Puñetas informáticas





A veces llego a creer que son reales...


Antes de entrar en harina, voy a hacerles una confidencia: algo que nunca he soportado, y por lo que me llevan los demonios, es que alguien se tome la libertad de decidir por mí en cosas que me afectan directamente. Y no me estoy refiriendo en esta ocasión a esa plaga bíblica que son los políticos, por más que éstos tengan la habilidad de poner a prueba mi víscera cardíaca, sino a cosas mucho más prosaicas que, por desgracia, suelen ser perpetradas con total o casi total impunidad.

Por ejemplo, cuando un banco, una compañía de seguros, de teléfonos, o cualquier otra entidad similar, decide por su cuenta y riesgo -y por supuesto de forma totalmente irregular, cuando no decididamente ilegal- alterar las condiciones de la relación contractual que te vincula a ellos con la excusa de que te mejoran el servicio, por supuesto con un coste adicional para el sufrido cliente. Y no es que esté en contra de que lo hagan, lo que me saca de quicio es que no te pregunten o que ni tan siquiera te avisen, aplicando la política de los hechos consumados. En más de una ocasión esto les ha costado una denuncia mía en la oficina del consumidor además de una rescisión del contrato, pero cuando he pedido explicaciones a los responsables del atropello la cínica respuesta ha sido siempre la misma, o muy parecida: “como de todos los clientes que tenemos en su ciudad tan sólo han protestado tres o cuatro...

Y así nos va. Otra variante de estos abusos, menos gravosa para nuestros bolsillos pero si cabe todavía más molesta, es el tráfico indiscriminado de nuestras direcciones particulares, postales o de correo electrónico, con objeto de bombardearnos con publicidad no deseada; cierto es que existen leyes reguladoras que intenta impedir estas marrullerías, e incluso una Lista Robinsón que, presuntamente, te permite aislarte de ellas; pero como cabe suponer, siempre se las apañan para bordear la ley, cuando no para vulnerarla directamente, aprovechándose de que la mayor parte de la gente, por desconocimiento, abulia o indiferencia, pasa de protestar. Hace muy poco me di de baja como socio de una compañía de venta por catálogo porque me mandaron una carta pidiéndome “permiso” para ceder mis datos a un grupo empresarial en el que ésta se había incorporado, con objeto de que me pudiera ser remitida publicidad de este último. Lo de las comillas se debe a que, si no deseabas que les cedieran tus datos, tenías que comunicárselo por escrito -al menos mandaban un sobre prefranqueado, algo es algo- en el plazo improrrogable de un mes, ya que de no hacerlo “entenderían” que estabas de acuerdo con su trapacería. Por si fuera poco, al abuso de considerar como consentimiento tácito la falta de respuesta, se unía el hecho “casual” de que la carta había sido remitida a primeros de agosto, en pleno éxodo veraniego. Sin comentarios.

Ahora bien, y ya entramos en el meollo del artículo, si en el campo de los servicios y la publicidad -no digamos ya la tabarra de las llamadas telefónicas- las marrullerías siguen siendo por desgracia frecuentes, es dentro de los procelosos mares de internet donde el descaro alcanza los niveles más elevados, sin duda a causa de la indefensión de los usuarios.

No estoy hablando de temas tales como los virus o el spam, que se adentran ya en las fronteras de la delincuencia, sino de algo mucho más inocuo -pero no por ello menos molesto- y, supongo, cuanto menos alegal, pero que a mí personalmente me fastidia mucho: en concreto, que cuando te descargas un programa o una aplicación de la red, se sobreentiende que gratuitos y perfectamente legales, en cuanto te descuidas te enchufan algo que tú no querías, léase otro programa que nada tiene que ver con el descargado, o complementos de cualquier tipo para el navegador estilo motores de búsqueda o cosas por el estilo.

Y es que estoy harto. Ya desde hace tiempo descubrí que en muchos portales de descarga -insisto, legales al cien por cien-, cuando comenzabas a descargar un programa determinado te salía un mensajito “recomendándote” que te bajaras también alguna otra cosa, desde un antivirus hasta un traductor, pasando por lo primero que se les ocurriera. Aunque en teoría -y en la práctica- te daban la opción a elegir si instalarlo o no, “casualmente” venía siempre marcada por defecto la casilla afirmativa, con lo cual, si no andabas listo, acababan colocándotelo porque sí.

Quede bien claro que no estoy en modo alguno en contra de esas sugerencias, y soy consciente de que esos programas pueden ser útiles para quien esté interesado en ellos; pero lo que no es de recibo, es la forma tan marrullera en que te los cuelan y que te obliga, una vez descubierto el pastel, a desinstalar al intruso rogando porque no te hubiera descabalado algo por el camino.

Y si sólo fuera desinstalarlos... porque a veces se incrustan a conciencia en los entresijos más profundos del ordenador, de modo que hace falta paciencia -y unos razonables conocimientos informáticos- para borrar hasta el último rastro de estos indeseables huéspedes. En muchas ocasiones no suele bastar con desinstalar el intruso, sino que además es necesario limpiar el registro de windows para suprimir sus “apéndices” incrustados en el propio sistema operativo.

Otras veces no son programas propiamente dichos los que se te cuelan, sino complementos para los navegadores del estilo de barras de herramientas o motores de búsqueda de lo más variopinto que, en teoría, sirven para mejorar las opciones que te proporciona por defecto el navegador. Especialmente contumaces son las barras de diferentes buscadores, y como por lo general tan sólo sueles usar una -casi siempre la de google-, es evidente que todos los demás te sobran, a no ser que te pase como a un amigo mío que, por pereza o desconocimiento, tenía la pantalla del navegador llenita de barras de lo más variopinto que, como cabe suponer, no utilizaba.

Por si fuera poco, no suelen conformarse con instalarse en la pantalla del navegador ni con colocarse -otra gracia- como buscador por defecto, sino que además, a poco que te descuides, se te colarán como página de inicio desplazando a la tuya y, con un poco de suerte -esto es lo más complicado con lo que me he encontrado hasta ahora-, en el caso relativamente frecuente de que acostumbres a hacer las búsquedas no desde la caja de tu buscador favorito, sino desde la de direcciones, también conseguirán infiltrarse en ella.

En consecuencia la cosa puede llegar a resultar no sólo cargante sino también tediosa, ya que no bastará con eliminarlo de la sección de complementos de los navegadores, sino que además habrá que entrar en los registros de los mismos (about:system en el firefox) para ir desactivando todos los comandos que nos haya colado, algo que por cierto no todo el mundo sabe hacer. De hecho, yo tuve que consultar a los informáticos de mi trabajo. Y si tienes instalados dos o tres navegadores, como es mi caso, en prevención de que alguna página no se abra bien en alguno de ellos, pues trabajo múltiple, ya que tendrás que ir haciendo la limpieza uno por uno.

Me queda por añadir que hace tan sólo un par de días un dichoso portal de descargas, que al parecer actúa cada vez de forma más descarada, me coló dos parásitos de este tipo sin siquiera advertirme ni preguntarme acerca de si quería o no, y les aseguro que estuve muy pendiente ya que no me fío un pelo de ellos. Y por supuesto fueron de los más recalcitrantes en dejarse quitar, ya que se habían metido hasta en la sopa: instalación y registro de windows, y registro (system), página de inicio y complementos de todos los navegadores. Casi nada, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor utilidad de uno de ellos era, al parecer, proporcionar emoticones y chorraditas por el estilo para las redes sociales -aunque hay quien le acusa de ser un spyware-, mientras el otro era un motor de búsqueda del que no había oído hablar en mi vida. Huelga decir que no esperé a comprobar las “bondades” de ambos, y además acabé muy cabreado con ellos por culpa del tiempo que me hicieron perder.

Por todo ello, cada vez echo más de menos que no haya algún tipo de regulación que limite estos abusos tan descarados y que, aparentemente, cada vez van a más no sólo en extensión, sino también en profundidad, lo que te obliga a realizar tareas más complejas para solucionar el desaguisado. Cierto es que estos portales te ofrecen un servicio gratuito, pero esto no les autoriza a actuar de una manera tan abusiva e intrusiva en contra de tu voluntad y tus intereses; me parece muy bien que ofrezcan alternativas a los grandes programas dominantes, e incluso acepto que te los publiciten y que intenten convencerte del interés de los mismos; pero sin marrullerías de ningún tipo y sabiendo en todo momento a qué nos atenemos.

Y si no, habrá que ponerlos en la lista negra y, en caso de dudas, consultar los foros informáticos. Por fortuna, en ellos es posible encontrar una solución para casi todo.


Publicado el 17-9-2012