Intrigas olímpicas



Hermes llegó preocupado ante el despacho de Ganímedes. Cuando Zeus, encaprichado con él, lo trajo al Olimpo, fue bien recibido por sus moradores excepto por la rencorosa Hera, aunque pronto se descubrieron sus ambiciones cuando, con el beneplácito de su enamorado raptor, suplantó a la gentil Hebe en su labor de copera de los dioses.

No contento con ello, el ambicioso Ganímedes comenzó a intrigar aprovechándose del apoyo incondicional de su todopoderoso protector, logrando también el puesto de secretario del rey de los dioses. No se trataba de un cargo oficial y nunca hasta entonces había existido, pero desde éste él hacía y deshacía a su antojo disponiendo a voluntad de los cada vez más atribulados, y en bastantes casos indignados, dioses olímpicos sin distinción alguna de categorías.

Lo cual, lógicamente, trocó si no en hostilidad, sí en antipatía la actitud hacia él de los perjudicados, que le consideraban un advenedizo sin escrúpulos. Pero bajo el manto protector del Padre de los Dioses, que no veía sino por sus hermosos ojos y sólo oía lo que éste le quería decir, al tiempo que disfrutaba con las pataletas de su divina esposa, Ganímedes acabaría siendo el auténtico Rasputín del Olimpo, hasta el punto de que nada se podía hacer o deshacer en la residencia de los dioses sin su consentimiento.

Y ahora le había tocado el turno a él. Hermes, por su propia naturaleza, sabía manejarse en los ambientes más complicados o escabrosos, no en vano era el patrón de los mercaderes y -quizás no fuera tan diferente- de los ladrones, mientras su tarea como mensajero de los dioses le había dotado de un indiscutible don de gentes. Asimismo había evitado los choques con el omnipotente valido, lo cual, y a diferencia de otros colegas suyos menos diplomáticos o menos pacientes, le había permitido escurrir el bulto allá donde ellos habían tropezado con consecuencias poco agradables.

Pero la política de invisibilidad, que tan buen resultado le hubiera dado hasta entonces, parecía haber llegado a su fin... porque una llamada de Ganímedes a su despacho no solía barruntar nada bueno.

Hermes no era ningún cobarde, por lo que entró con decisión en la guarida del favorito tras llamar protocolariamente a la puerta y se apostó frente a él preguntándole con sequedad qué deseaba.

La viborilla, por el contrario, le recibió con una sonrisa tan amplia como falsa, invitándole a sentarse frente a él.

--¡Hola, Hermes, estoy encantado de saludarte! Te vendes caro últimamente, no te he visto por ninguna de mis fiestas. Pero siéntate, hombre, entre compañeros sobran los cumplidos. ¿Quieres una copa de néctar? Tengo reservada para los amigos un ánfora gran reserva que es, y no lo digo en broma, un auténtico manjar de dioses. ¿No? Vaya, lo siento. ¿Qué tal unos pastelillos de ambrosía? Los hornean las ninfas de Tesalia especialmente para mí. ¿Tampoco? Bueno no insisto más.

Su interlocutor, mientras tanto, se había sentado más tieso que un palo en el borde del lujoso sillón, aguardando la llegada de las malas noticias sin deseo alguno de contemporizar con quien consideraba su potencial enemigo.

-¿Para qué me has llamado? -le espetó al fin, tras comprobar que el muy ladino no mostraba sus cartas. Estoy muy ocupado, y no tengo mucho tiempo que perder.

-Bien, entonces, si así lo deseas, iré directamente al grano -respondió el amanerado jovenzuelo disimulando su frustración-. Quería comunicarte que, a partir de ahora, ya no será necesario tu trabajo como mensajero de los dioses.

Hermes tuvo tal sorpresa que a punto estuvo de soltar el caduceo. Se había imaginado muchas cosas, y ninguna de ellas buena, como móvil de la llamada del taimado Ganímedes; pero no esto.

-¿Cómo has dicho?

-Que ya no eres necesario como mensajero -repitió el interpelado ya zalemas-. Este puesto ha sido amortizado por el gran Zeus.

-¡No puede ser!

-Pues te aseguro que lo es. ¿Quieres que te muestre el decreto firmado por su divina mano?

-Pero... ¿por qué? ¿Acaso estaba descontento con mi trabajo?

-¡Oh, no! En absoluto. Al contrario, le consta que lo has ejercido con extrema diligencia y te está muy agradecido. Pero... -añadió jugueteando con la pluma de oro, de águila, por supuesto, que había convertido en símbolo de su rango- este cargo ya no es necesario. No es que te relevemos -se le escapó el plural-, sino que a partir de ahora no va a existir esta tarea.

-¿Por qué? -repitió el dios de los pies alados.

Ganímedes le miró con gesto distraído y, rascándose con displicencia la apolínea barbilla con la punta de la pluma, le preguntó:

-¿Cuántos mensajes has comunicado últimamente?

-Yo... -la flecha había dado en el blanco-. Bueno, algunos. No recuerdo bien el número.

-Te lo diré yo. En lo que va de año tan sólo uno, y porque iba destinado al carcamal de Nereo, que sigue chapado a la antigua; pero como seguramente sabes -el tono irónico era patente- todos los demás dioses se comunican entre ellos, y Zeus no es ninguna excepción, por WhatsApp. El mensajero tradicional ha quedado obsoleto, y hasta el propio Nereo tendrá que rendirse tarde o temprano a la evidencia.

»Pero no te preocupes -añadió viendo la cara que ponía su interlocutor-; no te vas a quedar cesante. Sigues siendo el patrón de los comerciantes, los ladrones, los mentirosos, los viajeros y las almas de los muertos en su viaje a los tenebrosos dominios de Hades... lo cual no es poco. Simplemente, te aliviamos de una de tus múltiples responsabilidades -concluyó en tono de estar esperando un agradecimiento que no llegó.

-Por ahora... puntualizó el desconfiado Hermes.

-Tienes razón; por ahora. Cuando asumí la responsabilidad que el tonante Zeus tuvo a bien encargarme, me encontré con una organización caótica; no me extraña que el Olimpo anduviera manga por hombro. Y sí, mi intención es seguir adelante con su modernización, lo que implicará más supresiones de cargos obsoletos y la reordenación del resto, junto con la creación de servicios basados en las nuevas tecnologías. Por cierto; ¿sabrías decirme quién podría ocuparse de la gestión informática? Quiero que ésta sea el pilar central de la nueva estructuración, pero por más vueltas que le doy no consigo encontrar al dios adecuado.

-¿Por qué no pruebas con las Moiras? -le espetó mordaz-. A ellas se les dan muy bien las cuentas...

-Ya tienen suficiente trabajo -respondió impertérrito Ganímedes sin darse por aludido de la pulla-. Mi intención es buscar algún dios ocioso, pero sigo sin encontrar un candidato idóneo.

-¿Hebe? -el ataque era todavía más directo. La infortunada diosa de la juventud había caído en desgracia tras sus protestas ante Zeus, convirtiéndose en la principal aliada de su madre Hera al frente del partido antiganimediano.

-Su padre tiene otros planes para ella -respondió desdeñoso el ex-príncipe troyano-; la ha elegido para esposa del patán de Heracles, que todo lo que tiene de músculos le falta de cerebro. Y sabiendo como las gastaba cuando todavía era un mortal, mucho me temo que a la jovencita no le va a quedar otro remedio que convertirse una buena esposa dedicada en exclusiva a atenderle; salvo, claro está, en lo que respecta a sus correrías amorosas -rió cínicamente.

-Eso no me incumbe.

-Cierto, pero ¿no podrías ser tú el responsable informático? -le tentó-. Al fin y al cabo se te dan muy bien los chanchullos, por lo que serías la persona idónea sobre todo para manejar las estadísticas y los programas de gestión que planteo implantar. De hecho, me gustaría convertirte en mi mano derecha; tú y yo juntos podríamos hacer grandes cosas.

-Prefiero quedarme como estoy -rechazó hoscamente Hermes que, pese a ser modelo de ladrones, mercaderes y mentirosos tenía su ética y nada quería saber con semejante intrigante; eso sin contar con que la supresión de su labor de mensajería le privaba de una fuente de información muy estimada.

-Está bien -suspiró Ganímedes abriendo las manos-. Nada más lejos de mi intención que forzarte a hacer algo en contra de tu voluntad; pero si cambiaras de opinión, ya sabes donde me tienes.

Mascullando una seca despedida, el dios del comercio se levantó abandonando la estancia. Una vez solo, Ganímedes dejó de fingir cambiando de expresión para mostrar en su rostro ceñudo lo que realmente pasaba por su mente.

-¡Imbécil! Eres necio, soberbio y fatuo; pero ya te arrastrarás ante mí cuando llegue el momento. Tú lo has querido, podrías haber sido uno de los elegidos en el Nuevo Olimpo que pretendo implantar, pero por tu necedad serás uno de los derrotados. ¡Y bien merecido que lo tendrás!

Echando un vistazo al reloj de nube que flotaba perezoso en el aire exclamó:

-Por si fuera poco, ahora me toca aguantar a ese viejo rijoso que pretende ser el rey de los dioses... que disfrute, porque a su reinado le queda poco y él irá a hacer compañía a su padre y a sus tíos los titanes, junto a todo aquél que ose retar mi hegemonía.

Sonrió torvamente y concluyó:

-Será entonces cuando los aedos canten mis hazañas en la Ganimediomaquia y yo sea el amo indiscutido de esta jaula de grillos olímpicos pese a haber nacido como un simple y despreciado mortal.


Publicado el 10-7-2023