Speaking in silver





La invasión de los bárbaros, de Ulpiano Checa. No es exactamente así, pero...



Criticar las patadas al español no es, en modo alguno, un tema original ni tampoco nuevo, sobre todo si éstas son perpetradas mediante barbarismos -extranjerismos no incorporados totalmente al idioma, según el DRAE- innecesarios por completo con los que por desgracia son muchos los que, por activa o por pasiva, se empeñan en contaminarlo.

Vaya por delante que no soy en absoluto un defensor furibundo del purismo de nuestro idioma. Al contrario; a diferencia de muchos, sobre todo aquéllos que utilizan a su idioma vernáculo como un ariete político esgrimiendo su presunta condición de inmarcesible y eterno patrimonio nacional, soy plenamente consciente de que los idiomas son entes vivos que evolucionan con el tiempo más rápidamente de lo que pudiéramos pensar. De hecho, si resucitara ahora un personaje del Siglo de Oro, no digo ya medieval, seguramente tendría serios problemas para entenderse con nosotros, y viceversa.

Además de su evolución propia por diversas razones, como ocurrió con la práctica desaparición de las declinaciones en los idiomas derivados del latín, también fue frecuente a lo largo de la historia que lenguas vecinas se influyeran mutuamente intercambiándose términos e incluso estructuras gramaticales más complejas. Así, el español, aunque conserva gran parte de su herencia latina, está contaminado en mayor o menor medida por la desaparecida lengua visigoda, el árabe, el griego, los idiomas precolombinos, el francés, el inglés, el portugués, el holandés, el hebreo... y también por las demás lenguas españolas -y viceversa- como el gallego, el catalán o el vasco.

Lo mismo ocurre con cualquier otro idioma; el inglés antiguo, una lengua germánica, se latinizó profundamente en la Edad Media no a través del propio latín hablado en la antigua Britania romana, cuya cultura desapareció prácticamente por completo tras las sucesivas invasiones de pueblos germánicos y escandinavos a lo largo de la Alta Edad Media, sino por el francés medieval llevado a la isla por los normandos tras su conquista en el siglo XI. E incluso el omnipotente inglés americano ha sido muy influido por el español de los emigrantes portorriqueños y mexicanos.

En ocasiones la influencia de una lengua en otra se debe a la aparición de neologismos o tecnicismos que son tomados bien de forma literal, bien adaptados a la grafía y la pronunciación de la receptora. En resumen, si alguien extremadamente puntilloso pretendiera depurar el español de toda influencia foránea, aun de las más antiguas, quedaría tan desguazado que resultaría por completo irreconocible.

Así pues, me considero bastante abierto ante los posibles préstamos al español de otros idiomas; al fin y al cabo, palabras tan españolas como aceite, ajedrez, aleluya, alioli, anchoa, bar, biombo, cacao, cacique, caimán, canapé, caolín, casete, cencerro, chalupa, chubasco, dandy, eslora, esnob, fariseo, garrafa, guerra, harakiri, láser, microbio, petate, poncho, samovar, soja, tabaco, taiga, tomate, vagón, vals, yogur... proceden en realidad de otras lenguas. Y no pasa nada; al contrario, lo han enriquecido.

Cuestión diferente son los barbarismos, palabras extranjeras innecesarias o no incorporadas al uso común del idioma, usadas muchas veces por puro esnobismo -un anglicismo, por cierto, asimilado- mezclado con paletería, en el convencimiento de que el término extranjero suena más fino que el correspondiente y correcto español. Dicho con otras palabras, son términos innecesarios que lo único que aportan es una molesta confusión. Porque aunque en ocasiones coexisten sin problemas palabras sinónimas procedentes de diferentes idiomas, como es el caso de aceituna y oliva, anchoa y boquerón, judía y alubia o sésamo y ajonjolí, esta sinonimia se ha producido por una asimilación natural.

Los barbarismos, por el contrario, suelen venir impuestos por la moda -por lo general efímera-, por intereses publicitarios -por lo que se ve outlet debe vender mejor que saldo y low cost que barato- o, lamentablemente, por la omnipresente y no siempre positiva influencia cultural norteamericana a través del cine y los diferentes medios de comunicación incluyendo las redes sociales; díganme ustedes si hace falta hablar de fake news teniendo desde siempre bulos. Otra fuente de barbarismos recientes suelen ser las jergas profesionales, en especial algunas como la informática o la económica, que si bien en ocasiones introducen conceptos nuevos, en otras sus términos son perfectamente reemplazables por su equivalente español. Y aunque se podría aceptar que quedaran dentro de esas profesiones, sobre todo cuando se trata de tecnicismos muy precisos, esto no es en modo alguno aplicable a su uso para el público general cuando no existe necesidad alguna. Pero insisto queda más cool, es decir, más guay o más molón que recurrir a su equivalente correcto.

En general, los anglicismos de origen norteamericano -raramente británicos- son y han sido legión desde el final de la II Guerra Mundial, en un principio alentados por la imagen, cierta en los grises años del franquismo, de que lo americano era mucho mejor que lo nuestro, pero difícilmente sostenible ahora, al menos de forma tan abrumadora. Pasado el tiempo es de esperar que algunos se asienten al corresponder a términos nuevos, como ocurre con muchos de los pertenecientes al ámbito de la informática, mientras otros son completamente innecesarios como email por correo electrónico, link por enlace o password por contraseña.

Curiosamente muchos barbarismos de este origen, en su día frecuentes, han desaparecido discretamente de nuestro habla común. ¿Quién se acuerda ya del living, del lunch, del orsay, del jet, de la boite -éste, por variar, era francés-, del hall...? Por desgracia han sido muchos más los que han venido a reemplazarlos, todavía más innecesarios -¿por qué se ha de usar brunch cuando se puede decir almuerzo?- y más omnipresentes hasta llegar a una situación tan molesta como absurda, lo cual no parece incomodar demasiado a la papanatería patria ni a quienes tan entusiásticamente la jalean empezando por los periodistas, que tienen una grave responsabilidad al haberse convertido en sus principales propaladores.

Son tantos que renuncio a dar siquiera una lista somera de ellos, pero basta con leer cualquier periódico o ver cualquier anuncio -perdón, spot-, para sentir que se te ponen los pelos de punta a poco que tengas un mínimo de sensibilidad. A modo de ejemplo, voy a reproducir parte del texto del anuncio de un nuevo centro de ocio recientemente inaugurado en las cercanías de Madrid, advirtiendo que no pretendo ensañarme con sus redactores puesto que no se trata de un caso único ni, probablemente, tan siquiera del peor; pero da una idea de hasta donde hemos llegado:


El primer Resort Comercial con un beach club único, dos lagos rodeados de palmeras y el show de fuentes con luz y sonido más grande de Europa.


Cuatro palabros -los subrayados- en una frase tan corta tienen realmente su mérito... y aunque lo reconozco, no siento la más mínima atracción por estas disneylandias para adultos más falsas que un euro de cartón, les aseguro que no se trata de inquina hacia un lugar al que eso sí no tengo la menor intención de ir, sino de una simple muestra de como están las cosas. Si Cervantes o Galdós levantaran la cabeza...


Publicado el 16-12-2021
Actualizado el 26-12-2021