Los bancos sádicos



Uno de los elementos del mobiliario urbano que más se agradece son los bancos que colocados en las calles, las plazas o los parques, nos permiten descansar, sentarnos a leer o bien disfrutar de alguno de los pequeños placeres que nos hacen más agradable la vida. Razón por la que, claro está, conviene que sean cómodos por razones tan obvias que no merece la pena comentarlas.

Y tampoco hay que complicarse demasiado la vida; basta con algo tan sencillo como los tradicionales formados por dos armazones laterales, con o sin brazos aunque generalmente con ellos, que soportan un conjunto de listones de madera formando el asiento y el respaldo. Existen también otros, reservados para lugares más nobles, tallados en piedra y habitualmente sin respaldo, que no se puede tener de todo.

Hasta que llegó el diseño y la cosa empezó a complicarse, no necesariamente para bien. Porque sin entrar en disquisiciones estéticas, viendo algunos de ellos me pregunto muy seriamente si quien los pergeñó, por muy satisfecho que quedara de su criatura, se molestó en tener en cuenta que los bancos no son objetos decorativos susceptibles de ser llevados a un museo de arte contemporáneo, sino algo cuya misión es tan prosaica como la de sentarse en ellos, algo que en ocasiones dudo que se pueda hacer con un mínimo de comodidad.

Para que vean que no exagero, he seleccionado fotografías de varios de ellos. No importa donde fueron tomadas puesto que los he visto iguales o muy parecidos en diferentes lugares, lo que demuestra algo tan preocupante como que las modas pueden acabar siendo dañinas, o cuanto menos molestas.



Para empezar nos encontramos con un magnífico ejemplar de dos en uno, donde se combinan en el mismo banco una mitad con brazo y respaldo y la otra sin ni lo uno ni lo otro, por lo cual si te toca la segunda puede ser que acabes con un hermoso dolor de espalda. Sinceramente no entiendo la razón de esta disimetría discriminatoria, pero ya se sabe que los caminos del arte son inescrutables. Como propina, a su anchura excesiva, cuya única posible ventaja sería la posibilidad de poder sentarse dos personas de espaldas, se contrapone la evidencia de que en el lado trasero de la parte respaldada resulta imposible sentarse, como no sea en el mismo borde, por culpa de la inclinación del respaldo, cómoda para quien tenga la suerte de pillar la parte delantera pero no para su vecino de la trasera. Eso sí, ¿a que queda bonito?



Disponemos también de un modelo aristocrático con base de granito recubierta de listones de madera que permite que aquel lugar donde la espalda pierde su honesto nombre no se nos enfríe en invierno... lo cual no deja de ser un despilfarro si la empresa fabricante los vende al peso, ya que el granito además de denso suele ser caro. Cierto, siempre han existido bancos de granito o de otras piedras, pero mostraban orgullosos su nobleza sin mancillarla con la plebeya madera. Puedo entender el sacrificio pétreo en aras de nuestra temperatura corporal, pero no encuentro la necesidad de gastar tanto en granito cuando todo se podría haber solucionado con dos piezas laterales sosteniendo los listones. También éste está dividido en una parte buena y otra mala vete a saber por qué, aunque al menos su anchura es más normal que la del anterior. Eso sí, confieso mi incapacidad para adivinar la utilidad del limpio mordisco que presenta en una de las esquinas, a no ser que se trate de un refugio para gorriones durante los días lluviosos.



A su vecino lo podríamos considerar un banco para estoicos puesto que, salvo en las ínfulas y en el precio, que el pedigrí hay que pagarlo, en poco se diferencia de los plebeyos poyos que solían crecer al lado de las puertas; al menos en éstos podías recostarse en la pared, mientras en el banco de marras se precisa cierta vocación de militar prusiano ya que ni los listones de madera le han dejado aunque, eso sí, también muestra orgulloso su limpia amputación.



Contamos asimismo con bancos para egoístas, en los que el primero que llegue se podrá sentar cómodamente mientras sus menos afortunados -o menos rápidos- compañeros de asiento tendrán que conformarse acabando con salva sea la parte fría en invierno y la espalda dolorida a lo largo de todo el año.



Existen por último sus hermanos pequeños, meros hexaedros minimalistas asimismo pétreos cuya única virtud que les encuentro es su condición de monoculos -sin tilde-, lo que al menos evita una vecindad potencialmente molesta aunque no dejen de ser un engorro para quienes intenten ligar. En fin, nadie es perfecto...


Publicado el 14-2-2024
Actualizado el 5-3-2024