El lenguaje inclusivo





Al final va a resultar que el Pájaro Loco no estaba
tan zumbado en comparación con algunos



Aunque he criticado con frecuencia la absurda moda del lenguaje inclusivo, no sexista o como se le quiera llamar por considerarla una majadería absoluta, hasta ahora no me había molestado en rebatirlo con argumentos dado que, por su propia incoherencia, pensaba ingenuamente que se descalificaría por sí mismo.

Pero me equivocaba no en la valoración del engendro lingüístico, sino al no considerar la infinita capacidad de la sociedad para alcanzar las más altas cotas de la estupidez sin el menor sonrojo. Y si por desgracia, tal como está ocurriendo, unos determinados sectores políticos, o mejor dicho ideológicos, pretenden imponérnoslo como canon obligatorio siguiendo la mejor tradición inquisitorial, el resultado puede llegar a ser demoledor, puesto que el peligro ya no estriba en que estos talibanes se lo crean o no, sino en que al convertirlo en su ariete poco les importará que no resista el más mínimo análisis lógico; al fin y al cabo, todos los fanatismos se comportan de la misma manera

No obstante, y aunque en la práctica tan sólo sirva para desahogarme, no puedo evitar decir aquí las verdades de Perogrullo en lo que a este tema respecta, y quien tenga ojos que vea, y quien tenga oídos que oiga.

Para empezar, conviene recordar algunos detalles básicos del idioma español que a mí me enseñaron ya en primaria, aunque a la vista de como ha degenerado el nivel educativo en los últimos años tengo mis dudas de que se siga haciendo. Comenzando por lo más evidente, hay que recordar que sexo y género son dos cosas distintas aunque en ocasiones se solapen.

El sexo tiene una naturaleza biológica que está regulada por la genética, y su misión evolutiva, digámoslo así, es la de garantizar la reproducción de las especies. Obviamente los humanos y algunos primates cercanos -ignoro si también ocurre con otros animales- hemos desarrollado lo que se puede considerar una compleja sexualidad recreativa, pero éste es un tema que se sale del artículo ya que éste está dedicado únicamente al enfoque lingüístico.

Tampoco voy a extenderme, por idénticas razones, sobre el funcionamiento biológico de la reproducción sexual y sus distintas variantes, salvo para recordar algo tan evidente como que el sexo sólo es aplicable a los seres vivos, tanto animales como plantas.

El género, a diferencia del sexo, es un concepto exclusivamente gramatical. Si las lenguas se rigieran por un esquema lógico, tal como ocurre en las disciplinas científicas, cualquier objeto inanimado debería pertenecer al género neutro, reservándose los géneros masculino y femenino para sus equivalentes sexuales. Pero en español no ocurre así, y el neutro es inexistente en los sustantivos reservándose tan sólo para artículos, adjetivos o pronombres cuando se refieren, y no siempre, a ideas o conceptos abstractos, por lo que en la práctica su uso es muy restringido.

En consecuencia el género gramatical es mucho más amplio que el sexo. Uno cualquiera de los dos géneros, por ejemplo el femenino, abarca obviamente a los individuos de este sexo: mujer, perra, gata, gallina, vaca, osa... pero también a objetos que de una manera arbitraria, conforme a la evolución del idioma, han sido incluidos en este género: mesa, silla, lámpara, piedra, cuchara, furgoneta...

Huelga decir que mientras el sexo gramatical no varía de un idioma a otro, al menos entre los occidentales, el género de un objeto es algo arbitrario incluso entre los más cercanos. Así, en alemán Sonne -sol- es femenino y Mond -luna- masculino, justo al contrario que en español, y lo mismo ocurre con espoir -esperanza-, que en francés es masculino y en español femenino. Incluso en nuestro propio idioma existen ambigüedades como es el caso del mar o de la mar, aunque no suelen ser frecuentes.

De hecho el género ni siquiera llega a abarcar en su totalidad al sexo correspondiente, ya que los nombres de muchos animales, a excepción de los más familiares, responden a un género arbitrario sin distinción de sus respectivos sexos. Si bien diferenciamos entre el león y la leona, el tigre y la tigresa, el elefante y la elefanta, el caballo y la yegua, el carnero y la oveja, el toro y la vaca, el lobo y la loba, etc., en la mayor parte de los casos nos vemos obligados, cuando queremos precisarlo, a añadirle el adjetivo macho o hembra: gacela, puma, jirafa, serpiente, perdiz, rana, trucha, salmón, libélula, escarabajo, araña, escorpión... Ni siquiera para nuestros parientes próximos como el chimpancé o el gorila contamos con un sustantivo propio para las hembras, e incluso en algunos casos en los que esta diferenciación existía, como ocurría con el rinoceronte y la abada, ésta ha desaparecido al menos en el lenguaje corriente.

Sin embargo, y pese a estas limitaciones, el español es mucho más flexible que el inglés al determinar el género o, en su caso, el sexo, y pongo el ejemplo de este idioma ya que toda la parafernalia del lenguaje inclusivo procede de él, más concretamente de su variante norteamericana. Además, es el inglés americano el principal responsable de la contaminación de barbarismos que padece el español, por lo cual la comparación está más que justificada.

Pero antes de hacer comparaciones es preciso recordar dos características básicas del español. Para empezar el género no sólo se aplica a los sustantivos sino también, salvo excepciones, a los artículos, los adjetivos y los pronombres. De esta manera, cuando decimos por ejemplo el perro blanco, estamos repitiendo por triplicado el género masculino que además, en este caso, coincide con el sexo. Lo mismo ocurre cuando se trata de un objeto: la mesa roja. Esta redundancia, que podría parecer excesiva e innecesaria, tiene no obstante sus ventajas como veremos más adelante.

La segunda es el género epiceno, o común, un sustituto del neutro que se aplica para referirse a un colectivo que agrupa a ambos sexos mediante un único sustantivo, en lugar de la insufrible coletilla que tanto les gusta a los políticos cuando nos sueltan perlas como los ciudadanos y las ciudadanas, como si la gente fuera tan tonta que creyera que de no hacerlo así estaríamos excluyendo a la mitad de la población.

Por su propia naturaleza el género común puede corresponder a una terminación masculina, femenina o indeterminada dependiendo de la evolución etimológica de la palabra en cuestión; y si bien es cierto que suele más frecuente el género común de terminación masculina, son también numerosos los ejemplos contrarios. Cuando decimos la policía no estamos pensando exclusivamente en agentes del orden femeninos, a no ser que nos empeñemos en ser inclusivos soltando un los policíos y las policías.

Claro está que el feminismo ideológico, que poco tiene que ver con la defensa real de los derechos de las mujeres, pretende convencernos de que distorsionar el lenguaje es combatir el machismo, algo que por absurdo no merece la pena ni siquiera discutir. Sí es cierto que en muchos casos el uso del género masculino se debe a profesiones o actividades que en el pasado eran practicadas exclusiva o mayoritariamente por hombres, pero el revisionismo histórico es algo no sólo innecesario sino que puede llegar a ser incluso peligroso. Bien está que cuando se pueda hacer sin forzarlo se desdoble el género, como en el caso conductor/conductora, con independencia de que cuando nos queramos referir a los conductores de los dos sexos nos limitemos a usar un solo género -el común- sin buscarle tres pies al gato.

Aparte, claro está, de que el género no tiene por qué coincidir, y de hecho muchas veces no coincide, con el sexo sin que eso suponga discriminación alguna salvo en las mentes calenturientas de estos talibanes del idioma. Por poner tan sólo unos ejemplos, sustantivos como artista, astronauta, atleta, cura, dentista, deportista, electricista, equilibrista, especialista, espía, fantasma, futbolista, motorista, paracaidista, periodista, persona, pianista, policía, taxista o víctima son de género femenino, lo que no impide que se apliquen también a los varones -en algunos casos exclusivamente a éstos- sin que nadie, que yo sepa, haya protestado por ello.

Y al contrario: contralto, jurado, miembro, modelo, portavoz, reo, soprano, testigo, vástago son aplicables a ambos sexos y no sólo al femenino.

Aunque la RAE ha dejado bien clara su oposición a las manipulaciones políticas del español, sí metió la pata al menos un par de veces masculinizando innecesariamente el género en modisto y autodidacto, que aunque se mantienen incongruentemente en el Diccionario no se puede decir que hayan calado en el lenguaje común.

Más chusco todavía resulta el caso de la palabra poeta, que toda la vida había tenido el femenino poetisa hasta que a los señores académicos se les ocurrió la genial idea de convertirla en hermafrodita haciéndala compartir por ambos sexos. Aunque bien pensado, ya puestos deberían haber ido hasta el final masculinizándola como poeto.

Pero la realidad es tozuda, y ni tan siquiera algo tan sexual como los nombres propios de hombres y mujeres se ciñen a sus respectivos géneros. Aunque no es mayoritario, tenemos nombres e hipocorísticos masculinos de género femenino como Bautista, Buenaventura, Borja, Chema, Gorka, José María, Kepa o Rafa, a los que se suman aquéllos terminados en consonante: Elías, Juan, Lucas, Matías, Millán, Nicolás, Sebastián o Zacarías.

Y a la inversa: Amparo, Concepción, Consuelo, Charo, Loreto, Milagros, Olvido, Rocío, Rosario, Socorro, Tránsito...

El género puede ser también indeterminado, y por lo tanto común a ambos sexos: agente, ayudante, cantante, comerciante, concejal conserje, cónyuge, edil, estudiante, fiel, forense, joven, juez, militar, portavoz, vidente... lo que no impidió que algunas de estas palabras fueran forzadas sin necesidad alguna como concejala o jueza; curiosamente, al tiempo que renunciaban a feminizar otras como joven, obispo, soldado o militar.

Incluso existen denominaciones de objetos en los que el género del artículo y el del sustantivo no coinciden: el aroma, el día, la foto, la mano, el planeta, la polio, el problema, la radio...

Y ahora vayamos al grano. Intentar normalizar todas estas excepciones, algo que dicho sea de paso es completamente innecesario, puede deberse a dos motivos: el relativamente lógico de evitar posibles ambigüedades, algo que se soluciona con una mínima dosis de cultura, y el indefendible de pretender aplicar criterios ideológicos -en este caso un presunto feminismo- a un idioma forjado con mejor o peor fortuna a lo largo de los siglos, que básicamente es un instrumento de comunicación entre todos aquéllos que lo hablan y al que nadie es dueño de modificar a su antojo.

Ya hemos visto que la concordancia entre género y sexo no es imprescindible para que nos entendamos, pero es que además, tal como he comentado, el español es mucho más flexible que el inglés a la hora de dar a entender el género, y en su caso el sexo, de una palabra o una estructura gramatical sin que exista ambigüedad alguna y sin que sea necesario recurrir a paráfrasis o a incómodas y forzadas repeticiones.

No hace falta ser un experto en inglés -yo no lo soy- para caer en la cuenta de que, a diferencia del español, en este idioma los artículos y los adjetivos, e incluso en muchas ocasiones los propios sustantivos, no suelen tener género, por lo que la aparente redundancia de nuestro idioma se convierte en una ventaja ya que nos permite evitar posibles errores de interpretación cuando el género y el sexo no coinciden, ya que quien lo determina en estos casos es el artículo.

Vaya un ejemplo sencillo: El perro blanco no ofrece ninguna duda, al igual que La perra blanca. Pero si en inglés decimos The white dog, la cosa se complica. Aquí no había discordancia de género dentro de la propia frase, pero si decimos El violinista todo el mundo sabrá que nos estamos refiriendo a un varón, al igual que La testigo se refiere inequívocamente una mujer. Intenten hacerlo en inglés sin tener que añadir los adjetivos male -varón- o female -mujer-.

Por lo tanto, en el inglés se juntan el hambre con las ganas de comer; por un lado, la rigidez de su gramática en este punto concreto, y por el otro una interpretación retorcida del feminismo que condujo, combinada con el primero, a la majadería del lenguaje inclusivo.

En lo que respecta a los angloparlantes allá ellos, el inglés es suyo y no seré yo quien se lo dispute; pero en lo tocante al español sí tengo derecho a opinar, máxime cuando son otros hispanoparlantes los autores de la tropelía. Huelga decir que estas aberraciones ideológicas que tanta afición tienen a distorsionar y emponzoñar intenciones tan justas como las de luchar contra cualquier tipo de discriminación son universales e igual de dañinas allá donde surjan, pero lo irónico del caso es que la excusa digamos lingüística que pueden esgrimir los angloparlantes no tiene la menor base en español, por lo que sus defensores lo único que hacen es incurrir en el más espantoso de los ridículos... aunque tratándose de políticos no por ello dejan de hacer daño, y mucho además.

Al fin y al cabo, yo no veo por ningún lado que decir los ciudadanos excluya a las mujeres, al igual que decir las personas no nos excluye a los varones. Pero cuando la estupidez y el fanatismo se alían, más vale que nos tentemos la ropa.


Estrambote

Por si tuviéramos poco con la cargante duplicación de sustantivos a la que tanto se han aficionado los políticos -me gustaría oírles hablar en privado para ver si seguían repitiendo la majadería-, también han brotado como las malas hierbas diversas propuestas que podríamos calificar de sintéticas, puesto que optaron por condensar en lugar de desdoblar proponiendo sustituir la machista “o” y la sufrida “a” por un carácter común que presuntamente englobara a ambos. Las opciones son varias, a cada cual más cursi: utilizar la letra “e” -todes-, la letra x - todxs- e incluso la arroba -tod@s-. Dejo a su criterio elegir cual de ellas les parece más idiota, aunque me pregunto como demonios se podrían pronunciar las dos últimas.

Y no vean cuando entran en danza los colectivos de la sopa de letras LGTBIetc.; como se salgan con la suya, mucho me temo que vamos a tener que inventarnos caracteres nuevos para el alfabeto.


Publicado el 16-11-2021