Las carga el diablo





Fotomontaje de la estatua del diablo tal como quedaría una vez instalada. Fotografía tomada de abc.es



Hay cosas que a estas alturas alucinan, no tanto por la cerrazón de algunos, que de todo hay en la viña del Señor, sino porque sus pintorescas exigencias alcancen eco cuando deberían ser, como poco, piadosamente ignoradas.

Existe en Segovia una tradición medieval que cuenta como el diablo se comprometió a construir el famoso acueducto en una sola noche a cambio del alma de una muchacha, salvándose ésta gracias a que a Satanás le faltó tan sólo una piedra para concluir su trabajo antes del amanecer.

La leyenda es bonita dentro de su rotunda y evidente falsedad, y recientemente el Ayuntamiento de la ciudad decidió recordarla, y de paso convertirla en un reclamo turístico, instalando una estatua del diablo, obra del escultor José Antonio Abella, concebida en forma de demonio orondo y satisfecho sosteniendo la piedra que faltó por colocar al tiempo que se hace un autorretrato con la cámara de su teléfono móvil teniendo el acueducto al fondo, un deliberado anacronismo que hace todavía más simpática la iniciativa.

A mí la idea me pareció estupenda, pero ¡ay! siempre tiene que haber alguien que, no contento con discrepar -lo cual en principio es totalmente respetable-, intente además prohibir todo aquello que no resulte de su agrado, lo cual ya no me lo parece en absoluto puesto que bastantes censuras e inquisiciones hemos padecido a lo largo de los siglos como para tener que seguir aguantándolas a estas alturas, aunque sea por algo tan inofensivo como una estatua del diablo.

Porque, según leí, una asociación local había abierto una campaña de recogida de firmas para exigir que la estatua no fuera instalada ya que, según sus particulares opiniones, “resultaba ofensivo para los católicos porque suponía una exaltación del mal” (sic), añadiendo además que todavía empeoraba más las cosas el hecho de que “se representara al diablo solo, dándole todo el protagonismo, sin estar al lado de una iglesia, ni en ningún otro entorno que reflejara rechazo hacia esa figura” (sic). Y se quedaban tan campantes.




La Diablesa de Orihuela. Fotografía tomada de abc.es


Huelga decir que a mí esto me parece una disparatada exageración y ganas de coger el rábano por las hojas, máxime cuando el diablo disfruta de una amplísima iconografía en el arte occidental, en su mayor parte y para mayor paradoja, de raíz religiosa; incluso en procesiones de Semana Santa como la de Orihuela, donde todos los años desfila el popular paso de la Diablesa. Y que yo sepa ningún estamento religioso ha intervenido en la iniciativa segoviana, promovida a nivel particular.

Bien, hasta aquí cualquiera es muy libre de protestar por lo que le parezca más oportuno, que para eso estamos en una democracia, e incluso de recabar apoyos en forma de firmas sin miedo a caer en el ridículo; no seré yo quien les critique por ello, aunque evidentemente no los apoye.

El problema, y aquí radica lo verdaderamente grave, radica en que estas personas, no contentas con patalear, interpusieron una querella en el juzgado reclamando la prohibición de la colocación de la estatua por suponer ésta un presunto ataque a los sentimientos religiosos... a los suyos, supongo, además presumiblemente minoritarios. Aunque no se puede impedir -y es lógico que sea así- que nadie recurra a la justicia incluso con argumentos de lo más peregrinos, lo lógico hubiera sido que tan estrambótica reclamación fuera automáticamente desestimada; pero para mi sorpresa, la instalación de la estatua fue paralizada por el juez a la espera de la sentencia definitiva. De locos.




El Ángel Caído. Fotografía tomada de la Wikipedia


Claro está que existen precedentes; hace algunos años también hubo protestas por la existencia en el madrileño parque del Retiro de una estatua dedicada al Ángel Caído obra de Ricardo Bellver pese a que ésta, fundida en 1878, llevaba allí desde 1885. Que yo sepa no llegaron a exigir su retirada, aunque sí se convocaron concentraciones de desagravio (?) e incluso se pretendió, a mediados de los años noventa, la erección en este mismo parque de un monumento a la Virgen que pudiera contrarrestar su presunta influencia maléfica. Finalmente el monumento mariano se erigiría en el parque del Oeste, a algo más de cuatro kilómetros de distancia en línea recta y, supongo, todavía suficiente para combatir a su enemigo.

Aunque mirándolo bien, ¿por qué tenemos que limitarnos a protestar y exigir la retirada de elementos de arte urbano sólo cuando éstos puedan herir presuntamente nuestra sensibilidad religiosa? ¿Acaso no pueden existir también sensibilidades laicas con los mismos derechos? Porque lo que a mí me chirría, y mucho además, es cuando tropiezo con estafermos que tienen de arte lo que yo de indio navajo, unos mamotretos que hacen daño a la vista y que por su horrorosidad deberían estar proscritos bajo delito de leso arte. Ejemplos los hay a mansalva, tantos que me habría resultado una ardua tarea seleccionar tan sólo uno, razón por la que finalmente me acabé decantando por el ganador del concurso En busca del “monumento” más feo de España convocado en 2017 por el periódico digital 20 Minutos, agraciado con la nada despreciable cantidad de 16.084 votos: El hombre avión, una obra de Juan Ripollés instalada en 2012 en la rotonda de entrada al aeropuerto fantasma de Castellón que costó al erario público la nadería de 300.000 euros, y eso que su autor tuvo la generosidad de asumir un sobrecoste de 127.000 euros más.




El hombre avión. Fotografía tomada de 20 Minutos


Juzguen ustedes qué es más hiriente... y más costoso, puesto que el diablo de Segovia fue donado a la ciudad por sus promotores.


Publicado el 15-1-2019