La coraza y el cañón





Imagen tomada de darkpony.com



Hace unos días un fallo del navegador Firefox, que es el que habitualmente uso, provocó que todos los complementos que tenía instalados en él quedaran temporalmente desactivados. Por si alguien no lo sabe explicaré que los complementos -el nombre puede variar de uno a otro navegador, pero su funcionamiento siempre es similar- son unos pequeños programas, o aplicaciones, que se incrustan en el navegador permitiendo personalizar éste a gusto del usuario. Hay muchos y de todo tipo para elegir, y no son desarrollados por Mozilla, la empresa que gestiona Firefox, sino por programadores independientes que los ponen a disposición de los usuarios.

El fallo fue corregido con rapidez en apenas un par de días, y no habría tenido mayor trascendencia de no mediar el hecho de que algunos de los complementos que me dejaron de funcionar fueron los filtros antipublicidad que tengo instalados, muy populares entre quienes navegan por internet. En consecuencia, durante esos dos días me vi sometido a un inmisericorde bombardeo por parte de las distintas páginas que visité, principalmente periódicos, al cual ya no estaba acostumbrado. Por fortuna, el tormento duró poco.

Esta anécdota me llamó la atención sobre algo que conocía pero que hacía mucho tiempo que no sufría en carne propia gracias a los citados filtros: el exasperante bombardeo publicitario del cual lo peor no era la abundancia de anuncios sino, con mucho, la agresividad sonora y visual de los mismos.

Reflexionemos sobre este tema. Por lo general estamos acostumbrados a que el acceso a la información existente en internet sea gratuito, y si bien existen muchas páginas -sin ir más lejos esta misma- sin ánimo de lucro, también existen otras muchas, empezando por las que gestionan los propios navegadores, cuyos propietarios desean ganar dinero honradamente con ellas. Excluyo de este apartado aquéllas en las que el precio eres tú, o mejor dicho tus datos personales taimadamente recopilados por empresas que luego comerciarán con ellos con fines quizá lícitos, pero dudosamente legítimos, dado que se trata de un problema diferente al que quiero comentar aquí.

Así pues, limitémonos a considerar tan sólo las páginas gratuitas cuya financiación radica, o al menos se le supone, en la publicidad, un modelo de negocio muy anterior a la era digital ya que es el que siempre han practicado medios de comunicación como los periódicos -de forma total o complementaria a su compra- o las televisiones que emiten en abierto. Así pues, no es de extrañar que los periódicos digitales, entre otras muchas páginas, optaran por esta misma fórmula.

Hasta aquí nada hay que objetar, siendo lógico que estas empresas pretendan sufragar gastos y obtener un beneficio económico a cambio de su trabajo. El problema estriba en que, tal como ocurriera con los canales de televisión, la avidez de los gestores publicitarios acabó provocando la ruptura unilateral del pacto tácito asumido por los navegantes, consistente en aceptar una proporción razonable de publicidad que no fuera además excesivamente agresiva.

En consecuencia, comenzaron a aparecer anuncios no sólo en cantidad excesiva, sino también insufriblemente molestos en forma de páginas emergentes, vídeos con sonidos estridentes, gráficos parpadeantes y un largo etcétera capaces en su conjunto de desquiciar al más templado. Sí, conozco el dicho que afirma que la publicidad, para ser efectiva, tiene que llamar la atención, pero si llamar la atención consiste en el equivalente a atizarte una patada en los lugares más sensibles de tu organismo la cosa puede cambiar, sobre todo si el efecto buscado por los anunciantes lo único que provoca es irritación y rechazo.

Por lo que yo he leído, y a juzgar por los hechos -mi reacción en defensa propia es muy similar a la del común de los mortales-, fue a raíz de que los anunciantes comenzaran a salirse de madre cuando los distintos navegadores comenzaron a incorporar los citados filtros antipublicidad que tan populares se han hecho, y es que como dice el refrán, cuando el río suena...

A todo esto, ¿cuál ha sido la reacción de las páginas afectadas? Bien, ha habido un poco de todo aunque en descargo suyo, al menos parcial, hay que tener en cuenta que no son ellas quienes contratan y gestionan la publicidad, sino agencias especializadas que les ofrecen sus servicios. De hecho hasta mi modesta página personal ha recibido ofertas -en inglés, lo que quiere decir que provenían de fuera de España- a las que he ignorado olímpicamente. Pero si en vez de mantener la página por puro entretenimiento tal como hago yo, se pretende sacarle un dinerillo, supongo que ésta será la única vía para conseguirlo aunque en la práctica, mucho me temo, puedas perder el control de lo que se anuncia en ella e incluso de como se anuncia.

Como cabe suponer, no es de extrañar que las más afectadas fueran páginas tales como los periódicos digitales, gestionadas como un negocio y, se supone, financiadas básicamente por la publicidad, ya que tanto los sistemas de pago por acceder a la página como las suscripciones parece ser que no han acabado de cuajar, al menos los primeros. Por esta razón, los filtros antipublicidad son en sí mismos un torpedo en la línea de flotación de sus finanzas.

Así pues, no cupo sorpresa cuando reaccionaron por la cuenta que les traía, aunque mucho me temo que en muchas ocasiones no fuera precisamente en la dirección correcta, entendiendo como tal el compromiso de evitar la publicidad abusiva y, sobre todo intrusiva, a cambio de que los lectores desconectaran los filtros. Y si bien algunos lo hacen o, por lo menos, afirman hacerlo -el concepto de publicidad aceptable es obviamente muy subjetivo-, la mayoría de ellos, sobre todo los más importantes, optaron por sostenella y no enmendalla recurriendo a métodos que podríamos denominar coercitivos, contraatacando con filtros antifiltro de publicidad, una especie de pantallas bloqueadoras que te conminan a desactivarlos si quieres seguir leyendo.

Tras lo cual, como era también de esperar, no tardaron en aparecer los filtros antifiltro antifiltro de publicidad... y así ad nauseam a poco que siga la cosa, en un remedo de la histórica competición bélica entre los cañones y las corazas, cada vez más potentes los primeros y cada vez más resistentes las segundas.

Recapitulemos. Las páginas web que se nutren de ingresos publicitarios, y por supuesto las empresas de publicidad que gestionan los anuncios, saben perfectamente lo que molesta a los usuarios y lo que les induce a eliminarlos. Saben, también, que la mayoría estaríamos dispuestos a desactivar los filtros si nos garantizaran que su publicidad, al igual que ocurre en los periódicos impresos, no resultara demasiado molesta. Así pues, ¿por qué no lo hacen? ¿Por qué siguen empeñados en freírnos con tan insoportable matraca al tiempo que intentan deshacer nuestras defensas? ¿No sería preferible, recurriendo de nuevo a un símil militar, acordar un desarme mutuo?

Pero, por la razón que sea, la publicidad agresiva goza de muy buena salud no sólo en este ámbito, sino en todos por los que pulula. Basta con ver, por ejemplo, las interminables ristras de anuncios, de un cuarto de hora o más, con las que ciertos canales de televisión castigan a sus espectadores, con el añadido de una subida brutal de volumen y ritmos capaces de desquiciar al más templado. O la irritante publicidad telefónica, un auténtico atentado contra tu tranquilidad y tu intimidad que cuenta con el agravante añadido de que aquí no existe la excusa de considerarla una contraprestación al servicio gratuito prestado, puesto que lo único que te dan, y ya es bastante, es la tabarra.

Yo personalmente nunca he entendido el empeño por mantener estas cargantes campañas, ya que en lo que a mí respecta si algo consiguen es justo el efecto contrario de cerrarme en banda levantando todas las defensas posibles. Pero puesto que siguen porfiando con una tozudez digna de mejores causas, tan sólo me cabe pensar que, por sorprendente e insólito que parezca, estos métodos les deben de dar resultado; no conmigo, por supuesto, pero sí considerándolos desde un punto de vista estadístico, sobre todo si juegan con el hecho cierto de que mucha gente desconoce como hacerlo o, por insólito que parezca, aparentemente no les molesta.

El caso es que, volviendo al tema que nos ocupa, esos pocos días que pasé navegando sin filtros por internet pude constatar que las páginas y los periódicos que habitualmente visito no parecían haber hecho el menor propósito de enmienda, y que sus iniciativas no habían ido más allá de intentar perforar las sólidas defensas -léase filtros antipublicidad- de mi fortaleza sin ofrecer absolutamente nada a cambio. Ignoro si será culpa suya o de las agencias publicitarias, pero en cualquier caso la responsabilidad les corresponde a ellos por completo.

Por el momento, al menos en mi caso, tienen la batalla perdida, ya que los filtros me siguen funcionando razonablemente bien y hasta ahora he conseguido burlar las pantallas de bloqueo... sin escrúpulos de conciencia dadas las circunstancias, faltaría más. Y si se diera el caso de que alguna página determinada consiguiera atravesar mi coraza con dejar de visitarla quedaría solucionado el problema, ya que si algo no falta en internet son las alternativas a cualquier cosa. Como además yo no vivo de leerlas, pero ellas sí viven de las visitas que les hacen, ya espabilarán por la cuenta que les trae.


Más de lo mismo

Año y medio después de escribir este artículo me encontré frente a la disyuntiva de reescribirlo, actualizarlo o bien completarlo con una segunda parte que reflejara todo lo que había ocurrido desde entonces, que no era poco. Finalmente me decanté por esta última alternativa, optando por no cambiar una coma de lo anterior dado que era el reflejo de lo que ocurría entonces y merece la pena que quede constancia de ello, por más que haya podido quedar, al menos parcialmente, anticuado.

Así pues, paso a comentar la situación actual y el camino que ha conducido a ella. Vuelvo a insistir en mi convencimiento de que es no sólo legal, sino también legítimo, que estas empresas pretendan sacar beneficio económico de su trabajo, siendo una lástima que eligieran entonces, y que a mi entender sigan eligiendo ahora, un camino no sólo equivocado sino también dudosamente beneficioso para ellos y para sus lectores.

Esto sin contar con que continuaron las marrullerías. Una vez que al parecer dieron por perdida la batalla contra los filtros antipublicidad, aunque sigue habiendo algunas páginas que todavía te piden que los desactives para poder leerlas -lo de la publicidad no agresiva parece seguirles sonando a música celestial-, tropezamos con el problema no tan evidente, pero no por ello menos preocupante, de la recopilación de datos personales por parte de sus socios, eufemismo bajo el que se camuflan las empresas que trafican con ellos. En un principio lo hacían a la chita callando, lo cual no se puede decir que fuera jugar demasiado limpio, hasta que por imposición legal se vieron forzados a incluir una advertencia solicitando tu permiso para el:


Almacenamiento y acceso a información de geolocalización con propósitos de publicidad dirigida. Almacenar o acceder a información en un dispositivo. Anuncios y contenido personalizados, medición de anuncios y del contenido. Información sobre el público y desarrollo de productos. Compartir tus análisis de navegación y grupos de interés con terceros. Enriquecimiento con datos de terceros. Datos de localización geográfica precisa e identificación mediante las características de dispositivos.


Lo cual va bastante más allá de un bombardeo de anuncios molestos. Ciertamente te dan la opción de revisar y denegar estos permisos, aunque tendrás que darte prisa porque, pasados unos segundos, el mensaje desaparecerá dando por supuesto que aceptas, lo cual es demasiado suponer. ¿Qué ocurre si decides revisar y configurar estos permisos? En este caso se abrirá una página sobreimpresa con una larga lista de opciones -en la que he tomado como referencia eran catorce, pero en otras pueden llegar a ser más- que te permiten irlas aceptando o no una por una. Las páginas más decentes suelen tener además un botón para aceptar o rechazar en bloque todo, pero no resulta infrecuente que este botón brille por su ausencia, lo que obliga a irlas desactivando una por una. Por si eso fuera poco, nos podremos encontrar con una coletilla advirtiéndonos que si damos nuestro consentimiento también permitiremos:


Cotejar y combinar fuentes de datos off line. Garantizar la seguridad, evitar fraudes y depurar errores. Recibir y utilizar para su identificación las características del dispositivo que se envían automáticamente. Servir técnicamente anuncios o contenido y vincular diferentes dispositivos.


¿A que mosquea? Por último, tendremos también la opción de echar un vistazo a su lista de socios, los cuales pasaban de cien sólo en la letra A, por lo que renuncié a contarlos todos. Sin comentarios.

Por otro lado, se supone que si no quieres que te rastreen lo normal es que no cambies de opinión de un día para otro, por lo que en teoría debería bastar con que denegaras el permiso una sola vez para que tomaran buena nota de ello; pero, claro está, esto no les interesaba, por lo que por mucho que te empeñes en ir desactivando botones tan sólo servirá para esa sesión, porque bastará con que salgas de esa página y entres de nuevo en ella para topar de nuevo con la advertencia de marras y con la activación de los permisos por defecto. No hace falta ser muy mal pensado para llegar a la conclusión de que, si bien acatan escrupulosamente la letra de la ley, se las han apañado para vaciarla por completo de contenido a base de aburrirte. Por supuesto, les funciona.

Pese a todas estas marrullerías todo parece indicar que seguían sin salirles las cuentas, por lo que poco a poco estas páginas fueron implantando un sistema de suscripción para poder acceder sin restricciones a sus contenidos. Antes de seguir adelante voy a insistir de nuevo en que estas empresas tienen perfecto derecho a defender su negocio, y el mecanismo de suscripción lleva mucho tiempo implantado en otros sectores, por lo que nadie tendría que rasgarse las vestiduras por ello, ya que nadie en su sano juicio puede pretender que le den algo gratis, máxime cuando para leer los periódicos impresos siempre hubo que pagar por ellos hasta la llegada de los gratuitos financiados por publicidad, la mayoría de los cuales acabaron sucumbiendo frente a la competencia de internet.

Una vez más vuelvo a insistir en que el problema no está en el fondo sino en las formas, a mi entender equivocadas desde que en los albores de internet los principales periódicos empezaron a sacar sus propias ediciones electrónicas completamente gratis sin que nadie se lo pidiera. Recuerdo que entonces empezaron a quejarse del descenso de las ventas de las ediciones en papel echándoles la culpa a los diarios gratuitos que empezaron a surgir también por entonces, cuando en realidad la verdadera culpa era de la autocompetencia que se hacían. Es probable que les salieran mal las previsiones, pero lo cierto es que desde entonces han ido dando tumbos sin que al parecer hayan conseguido encontrar una solución definitiva.

Por si fuera poco, en vez de optar por una suscripción pura y dura del tipo si pagas lees y si no pagas no, eligieron diversas fórmulas tan poco afortunadas como los al parecer ya olvidados antibloqueadores de anuncios. En algunos casos te dejan leer un número limitado de artículos al mes, mientras en otros coexisten los artículos de acceso libre con los que sólo se pueden leer mediante una suscripción, según unos criterios de selección que he sido incapaz de desentrañar aunque, aparentemente, parecen estar reduciendo poco a poco los primeros. Ciertamente las suscripciones no son caras, al menos por ahora, pero resulta tan desagradable que te pongan el pastel en la boca para luego quitártelo que estos métodos acaban volviéndose antipáticos.

Volvemos de nuevo a la historia del proyectil y la coraza. En algunos casos resulta patéticamente sencillo salvar la barrera: basta con desactivar las cookies para que el contador vuelva a ponerse a cero, algo al alcance hasta de los más lerdos ya que, aunque se puede hacer manualmente, existen complementos de los navegadores fáciles de encontrar -incluso en sus propias páginas- y todavía más fáciles de instalar y usar. Y problema resuelto.

En otras páginas está algo más complicado, pero no demasiado. Son las que utilizan lo que en jerga informática se conoce como muros de pago (en inglés paywall), pero aquí también hay complementos -y tampoco es necesario ir a buscarlos a las cloacas de internet- capaces de esquivarlos. Y si esto está al alcance de un usuario medio -y ni siquiera eso- de internet, imagínense lo fácil que les resultará a quienes estén acostumbrados a culebrear por aguas procelosas.

En resumen: pienso que siguen equivocándose, ya que sería preferible un tipo de suscripción dura al estilo de las televisiones de pago, de forma que quien pagara pudiera acceder a estas páginas y quien no pagara no, sin posibilidad de recurrir a triquiñuelas que probablemente ni siquiera serán ilegales, porque de serlo ya se habrían adoptado medidas para impedirlas. Ellos verán, al fin de cuentas el negocio es suyo y ojalá les vaya bien, lo digo sin la menor ironía, pero mucho me temo que incordiar a sus lectores y potenciales clientes no sea la mejor manera de convencerlos para que pasen voluntariamente por caja.

Post data. Me gustaría saber si a cambio de pagar te verás libre del bombardeo de publicidad molesta y de que recopilen tus datos con fines de dudosa fiabilidad; lo lógico sería que fuera así, ya que si pagas por un producto tienes derecho a que no intenten sacar beneficio de ti por otro lado; pero como al día de hoy no estoy suscrito a ninguna de estas páginas, nada puedo decir al respecto. Eso sí, no tendría ni pizca de gracia que además de ser eso que todos sabemos encima tuvieras que poner la cama.


Publicado el 10-5-2019
Actualizado el 7-11-2020