Si esto no es globalización...





Niños yanomamis. Fotografía tomada de la Wikipedia



La historia demuestra que el contacto entre dos sociedades con niveles de desarrollo muy distintos siempre se ha saldado por lo general con el descalabro de la parte más débil, bien por absorción cultural -o aculturación, diciéndolo en fino-, bien por pura y simple extinción. Ejemplos de ello por desgracia hay muchos y muy poco edificantes, como fue el caso de los indígenas norteamericanos, de los australianos, de los maoríes -casualmente todos ellos a manos de los hijos de la Gran Bretaña o de sus descendientes directos- o de buena parte de los africanos, o subsaharianos como les ha dado ahora por llamarlos a los defensores de la estupidez -perdón, quería decir corrección- política.

No obstante, no es para tomárselo a broma. Basta con leer El corazón de las tinieblas, la descarnada novela de Joseph Conrad, para descubrir hasta qué punto puede llegar la infamia humana incluso partiendo de países tan pequeños, simpáticos y presuntamente pacíficos como Bélgica; y aunque las salvajadas genocidas de Leopoldo II escandalizaron incluso a sus poco sensibles contemporáneos, que también hicieron de las suyas, no por ello concluyó la rapiña colonial que hundía sus raíces en algo tan perverso como la trata de esclavos.

No se crea que ahora mismo la humanidad se ha librado de tan poco edificantes conductas; por desgracia suelen ser noticia las continuas agresiones al territorio amazónico, no sólo devastando la selva virgen y su delicado ecosistema para invadirla con inmensos monocultivos, algo ya de por sí extremadamente grave, sino por el continuo acoso al que se ven sometidos los pueblos amazónicos que tienen la desgracia de vivir en territorios ricos en materias primas.

Evidentemente la mejor manera de evitarlo sería dejándolos en paz e impidiendo cualquier tipo de interacción que pudiera serles perjudicial, empezando por aislar a todos aquellos -garimpeiros, madereros, compañías mineras, multinacionales agrícolas- que han demostrado carecer del menor escrúpulo a la hora de arrinconarlos o, en el peor de los casos, asesinarlos. Eso sin contar, claro está, con los devastadores efectos que suele acarrear su brusco contacto no ya con nuestra civilización sino, todavía peor, con su escoria.

Claro está que tampoco tengo demasiado claro que condenarlos a perpetuarse su primitivismo sea la mejor solución, aunque sin duda sería la menos mala de todas las que se han aplicado hasta ahora; porque el mito del buen salvaje -lo siento, pero no trago a Rousseau- es más falso que un duro de chocolate, y conviene no olvidar que estamos hablando de personas, no de elefantes, rinocerontes, tigres u osos panda a los que evidentemente lo mejor que se puede hacer es dejarlos tranquilos y a su aire. A mí me llama mucho la atención que en los numerosos documentales dedicados a estas tribus no se hable nunca de cosas tales como su presumiblemente baja esperanza de vida o la violencia intertribal, porque por lo que sé tampoco son unas hermanitas de la caridad. Vamos, sospecho que su vida debe distar bastante de ser idílica incluso desde sus propios parámetros, con independencia de que sus contactos con el hombre blanco les resulten todavía más dañinos.

Como planteamiento ideal cabría pensar quizás en un acercamiento paulatino capaz de integrarlos poco a poco con el resto de la sociedad evitando los posibles perjuicios, pero desde un punto de vista pragmático probablemente lo mejor sería dejarlos a su aire al menos hasta que el choque de culturas quedara conjurado; si es que esto -basta con leer las noticias de hoy mismo- puede llegar a ocurrir algún día.

Pero dejémonos de exordios y vayamos al grano. He de reconocer que me llevé una considerable sorpresa cuando hace unos días leí el siguiente titular, publicado en el diario EL PAÍS, aunque la noticia también apareció también en otros medios: Cuatro indígenas de la Amazonia venezolana mueren a manos de militares por un conflicto sobre el wifi.

Y es que la cosa tiene su miga. Resulta que una comunidad yanomami, una tribu indígena que habita en el Alto Orinoco popularizada en España por Félix Rodríguez de la Fuente, había conseguido la donación de unos equipos informáticos para conectarse a internet. Y como en mitad de la selva amazónica, mucho me temo, la cobertura no debe de ir muy allá, llegaron a un acuerdo con un acuartelamiento militar cercano para que les proporcionaran una conexión wifi.

Según sigue relatando el artículo el acuerdo se rompió por motivos no demasiado especificados aunque se apuntaba un posible intento de extorsión a cambio de la conexión; el caso fue que los militares les cerraron el grifo. Y cuando los indígenas fueron al cuartel a reclamar porque se habían quedado si poder acceder a internet, se lió una bronca saldada con cuatro de ellos muertos y otros tres heridos junto con otros dos militares también muertos, lo que provocó la rebelión de los yanomamis.

Con independencia de las razones que pudieron haber motivado el conflicto, en el que como era de temer fueron los indígenas los que llevaron la peor parte, lo que me dejó perplejo fue que el paradigma de lo que hace años, cuando no se andaban con tanta tontería, se denominaba un pueblo primitivo, pudiera ser compatible -y mucho, a juzgar por el interés puesto por ellos- con el también paradigma del desarrollo tecnológico, una conexión a internet.

Claro está que podrían decir eso de “Oiga, seremos primitivos, pero no tontos”; y si los indios norteamericanos, al menos en las películas de Hollywood, no hacían ascos a las herramientas de acero, las armas de fuego o el whisky, ¿por qué iban a hacérselo los yanomamis a internet? Total, sólo era cuestión de quemar etapas tecnológicas sin necesidad de tener que esperar tanto.

Lo que me intriga, y mucho, es qué podía interesarles tanto de la vastísima oferta que podemos encontrar en la red como para enfrentarse a los militares en una pelea mortal. ¿Consultarían la Wikipedia? ¿Verían el fútbol? ¿Les interesarían las películas, las series e incluso los vídeos subidos de tono? ¿Leerían los periódicos digitales? ¿Seguirían las redes sociales? ¿Cotillearían por whatsapp? ¿Tendrían un canal en Youtube? Confío, al menos, en que no se hubieran enganchado a la telebasura.

Créanme que me encantaría saberlo, ya que me pica la curiosidad. Por desgracia, y es una lástima, en el artículo no se decía nada de eso.


Publicado el 19-4-2022