¡Fuera de mi lámpara!



El Genio de la Lámpara volvía a casa, es decir, a la lámpara, después de una ardua jornada de trabajo. Por lo general solía manejar con bastante soltura a los peticionarios de deseos que le invocaban, a los que resultaba sencillo embaucar con cualquier fruslería; pero en esta ocasión había tropezado con un hueso duro de roer y le había costado auténticos sudores evitar ser él el desvalijado. Finalmente había podido salvar los muebles pero a un precio demasiado alto que, no le cabía duda, pesaría en su impoluto historial laboral. Si el jefe de ventas no fuera tan repelente...

Así pues, llegó a su destino cansado y sobre todo irritado. Tan sólo deseaba cobijarse en el confortable interior de la lámpara y dormir ininterrumpidamente unos cuantos años hasta la que asignaran su próxima misión. Nada de vida social y nada de hacer escapadas a El Placer del Genio, pese a las amistades femeninas con que contaba allí. Tan sólo descansar.

Se colocó frente a la boca de la lámpara derrumbándose casi y, tras desmaterializarse, penetró en ella en busca de reposo... aunque en realidad tan sólo lo llegó a intentar, puesto que apenas traspuso el borde chocó violentamente con algo que le hizo rebotar hacia afuera.

Al cansancio y la irritación se sumaron la sorpresa acompañada por la impaciencia. ¿Qué demonios pasaría? Esperaba que algún cretino no se hubiera estado entreteniendo en meter un palito por el agujero; no sería la primera vez que esto pasaba.

Cogió la lámpara con la mano -ventajas de poder ajustar su tamaño en función de las necesidades- y miró por la boca, aunque obviamente no pudo ver nada. Hizo entonces que la uña del dedo índice creciera -otra ventaja- hasta convertirse en un fino estilete y la introdujo por ella. En contra de lo que esperaba ésta no tropezó con ningún obstáculo, penetrando hasta el interior donde topó con algo blando.

El Genio creyó oír algo, pero no le dio importancia. Recogiendo la uña hasta su tamaño normal comenzó a zarandear la lámpara, al tiempo que se la acercaba a la oreja. Y entonces lo oyó claramente. Muy claramente.

-¡Tú, imbécil, deja de mover mi casa!

Perplejo, el Genio bramó:

-¿Cómo que tu casa? ¡Esta lámpara es mía, y ya estás saliendo de ahí si no quieres que te saque a guantazos!

Pasando del dicho al hecho, tras dejar la lámpara en el suelo se desmaterializó intentando entrar de nuevo en ella. Y, al igual que la vez anterior, volvió a tropezar con un muro infranqueable.

Furioso, volvió a zarandearla de forma más enérgica al tiempo que rugía:

-¡Ladrón, sal inmediatamente o te acordarás de mí mientras vivas!

Lo cual, teniendo en cuenta que los genios son inmortales, era mucho decir.

-¿Quién demonios eres? -insistió el genio-. ¿Y qué haces en mi casa?

-Está bien -respondió la voz en todo conciliador-. Te lo explicaré todo, pero deja de agitar la lámpara como si estuvieras haciendo mantequilla; me siento como un turbante dentro de la lavadora.

Y, comprobando que éste lo había hecho así aunque sin soltar la lámpara, continuó:

-Soy un genio como tú, que vivía en una preciosa licorera de cristal tallado por los mejores artesanos, una auténtica joya provista de todas las comodidades posibles. No veas la envidia que causaba cada vez que recibía una visita en ella. Pero tuve la desdicha de perderla cuando un cretino la arrojó al contenedor. Yo estaba dentro reposando tranquilamente, y cuando me desperté estaba ya en el horno de reciclado rodeado de vidrio fundido a más de mil grados de temperatura... por muy genio que sea, te aseguro que no resultó nada agradable. Logré salir a duras penas de allí con el ectoplasma a punto de achicharrarse, y me encontré sin ningún lugar a donde ir.

-Y sólo se te ocurrió apropiarte de la primera vivienda que encontraste...

-En algún sitio tenía que meterme -se defendió el intruso-; no podía quedarme a la intemperie y no sabía a donde ir. Vagando de un sitio a otro tropecé con la lámpara y descubrí que estaba vacía.

-Vacía no significa abandonada. De vez en cuando tengo que ir a trabajar.

-La lámpara no tenía conjuro alguno que la protegiera, así que pensé que estaba libre y a disposición del primero que la necesitara.

-Pues ya ves que no es así -replicó su legítimo propietario, recriminándose mentalmente por haberse olvidado de esa elemental precaución; al fin y al cabo, en el mundo de los genios no existía la delincuencia-. Así pues, lamentando mucho tu situación, te ruego que recojas tus bártulos, si es que los tienes, y te vayas con viento fresco a otra parte. Estoy cansado y quiero dormir.

-¡Ah, no! -replicó con vehemencia el okupa-. Yo no soy responsable de tu falta de precaución. La lámpara estaba abierta, y yo entré sin forzar conjuro alguno. Por lo tanto me quedo, ya que la ley me ampara; y como has podido comprobar yo sí lo he tenido en cuenta cerrándola con un conjuro XXL de lo mejorcito del mercado. Me costó caro, pero ha merecido la pena. Nunca podrás romperlo por mucho que lo intentes.

-¿Ah, sí? -bramó de nuevo el genio, que de su color azul lavanda habitual había virado al púrpura encendido-. Pues te vas a enterar.

Hizo unos gestos cabalísticos al tiempo que pronunciaba -en voz baja, no era cuestión de que lo oyera su rival- un poderosísimo conjuro que había ganado jugando a las cartas al Mago Merlín y, una vez hubo terminado se dirigió de nuevo a éste en tono burlón:

-No podré romper tu conjuro, pero tú tampoco el mío, que además está reforzado por siete ensalmos y otras tantas invocaciones. Yo no podré entrar en mi propiedad, pero tú tampoco podrás salir hasta que no encuentre la forma de echarte o seas tú el que me pidas que te deje en libertad. Mientras tanto la lámpara permanecerá a buen recaudo y ahora mismo me voy a ver a un amigo que trabaja en el Negociado de la Moral. Se te va a caer el pelo.

Así hizo, guardándosela en el bolsillo de los zaragüelles al tiempo que partía volando hacia su destino.


* * *


-Lo lamento infinito, Dragut -éste era el nombre propio del Genio de la Lámpara, aunque sólo le llamaban así sus amigos más íntimos-, pero no puedo hacer nada por ayudarte.

-¿Cómo que no puedes hacer nada? ¿Acaso no tengo razón?

-La tienes, y te aseguro que pienso lo mismo que tú. Si por mí fuera, ese sinvergüenza saldría de tu lámpara inmediatamente. Pero...

-¿Pero qué?

-Las leyes -suspiró su amigo, un genio de relajante color verde esmeralda-. Ya sabes, dura lex sed lex, que viene a significar el genio propone y las leyes disponen. Estamos atados por ellas, por muy injustas que nos puedan parecer.

-¿Entonces, qué puedo hacer?

-Legalmente, poco. Tú cometiste un grave error al no proteger la entrada a tu vivienda con un conjuro adecuado. Si alguien hubiera violado el conjuro sí habría podido expulsársele al tratarse de un delito tipificado como allanamiento de morada; seguramente se hubiera tardado un tiempo, por desgracia la justicia es lenta, pero al final lo habrías conseguido. Pero al dejar la puerta abierta ya no se trataba de tal sino de una ocupación ilegal, también delito pero menos penado por la ley al considerarse que, aunque se trate de una propiedad privada, ésta no constituye la residencia habitual del denunciante.

-¿Cómo que no? ¿Dónde vivía yo? -explotó el Genio.

-Insisto, esto no lo digo yo, es lo que dice la ley; y el juez está obligado a ceñirse a ella por mucho que no la comparta. También en una ocupación ilegal tienes derecho a recuperar tu bien, pero el proceso es más largo y todavía más complejo si incurren determinadas circunstancias.

-Sigo sin entender nada.

-En este caso el problema está en que el okupa carecía de vivienda y, al menos a corto plazo, de posibilidades de conseguirla, por lo cual goza de protección hasta que pueda encontrar otro lugar en el que alojarse.

-Y mientras tanto yo al relente... ¿no es esto desnudar a un genio para vestir a otro? -protestó irritado.

-Por supuesto, vuelvo a repetir que pienso como tú. Las leyes se corrigen cuando se descubre en ellas un fallo, pero siempre van por detrás de los delincuentes; y en este caso has tenido la mala suerte de tropezar con un problema que todavía no está suficientemente bien regulado. Hasta ahora prácticamente no existían precedentes como el tuyo, y el legislador estimó en su momento que privar temporalmente a un propietario de una vivienda vacía que no constituía su residencia habitual debía prevalecer sobre el derecho a la propiedad si así se evitaba que alguien se quedara en la calle. Los genios somos pocos y no suele haber conflictos entre nosotros, por lo que era justo que el cedente prestara el favor, aunque fuera en contra de su voluntad, al cesionario ya que el beneficio del segundo era superior al perjuicio del primero. Por supuesto lo que se cede no es la propiedad, que sigue siendo tuya, sino el usufructo del bien, en principio con carácter temporal aunque en la práctica indefinido o al menos bastante largo. Cabe suponer que en un futuro la situación cambie y se proteja más al propietario, pero mientras tanto te toca tener paciencia.

-Mientras tanto yo durmiendo al relente.

-Pondremos una denuncia, por supuesto -respondió el burócrata ignorando el acre comentario de su amigo-; y al mismo tiempo redactaré una declaración de desamparo para que se te pueda buscar una solución provisional.

-¿A mí? ¿Y por qué no a él?

-Porque, por desgracia, es él quien está dentro, y no tú. Por cierto, te advierto que tu contraconjuro es ilegal y él podría denunciarte por ello, lo cual complicaría todavía más tu reclamación. Yo que tú lo quitaría.

-¿Cuánto calculas que tardará en resolverse la expulsión?

-Hum... no lo sé exactamente, ya te he dicho que apenas existen precedentes; y si los legisladores suelen ser lentos, la justicia lo es todavía más. Ya sabes, los políticos siempre disponen de suficiente dinero y plazas en las que colocar a sus paniaguados, pero para conseguir que los engranajes de la Administración funcionen es otra historia. Llevamos siglos con escasez de personal y de recursos, y la situación no tiene visos de mejorar a corto plazo.

-¿Cuánto? -se impacientó el genio.

-No lo puedo precisar con exactitud, pero de forma aproximada, quizás cuarenta o cincuenta años humanos. No es demasiado.

-No sería demasiado de tener yo otro lugar donde ir -protestó Dragut-; pero mucho me temo que no es el caso. ¿Me alojarías temporalmente en tu lámpara?

Disparaba con bala, pero su interlocutor tenía la piel demasiado dura para caer en la trampa.

-Ya me gustaría -respondió con ademán pretendidamente compungido-. Pero como sabes -no lo sabía, y ni siquiera si esto era cierto- que... en fin... -carraspeó- no vivo solo, y claro, de llevarte a mi lámpara la situación sería ejem... un tanto embarazosa.

-Lo entiendo -respondió el Genio en tono no menos cínico-. Pero alguna solución tendrá que haber... aunque no sea ortodoxa del todo. ¿Me podrías echar una mano orientándome?

Ahí, sí que dio en la diana. Su amigo cambió la fingida pesadumbre por una más que verosímil expresión de alarma.

-Mira, lo siento, ahora estoy muy ocupado y no puedo dedicarte más tiempo. Pero si quieres, podemos cenar esta noche en La Cueva de Aladino.

Instantes después el Genio de la Lámpara abandonaba el Negociado de la Moral algo menos preocupado que cuando había entrado.


* * *


-Ante todo, he de disculparme por mi displicencia de esta mañana -su amigo se encontraba bastante corrido-. Pero como comprenderás, las paredes oyen y no era cuestión de dar tres cuartos al pregonero. Trabajo en un centro oficial y tengo que ser cuidadoso con lo que hago y digo allí.

El Genio le tranquilizó, sabedor de que si amigo tenía algo que contarle.

-No te preocupes, Osmán, lo entiendo perfectamente. Este lugar -se encontraban en un discreto reservado a prueba de oídos indiscretos- es mucho más adecuado para hablar de nuestras cosas.

-¿Dónde tienes la... esa cosa? ¿No la llevarás contigo?

-No te preocupes, está a buen recaudo y además cerrada a cal y canto. No quería que se escapase el pájaro de la jaula... o mejor dicho, que quisiera volver a entrar sin estar yo delante.

-Está bien -suspiró Osmán sin precisar cual de las dos respuestas aprobaba-. Esto que te voy a decir no conviene que llegue a los oídos de nadie y todavía menos a los del... pájaro. No es que sea ningún secreto, pero no estoy autorizado a decirlo.

-Te escucho.

-En realidad no es cierto que no existieran precedentes de casos como el tuyo. Sí los ha habido; no demasiados, pero sí más de uno. Lo que ocurre es que quienes tú sabes no desean que se sepa o al menos, ya que no pueden ocultarlo por completo, que se reconozcan oficial u oficiosamente.

-Y de modificar la ley para proteger a los honrados propietarios nada -respondió con sorna Dragut.

La silenciosa llegada del camarero con los manjares interrumpió momentáneamente el diálogo.

-¡Vaya! -exclamó éste una vez solos de nuevo- ¡Sorbete de rocío bañado en salsa de arco iris! Hacía siglos que no lo tomaba.

-Yo siempre deseo lo mejor a mis amigos -respondió Osmán untando con él una rebanada de cumulonimbo-. Y aquí sirven los mejores -añadió al tiempo que calculaba lo cara que le saldría la invitación.

-Gracias, amigo -concluyó el Genio al tiempo que hacía lo propio-. Sabía que podía confiar en ti. Pero si no te importa, te agradecería que fuéramos al grano; apenas llevo unas horas de indigente y ya me siento un desarraigado.

-Está bien -suspiró éste mirando cautelosamente hacia uno y otro lado. Estaban solos, pero por si acaso chasqueó los dedos al tiempo que pronunciaba un conjuro menor, suficiente para advertirles de la presencia de un intruso pero no tanto como para llamar la atención.

Terminó de comer la rebanada, se escanció una copa de Elixir Mágico -realmente lo era- y continuó:

-Como ya te insinué, y veo que captaste mi mensaje, existen maneras de resolver tu problema al margen de la... letra de la ley, en ocasiones demasiado rígida. No, no se trata de nada ilegal, aunque sí es cierto que lo bordea. Por fortuna todas las leyes, hasta las aparentemente más rígidas, tienen sus grietecillas... y aunque alguien pueda considerar poco elegante que se aprovechen como atajos, nunca podría acusarte de haber cometido un delito.

Hizo una pausa para prepararse una segunda rebanada, y continuó:

-Conozco a alguien que conoce a alguien que quizás podría ayudarte. Ésta es su dirección.

Y trazó rápidamente con las manos unos signos cabalísticos.

-No cites mi nombre en ningún momento -le conminó-. Di simplemente que vas de parte de Aladino; ellos te entenderán; no te costará barato, pero son de fiar. Esto es todo lo que puedo hacer por ti; lamento que mi puesto me impida involucrarme más.

-Ya has hecho bastante, y te lo agradezco.

-¡Un momento! -le interrumpió-. Puedo decirte algo más. Tengo un amigo en el Negociado de Estadística al que pedí que hiciera algunas averiguaciones sobre tu... inquilino. Se llama Ruslam, y es un viejo conocido de nuestro departamento. En el fondo no es mala persona, pero sí un tarambana. ¡Imagínate que le ha faltado el tiempo para empadronarse en tu lámpara! Por eso averiguamos quien era.

-No creo que esto cambie nada -rezongó el Genio.

-Por supuesto que no, pero siempre conviene conocer lo mejor posible al rival. Y sí, es cierto que su vivienda fue a parar a un contenedor de reciclaje y de allí a un horno para fundir vidrio con él dentro, aunque olvidó decirte que no se enteró a tiempo porque estaba durmiendo la mona. También exageró al atribuirle un gran valor artístico, en realidad no era una licorera tallada sino una botella bastante corriente que se le concedió en alquiler social, tampoco tiene dinero o mejor dicho suele dilapidarlo cuando lo consigue, tras jugarse la suya y perderla durante una de sus juergas. Y, claro está, temiendo con razón que el Negociado de la Vivienda no le volviera a dar otra, tiró por la calle de en medio.

-A mi costa, claro. Ahora pretenderá que sea yo quien la solicite.

-No te la concederían. Estas botellas sociales sólo se las dan a quienes carecen de medios para comprar o alquilar una propia, y no es tu caso. Además, acostumbrado a las comodidades de tu lámpara, la encontrarías poco menos que inhabitable. Podrías comprar otra, pero lo lógico y lo justo es que hagas todo lo posible por recuperarla. Ve a donde te he enviado y una vez que lo consigas me tendrás que invitar a una buena cena en El barco de Simbad, no en vano es el restaurante más selecto que conozco; y también el más caro. -rió.

Así prometió hacerlo el Genio, dando por terminada la conversación y dedicándose los dos amigos a los exquisitos manjares que reposaban sobre la mesa.


* * *


-¿Tengo garantías de que este plan vaya a funcionar? -preguntaba el Genio de la Lámpara a su interlocutor, un individuo de torvo aspecto al que le habían remitido sus contactos.

-Como usted puede comprender en estos casos las garantías nunca pueden ser absolutas, pero sí le puedo decir que hasta ahora ha resultado aceptablemente bien en casos similares al suyo. En cualquier caso buena parte del éxito dependerá de usted, que será quien tenga que convencer al okupa para que abandone su domicilio.

-¿Y si no funciona?

-No se preocupe, en ese caso pasaríamos al plan B y, si fuera necesario, al C... nosotros nos comprometemos a desalojar a ese individuo por las buenas o por las menos buenas, y si bien es cierto que siempre preferimos empezar por el método menos agresivo, si éste no diera resultado habría que recurrir a las presiones, a las coacciones... por supuesto siempre sin violar la ley, que por desgracia parece estar más de su lado que del suyo, Pero bueno -sonrió- al fin y al cabo gracias a eso existe nuestro negocio.

No muy convencido, el Genio hizo un signo d asentimiento.

-Esté tranquilo, todo saldrá bien y es probable que sea a la primera. Eso sí, es muy importante que recuerde nuestras instrucciones y las siga al pie de la letra. No olvide que el personal de mi empresa estará siempre cerca de usted para ejecutar su parte del plan y, si fuera necesario, también para ayudarle, aunque seguramente esto último no será necesario. Tenga -y le entregó una bolsa cuyo interior quedaba oculto-. No la pierda, aquí radica el éxito de la misión.


* * *


El Genio de la Lámpara se acercó hasta el lugar en el que se encontraba su lámpara okupada silbando una melodía pegadiza. Como muestra de buena voluntad, al menos teóricamente, días atrás la había depositado en el lugar donde se encontraba antes de su allanamiento, levantando el contraconjuro que impedía al okupa salir de ella.

Dejó cuidadosamente en el suelo la bolsa y dio unos golpecitos con los nudillos en la boca de la lámpara para llamar la atención de su inquilino , no sin antes mirar con preocupación en torno suyo. No se veía a nadie, pero el dueño de la empresa antiokupación le aseguró que su empleado estaría allí.

-¿Quién es? -se oyó la voz de Ruslam con tono fastidiado-. Estoy harto de decir que no quiero ni vendedores ni propaganda.

-Soy yo, tu... anfitrión -respondió el Genio tragándose la irritación-. Vengo a hacerte una propuesta.

-Considérate uno de ellos y lárgate de aquí. No tengo que hablar nada contigo.

-Yo que tú escucharía lo que tengo que decirte. Creo que es una propuesta beneficiosa para ambos.

-No me fío, ni de ti ni de nadie -pero desdiciendo sus palabras asomó la cabeza por la boca de la lámpara, poniendo cuidado en mantener dentro el resto del cuerpo.

El okupa, o al menos lo poco que se veía de él, era un individuo de color cetrino y aspecto malencarado, y su ademán mostraba que no estaba para bromas.

-“Esto no puede salir bien” -pensó el Genio sintiéndose invadido por el pesimismo-. Este individuo sabe de marrullerías mucho más que yo”.

No obstante no se amilanó y siguió adelante lo mejor que pudo con el plan establecido.

-No te pido que te fíes de mí, sólo que me escuches -insistió fingiendo mansedumbre-. No te voy a ocultar que mi primera reacción fue la de ir a denunciarte, pero tras haber sido asesorado llegué a la conclusión de que no merecerían la pena los esfuerzos, el tiempo y el dinero gastados hasta lograr echarte si conseguía que llegáramos a un acuerdo, si no amistoso, sí por lo menos satisfactorio para las dos partes.

-Explícate.

-Es sencillo. Resulta evidente que lo que tú deseabas era contar con una vivienda digna, de igual manera que yo deseo recuperar la mía. Así pues, tras haberme asesorado llegué a la conclusión de que lo más práctico sería ofrecerte otra a cambio de que desalojaras ésta. Por lo tanto, la compré en el mercado inmobiliario y ahora vengo a ofrecértela.

Dicho lo cual tomó la bolsa que había llevado consigo y sacó de ella un artístico samovar dorado con incrustaciones de perlas y piedras preciosas.

-¿Te gusta? No es plata ni otro metal sobredorados, es oro puro. Y las piedras son esmeraldas, rubíes, topacios y zafiros, junto con perlas auténticas procedentes del Golfo Pérsico.

Evidentemente le gustaba, y mucho a juzgar por el brillo codicioso de sus ojos. Pero al mismo tiempo, se acrecentó su desconfianza.

-¿Me tomas por un estúpido? -le espetó-. Ese samovar es infinitamente más valioso que tu mugrienta lámpara, y a juzgar por el exterior con el interior debe e pasar lo mismo. Es digno de un príncipe, y muy ingenuo tendría que ser yo para creerme que renuncias voluntariamente a él a cambio de la lámpara, sobre todo contando con lo que te ha debido de costar comprarlo. Haciendo un chiste malo, se podría decir que aquí hay genio encerrado.

-Te aseguro que no hay tal -el genio tragó saliva; ahora llegaba la parte más delicada del proceso-. Para empezar sí es cierto que no resultó barato, aunque ni mucho menos tan caro como pudiera parecer; tuve la suerte de pillarlo en una subasta tras haber sido embargado a su anterior dueño, y resultó una auténtica ganga. En cuanto a que yo no lo prefiera frente a mi lámpara también tiene fácil explicación: lo compré como inversión, no para vivir en él; es demasiado ostentoso para mis gustos, pero le podré sacar un buen rendimiento vendiéndolo o alquilándolo.

-Eso estaría muy bien de no encontrarme yo por medio -porfió el desconfiado okupa-. Porque suponiendo que accediera a tu propuesta, no podrías hacer ni lo uno ni lo otro.

-A corto plazo no, eso es evidente. Pero hice mis planes y mis asesores económicos dieron el visto bueno. La cuestión está en que no te lo voy a regalar ni voy a permitir que vivas gratis en él; mi idea es cedértelo en alquiler cobrándote una cantidad razonable que tú puedas asumir, inferior a los precios de mercado.

-Seguirías sin hacer negocio.

-No, porque lo contemplo como una inversión. De momento me conformaría con cubrir gastos; pero, seamos sinceros, tarde o temprano tendrás que buscar una solución al problema de tu alojamiento, y te recuerdo que el expediente de desalojo sigue abierto, aunque en el caso de que aceptaras éste quedaría sobreseído. Por mi parte yo te permitiría vivir en el samovar, con un contrato firmado y garantizado, el tiempo necesario hasta que pudieras ser beneficiario de una vivienda social, para lo cual te ayudaría gracias a mis contactos. Mientras tanto yo habré solucionado el problema de mi alojamiento y, no lo oculto, mi benevolencia contigo me servirá de publicidad positiva para rentabilizar mi inversión, mientras tú te permitirías el lujo de vivir a cuerpo de rey durante un tiempo. Además no me corre prisa, el mercado inmobiliario está ahora mismo estancado y prefiero esperar a que mejore para obtener mayores beneficios.

Bien, ya estaba dicha la parrafada. Sólo quedaba esperar a que mordiera el anzuelo. Pero era escurridizo como una anguila.

-Todo eso suena muy bien, pero sigo sin verlo claro.

-¿Qué deseas que te muestre? ¿El contrato de arrendamiento? Aquí lo tienes -y desplegó ante él un texto que en el mundo de los humanos se consideraría un holograma-. Puedes quedártelo y leerlo tranquilamente antes de decidir si lo firmas o no.

Un gruñido fue la única respuesta, aunque aceptó la propuesta de guardar el documento.

-Asimismo, me gustaría invitarte a que visitaras la que sería tu nueva residencia, estoy convencido de que te gustará más que donde estás ahora.

-Y mientras tanto, tú aprovecharás para sellar la lámpara dejándome con dos palmos de narices.

Aunque los genios no sudan, Dragut se sentía como si estuviera en el interior de una sauna, y no precisamente por el calor.

-No es esa mi intención, pero en cualquier caso te recuerdo que ya cuenta con tu conjuro y que yo fui incapaz de romperlo. Te propongo que lo levantes inmediatamente después de salir; que me lleven los ifrits si intento violarlo o impedir que puedas volver a entrar.

Tras lo cual se volvió de espaldas para demostrar lo sincero de su afirmación. El okupa, todavía desconfiado, fue saliendo poco a poco de la lámpara sin perder de vista un solo instante a su rival, el cual tenía fijada la atención en una lagartija a la cual, mediante un ensalmo menor, había transmutado las cuatro patas en otras tantas ruedecillas, lo cual tenía completamente desconcertado al pobre animalito.

Ruslam terminó de salir con sigilo y rápidamente procedió a conjurar el cierre de la lámpara, al que reforzó con unos cuantos ensalmos. Dragut, todavía de espaldas, preguntó:

-¿Ya estás listo?

Y asumiendo el silencio como un asentimiento tácito, se volvió sin prisas después de devolverle las patas a la martirizada lagartija, a la que recompensó con unas hermosas alas de murciélago.

Fue entonces cuando pudo ver a su rival de cuerpo entero, comprobando que el raído aspecto de su cabeza se extendía al resto del escuchimizado cuerpo. Para ser un genio, se dijo, era una auténtica birria. Pero ya se sabe que, pese a todos sus poderes, los genios tienen vetado modificarse a ellos mismos o a sus congéneres, como modo de evitar posibles conflictos. Obviamente, no lo dijo.

-Pues ahora -continuó con una falsa sonrisa que esperaba no pareciera tal-, tienes a tu disposición la que podría ser tu futura residencia si aceptas sellar conmigo el trato -concluyó, al tiempo que le invitaba a hacerlo con el brazo extendido.

Éste no se hizo rogar cual si se sintiera inerme fuera de su refugio, y de un salto se desmaterializó introduciéndose por la boca de tentador samovar.

A partir de entonces todo fue endiabladamente rápido. Un desconocido surgido de la nada, según todos los indicios el empleado enviado por la empresa antiokupación, se plantó ante el samovar y realizó un complejo conjuro antes de que el Genio pudiera darse cuenta siquiera de su presencia.

-Ya está -le dijo a modo de saludo-. Okupa desokupado -rió su propia gracia-. Y enhorabuena por su actuación, estuvo muy convincente.

-Gracias, pero ¿cómo entro ahora a mi casa? Sigue estando cerrada.

-¡Oh, por eso no se preocupe! Estos individuos se creen muy listos comprando en el mercado negro unos conjuros que les venden como poderosos; y en realidad lo son. Lo que ignoran es que tienen una puerta trasera de la que sólo nosotros poseemos la llave y, por lo tanto podemos abrir; al fin y al cabo todo sale del mismo sitio.

Hizo unos signos cabalísticos, pronunció unas frases en un idioma desconocido y exclamó:

-Listo. La entrada está expedita. Eso sí, le recomiendo que la asegure con un buen conjuro de cierre cada vez que salga de casa. En los tiempos que corren hay que tomar todo tipo de precauciones, por desgracia.

-Sí, no cometeré el error de nuevo, estoy escarmentado. De hecho tengo uno bastante bueno, el del Mago Merlín.

-Lo conozco; es verdad que era bastante seguro, pero hoy en día resulta bastante fácil de saltar para alguien experto. Ahora los hay mucho mejores, nosotros disponemos de varios prácticamente inviolables que ofrecemos a nuestros clientes a precio especial; por supuesto, sin puerta trasera de ningún tipo -sonrió-. A diferencia de los otros, son completamente legales y están homologados y garantizados por el fabricante. Si lo desea, ahora mismo puedo darle a probar uno sin ningún compromiso.

-Está bien. Pero, dígame, ¿qué pasará con este individuo? Está encerrado, es cierto, pero ahora el problema se lo he endosado a ustedes, que al fin y al cabo son los propietarios del samovar dorado. El infeliz se tragó el cuento de que era mío y se lo prestaba generosamente...

-¡Oh, no se preocupe por eso, está todo controlado! -le respondió tras aplicar el conjuro a la lámpara y entregárselo para que lo guardara-. De momento le dejaremos salir de allí si quiere... que querrá -concluyó con una estruendosa carcajada.

No había acabado de deshacer el conjuro del samovar cuando el burlado okupa salió de allí hecho una furia, todavía más cuando comprobó que no podía volver a su antiguo refugio.

-¡Traidor, perro, miserable gusano, ojalá te estrangulen con tus propias tripas y te arrastren hasta quedar despedazado! ¡Ojalá roan las hienas y los chacales tus podridos huesos! ¡Me mentiste cuando juraste que no harías nada que me impidiera volver!

-Y no lo hice, te aseguro que no moví un solo dedo. Eso lo hizo este señor al que, dicho sea de paso, yo no conocía de nada. Pero no te quejes, sigues teniendo disponible el palacio.

-¿Qué palacio? -aulló desesperado-. ¡Éste ha sido otro engaño todavía peor, por dentro es una lata de refresco!

Extrañado, el Genio volvió la mirada a su cómplice que, riendo de nuevo, deshizo el conjuro que mantenía encantado al exterior del samovar, revelando su verdadera naturaleza: una prosaica lata de Coca Cola.

-Éste era nuestro as oculto -explicó éste una vez pudo poner freno a las carcajadas-, camuflar un vulgar envase como si de una singular obra de arte se tratara. No le engañó mi jefe, casi todos acaban picando; ya se sabe, la avaricia rompe el saco.

-Tan secreto que no lo sabía ni yo -protestó débilmente el Genio, satisfecho por el resultado pero molesto por no haber sido advertido-. Ciertamente me extrañó que no les importara poner tamaño tesoro en manos de este gaznápiro, y así se lo dije; pero me respondió que no me preocupara, por lo que supuse que tendrían la manera de echarlo de allí posteriormente.

-Le presento mis disculpas en mi nombre y en el mi empresa, pero era importante que usted no lo supiera, ya que de lo contrario le habría restado verosimilitud a su interpretación. Es mucho más fácil engañar cuando se desconoce la verdad.

A todo esto el ex okupa, olvidado por ambos, seguía dando saltos y despotricando sin que le hicieran el menor caso.

-Disfruta de tu nueva residencia -se despidió de él el empleado-. La empresa es tan generosa que te la regala; no es muy lujosa, pero sí acogedora. Aunque tendrás que tener cuidado, no vaya a acabar en el contenedor de envases metálicos.

Riendo ambos y, tras recoger el Genio la lámpara guardándosela en el bolsillo, se encaminaron a la sede de la empresa antiokupación para que éste abonara los servicios prestados.


Publicado el17-10-2023