Sentido único



-Los viajes en el tiempo son imposibles -exclamó tajante el profesor sin molestarse en ocultar su irritación; aquel inoportuno individuo no sólo se le había colado en el despacho fingiendo querer hacerle una entrevista, sino que además estaba empeñado en marearlo con teorías magufas-. Quedarán muy bien en la ciencia ficción, pero no tienen nada que ver con la ciencia seria.

-Lamento decirle que se equivoca -rebatió el visitante haciendo caso omiso a la insinuación de que la entrevista debía terminar-. Son imposibles con la ciencia y la tecnología actuales, pero eso no impide que pudieran serlo en otro momento. Muchos de los objetos que hoy son cotidianos habrían parecido de ciencia ficción hace no tantos años.

-Hay cosas que resultarán intrínsecamente imposibles ahora y siempre -bufó el científico sintiéndose herido en sus convicciones más profundas-. Y ésta es una de ellas, al menos mientras nos mantengamos dentro de las reglas de la ciencia. Si esgrime usted argumentos esotéricos o defiende dogmas de fe, me temo que ha venido al lugar equivocado.

-Invoca usted al método científico olvidando que la Teoría de la Relatividad considera al tiempo como una dimensión más a sumar a las tres espaciales.

-¡No invoque a la Relatividad en vano! Nada tiene que ver su planteamiento conceptual con lo que usted me está proponiendo. Ni Einstein ni ningún científico posterior mínimamente serio la utilizó nunca para justificar los viajes en el tiempo.

-Está bien -condescendió el visitante, un hombre de mediana edad y aspecto corriente-. Pero convendrá que ésta y otras teorías como la Mecánica Cuántica, o las derivadas de ambas, son tan sólo las mejores herramientas disponibles... ahora, pero no necesariamente para siempre. ¿Imagina a Aristóteles, convencido de la exactitud de su método epistemológico, afrontando una discusión similar frente a un científico de nuestra época?

-No, puesto que eso sería de todo punto imposible. Además -añadió entrando al trapo-, sin considerar siquiera la violación de las leyes físicas que supondría un viaje en el tiempo, está la cuestión de las paradojas temporales. No, no se sonría -añadió-; no tengo ningún reparo en reconocer que he leído novelas de ciencia ficción, incluyendo las dedicadas a los viajes temporales. Me relajan e incluso si son buenas me agradan aunque, claro está, no me las tomo en serio. Pero como literatura de evasión resultan entretenidas.

-¡Vaya, veo que empezamos a coincidir en algo! Me alegra que conozca usted el tema, así ambos podremos hablar con conocimiento de causa.

-Lo siento, pero yo no pienso lo mismo. Las leo como pura diversión y, si se da el caso, como ejercicio de especulación intelectual. Pero de ahí a tomarlas en serio va un abismo.

-En cualquier caso no deja de ser un principio -zanjó su interlocutor-. Y ahora, permítame que le pida una explicación de por qué las paradojas temporales hacen imposibles los desplazamientos a través del tiempo.

-Está claro -el científico había mordido finalmente el anzuelo-. Sin entrar en la paradoja del abuelo por evidente, lo cierto es que cualquier hipotético -recalcó el adjetivo- viaje al pasado provocaría cambios irreversibles en éste y por consiguiente en toda la línea temporal posterior, incluyendo nuestro presente. Eso ya lo han dicho muchos escritores de ciencia ficción, algunos de ellos tan prestigiosos como el propio Ray Bradbury.

-Supongo que se referirá al relato El ruido de un trueno, donde se plantea que la muerte accidental de una mariposa durante un safari en el período cretácico provoca cambios irreversibles en el presente de los viajeros temporales; lamentablemente no es el mejor ejemplo posible, ya que como es sabido la obra de Bradbury, aunque posee innegables cualidades literarias, dista mucho de ser rigurosa desde el punto de vista científico que usted defiende.

-Mejor me lo pone.

-Pero tampoco hay que olvidar otras muchas novelas donde se justifica la posibilidad de viajar en el tiempo de forma segura tanto para los viajeros como para la propia línea temporal; y argumentos no faltan, desde quienes postulan que estos viajes sólo se pueden realizar como meros espectadores sin la posibilidad de interaccionar con el entorno, a los que imaginan una inercia temporal que corrige automáticamente las perturbaciones provocadas, de forma accidental o no, recuperando la estabilidad perdida. Incluso el propio Asimov, con quien supongo que usted simpatizará más que con Bradbury, plantea en La carrera de la Reina Roja la interesante reflexión de que toda posible perturbación cronológica causada por uno u otro motivo estaría previamente contemplada por la trama temporal, y por lo tanto no sólo no causaría daño alguno, sino que incluso resultaría imprescindible para que el presente fuera tal como es. Asimismo, supongo que usted conocerá también El fin de la eternidad de Asimov, La Patrulla del Tiempo y Los corredores del TiempodePoul Anderson o la serie televisiva española El Ministerio del Tiempo, donde un cuerpo de policía temporal vigila para evitar las posibles distorsiones cronológicas.

-Claro que las conozco -respondió amostazado el profesor-, por no hablar de otros muchos clásicos empezando por La Máquina del Tiempo de Wells o El Anacronópete de Enrique Gaspar, que por cierto se adelantó a Wells. Pero esto no justifica nada, y si lo que pretende es hablarme de ciencia ficción lamento tener que decirle que estoy muy ocupado y no puedo dedicarle más tiempo -concluyó al tiempo que amagaba con levantarse en claro gesto de despedida.

Pero el visitante no se inmutó, manteniéndose impertérrito en su asiento.

-Le pido disculpas si le he inducido a creer que me he ido deliberadamente por las ramas para llevarle a mi terreno, le puedo asegurar que no es así -respondió ladino-. Simplemente, quería demostrarle que incluso en el ámbito de la ciencia ficción las alternativas son diversas.

-¿Y eso que importa? -el profesor se resistía a digerir la derrota-. Ninguna de esas especulaciones cuenta con la menor base científica. Podrán ser ingeniosas, interesantes, entretenidas... pero volvemos al principio. Se supone que usted ha venido aquí para hablar de ciencia, no de fantasías.

-En efecto, así es; el problema radica en que usted se sigue empeñando en no creerme.

La insolente respuesta hizo blanco donde más podía doler, la autoestima del anfitrión. Éste, sin molestarse ya en disimular su irritación, se puso en pie y, señalando la puerta con el brazo extendido, exclamó:

-¡Váyase ahora mismo de aquí o llamo al servicio de vigilancia para que lo echen a la calle!

Pero el hombrecillo no se movió. Adoptando una actitud humilde y encogiéndose en la silla, musitó contemporizador:

-Vuelvo a pedirle disculpas, y le aseguro que no le entretendré más de lo estrictamente necesario, que será muy poco. De hecho, lo que tarde en responderme a esta pregunta: ¿Cuál de las posibles hipótesis barajadas por los autores de ciencia ficción cree que es la que descartaría de manera fehaciente la posibilidad de viajar a través del tiempo?

El científico, aparentemente avergonzado por su repentina explosión de ira, pero en modo alguno calmado, apoyó los nudillos sobre la mesa y, esperando que su respuesta bastara para quitarse de encima al moscón, sentenció:

-Ya se lo he dicho, la paradoja del abuelo o cualquier otra similar; es la explicación más sencilla sin llegar a las exageraciones de Bradbury o a las alambicadas teorías de Asimov o Anderson. Se trata de algo tan simple como aplicar la navaja de Ockham. Eso, sin necesidad siquiera de recurrir a la física o las matemáticas. Y ahora, le agradecería...

-No se preocupe, ya me voy -le tranquilizó el visitante incorporándose de su asiento-. Tan sólo desearía plantearle una última pregunta de la que ni siquiera espero respuesta. Si bien es completamente lógica su argumentación de que los viajes en el tiempo no son factibles ya que una visita al pasado podría causar alteraciones irreversibles en éste, ¿se ha parado a pensar que no ocurriría lo mismo si el viajero se desplazara al futuro? ¿Que cualquier intervención suya, por drástica que resultara, no podría alterar algo que todavía no había sucedido, por lo que se convertiría en la única realidad posible? ¿Que a diferencia del manido tópico de viajar al pasado para matar a Hitler antes convertirse en dictador, este viajero sí podría hacer desaparecer sin ningún problema a alguien de su futuro? Cambiaría el devenir del tiempo a partir de ese momento, por supuesto, pero no alteraría nada preexistente. Por consiguiente, no existiría paradoja alguna.

-¿Qué pretende afirmar con eso? -el prurito intelectual le volvió a jugar una mala pasada-. Usted sigue jugando con especulaciones retóricas. Si en este momento no son posibles los viajes en el tiempo todavía lo serían menos en el pasado, y no me imagino a un griego, un romano o un renacentista manejando semejante tecnología si es que ello fuera posible. Además, ¿cómo serían capaces de predecir la existencia de un futuro dictador, asesino o cualquier otro criminal por el estilo, pongo por caso?

-De nuevo la ciencia ficción podría darnos pistas -explicó con suavidad el visitante. Para empezar, ¿qué le hace suponer que la historia de las civilizaciones, tal como se conoce, está completa? ¿Acaso no pudieron existir otras anteriores, tan avanzadas o más que la actual, que pese a su tecnología acabaron despareciendo sin que ni siquiera el polvo quede de ellas? Y no estoy pensando en la Atlántida, sino en otras todavía más antiguas e infinitamente más desarrolladas.

-Eso son magufadas.

-Tal como lo plantean los magufos sí, por supuesto. Pero como dijo Arthur C. Clarke, la única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse en el terreno de lo imposible. Y en cuanto a la segunda cuestión, basta con recordar la psicohistoria de Asimov.

-¿Pretende convencerme de que...?

-Lo que pretendo es demostrárselo.

Y llevándose la mano al bolsillo extrajo de éste un extraño aparato cuya empuñadura presentaba cierto parecido con la culata de una pistola.

-¿Qué es eso? -preguntó alarmado.

-Un disruptor. Genera un campo electromagnético focalizado que provoca la interrupción de las corrientes eléctricas del cuerpo, con unas consecuencias similares a las de una parada cardíaca. De hecho, es esto lo que diagnosticarán cuando le realicen la autopsia.

-¿No pretenderá...? -la alarma dio paso bruscamente al terror-. Yo no he hecho nada...

-Todavía no, eso es cierto. Pero conforme indican las ecuaciones digamos psicohistóricas, aunque en realidad nuestro método es mucho más preciso que el de Asimov, ya que a diferencia de éste sí permite predecir comportamientos individuales suficientemente significativos, lo hará si no lo impedimos. Según las conclusiones obtenidas, usted acabaría convirtiéndose en alguien muy peligroso por más que todavía no sea consciente de ello. Lamento tener que hacerlo, pero le aseguro que no nos queda otro remedio.

Sin mayor dilación le apuntó al pecho pulsando un sensor situado en la culata. Nada visible o audible surgió del extremo del arma, pero su víctima se desplomó sobre la silla sin exhalar un suspiro.

Quien sí lo exhaló fue el visitante. Pese a su larga carrera de ejecutor nunca se había acostumbrado a acabar con una vida humana, por más que la ejecución estuviera justificada. Concluida su misión, guardó el arma sacando otro pequeño artilugio que le permitiría retornar a su presente situado en el remoto pasado de la humanidad. Presionando el correspondiente sensor desapareció como si nunca hubiera estado allí, quedando como único vestigio de su paso un inerte cadáver.


Publicado el 2-6-2024