Una de trenes





Uno de los primeros Talgos que circularon en España. Fotografía tomada de la Wikipedia



El 21 de octubre de 2018 el diario digital El Confidencial publicaba El “franquista” Juan de la Cierva pierde sus calles, pero el fascista Marconi las conserva, un ejemplo de manual de como estos políticos de medio pelo que tenemos la desgracia de padecer cogen el rábano por las hojas aplicando la controvertida Ley de Memoria Histórica según sus particulares y sectarios criterios, pese a que resulta evidente que a nadie se le debe juzgar por sus ideas sino tan sólo por sus actos, siempre que éstos revistan una condición criminal.

En cuanto a colectivos tales como el de los científicos, los artistas o los intelectuales, no es menos evidente que sus logros han de quedar siempre al margen de sus biografías, con independencia de que éstas pudieran no ser ejemplares... pero estamos en la cainita España, donde la valía personal, por muy grande que sea ésta, siempre ha quedado supeditada a la particular vara de medir de estos aprendices de inquisidores que, por no ser, no suelen ser ni tan siquiera ecuánimes, conforme simpaticen o no con las víctimas de sus discutibles juicios de valor.

Es mucho lo que se podría hablar sobre este tema, pero dado que no es éste el marco adecuado para hacerlo, prefiero centrar la atención en la temática de esta sección reproduciendo un párrafo en el que trisca gozosamente un gazapo de tamaño familiar que va mucho más allá del simple desconocimiento de la historia reciente de la ingeniería española:


“A finales del pasado mes de junio, el Ayuntamiento de Coslada (Madrid) resolvió cambiar de nombre a siete calles de la ciudad apelando a la Ley de Memoria Histórica. Entre ellas se encontraban las de dos españoles que hasta ahora habían sido más reconocidas por su faceta científica que por sus posiciones políticas: Juan de la Cierva, inventor del autogiro que precedió al helicóptero y muchos otros aviones biplanos, y el ingeniero vasco Alejandro Goicoechea, que diseñó el Talgo y aportó la G a su nombre (Tren Articulado Lenticular Goicoechea Oriol).”


El acrónimo Talgo está formado en realidad por las iniciales del término Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol. Las dos últimas letras corresponden, efectivamente, a sus promotores, el ingeniero Alejandro Goicoechea y el empresario José Luis Oriol, mientras las tres primeras hacen alusión a las características técnicas de este tren, montado sobre un sistema de ejes articulados y con una estructura de aluminio mucho más ligera que la de los trenes convencionales.

Lo que causa más perplejidad no es que el redactor desconociera estas características del Talgo, por otra parte fácilmente accesibles en internet, sino que confundiera ligero con lenticular dado que ni el Talgo, ni ningún otro tren desde el de Stephenson hasta el más moderno, ha tenido jamás una forma de lenteja que, por otro lado, habría resultado muy poco apropiada para discurrir por las vías cual si de un platillo volante se tratara.


Publicado el 24-10-2018
Actualizado el 14-6-2019