Carestía residencial
Sinforoso Celemín paseaba distraído por un parque cercano a su domicilio cuando tropezó sin darse cuenta con una lata de cerveza vacía, la cual tras rebotar contra el suelo rodó un par de metros antes de detenerse.
No le hubiera dado mayor importancia, salvo para acordarse de los progenitores de los guarros que no se habían molestado en tirarla a una papelera, de no ser porque de la boca de la lata comenzó a salir un humo denso que poco a poco fue adoptando la forma de una silueta humana, la cual a su vez acabó metamorfoseándose en una fornida figura de aspecto oriental que Sinforoso identificó con un genio de los relatos fantásticos procedentes de Las mil y una noches.
Víctima de un conflicto entre el instinto de conservación, que le apremiaba a salir corriendo, y la codicia de sacar partido al incidente tal como la literatura al uso prometía, acabó quedándose paralizado a la espera de que fuera el genio quien iniciara el diálogo previo con la consabida frase de agradecimiento por haberle liberado de su encierro y el consiguiente premio en forma de la concesión de uno o varios deseos.
Y efectivamente fue éste quien se dirigió a él, aunque no como esperaba sino de una manera mucho más brusca a juzgar por su voz de trueno y el tono entre irritado y amenazador con el que le increpó, lo cual le hizo sospechar que las cosas no iban por el camino esperado.
-¡Imbécil! ¿Es que no tienes ojos? ¡Me has despertado de la siesta, has zarandeado y abollado mi vivienda y si me descuido la aplastas conmigo dentro! ¿No podías mirar por dónde pisas, pedazo de gaznápiro? Ganas me dan de convertirte en un mosquito, a ver si con un poco de suerte acabas gaseado por un insecticida, aplastado con un matamoscas o zampado por un pájaro.
-Yo... -respondió Sinforoso amedrentado-. Le pido disculpas, tropecé sin querer con la lata... no sabía que usted estaba dentro. Pensaba que los genios salían de las lámparas...
-Y así era -gruñó el hombretón frunciendo el ceño-. Yo vivía en una cómoda lámpara hasta que la maldita crisis del alquiler subió tanto la mensualidad que me cobraba el propietario que no pude pagarla, por lo cual acabé desahuciado. ¡Malditos especuladores! Y como tampoco pude alquilar otra, ni siquiera una oxidada y cochambrosa digna de un basurero, me vi obligado a refugiarme en esta miserable y apestosa chabola, que apesta a cerveza rancia, a falta de un lugar mejor. ¡Yo, Omar, uno de los más poderosos genios! Imagínate como estará la cosa y todavía podía ser peor, tengo amigos que han tenido que recurrir a una lata de sardinas, una botella de gaseosa, un cartón de leche y hasta una concha de caracol vacía, te puedes imaginar como está de apretado el pobre ahí dentro.
Sinforoso no entendía como un genio capaz de materializar de la nada todo tipo de tesoros, o al menos así lo había creído hasta entonces, podía llegar acabar en la indigencia, aunque quizás, pensó, la economía genieril se rigiera por unas reglas diferentes a las que él conocía. En cualquier caso se guardó mucho de expresar sus dudas dado que el horno no parecía estar para bollos, al tiempo que veía como se esfumaban sus esperanzas de conseguir algún pellizco.
-Lo siento -balbuceó-. Si en algo puedo ayudarle...
Aunque la oferta era retórica, su interlocutor la aceptó de forma literal.
-Pues sí, pigmeo, algo puedes hacer; recoge la lata con cuidado de no volcarla, no sea que se vayan a caer al suelo mis muebles, y escóndela en algún lugar recóndito a salvo de niños, gamberros, meadas de perro y sobre todo de los barrenderos; no quiero acabar en un vertedero ni mucho menos en una planta de reciclaje de basura. No te sorprendas, en contrapartida a nuestros poderes mágicos los genios estamos sujetos a unas restricciones absurdas como la de no poder mover nuestra vivienda. ¡Con lo fácil que sería metérmela en el bolsillo del bombacho y buscar un sitio adecuado! ¡Pero no puedo, malditos sean Aladino y todos los de su estirpe!
-Bien, eso es fácil, señor genio... -respondió Sinforoso agachándose para recoger la lata.
-¡Un momento, rata de agua! -bramó el irascible djinn-. ¡Como intentes engañarme o hacerme una jugarreta, te juro que acabarás convertido en una lombriz de tierra!
-No, señor, no pretendo engañarle... -el asustado Sinforoso temblaba como un azogado-. Tan sólo quiero ayudarle.
-Está bien, coge la lata y sigue al pie de la letra mis instrucciones. Si te portas bien te premiaré con un regalo, por más que no te lo merezcas.
-Sí, señor, lo que usted diga.
Luchando por mantener cerrados sus esfínteres terminó de agacharse y, cogiendo con cuidado la lata, se la mostró al genio. Al final, pensó, quizás podría rebañar algo.
-Llévala detrás del parterre y encájala entre esas piedras -ordenó su interlocutor-. Y ahora tápala con tierra y gravilla hasta que no se vea, pero ten cuidado en no atascar el agujero de la tapa.
Así lo hizo Sinforoso, al parecer a satisfacción del genio puesto que, ya en un tono más amable, le dijo:
-No lo has hecho mal del todo, sanguijuela babosa. Te estoy agradecido.
-Entonces... -se le escapó a éste.
-Ahora pretenderás que te conceda tres deseos por esta insignificancia, ¿no es así? -volvió a bramar-. Pues no, miserable gusano, eso sólo pasa en la literatura y en las películas. Te dije que te recompensaría pero el precio lo pongo yo, faltaría más, y cumpliré mi promesa aunque de forma proporcionada a tu ayuda. ¿O es que te crees que los genios nadamos en la abundancia?
Haciendo un gesto con la mano, añadió:
-Ahí tienes el pago que no te mereces, sabandija inmunda. Ahora olvídate de que existo y ni se te ocurra volver por aquí y mucho menos decírselo a nadie. Si me traicionaras sabría como encontrarte, y el castigo sería atroz. ¡Hasta nunca!
Dicho lo cual se desmaterializó en la consabida nube de humo introduciéndose en su refugio. Sinforoso, que comenzó a sentir húmedos los pantalones, se volvió todavía tembloroso al lugar que había señalado el genio como ubicación de su premio, descubriendo que se trataba de un paquete de seis latas de cerveza de la misma marca que la vivienda del genio.
Es una miseria, se dijo, pero tampoco era cuestión de desperdiciarlas. Las cogió antes de que pudiera verle alguien, sintiendo una nueva decepción.
-¡Sin alcohol! -rezongó para sus adentros-. ¡Encima el muy sinvergüenza me las ha enchufado sin alcohol! Menuda porquería. ¿Qué trabajo le había costado al muy miserable darme cerveza de verdad?
Pese a su disgusto se las llevó, no iba a desperdiciarlas, poniendo pies en polvorosa y cuidándose mucho de expresar en voz alta sus denuestos contra el farsante autor del cuento de Aladino, no fuera a ser que el genio le oyera.
Publicado el 13-4-2025