Marquitis





¿Nos dan gato por liebre?
Fotografía tomada de http://www.risasinmas.com



Es de sobra conocido que la marquitis constituye una fijación para mucha gente, algo que las empresas han explotado hasta la saciedad desde los inicios del consumismo. El ejemplo más flagrante es el del mercado de lujo, donde exhibir un logotipo de determinada marca es un pavoneo ampliamente extendido e incluso ha generado una floreciente industria de imitaciones baratas -que no de falsificaciones, porque habría que ser muy crédulo para pesar que el objeto de lujo que te han vendido en el mercadillo es original- de modo que hasta los más insolventes puedan presumir de su -pongan aquí la marca de lujo que prefieran- de baratillo.

Pero no es sólo cuestión del mercado de lujo, ni siquiera en su versión ful. También en el consumo diario suele ser una obsesión habitual fijarse en las marcas más conocidas, que suelen coincidir con las que más veces aparecen anunciadas en televisión, menospreciando tanto a las marcas blancas -que muchas veces son producidas por los mismos fabricantes- como a aquéllas que carecen de soporte publicitario, como si el coste de estas promociones no repercutiera en el precio final del producto; y eso que a nadie con dos dedos de frente se le puede escapar que cuando compras un producto de marca conocida estás pagando no sólo la calidad, sino también la marca con todos los gastos añadidos.

Como suele ocurrir esta fidelidad a las marcas tenía sentido en su momento, antes de que la publicidad y las agresivas técnicas de venta la desvirtuaran. En la economía digamos tradicional la marca servía para identificar a un producto, y las empresas que cuidaban la calidad de los suyos la esgrimían como aval de que no te iban a dar gato por liebre. Así pues, bastaba con el tradicional método de ensayo y error para descubrir cuales marcas te satisfacían y cuales no, asumiendo una confianza en las primeras que éstas no solían defraudar... y si lo hacían, peor para ellas.

Pero llegó la televisión, con el añadido del sobrecoste publicitario, y todavía peor llegaron las multinacionales, que se dedicaron a comprar empresas tradicionales para laminarlas y homogeneizarlas dentro de sus avasalladoras campañas de ventas, sin olvidarnos de las manipulaciones de todo tipo que, basadas en su estrategia de la economía de escala, condujeron a una manipulación de los alimentos difícilmente justificable desde el punto de vista de la salubridad de los mismos.

Pero ahora estamos hablando de marcas, por lo que es preferible dejar este último punto para otros comentarios. Como acabo de decir, hasta la irrupción de las ávidas multinacionales en el mercado alimentario español una marca afamada solía ser por sí misma una garantía de calidad, mientras ahora, merced a los cambalaches a los que tan aficionadas son estas megacorporaciones, las cosas no están ni mucho menos tan claras.

Voy a poner varios ejemplos sin citar nombres, aunque no resultan difíciles de identificar. Hace años una multinacional compró una afamada marca de galletas que llevaba muchos años siendo habitual en nuestras despensas. Si todo hubiera quedado en un cambio de dueños la cosa no habría pasado de ahí, pero resultó que a la multinacional no le interesaba la fábrica en lo más mínimo, sino tan sólo la marca. Así pues, aunque compró todo, enseguida manifestó su deseo de deshacerse de la fábrica para pasar a elaborar las galletas en sus propias factorías, sin importarle lo más mínimo que esto provocara la ruina de la comarca donde estaba radicada ésta desde hacía varias generaciones.

Finalmente se salió con la suya, pero por fortuna sólo a medias. En efecto arrampló con la marca y pasó a vender sus propias galletas con ella, aunque la fábrica pudo ser comprada por otra empresa española que la dedicó a la elaboración de marcas blancas.

Y ahora viene la pregunta. Estas nuevas galletas, vendidas con la marca de marras, ¿pueden considerarse verdaderas en comparación con las antiguas? Desde mi punto de vista no, ya que lo único que tienen en común con ellas es el nombre. Quede claro que no estoy haciendo ni comparaciones entre ellas ni mucho menos juicios de valor; desconozco si las nuevas galletas serán iguales, mejores o peores que las originales porque no las compro, pero lo que tengo meridianamente claro es que son diferentes, puesto que tal como afirma el refrán el hábito no hace al monje.

Otro ejemplo similar es el de unos quesitos que constituyeron una de las meriendas habituales de varias generaciones de españoles, entre ellas la mía. Había oído algo acerca de los problemas que arrastraba la empresa, y de hecho desaparecieron del mercado de modo que durante bastante tiempo dejé de verlos... hasta que hace poco, para sorpresa mía, los encontré en un supermercado. Picado por la curiosidad cogí una caja y leí las etiquetas, descubriendo que estaban comercializados por una multinacional -faltaría más- y fabricados ¡en Bélgica! No tengo ningún motivo para sospechar, puesto que no los compré, que pudieran ser malos y ni tan siquiera muy diferentes de los auténticos, pero lo que resulta evidente es que, al igual que en el caso anterior, lo único que tenían en común con los originales era la marca.

Para más inri, resultó que en el frigorífico de casa tenía unos quesitos de marca blanca, los cuales habían sido elaborados... sí, adivínenlo, en la fábrica tradicional de los de la marca. Así pues, se daba la paradoja de que una cadena de supermercados extranjera, que es donde compré los quesitos de marca blanca, seguía comercializando los quesitos españoles de toda la vida -y además más baratos-, mientras los que intentaban colocarnos como tales eran de procedencia belga.

Pasemos ahora a los caramelos. Otro de los recuerdos de mi infancia es una marca de caramelos de café con leche que los niños de entonces considerábamos como una auténtica golosina, puesto que llegaban a nuestras manos -o mejor dicho a nuestra boca- con una frecuencia muy inferior a la de los caramelos corrientes ya que, huelga decirlo, eran para nosotros un lujo.

Pues bien, también aquí entró en danza una sucesión de compañías, alguna de ellas de dudosa vinculación con el gremio, que se zamparon a la tradicional empresa familiar cerrando la fábrica y trasladando la elaboración de los caramelos fuera de su ciudad. Actualmente está en manos de la multinacional de turno y, huelga decirlo, estos caramelos ya no son lo que eran. ¿Mejores? ¿Peores? Eso dependerá de los gustos de cada uno. Pero no son los mismos, con independencia de la marca bajo la cual los venden.

Hace tiempo un amigo mío trabajaba en una empresa de empaquetado, donde las marcas enviaban sus productos -solían ser de alimentación- a granel y allí los envasaban para que siguieran su camino hacia la distribución minorista. Pues bien, recuerdo que en una ocasión me contó que allí llegaban los sacos de café soluble y acababan en envases con etiquetas de diferentes marcas, pese a que el contenido de todos ellos provenía del mismo origen. He puesto el ejemplo del café soluble porque fue el que él me comentó, pero dejaba claro que ésta era la práctica habitual con los diferentes productos que envasaban. Y eso que todavía no habían surgido las marcas blancas.

Concluyo con el único ejemplo en el que daré nombres de marcas, ya que la que voy a citar hace mucho que desapareció. En mi ciudad natal, Alcalá de Henares, existió durante muchos años una gaseosa llamada La Cervantina. Llevaba muchos años arraigada en Alcalá, hasta el punto que le plantaba cara a una gran marca nacional vendiendo tanto como ella; de hecho a mí incluso me gustaba más, puesto que tenía mayor presión de gas. Con el tiempo diversificó su oferta con refrescos de sabores -naranja, limón, cola y hasta manzana- y realmente iba viento en popa, hasta que por las razones que fueran quebró.

Pasaron muchos años hasta que un buen día me llevé la sorpresa de descubrir una botella de gaseosa La Cervantina. Consultada la etiqueta descubrí el misterio: No, la fábrica alcalaína no había resucitado, simplemente una empresa distribuidora había comprado la marca y vendía bajo este nombre gaseosas elaboradas en la provincia de Toledo, al menos dos diferentes según los números de registro de las etiquetas que conservo como recuerdo.

Así pues, aunque en esta ocasión no había multinacionales por medio sino modestas empresas locales, también se recurrió al prestigio de una marca, sin que se depredara a una empresa existente sino recogiendo el testigo de una desaparecida. En cualquier caso el intento de recuperación no parece que durara demasiado, ya que los tiempos eran otros y las marcas blancas de gaseosa comenzaban a acaparar el mercado provocando la desaparición de la mayoría de las pequeñas empresas que habían sobrevivido hasta entonces.


Publicado el 19-6-2021