El misterioso caso del peso menguante





¿Se sentiría el hombre menguante como una tableta de turrón o un bote de berenjenas?



Durante mucho tiempo algo tan tradicional como las tabletas de turrón tenían siempre el mismo peso, 300 gramos, y tengo la sospecha de que con anterioridad a mis recuerdos pudieran haber sido incluso más grandes. Me refiero, obviamente, a las industriales que se venden envasadas, no a las que se cortan al peso en las pastelerías. Sin embargo, desde hace algunos años empezaron a aparecer tabletas de 250 gramos, de 200 gramos ¡y hasta de 150 gramos! sin que, mucho me temo, su precio experimentara una reducción equivalente a la experimentada en su cantidad.

Eso sí, se ve que los fabricantes velan por nuestra salud, que ya se sabe que comer demasiada azúcar no es bueno; mientras en una tableta de 250 gramos comprada la pasada navidad -sí, todavía quedan algunas, por las de 300 mejor no molestarse en preguntar- se indicaba en la etiqueta que contenía un total de diez raciones de 25 gramos cada una, en otra de 150 gramos me encontré con la sorpresa de que las raciones se habían encogido a aproximadamente siete de 20 gramos, cuando respetando la proporción, al fin y al cabo cabe suponer que nos gustará comer siempre más o menos la misma cantidad, serían seis raciones de 25 gramos, y no siete de 20 con un sobrante de diez. ¿Casualidad?

Aunque bien pensado, los turroneros no hacen sino seguir la estela que marcaron hace años los fabricantes de licores y aguardientes cambiando las tradicionales botellas de litro por otras de 70 centilitros -ni siquiera tres cuartos de litro- en la inmensa mayoría de éstos, salvo los brandis más baratos, ahora vendidos como bebida espirituosa, el tradicional anís -aunque algunas de las marcas más conocidas se han acabado sumado a la moda-, el vermut y poco más... e incluso he llegado a ver botellas de licores, eso sí, muy bonitas, de tan sólo medio litro. Como siga la cosa así, mucho me temo que acabarán vendiéndolos en frascos de colonia.

He leído en más de una ocasión -la desfachatez no tiene límite, sobre todo cuando se traduce en ganacias- que, al ser los hogares más pequeños y en muchos casos unifamiliares, los consumidores preferían envases de menor capacidad, lo cual es bastante relativo. Resulta evidente que una familia de uno o dos miembros consumirá menos que una de cuatro o cinco; pero en muchos casos, sobre todo tratándose de alimentos envasados, la diferencia es poco apreciable siempre y cuando la capacidad de los envases no sea enorme o estén a punto de caducar. Claro está que cuanto más pequeño es el envase mayor suele ser el precio a igualdad de cantidad, por lo cual mucho me temo que se les ve el plumero. En cualquier caso lo lógico sería ofrecer envases de diferentes tamaños para que cada hogar opte por el que mejor le cuadre, en lugar de decidir arbitrariamente según sus propios intereses.

Lo mismo pasa cuando quieres comprar, por ejemplo, embutido y tienes las dos opciones, pedirlo al corte en la sección de charcutería o bien cogerlo ya cortado en lonchas y envasado del expositor. Según en qué tiendas esto no es posible hacerlo al no existir esta sección pero en otras sí, y en estas últimas he comprobado que el mismo producto de la misma marca cuesta bastante más caro ya cortado y envasado. Eso sí, te ahorras esperar el turno. ¿Casualidad? O cuando te lo intentan vender como oferta al módico precio de, pongamos, un euro y descubres, no voy a decir que con sorpresa porque no sería verdad, que la cantidad es tan exigua que el peso por kilo resulta mucho más elevado, con lo cual de oferta nada. A modo de ejemplo, hace unos días vi un envase de jamón de york en lonchas, al redondo precio de un euro, cuyo peso neto era de 90 gramos cuando lo lógico sería esperar que éste fuera de 100, lo que supone un sobreprecio adicional de un 10% a lo ya comentado.

No se vayan todavía, que hay más. Me gustan las berenjenas aliñadas, por lo que de vez en cuando compro un bote en el supermercado. Aunque supongo habrá muchas marcas, las más fáciles de encontrar son tres, que hasta hace poco tenían precios similares. Pero como todo sube últimamente menos los sueldos, me encontré con el siguiente panorama: Una de ellas subió el precio alrededor de un 10%, pero mantuvo el peso. Una segunda mantuvo el precio reduciendo el peso neto escurrido de 420 gramos a 350, lo que supone una merma del 17%. La tercera, por último, subió el precio y redujo el peso en proporciones similares, lo que supone un incremento neto en torno a un 25% del precio. No está mal, ¿verdad? Ya me gustaría a mí que me subieran así el sueldo. Curiosamente, y aprovechando que las berenjenas vienen acompañadas del líquido del aliño, estas empresas no redujeron el tamaño del bote limitándose a añadir más de éste para compensar la disminución de las berenjenas, con lo cual pese a que el peso escurrido sí venía especificado correctamente en la etiqueta -¡faltaría más!-, esta treta puede inducir a error si te guías por el tamaño y no escudriñas ésta, sobre todo si, tal como constaté en una cadena de supermercados, en el rótulo de la estantería seguía figurando el peso antiguo incluso mucho después de la cura de adelgazamiento. ¿De nuevo casualidad?

Quizás podrán decir ustedes -yo también lo digo- que el turrón, el embutido o las berenjenas son caprichos prescindibles, pero lo malo es que los fabricantes suelen aplicar similares hachazos a los alimentos más básicos, bien subiéndoles directamente el precio, bien de forma más sibilina recortando el peso. ¿Será que la gente no sabe dividir?

Aquí va otro ejemplo de un alimento que sin ser fundamental sí es habitual en nuestras despensas, las conservas de pescado. Y aunque he hecho la comparación tan sólo para un producto, se pueden imaginar que también ocurrirá para el resto. En concreto, me fijé en algo tan popular como los filetes de caballa en aceite de girasol; ni siquiera de oliva, dado que con esa excusa el precio sube mucho en relación con el de girasol pese a que, como cabe suponer, el aceite empleado no será precisamente de oliva virgen extra sino, mucho me temo, de la variedad más barata posible, quizá incluso de orujo. Y, para afinar todavía más, me centré en las respectivas marcas blancas de las diferentes cadenas de supermercados, razón por la cual la responsabilidad de su tamaño recae exclusivamente en éstas, no en los fabricantes que al fin y al cabo les suministrarán lo que les pidan.

Las latas tradicionales tenían, y siguen teniendo donde todavía las venden, un peso neto escurrido -es decir, de caballa- de 90 gramos. Pero, ¡oh casualidad!, en algunos supermercados empezaron a aparecer latas con tan sólo 65 gramos, es decir con una merma de peso del 28%, convenientemente camufladas en paquetes ahorro de dos latas. Aunque no he podido comprobarlo con los precios equivalentes de unas mismas latas antes y después de su cura de adelgazamiento, mucho me temo que la pérdida de peso no fuera acompañada por una rebaja equivalente de precio, aunque sólo fuera por el mayor coste del envase en relación con el peso total.

Y no quedó ahí la cosa. Por el momento en tan sólo una cadena -a ver cuanto dura- me encontré con latas anoréxicas de tan sólo 53 gramos de peso neto escurrido, por supuesto también en unas bonitas cajas de dos latas, lo que supone una nueva merma de un 18% respecto a las de 62 gramos y del 41%, casi la mitad, frente a las de 90 gramos. Casi nada.

No les anda a la zaga un producto tan básico como el dentífrico. Si se fijan ustedes en las marcas más conocidas, a las que se suman también algunas marcas blancas, su capacidad suele ser de 75 centímetros cúbicos. Hay que buscar otras marcas blancas diferentes para encontrar tubos de 100 cm3, y tan sólo conozco dos cadenas de supermercados en los que éstos sean de 125 cm3, precisamente donde yo los compro porque además me gustan. Casualidad o no, los tubos más pequeños suelen venir dentro de un innecesario envase de cartón -lo del respeto al medio ambiente no debe de ir demasiado con ellos- que, eso sí, camuflan hábilmente su tamaño real.

Huelga decir que los precios de las distintas marcas de dentífricos suelen ser similares con independencia de sus respectivos tamaños, e incluso mayores en los casos en los que te cobran, y bien cobrada, la marca. A modo de curiosidad, comentaré que hace unos días descubrí con sorpresa -por decirlo de alguna manera- un dentífrico de una de las marcas más conocidas -y caras- en el que generosamente te regalaban un 33% de producto... porque el tubo había crecido, cabe sospechar que de forma temporal, de los 75 cm3 a los 100. Para este viaje no hacían falta muchas alforjas, ya que los dentífricos baratos no se diferencian demasiado de ellos salvo en la marca, en que no son anunciados por televisión y, por supuesto, en que te dan un 67% más de producto por el mismo, e incluso por menos, precio.

Un ejemplo más podrían ser los populares cacahuetes. En España, con independencia de la marca, las bolsas de los cacahuetes con cáscara son siempre de 400 gramos. Sin embargo en la vecina Portugal pesan medio kilo, con un precio similar pero con un 20% menos de producto que equivale a un precio un 20% superior; para más inri, esto ocurre incluso dentro de una misma marca. Pero el colmo es que he llegado a ver anunciadas en supermercados españoles bolsas de “500 gramos” que luego, al leer el etiquetado, resultaban ser de tan sólo 400. Sin comentarios.

A ello se suma otro problema añadido. Si bien la reducción de peso manteniendo el precio ya es en sí misma una subida encubierta de precio, hay que contar además,tal como he comentado anteriormente, con que los costes añadidos de envasado, almacenamiento y transporte no suelen ser proporcionales a la cantidad neta de producto que contienen de modo que cuanto mayor sea ésta menos repercuten en el precio total, tal como lo demuestran los envases de mayor tamaño anunciados como envase ahorro. Y viceversa, claro está, por lo que cuando el envase encoge el producto se ve afectado por dos sobreprecios, el del escamoteo de peso y el derivado de un mayor coste unitario del envase y demás.

Esta marrullería comercial tiene un nombre: reduflación, y basta con buscarla en internet para comprobar que yo no soy el único que la critico. De hecho, después de escribir la primera versión de este artículo una asociación de consumidores denunció por ello a seis conocidas empresas de alimentación ante la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia; y aún se quedaron cortos, puesto que se trata de una práctica muy extendida que abarca a muchas más marcas que la media docena denunciada.

Aunque la aplaudo, he de reconocer que contemplo a esta iniciativa con escepticismo ya que, mucho me temo, todo acabará quedando en agua de borrajas. Los responsables de estas empresas se apresuraron a decir que ellos no hacían nada ilegal, ya que existe libertad de precios mientras el peso esté correctamente reflejado en el envase. Algo que es cierto, ya que como cabe suponer pondrán cuidado en respetar escrupulosamente la letra de la ley; pero sólo la letra, puesto que muchos de ellos no dudan en recurrir a cuantas marrullerías se les ocurren de modo que, tal como afirma la conocida frase, con la verdad engañan.

En realidad nadie les había acusado de hacer nada ilegal, sino de practicar una ambigüedad calculada jugando a la confusión dado que saben de sobra que mucha gente no se para a leer las etiquetas, sobre todo cuando se trata de un producto que llevas comprando desde hace tiempo. Huelga decir que a diferencia de cuando incrementan el peso aplicando una promoción, donde sí resaltan con todo lujo tipográfico que nos están regalando parte del producto, cuando lo reducen esta información adicional brilla por su ausencia, por lo cual hace falta ser muy ingenuo para no caer en el detalle de que, si no ilegal, esta práctica sí busca confundir al comprador colándole el peso reducido de forma solapada y preferiblemente sin que él se entere.

Los argumentos esgrimidos por las empresas para justificar estas prácticas no dejan de ser sorprendentes, ya que por lo general se escudan en una presunta adaptación de los formatos a la demanda de los consumidores que, según ellos, preferiríamos envases más pequeños dado que los hogares españoles cuentan ahora con menos integrantes, lo cual podrá ser cierto estadísticamente pero no tiene por qué condicionar nuestros hábitos de compra. De hecho, yo no encuentro ningún problema en conservar un envase abierto en el frigorífico durante varios días hasta que el producto se haya consumido en su totalidad, por lo cual esta explicación se cae por su propio peso. Y ya el colmo del cinismo es cuando se despachan diciendo que, ante un episodio de alta inflación como el que nos asola, si recurren a esta práctica es “en beneficio de los consumidores” o, todavía peor, que lo hacen para ayudarnos a reducir la cantidad de alimentos que tomamos beneficiando así a nuestra salud. Tiene narices la cosa.

Y como no se trata de algo que esté tipificado en los correspondientes códigos legales, la única defensa que tenemos los consumidores frente a estas prácticas torticeras es leer minuciosamente las etiquetas de los envases y en su caso no comprar estos productos reemplazándolos por otros similares de marcas más decentes... si es que resulta posible encontrarlas, que esa es otra.


Publicado el 7-2-2022
Actualizado el 28-8-2022