Cuidado con los diminutivos





¿Confundirían ustedes a un ocelote con un tigre? Fotografía tomada de la Wikipedia



Estoy harto de decir que los peor de los periódicos, en lo que a gazapos se refiere, suelen ser unos titulares capaces de arruinar al artículo mejor redactado, lo que no deja de ser censurable si tenemos en cuenta que el titular es lo que, para bien o para mal, llama nuestra atención a la hora de decidir leer o no el artículo correspondiente. Muy censurable.

En muchas ocasiones los titulares-bulo son deliberados, una práctica probablemente tan antigua como el periodismo -Randolph Hearts fue un auténtico virtuoso de la manipulación informativa- ampliamente arraigada en los medios de comunicación amarillistas, aunque mucho me temo que últimamente este color ha acabado tiñendo a la inmensa mayoría de los presuntamente considerados serios.

En otros, por el contrario, deben atribuirse a una simple metedura de pata del responsable del titular, no necesariamente el mismo que redactó el artículo, bien por las prisas -si lo titulas sin leerlo bien o leyéndolo tan sólo por encima corres el riesgo de columpiarte-, bien por ignorancia -que de todo hay-, bien por ambas cosas. De cualquier manera, las consecuencias pueden acabar resultando chirriantes.

Esto último es probablemente lo que debió ocurrir con el artículo aparecido en la edición digital de EL PAÍS de fecha 13 de enero de 2020 bajo el titular “La salvación del tigre al que usaron como mascota y luego abandonaron”, en el que se denuncia la reprobable práctica de domesticar animales salvajes para más adelante dejarlos abandonados en un medio ambiente al que no están acostumbrados y en el que les resultará extremadamente difícil sobrevivir sin ayuda.

El artículo, hasta donde llegan mis conocimientos, es irreprochable desde el punto de vista zoológico, pero no ocurre así con el citado titular. Lo primero que me llamó la atención y me hizo pinchar el enlace fue la rotunda afirmación de que un tigre había sido utilizado como mascota. ¿Un tigre? Cierto es que en la extravagante moda de las mascotas exóticas provocó la aberración de pretender convertir en animales de compañía, por lo general con pésimos resultados, desde hurones a mapaches pasando por los cerdos vietnamitas, por no hablar ya del problema creado por los majaderos que se encapricharon de una cotorra argentina a la que luego acabarían soltando hartos de soportar sus desagradables graznidos. Pero por muy descerebrados que fueran, no me imagino a nadie -bueno, a algún famosete sí- criando en su casa a un tigre.

Lo confieso, me intrigó -lo cual era probablemente lo que se pretendía- y pinché el artículo para encontrarme inmediatamente con una nueva evidencia de que algo no cuadraba: la fotografía del animal, porque pese a no ser ni de lejos un experto en felinos y hasta me cuesta distinguir entre las diferentes razas de gatos, descubrí inmediatamente que el lindo gatito en cuestión no podía ser un tigre por una razón muy sencilla: como casi todo el mundo sabe -excluyo cautelarmente al responsable del titular- los tigres son rayados, mientras el felino de la foto no tenía rayas, sino manchas.

Me bastó con leer el primer párrafo del texto para desfacer el entuerto: el animal al que estaba dedicado el artículo no era como cabía suponer un tigre sino un tigrillo u ocelote, un felino sudamericano de tamaño similar al de un lince. En realidad según la Wikipedia el tigrillo (Leopardus tigrinus) y el ocelote (Leopardus pardalis) son dos especies distintas aunque estrechamente emparentadas, por lo que en ocasiones el término tigrillo se aplica también al ocelote e incluso a un tercer miembro del género Leopardus -al que paradójicamente no pertenece el leopardo (Panthera pardus)-: el margay o gato tigre (Leopardus wiedii), lo que provoca cierta confusión en sus respectivas denominaciones.

Aunque dadas sus similitudes no me resulta posible distinguir a cual de las tres especies pertenece el animal de la fotografía, queda meridianamente claro que no puede tratarse de un tigre no sólo por la cuestión de las rayas y por la enorme diferencia de tamaños entre ambos felinos, sino también por el hecho de que en Sudamérica -la noticia procedía de Perú- nunca ha habido más tigres auténticos que los de los circos y zoológicos. Cierto es que en ocasiones al jaguar también se le suele denominar impropiamente tigre americano pese a que tampoco tiene rayas, pero aparte de tratarse de dos animales diferentes tampoco es posible confundirlos debido a que su tamaño, aunque inferior al de un tigre, es ostensiblemente mayor que el del tigrillo y sus parientes cercanos.

Así pues, se mire como se mire no existe disculpa alguna incluso en el caso de que, afectado por la cursi manía de aplicar diminutivos a todo, el anónimo redactor del titular dedujera que un tigrillo debía ser necesariamente un tigre pequeño, lo cual tendría cierta lógica desde su particular punto de vista dado que el animalito había sido capturado de cachorro y criado entre humanos.


Publicado el 13-1-2020