Incidente fronterizo



Y Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso por haberle desobedecido.

Traspusieron éstos el umbral, custodiado por un ángel de torvo semblante que esgrimía una espada ígnea. Mas apenas habían avanzado unos metros cuando un diablo de aspecto taimado les hizo detenerse preguntándoles desabrido:

-¿Quiénes sois vosotros y a dónde vais?

-Somos unos desdichados a los que Dios, quien nos creó a imagen y semejanza suya, expulsó del Paraíso -respondió Adán.

-Inmigrantes... -rezongó el demonio-. ¿Seríais tan amables de mostrarme vuestra documentación?

-Pero... -respondió perplejo Adán-. Nosotros no tenemos nada de eso, tan sólo poseemos estas hojas de parra con las que cubrimos a duras penas nuestras desnudeces.

-Sin papeles, ¿eh? Pues aquí no podéis entrar. Según la legislación vigente en el No-Edén, no está permitida la entrada de inmigrantes ilegales ni de aquéllos que, aun no siéndolo, carezcan de un permiso de estancia en vigor. Por lo tanto, tendréis que volveros por donde habéis venido.

-¡No podemos volver! -gimió Eva-. Nos han expulsado, y fue a causa de la perfidia de un agente vuestro.

-Eso no es asunto mío -se desentendió impertérrito el ángel caído-. Yo me limito a controlar la frontera, no tengo nada que ver con el Departamento de Inmigración ni con el Servicio de Inteligencia. Marchaos de aquí antes de que me vea forzado a expulsaros.

-¡El umbral del Edén está custodiado por un ángel armado con una espada de fuego! ¡No nos dejará pasar!

-Pues yo tampoco.

Su cancerbero era un diablo esmirriado, que debía su puesto de guardia de fronteras a la condición de mutilado de guerra en la contienda en la que las Fuerzas de la Luz derrotaron a las de las Tinieblas, de envergadura sensiblemente inferior, incluso considerando los cuernos, al fornido cuerpo de Adán. Y, aunque el primer hombre no tenía intención de recurrir a la violencia, éste hizo chasquear los dedos provocando la materialización instantánea de dos bigardos infernales armados con sendos tridentes láser, los cuales se apresuraron a encender en inequívoco gesto de advertencia.

-Está bien, si ya nos íbamos... -apaciguó el desterrado-. Lo que no sé es a donde -remachó con amargura.

El aduanero, parcialmente ablandado al ver logrado su objetivo principal -hasta los demonios pueden tener su carbonizado corazoncito-, les sugirió:

-Entre el muro fronterizo del Paraíso y nuestra jurisdicción existe una tierra de nadie de alrededor de unos cien metros de ancho, y en ella encontraréis alguna fuente y árboles frutales; no son como las manzanas de dentro, pero se pueden comer. Allí podréis sustentaros hasta que entréis en contacto con la ONG dedicada a atender los casos como el vuestro. No puedo deciros más, ellos se encargarán de todo lo necesario para resolver, o al menos paliar, vuestro problema. Adiós y que tengáis suerte. Eso sí, no rebaséis la línea roja que está marcada en el suelo, porque estos muchachos -señaló a sus hoscos guardaespaldas- no acostumbran a tener tanta paciencia como yo.

Sin decir una palabra de despedida, los apesadumbrados padres de la humanidad comenzaron a rodear el muro ante la ceñuda mirada del ángel guardián, a quien increpó el diablo en tono burlón una vez que éstos hubieron desaparecido tras un recodo de la ciclópea construcción:

-¡Angelito, anda que no te da trabajo tu jefe! Porque mira que tiene la manía de crear parejas a su imagen y semejanza para desembarazarse de ellas inmediatamente después con la excusa de que le han desobedecido; como siga así, terminará superpoblando la tierra de nadie y se nos amontonará el trabajo a vosotros y a nosotros.

El interpelado le hizo un gesto grosero, apagó la espada láser y se retiró al cuerpo de guardia sin responder a su pulla. Desde que se instalaron los sistemas de control automáticos su presencia allí ya no era necesaria, pero el Jefe era amante de las tradiciones y argumentaba que el carácter simbólico del guardián seguía siendo importante al menos a ojos de los expulsados.

Por su parte el diablo aduanero despidió a sus subordinados, que se esfumaron de manera tan silenciosa como habían llegado, e inmediatamente después retornó a sus quehaceres, una partida del videojuego Dante que había tenido que dejar interrumpida en el séptimo círculo cuando sonó la inoportuna alarma.

-Yo no entiendo -se decía- a qué viene tanto empeño en impedir la inmigración del Paraíso al resto de la Tierra, como si ésta no fuera suficientemente grande estando además vacía. Sí, es normal que Su Infernalidad le guarde rencor al otro por lo que le hizo, pero bloqueando la salida del Edén a quien fastidia no es a él sino a nosotros, a los pringados de los ángeles guardianes y sobre todo a esos pobres desgraciados que no saben donde meterse. Estoy harto de este trabajo, pero todavía tengo que dar gracias por no andar pasando calor allá abajo. Además -concluyó-, ¿cómo puede pensar alguien en su sano juicio que una simple pareja de humanos pudiera ser capaz de superpoblar el planeta?


Publicado el 21-6-2023