatero les puso medias suelas y tapas nuevas, el material enfermo, aunque sin contacto ya con el suelo, seguía teniendo el riesgo de seguirse deshaciendo.

Hasta que, en esta primavera, volvieron a fastidiárseme otros dos pares que hasta entonces no habían presentado problemas; primero unos de calidad normal que tenía para uso diario y, poco después, otros de la marca citada aparentemente en perfecto estado de conservación ya que, aunque eran relativamente antiguos, los había usado muy poco. En ambos casos las suelas se destrozaron por completo y de golpe coincidiendo casualmente con unos días lluviosos en los que se mojaron bastante.

Aunque en su momento no le presté atención a este detalle, ya que cabe suponer que una suela de goma debería ser inmune al agua, resultó que esta seudogoma sí lo era, de modo que puesta en contacto con la humedad se aceleraba su degradación.

Dado que soy químico y he trabajado durante bastantes años con materiales poliméricos, aunque no con gomas o cauchos, entiendo algo del tema. Esta inusitada degradación me sonaba a un proceso conocido como despolimerización, que consiste en la descomposición de un polímero en sus componentes originarios. Y, como puede que alguno de ustedes no sepan de qué les estoy hablando, voy a tomarme la libertad de darles una pequeña lección de química.

Los polímeros, o macromoléculas, son unas sustancias que se forman por la agregación de moléculas digamos normales, del mismo modo que una cadena está compuesta por una sucesión de eslabones entrelazados. Los hay de muchos tipos, tanto naturales -el ADN, la celulosa o el látex entre otros- como artificiales, principalmente los plásticos -también los hay muy variados, con propiedades diferentes- y las gomas sintéticas como el neopreno o el poliuretano. Los polímeros artificiales se polimerizan mediante diversos procesos químicos que consisten, explicado someramente, en ensartar las moléculas predecesoras, o monómeros, unas con otras al estilo del ejemplo ya expuesto de los eslabones en una cadena.

La despolimerización es obviamente el proceso opuesto, la ruptura de la cadena en fragmentos más cortos o incluso en las moléculas de partida. Éste es el método utilizado para que los polímeros biodegradables no se conviertan en residuos eternos, lo cual está muy bien para los envases y las bolsas de plástico, pero no tanto para unas suelas que, se supone, deberían durar tanto como el resto de los zapatos, algo que evidentemente no ocurría. Y en efecto, según pude comprobar más tarde, la humedad lo aceleraba mediante una reacción química conocida como hidrólisis, en la que el agua favorece la descomposición del material.

Volvamos a nuestro tema. Extrañado y, por qué no reconocerlo, también razonablemente mosqueado, escribí a la casa fabricante de los zapatos -aunque no todos los pares afectados eran suyos sí lo eran la mayoría- explicándoles lo ocurrido y, en esencia, pidiéndoles garantías de que este engorroso inconveniente no se volviera a reproducir.

Me respondieron con rapidez y, justo es decirlo, con amabilidad, a la par que reconocían la existencia del problema. Según me dijeron, todo se debió al cambio años atrás del material clásico, caucho de origen natural o artificial, por otro elastómero -nombre químico de los polímeros flexibles comúnmente conocidos como gomas-, el poliuretano. Este material presentaba según ellos notables ventajas sobre la goma tradicional tales como la resistencia al desgaste, un mayor agarre y, sobre todo, una superior ligereza, pero a cambio estaba lastrado por un “pequeño” -el entrecomillado es mío- inconveniente: tenía un período de vida mucho más corto, de unos ocho o diez años -en realidad según otras fuentes, más coincidentes con mi experiencia personal, bastantes menos-, suficiente conforme a sus cálculos para cubrir con creces el uso normal de unos zapatos.

Ciertamente es difícil  unos zapatos puedan llegar a acumular tantos años de vida antes de tenerlos que desechar... pero el problema consistía en que el intervalo durante el cual el poliuretano mantenía sus propiedades antes de comenzar a degradarse no dependía del tiempo de uso, sino del transcurrido desde su fabricación o, para ser más precisos, desde el momento de la síntesis del polímero, con independencia de que los zapatos se usaran todos los días o que se tuvieran guardados en un armario. Blanco y en botella.

Eso sí, advertían que la velocidad del proceso dependía de las condiciones de conservación, entre las cuales se contaba la de preservarlos de la humedad, sin caer aparentemente en la cuenta de que a veces llueve incluso en lugares de clima tan poco húmedo como la meseta castellana en la que vivo, y no quiero imaginarme el problema de sus clientes residentes en Galicia o la cornisa cantábrica, donde llueve bastante más. En cualquier caso, no tiene la menor gracia que por usar los zapatos en un día de lluvia -he olvidado decir que eran cerrados, y por lo tanto presumiblemente aptos- te quedaras literalmente sin suelas.

Asimismo me tranquilizaron asegurándome que habían dejado de usar el dichoso poliuretano y que en la actualidad utilizaban otros materiales de mejor calidad en los que no tenía por qué ocurrir este percance. No tengo ningún motivo para no creerles máxime cuando rastreando por internet he encontrado comunicados de otras marcas conocidas advirtiendo lo mismo, pero lo cierto es que la red está llena de quejas de esta epidemia zapateril, lo que me hace sospechar que la broma debió de alcanzar unas proporciones bastante considerables.

En cualquier caso, y dadas las circunstancias, les concederé un margen de confianza y por el momento seguiré comprando sus zapatos aunque, eso sí, antes me aseguraré de que el poliuretano no entre en la composición de sus suelas. Por si acaso.


Publicado el 16-5-2019