Vicente Adam Cardona, un escritor injustamente olvidado





Fotografía perteneciente a una entrevista realizada por el diario Levante



Dentro del ámbito de la ciencia ficción popular o, si se prefiere, de los bolsilibros de este género, hay una serie de escritores que, sin ser en modo alguno prolíficos, ya que escribieron tan sólo un número reducido de obras publicadas, dada la calidad de las mismas merecerían ser recordados al mismo nivel que los grandes del género, pese a lo cual tan sólo suelen ser conocidos por los estudiosos del tema.

Uno de ellos es sin duda Vicente Adam Cardona, un escritor del que hasta hace unos años tan sólo conocía su nombre y sus dos seudónimos (Vic Adams y V.A. Carter), ya que todos los intentos que realicé en su día por contactar con él o con sus familiares resultaron completamente infructuosos... hasta que, gracias a uno de sus nietos, pude conseguirlo finalmente en septiembre de 2009. Tras la pertinente llamada telefónica a la que respondió con toda amabilidad, un cruce de cartas y correos electrónicos me permitió obtener de primera mano los datos que deseaba para completar este artículo y, lo más importante, trabar con él una fecunda amistad que sólo se truncó con su muerte.

Vicente Adam, casado -enviudó a poco de conocernos-, con dos hijos, una hija y tres nietos, nació el 17 enero de 1927 en Llombai, un pueblo que actualmente cuenta con unos 2.700 habitantes situado en la comarca de la Ribera Alta, a 35 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Valencia, aunque pasó prácticamente toda su vida en la capital del Turia, en la que falleció el 5 de diciembre de 2018.

En esto último no me equivoqué ya que siempre le consideré valenciano, aunque sí lo hice al suponerle perteneciente a la nueva hornada de escritores de Luchadores del Espacio, tales como Domingo Santos (P. Danger) y Ángel Torres Quesada (Alex Towers) que, nacidos a principios de la década de los años cuarenta, vinieron a relevar en los inicios de los sesenta a la generación de la posguerra, excepción hecha del incombustible Pascual Enguídanos. En realidad Vicente Adam era bastante más veterano -unos 13 ó 14 años- que ellos, aunque sus inicios en la colección Luchadores del Espacio fueron mucho más tardíos y casi simultáneos con los de éstos.

En cualquier caso, lo que sí es cierto es que Adam fue ya un escritor moderno que conocía suficientemente bien no sólo los clásicos antiguos tales como Doc Savage, sino también la ciencia ficción norteamericana del momento, la cual llegó a sus manos gracias a la revista argentina Más Allá. Y desde luego esta influencia se nota de forma palpable, dado que Adam supo asimilarla perfectamente convirtiéndose con diferencia en el escritor más asimoviano de la colección.

Para su “breve” oficio -así lo califica él mismo- de escritor Vicente Adam contó con una formación autodidacta, por lo demás la habitual entonces en el mundillo de los bolsilibros, compensada -sigo empleando sus propias palabras- por el “vicio” de la lectura de novelas y de libros de divulgación científica ya desde su infancia, a lo cual le ayudaría no poco su facilidad para leer en inglés. Aunque llegó a iniciar estudios universitarios, nunca los terminó.

Escribió su primera novela, titulada Marionetas humanas, por sugerencia de un librero amigo suyo que le puso en contacto con Editorial Valenciana, tomándolo casi como una apuesta... que ganó, ya que la novela salió publicada en mayo de 1960, con el número 164 de la colección, firmada como Vic Adams, una transparente trasposición de su nombre. A partir de ese momento nuestro autor se planteó seriamente ganarse la vida como escritor profesional, algo que no consiguió -era imposible con su pausado ritmo de escritura, incompatible con el frenesí con el que se publicaban los bolsilibros- aunque sí le supondría sin duda una buena ayuda económica, dado que las 1.500 pesetas que pagaban entonces por ejemplar publicado era una buena cantidad de dinero para la época. No obstante, él se ganaría la vida como oficial en un bufete de abogados.

Y es que Vicente Adam, vuelvo a repetirlo, nunca fue un escritor de ciencia ficción prolífico. En total fueron dieciocho las novelas de este género escritas por él, doce en Luchadores del Espacio y las seis restantes en Espacio, la colección de la editorial Toray, todas ellas publicadas entre los años 1960 y 1964. Cuatro de los títulos de Toray serían reeditados años más tarde en Galaxia 2001 -sin respetar, por cierto, su orden de publicación original- a modo de colofón a su breve carrera como escritor de ciencia ficción. También escribió, tal como era habitual en este ámbito, bolsilibros de otros géneros, concretamente del oeste, pero el estudio de los mismos es algo que excede de los límites del presente trabajo.

Una peculiaridad de Vicente Adam es que simultaneó sus colaboraciones en las dos colecciones rivales, algo que sin ser excepcional no resultaba nada habitual; de hecho, fueron mayoría los escritores de Luchadores del Espacio que escribieron en exclusiva para esta colección, e incluso casi todos ellos, tal como ocurrió con Arturo Rojas (Red Arthur), Eduardo Texeira o Pedro Guirao (Peter Kapra), en realidad lo que hicieron fue pasar de una colección a otra, en uno u otro sentido. El propio Pascual Enguídanos, aunque publicó de forma paralela en Valenciana y en Bruguera, lo hizo en diferentes géneros -en la época en que se editaba Luchadores del Espacio Bruguera no contaba todavía con una colección propia de ciencia ficción-, y sólo muchos años después de desaparecida Luchadores del Espacio daría a la luz una única novela en La Conquista del Espacio, la colección futurista de esta última editorial.

Por esta razón, los únicos que hicieron verdadero doblete en Luchadores del Espacio y Espacio, las dos colecciones contemporáneas y rivales, fueron Vicente Adam y Domingo Santos, ambos siguiendo unas trayectorias curiosamente paralelas en lo relativo a sus respectivos seudónimos. En realidad a las editoriales de entonces les preocupaba poco la exclusividad de sus escritores, puesto que éstos solían firmar, salvo contadas excepciones, con seudónimos; pero en lo que sí solían ser bastante celosas la mayoría de ellas era en mantener la exclusividad de los citados seudónimos. Así pues, un escritor podía publicar en dos editoriales rivales siempre y cuando, tal como ocurrió con Pascual Enguídanos, lo hiciera bajo firmas distintas.

Lo que sucedió fue que, previamente a su colaboración en Luchadores del Espacio, ya había publicado en Toray algunas novelas del oeste, género que por entonces no abordaba la Editorial Valenciana... y como lo había hecho también bajo el seudónimo de Vic Adams, recibió un tirón de orejas por parte de Toray, que le exigió la exclusividad del seudónimo aunque sin prohibirle colaborar con otras editoriales bajo una firma diferente. Esto motivó que “nacieraV.A. Carter, el seudónimo que utilizaría en adelante para sus colaboraciones en Valenciana, en esta ocasión jugando con las iniciales de su nombre y primer apellido junto con una modificación más o menos anglosajona del segundo, mientras Vic Adams quedó reservado para Toray.

Sigamos con la historia del doblete, ya que ésta es curiosa y merece la pena ser comentada. Tras publicar Marionetas humanas, Adam lo intentó de nuevo meses más tarde con El secreto de Ganímedes, que le fue rechazada por Valenciana. No se arredró y, ni corto ni perezoso, la envió a Espacio, donde sí la aceptaron aunque no sin reticencias; y encima cobró más, 1.700 pesetas. Al parecer en Toray era más fácil publicar que en Valenciana, pero los responsables de la editorial barcelonesa preferían novelas del oeste a las de ciencia ficción, razón que explica que el grueso de su producción futurista apareciera publicada en Luchadores del Espacio. No obstante, y esto fue una verdadera pérdida para los aficionados al género, del conjunto total de su producción, calculada por el propio autor en 119 novelas, tan sólo las dieciocho citadas anteriormente son de ciencia ficción, siendo el resto -unas cien- del oeste.

A partir de ese momento Vicente Adam compaginó su colaboración en las dos colecciones, siempre enviando sus originales primero a Luchadores del Espacio y, cuando éstos le eran rechazados, a Espacio, donde le aceptaron todos los que presentó. Aunque hasta hace poco yo desconocía este dato, lo cierto es que confirma mi opinión de que, en general, sus novelas publicadas en la colección de Valenciana eran mejores que sus hermanas de Toray... aunque sobre gustos no hay nada escrito.

Esta doble colaboración se mantendría hasta que, a principios de 1963, desapareció Luchadores del Espacio. En esta última etapa, con posterioridad a su penúltima novela Ellos también son humanos, e intercaladas con la última Puedo dominar el mundo, publicó además cuatro novelas del oeste en la colección Western, también de Valenciana: Noche violenta, nº 31; El lenguaje del colt, nº 35: Lobo negro, nº 38; y La Muerte busca su presa, nº 45.

Terminada su vinculación con Valenciana -Western no fue una colección demasiado longeva-, Adam siguió publicando en Espacio aunque de manera muy pausada, tan sólo una novela en 1963 y otras dos en 1964, para enmudecer definitivamente a partir de entonces, apenas un año después de la extinción de la colección de Valenciana, a pesar de que la editorial Toray todavía mantuvo, e incluso incrementó sus colecciones de ciencia ficción, hasta principios de la década de los setenta. En realidad él sí siguió colaborando con esta última hasta que en 1972 suprimió sus colecciones de bolsilibros, pero ya sólo escribiría novelas del oeste a petición de la propia editorial. También por esa misma época -la colección se publicó entre 1961 y 1963- tendría otra fugaz incursión en el género como traductor de dos novelas de la colección Best Sellers del Espacio, concretamente la número 4 (El poder mental, de Leo Brett) y la número 10 (Cuando el Sol se apague, de Bron Fane), una minoría entre el total de 20 traducciones que realizó para Toray.

Un hecho curioso es que Toray -desconozco si lo hacían también otras editoriales- tuvo establecido durante años una especie de premio denominado complemento de calidad, consistente en una gratificación de 500 pesetas -una cantidad respetable entonces- posteriormente incrementada a 1.000, que se entregaba a aquellas novelas que la editorial estimaba que se lo merecían. Entre 1964 y finales de la década de los sesenta, momento en el que desapareció, nuestro autor lo consiguió un total de 25 veces, una por su última novela de ciencia ficción El mercenario y el resto por títulos del oeste, lo que supone casi una de cada cuatro de sus colaboraciones con Toray... lo cual no está nada mal.

Otra editorial con la que colaboró Vicente Adam fue la madrileña Rollán, aunque al ser la ciencia ficción un género marginal en su catálogo -la efímera Nova Club tan sólo alcanzó la veintena de títulos al final de la década de los sesenta-, no llegó a publicar en ella ninguna novela de nuestro género. A diferencia de Toray esta editorial nunca le puso pegas por el doble uso de su seudónimo, por lo que no tuvo necesidad de crear uno nuevo.

El final de su carrera como escritor, coincidente con el cierre de las colecciones de bolsilibros de Toray a principios de los años setenta, no fue por decisión propia, sino provocado por el cambio que tuvo lugar por entonces, dado que las editoriales le limitaban la producción o le pedían que escribiese novelas de otros géneros (policíaco, bélico, terror…) que no le interesaba abordar. Curiosamente, y a diferencia de muchos antiguos compañeros suyos, nunca llegó a publicar en las colecciones de Bruguera, el gigante hegemónico en el ámbito de los bolsilibros durante la década de los setenta y la primera mitad de los ochenta, fecha esta última del colapso definitivo de la literatura popular.

Centrémonos ahora en su obra de ciencia ficción. Comparando su participación en las dos colecciones, se aprecia que ésta fue mucho más importante en Luchadores del Espacio que en Espacio, no sólo por aportar a la primera doble número de originales que a la segunda, sino porque al estar esta docena de títulos concentrados en los últimos setenta números de la colección de Valenciana, Vicente Adam se convirtió en uno de los principales sostenes de la última etapa de la misma, con casi una de cada seis de las novelas aparecidas en Luchadores del Espacio durante ese período. Por el contrario, su contribución a Espacio puede considerarse como poco menos que testimonial, al ser tan sólo seis títulos repartidos en un intervalo de ciento trece ejemplares o, si se prefiere, poco más de una de cada veinte. Si en vez de considerar los intervalos en los que intervino en ambas colecciones tomamos la duración total de las mismas, las diferencias se disparan todavía más: aproximadamente una de cada veinte novelas (doce de doscientas treinta y cuatro) en Luchadores del Espacio y tan sólo una de cada noventa y una (seis de quinientas cuarenta y siete) en Espacio.

En el apartado de las anécdotas, algo que suele abundar en el mundillo de los bolsilibros, Vicente Adam tenía varias que contar, y jugosas además. Junto con la ya citada de los seudónimos, similar a la que les ocurrió a otros autores como Pascual Enguídanos o Domingo Santos, cabe reseñar que en Valenciana le pidieron que resumiera un relato de otro autor, que ocupaba dos novelas, en una sola, supongo que porque, a diferencia de lo que ocurría en los inicios de la colección Luchadores del Espacio, la política editorial de entonces era la de publicar novelas autoconclusivas, y no series... lo que no se explica es que no se lo encargaran al propio interesado. También le ofrecieron trabajar de “negro”, algo a lo que se negó. Mucho más satisfecho se mostraba de haberse anticipado por poco -aunque la novela Prisión cósmica fue publicada algo más tarde- al histórico vuelo de Yuri Gagarin, gracias a sus lecturas sobre las teorías de Von Braun.

Una característica suya -así la definía- era la de que, tras escribir una novela, se olvidaba por completo de ella, lo cual tenía sus ventajas pero también sus inconvenientes; en una ocasión tuvo que descartar una novela casi terminada al descubrir que, sin pretenderlo, se estaba plagiando a sí mismo. Asimismo nunca se planteaba un guión previo sino que, partiendo de una idea inicial, la desarrollaba sobre la marcha. También podía presumir de ser uno de los pocos escritores de bolsilibros traducidos a otros idiomas, concretamente al portugués, con más de una treintena de títulos.

Aunque su carrera literaria y de traductor del inglés terminó en 1972 coincidiendo con la supresión de las colecciones de bolsilibros de Toray, en los años 80 la editorial Andina, sucesora de Rollán, le reeditó cuatro de sus bolsilibros de ciencia ficción tras adquirir el fondo editorial de Toray. A ellas hay que sumar varias reediciones más de sus bolsilibros del oeste, algunas incluso en dos ocasiones.

Pasemos a estudiar sus novelas. Dada su mayor importancia voy a centrar inicialmente mi atención en su etapa de Luchadores del Espacio, donde se significó, como ya he comentado anteriormente, como uno de los principales autores de la etapa final de la colección no sólo por su calidad literaria, netamente superior a la media, sino también por su peculiar enfoque moderno en una colección que ya por entonces comenzaba a dar muestras patentes de haberse quedado anticuada. Basta con releer sus 234 títulos para comprobar que lo habitual en ellos es su cortedad de miras, con escenarios ambientados en la propia Tierra o, como mucho, ubicando la acción en un Sistema Solar mucho más cercano a los viejos tópicos heredados de Flash Gordon, o de las novelas de Edgar Rice Burroughs, que de la ciencia ficción norteamericana contemporánea, por lo general con un olímpico desprecio -salvo excepciones- a los conocimientos astronómicos más elementales.

Cierto es que en ocasiones, como ocurre en la Saga de los Aznar, sí se llega a abandonar el Sistema Solar, pero en realidad esta apertura de horizontes hacia la galaxia no deja de ser un viaje a lugares muy determinados y concretos. Dicho con otras palabras, parece como si los escritores de la colección -o el director de la misma, váyase a saber- sufrieran de agorafobia a la hora de dar alas a su imaginación, limitándose a circunscribir la acción de sus aventuras bien al Sistema Solar, bien a otros sistemas estelares, pero huyendo siempre de los escenarios de magnitud galáctica. De hecho, ante mi pregunta a un antiguo autor por la manía de inventarse planetas del Sistema Solar directamente imposibles, en lugar de recurrir al sencillo método de ubicarlos en otro sistema estelar distinto, éste me respondió que tenían instrucciones de utilizar nombres que resultaran familiares a los lectores, por más que chirriase encontrarnos con un Urano habitable y habitado.

Por esta razón, de entre todos los escritores de Luchadores del Espacio, y son un total de veintisiete, tan sólo Vicente Adam, Ángel Torres Quesada y, en ocasiones, José Negri Haro (J. Negri O’Hara) llegaron a concebir la galaxia como el marco de sus historias, en lugar de encerrarlas en los mucho más estrechos límites que son habituales entre sus compañeros incluida la estrella de la colección, el propio Pascual Enguídanos, que aunque abandona el Sistema Solar en la Saga de los Aznar -no así en el resto de sus novelas- lo hace de una manera tan tímida que a efectos prácticos no puede ser tomado como referencia.

Pero lo que en J. Negri O’Hara resulta excepcional -dos o, como mucho, tres novelas-, es completamente habitual en Vicente Adam, lo que hace resaltar todavía más su singularidad frente al resto de los colaboradores de la colección. Por supuesto con Ángel Torres Quesada habría ocurrido lo mismo, tal como demostró años más tarde en su fecunda serie del Orden Estelar; pero nuestro escritor gaditano apenas si tuvo tiempo de publicar una única novela antes de que la colección desapareciera, por lo que tampoco se le puede tomar como ejemplo aunque ésta sí entre de lleno en lo que he venido a denominar escenarios galácticos.

Es por estas razones por las que se puede considerar a Vicente Adam como el más norteamericano de todos los de la colección, si se me permite utilizar este adjetivo en comparación con los grandes clásicos de la literatura de ciencia ficción seria. Y, extremando aún más las comparaciones, me atrevería a decir que, salvando las distancias, Adam nos introduce a veces en situaciones que recuerdan bastante a los relatos de Asimov, el indiscutible número uno de este género literario. Lo cual, tratándose de un escritor de serie B, es un más que notable mérito.



Así pues, nos encontramos con las líneas argumentales siguientes. En Marionetas humanas un criminal fugitivo, procedente de una desarrollada civilización galáctica, llega al Sistema Solar y, aprovechándose de sus poderes paranormales, intenta apoderarse de nuestro planeta, algo que al final no consigue gracias al arrojo de los protagonistas. Rebelión en la galaxia, posiblemente la más asimoviana de todas las novelas de Adam, cuenta con una dinámica trama policíaca en la que se narra una lucha de poder entre la Federación Galáctica -los buenos- y el estado de Deneb, regido por una dictadura con un desagradable parecido a la nazi.



La muerte azul supone un giro radical respecto a las dos anteriores, puesto que relata un hipotético conflicto entre occidente y una potencia oriental identificable como China -eran los años de apogeo de la guerra fría- en el cual los norteamericanos son derrotados sin disparar un solo tiro gracias a una extraña y desconocida plaga diseminada por los invasores asiáticos. La nueva raza, por el contrario, es la primera incursión de Adam en la temática de los dioses astronautas, varios años antes de que Erich von Däniken se hiciera famoso -y rico- con ella: los habitantes de Alfa Centauro, que en su día fueran los alentadores de varias civilizaciones antiguas, entre ellas la maya, envían una expedición a la Tierra con objeto de pedir ayuda a sus descendientes, dado que la escasez de materiales radiactivos condena a su cultura a la extinción. Lo que descubren a su llegada es que todas estas culturas se extinguieron hace milenios, por lo que deciden cambiar de planes recopilando información científica y tecnológica de cara a una futura invasión de nuestro planeta. Frente a ellos se encuentra tan sólo una pequeña comunidad de mutantes telépatas -la nueva raza a la que hace alusión el título- que, obligados a esconderse de sus propios congéneres al ser perseguidos por éstos- otra clara influencia de la ciencia ficción norteamericana-, tienen no obstante la abnegación de defenderlos conjurando el peligro centauriano.



Los sonidos silenciosos de Venus recuerda un tanto a las novelas de Enguídanos, y relata una expedición terrestre al Venus tópico poblado por una fauna monstruosa así como también incongruentemente por unos humanos prehistóricos. Ésta es sin duda la novela más extraña de nuestro autor, el cual no duda en calificarla en la presentación de la contraportada del número anterior como experimental; y aunque al final acaban apareciendo los habituales seres extragalácticos, la verdad es que la novela no deja de ser un tanto paradójica. ¡Ayúdanos, terrestre! es una vuelta al tópico de los dioses astronautas más convencional, ya que convierte -de forma muy amena, por cierto- los relatos de la mitología griega y, más concretamente, la guerra entre los dioses olímpicos y los titanes en una lucha entre dos poderosas civilizaciones galácticas que, por azares del destino, convierten a nuestro planeta en su campo de batalla.



Prisión cósmica, su siguiente novela, supone otro salto radical en la línea argumental, dado que se centra en la entonces incipiente carrera espacial entremezclándola con el empeño de una raza extraterrestre en impedir por todos los medios que la humanidad dé el salto más allá de nuestra atmósfera, siendo finalmente el agente alienígena enviado para sabotear el programa espacial norteamericano quien acabe ayudando a sus antiguos enemigos. La Tierra no puede morir vuelve a retomar el escenario de la guerra fría de una forma que no puede ser más dramática, el estallido de la guerra nuclear y la devastación prácticamente total de nuestro planeta. Por fortuna una raza extragaláctica que nos vigilaba desde hacía tiempo decide ayudar a los escasos supervivientes evitando que la humanidad se extinga por completo.



Cargamento para el infierno supone la vuelta a los escenarios galácticos con una trama esencialmente policíaca al estilo de la ya comentada Rebelión en la galaxia, en la que se relata como una nave de pasajeros, en la cual viajan un grupo de presidiarios, sufre una avería viéndose obligada a aterrizar en un planeta desconocido. La situación se complica cuando se descubre que el accidente ha sido provocado por una banda criminal que pretende robar un equipo de incalculable valor que también viajaba en la nave, para lo cual no han dudado en poner en peligro la vida de todos los pasajeros. Los criminales piden ayuda a uno de los presos, un antiguo policía injustamente condenado por un delito que no cometió, y éste finge unirse a ellos aunque en realidad, y con la ayuda de varios de los penados, conseguirá desbaratar sus planes. La cuota extraterrestre, en esta ocasión, corre a cargo de unos pequeños animalitos nativos del planeta que, gracias a sus capacidades telepáticas, resultan ser de gran ayuda para los protagonistas. Cautivos de Voidán es sin duda una de las mejores novelas de Vicente Adam, y también posiblemente una de las más ambiciosas. De manera repentina la Tierra es invadida, y conquistada, por un poderoso imperio galáctico, Voidán, y todos sus habitantes son convertidos en esclavos por sus nuevos amos. Tan sólo un pequeño puñado logrará librarse de la captura y, tras una serie de golpes de suerte, comenzarán a plantar cara a su enemigo cada vez con mayor éxito, hasta conseguir finalmente la libertad de sus compatriotas e incluso la supresión del matriarcado que gobernaba el imperio con mano de hierro. Como curiosidad cabe reseñar que en ella Adam rinde homenaje a las novelas de aventuras de Rafael Sabatini y, en concreto, a El Capitán Blood, llevada al cine en 1935 y protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland.



En contraste con la anterior, Ellos también son humanos es una descarnada crítica del colonialismo -recordemos que la novela fue escrita en la época de las descolonizaciones masivas de principios de los años sesenta- en la que la potencia colonial es la Tierra y el pueblo sojuzgado los nativos del sistema estelar de Cástor (Alfa Geminis), todo ello entrelazado con una hábil trama policíaca muy del gusto de nuestro escritor. Puedo dominar el mundo, la última novela de Vicente Adam publicada en Luchadores del Espacio, retoma el tópico, tan habitual en el autor, de la telepatía y los poderes parapsicológicos, aunque en este caso no haya -o casi- extraterrestres por medio; en el curso de una exploración en Júpiter, cuya superficie es descrita como un inmenso océano, uno de los viajeros es invadido accidentalmente por un ser microscópico que habita, de forma parasitaria o mejor dicho simbiótica, en el interior de unos enormes peces que forman parte de la fauna joviana. Estos parásitos son inteligentes y poseen propiedades telepáticas, lo que permite al astronauta infectado, así como más adelante también a sus secuaces, organizar una sociedad criminal mediante las cuales, valiéndose de sus nuevos poderes, pretenden acabar dominando el mundo tal como reza el título. Sus planes, sin embargo, serán descubiertos por otro de los antiguos miembros de la expedición joviana que, de forma accidental, construye un artefacto capaz de detectar y bloquear las ondas telepáticas de sus enemigos con lo cual, tras una serie de peripecias de marcado carácter policíaco, conseguirá conjurar el peligro logrando que las aguas vuelvan a su cauce.

Fijémonos ahora en las seis novelas que Vicente Adam publicó en Espacio, a mi entender inferiores -lo que no quiere decir que sean malas- a las anteriores. Eso sí, se nota una apreciable diferencia de estilo entre ambas, debido probablemente a que cada colección poseía su propia línea particular, por lo que las novelas escritas por un autor no tenían por qué ser intercambiables -digámoslo así- de una colección a otra. Quede claro que esto no era por casualidad ya que, tal como he comentado anteriormente, Vicente Adam enviaba primero sus novelas a Luchadores del Espacio, y sólo las rechazadas por ésta acababan recalando en Espacio.



La primera novela publicada por nuestro autor en Espacio fue la titulada El secreto de Ganímedes, aparecida en 1960 de forma casi simultánea a Marionetas humanas, su primera colaboración en Luchadores del Espacio. Los tripulantes de una astronave naufragada en Ganímedes descubren un teletransportador de materia que les conduce a un extraño mundo en el que sus habitantes humanos están esclavizados por una raza de hormigas gigantes invasoras. Tras una serie de peripecias los protagonistas consiguen escapar y, de vuelta al teletransportador -un último esfuerzo baldío de los humanos antes de ser derrotados-, retornan a Ganímedes, donde todos los náufragos son finalmente rescatados dando el autor por supuesto que, con el auxilio de esa sofisticada tecnología, los terrestres serán capaces de derrotar a los hombres hormiga liberando a sus congéneres del cautiverio.



Conspiración infernal es en esencia una novela de aventuras y policíaca, tan del gusto del autor, que recuerda a algunos títulos de Luchadores del Espacio como Los sonidos silenciosos de Venus o Cargamento para el infierno. En ella se relata una trama en la que aparecen el protagonista, injustamente condenado por un delito que no cometió, y su antagonista, un poderoso propietario de minas venusianas que en realidad se dedica al contrabando de los valiosos minerales que extrae, todo ello encuadrado en un escenario en forma de la típica selva tropical venusiana plagada de animales peligrosos, en la cual los protagonistas se verán forzados a sufrir multitud de padecimientos antes de poder resolver satisfactoriamente el entuerto.



En El pueblo oculto Vicente Adam hace una curiosa incursión a la fantasía heroica, mezclándola con la ciencia ficción pura tal como era su estilo, todo dentro de un argumento que recuerda poderosamente a uno de los tópicos más habituales de Pascual Enguídanos, el del buen salvaje tutelado por una raza superior, la cual mantiene en cuarentena desde hace siglos a un grupo de humanos con objeto de poderles transmitir sus conocimientos y su cultura antes de que ocurra su extinción... aunque la llegada accidental de dos astronautas terrestres vendrá a trastocar por completo su sofisticado experimento social.



Espionaje estelar, ambientada en el marco de una Confederación Galáctica, relata la invasión sufrida por varios planetas por parte de una raza alienígena que, aprovechando sus poderes telepáticos, consigue sojuzgar a sus habitantes con objeto de utilizarlos como huéspedes de sus larvas, al estilo de las avispas parásitas que ponen sus huevos en el interior de otros insectos. Como es natural el protagonista desbaratará el plan, dando el autor por supuesto que, una vez descubiertas las intenciones de los invasores, la poderosa maquinaria militar de la Confederación Galáctica sabrá dar buena cuenta de ellos.



Al otro lado del universo relata como todas las naves exploradoras enviadas a una remota región galáctica comienzan a desaparecer sin dejar el menor rastro. Una nueva nave especialmente equipada descubrirá los restos de una antigua civilización galáctica que, al haber sido atacada por unos enemigos procedentes de las profundidades del cosmos, antes de extinguirse fue capaz de construir unos poderosos sistemas automáticos de defensa, únicos vestigios de su pasado esplendor.



El mercenario es la última novela que Vicente Adam publicó en Espacio, y su argumento resulta ser bastante similar a Prisión cósmica, con una confederación de razas galácticas decidida a impedir los avances astronáuticos de la Tierra, para lo cual envía a uno de sus agentes a sabotear el incipiente programa espacial. Pero el agente poco a poco irá simpatizando con sus anfitriones y acabará rebelándose contra sus superiores, convencido de la justicia de que la humanidad pueda alcanzar el universo.


La reedición de su obra



Gracias a una iniciativa de la editorial Pulpture Vicente Adam ha alcanzado el raro privilegio de ver reeditada su obra completa de ciencia ficción, dieciocho bolsilibros en total, los cuales está previsto recopilar en tres volúmenes, los dos primeros dedicados a los doce títulos publicados en Luchadores del Espacio y el tercero a los seis que lo fueron en Espacio. En 2016 fue editado el primero1, que incluye Marionetas humanas, Rebelión en la galaxia, La muerte azul, La nueva raza, Los sonidos silenciosos de Venus y ¡Ayúdanos, terrestre!, y al finalizar 2018 lo fue el segundo2, lamentablemente con carácter póstumo, que reúne las seis novelas restantes de Luchadores del Espacio: Prisión cósmica, La Tierra no puede morir, Cargamento para el infierno, Cautivos de Voidán, Ellos también son humanos y Puedo dominar el mundo.


Novelas de Vicente Adam publicadas en Luchadores del Espacio


Título Título
164 Marionetas humanas 193 Prisión cósmica
177 Rebelión en la galaxia 196 La Tierra no puede morir
181 La muerte azul 201 Cargamento para el infierno
185 La nueva raza 206 Cautivos de Voidán
188 Los sonidos silenciosos de Venus 216 Ellos también son humanos
190 ¡Ayúdanos, terrestre! 224 Puedo dominar el mundo

Novelas de Vicente Adam publicadas en Espacio


Título Reediciones
217 El secreto de Ganímedes Nº 277 de Galaxia 2001
244 Conspiración infernal
249 El pueblo oculto Nº 323 de Galaxia 2001
296 Espionaje estelar Nº 298 de Galaxia 2001
328 Al otro lado del universo
330 El mercenario Nº 235 de Galaxia 2001



1 V.A. Carter. Toda su obra de ciencia ficción (I). Colección Autores. Pulpture (2016).
2 V.A. Carter. Toda su obra de ciencia ficción (II). Colección Autores. Pulpture (2018).


Publicado el 5-1-2009 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 28-12-2018