La influencia de Desiderius Papp
en la obra de Pascual Enguídanos





Ya desde mucho antes, incluso, de que empezara a indagar de forma sistemática sobre los escritores de bolsilibros de ciencia ficción, me intrigaba saber cuales habían podido ser las fuentes de información y documentación que utilizaron para escribir sus novelas. Era evidente, a juzgar por los resultados, que éstas no eran demasiado de fiar, pero de momento ahí quedó la cosa. No fue sino hasta mucho después cuando comencé a recopilar datos e incluso a hablar con los propios interesados, de forma que pude ir reconstruyendo poco a poco su hasta entonces prácticamente desconocida manera de trabajar.

En esencia las conclusiones a las que llegué, muy similares para la mayoría de ellos, fueron las siguientes: se trataba de escritores veteranos bien pertrechados culturalmente, pero por lo general con una base científica escasa y autodidacta a la par que con un conocimiento muy precario de la ciencia ficción foránea. Este arquetipo se refiere, claro está, a la primera generación de escritores, aquellos que desarrollaron su carrera, o la iniciaron, a lo largo de los años cincuenta y sesenta, ya que la generación más joven que se mantuvo en activo durante las décadas posteriores estaba ya bastante más preparada.

Conviene tener en cuenta, para no juzgar injustamente a estas personas, la situación en la que se encontraban y con la cual tuvieron que lidiar para escribir y, en muchas ocasiones, subsistir. Estamos hablando de la España de la posguerra, un páramo cultural en el que la censura campaba por sus respetos y las penurias económicas estaban a la orden del día en un país que, por si fuera poco, se encontraba aislado internacionalmente. Bastantes de los autores de literatura popular eran ex-republicanos represaliados, lo cual hacía todavía más difícil su subsistencia.

Por lo general, lo único que conocían era a ilustres clásicos como Julio Verne, H.G. Wells o Emilio Salgari -los bolsilibros de ciencia ficción son básicamente novelas de aventuras trasladadas a escenarios futuristas-, la añosa ciencia ficción de escritores españoles de preguerra como José de Elola y, como mucho, algunos antiguos pulps americanos o cómics como los de Flash Gordon llegados a España con anterioridad a la Guerra Civil. La ciencia ficción norteamericana de su época, y estamos hablando de la Edad de Oro de Campbell, Asimov, Heinlein y demás, era entonces una auténtica desconocida en nuestro país. Además, estos escritores no solían conocer el inglés, ya que hasta muchos años después la lengua extranjera por excelencia era el francés. Eso sí, la llegada masiva del cine de Hollywood, tanto de ciencia ficción como del resto de los subgéneros que pueden agruparse bajo el epígrafe común de cine de aventuras, influiría de forma decisiva en la obra de estos autores, no tanto en los argumentos ni en la ambientación, como en el propio desarrollo narrativo.

Así pues, dadas las circunstancias no es de extrañar que la ciencia ficción popular española de la época se ciñera a unos esquemas bastante simples que solían ser seguidos por los diferentes autores, lo cual me hace sospechar que la influencia de los directores de las colecciones -José Soriano Izquierdo en el caso de Luchadores del Espacio- pudiera haber tenido bastante que ver en esta uniformización. En general las novelas de Luchadores del Espacio -no tanto las de Espacio- se parecen bastante a la literatura pulp norteamericana de los años 20-30, quizá no tanto por imitación de ella -los autores con los que he hablado insisten una y otra vez en que no la conocían- sino por contar con una motivación común -la primacía de la aventura desarrollada en escenarios futuristas- y unas fuentes asimismo comunes, explicándose el desfase cronológico por el retraso producido por el aislamiento de nuestro país.

¿Cuáles eran estas fuentes? Pues en muchos casos antiguos textos de divulgación científica, tales como los de Camille Flammarion o Percival Lowell, muy populares a principios del siglo XX pero tan fantasiosos que en sí mismos casi podrían ser considerados como ciencia ficción avant la letre. Lo curioso es que en la época en la que se escribieron los primeros bolsilibros estas teorías estaban ya más que superadas, razón por la que cabe suponer que la divulgación científica moderna, tal como ocurría con otras muchas cosas, debía de llegar a España tarde y mal, si es que siquiera llegaba. En ocasiones los autores recurrieron a elementos científicos más modernos -es un decir- tales como los efectos relativistas en los viajes interestelares o la todavía incipiente carrera espacial que, al mezclarlos con añejas elucubraciones decimonónicas, dieron como resultado las ingenuas e irrepetibles novelitas que encandilaron a tantos españoles de varias generaciones, yo entre ellos.

De todos modos, si hiciéramos un recuento de los tópicos que aparecen en las novelas de Luchadores del Espacio, encontraríamos que muchos de ellos no aportaron nada original al acervo común de la literatura de ciencia ficción: un Venus tropical poblado de dinosaurios y bestias prehistóricas, un Marte moribundo cuna de una brillante civilización al borde mismo de la extinción, unos exóticos seres de silicio, unos cohetes de propulsión química capaces de alcanzar el más remoto rincón del Universo en apenas unos cuantos días, un Sistema Solar -y por extensión una galaxia- poblado de las más variopintas razas alienígenas, unos robots que poco tenían que envidiar a los de Asimov... sin olvidarnos de la entonces ominosa sombra de la guerra fría, responsable de la proliferación de apocalípticas guerras atómicas entre terrestres -en este caso los malos eran indefectiblemente los rusos, los chinos o ambos-, entre terrestres e invasores de otros planetas o, en ocasiones, incluso entre civilizaciones ajenas a nuestro mundo.

No obstante, en la colección Luchadores del Espacio existe una notable excepción a lo anteriormente expuesto, la obra -no sólo la Saga de los Aznar- de Pascual Enguídanos o, si se prefiere, George H. White y Van S. Smith. Y no porque Enguídanos no recurriera a estos tópicos comunes, que lo hizo, sino porque su universo es por lo general mucho más rico en matices y aportaciones originales, aunque este último calificativo habrá de ser puntualizado. Resulta indiscutible que el autor estrella de Valenciana era un escritor minucioso al que le gustaba documentarse y llevar su nivel de autoexigencia hasta mucho más allá de lo que le era exigido, lo que le ha convertido por méritos propios en un clásico de la ciencia ficción española a diferencia de otros colegas suyos caídos en el olvido. El universo de Enguídanos no sólo es consistente en su lógica interna, sino que además resulta verosímil y complejo a la par que atractivo.

Otra cosa es que sea coherente con los postulados científicos ya que, huelga decirlo, no se trata en modo alguno de ciencia ficción hard... no podría haberlo sido en ningún caso, primero porque sus primeras novelas fueron escritas hace ya más de cincuenta años, y segundo porque la documentación al alcance de su mano ni era abundante ni tan siquiera estaba suficientemente actualizada. En una ocasión, hará cosa de seis o siete años, al preguntarle por las razones que le habían movido a reescribir completamente la primera parte de la Saga de los Aznar en lugar de limitarse a reeditarla sin más, Enguídanos me confesó que se debía a que, en los veinte años transcurridos entre ambas ediciones, había adquirido los suficientes conocimientos como para encontrarse insatisfecho de lo que había escrito y, riéndose, añadió que ojalá hubiera podido hacerlo ahora que sabía mucho más... lo cual dice mucho de su pundonor y su honradez intelectual.

Pese a sus limitaciones en los años cincuenta, reconocidas por el propio autor, lo cierto es que Pascual Enguídanos realizó una labor de documentación digna de encomio. Sus fuentes, por lo general, fueron diversas y presumiblemente variadas, aunque como es lógico suponer se apoyó preferentemente en algunas de ellas a la hora de construir su particular universo. Teniendo en cuenta que el autor de la Saga de los Aznar fue uno de los pioneros de la ciencia ficción en España, y que salvo contadas excepciones careció de muestras en las que poder apoyarse, su mérito es más que considerable.

Pero, ¿de dónde obtuvo Enguídanos sus datos? Algunos son fáciles de rastrear, como ocurre con los tópicos enumerados anteriormente, pero otros, por el contrario, hasta donde yo he conseguido averiguar tan sólo aparecen en su obra, y no estoy hablando tan sólo de los bolsilibros de su época -la ciencia ficción seria española brillaba entonces por su ausencia-, sino incluso en la ciencia ficción norteamericana que yo conozco, lo que no deja de tener su mérito. Me estoy refiriendo a temas tales como la dedona, los planetas huecos, los autoplanetas -ahora diríamos naves generacionales-, los seres de silicio, la miniaturización, la luz sólida, ese peculiar Ganímedes tropical...

En algunos casos conocemos la respuesta, como ocurre con los autoplanetas, cuya idea, al parecer, tomó de Elola. En otros, como los planetas huecos, cabe especular si llegó a conocer la serie de Pellucidar o si, por el contrario, pudo inspirarse en el Viaje al centro de la Tierra de Verne. Los Rayos Z tampoco tienen nada de particular, puesto que la ciencia ficción pulp, y la que no lo es, está plagada de rayos desintegradores de todo tipo, aunque no ocurre lo mismo con la luz sólida, algo que recuerda bastante a los láseres... inventados varios años después, dicho sea de paso.

Pero en ocasiones yo, hasta hace bien poco, estaba completamente desorientado. Sí, cabía suponer que Enguídanos lo hubiera leído por algún sitio, y aprovecho la ocasión para puntualizar que esto no tiene nada que ver con el plagio; de ser así, la totalidad de los escritores plagiaríamos. La verdad es que no tenía la menor idea de donde podía haber sacado nuestro escritor ideas tales como el Ganímedes tropical, la dedona o los hombres de titanio... hasta que hace poco Javier Freire, uno de mis compañeros de tertulia de la lista de ghwhite, dio de lleno en el clavo comunicándonos que había encontrado un viejo libro (la edición española, de la editorial Iberia, es de 1949, pero el original fue escrito en 1928 y probablemente actualizado en la década de los treinta) en el que aparecían llamativas coincidencias con la obra de Enguídanos.

El libro en cuestión se titula Los mundos habitados y es obra de Desiderius Papp, uno de los más prestigiosos historiadores de la ciencia durante la primera mitad del siglo XX. Nacido en 1895 en Hungría de familia austríaca, Papp se doctoró en Filosofía en 1917 por la universidad de Budapest y, con posterioridad al final de la I Guerra Mundial, se trasladó a Viena iniciando su carrera como escritor en 1925, lo que convierte a Los mundos habitados en una obra de juventud. La invasión nazi de 1938 provocó su huida de Austria, enrolándose en el ejército francés. La derrota de su país de adopción frente a los nazis le llevó a un campo de concentración, del cual escapó en 1942 y, tras refugiarse en España, emigró a Argentina, donde residió hasta su fallecimiento, casi centenario, en 1993. Quien desee conocer más detalles sobre su vida o sobre su obra, puede consultar en internet la siguiente página web dedicada a él.

Desiderius Papp fue un autor prolífico y de reconocido prestigio, siempre interesado en la historia de la ciencia y en la divulgación científica. Aunque estuvo escribiendo prácticamente hasta su muerte (su último libro está fechado en 1991), su obra más clásica se centra en la primera mitad del siglo XX. Además del libro que nos ocupa, del cual al parecer ya hubo una edición en español en 1931, también fue autor de otras dos obras de carácter similar, Más allá del sol (La estructura del universo) (1944) y El problema del origen de los mundos (1950), ambas publicadas en España en la colección Austral.

Los mundos habitados es un libro curioso, puesto que en él se mezcla la divulgación científica (haciendo especial hincapié en temas de astronomía y sobre el posible origen de la vida) conforme a los conocimientos de la época en la que fue escrito, con una serie de elucubraciones bastante fantasiosas acerca de los hipotéticos habitantes de otros planetas, tanto del Sistema Solar como de otros sistemas planetarios. Huelga decir que el libro, aunque interesante, ha quedado muy desfasado, e incluso la parte de él más especulativa ya chirriaba bastante cuando fue editado (o reeditado) en nuestro país en 1949, probablemente la versión que llegó a manos de Enguídanos. Puesto que Luchadores del Espacio y la propia Saga de los Aznar iniciaron su andadura a finales de 1953, es fácil suponer que Enguídanos tuviera entonces fresca su lectura, y desde luego su presumible influencia en el escritor de Liria es demasiado palpable como para ponerla en duda, ya que en el libro de Papp aparecen incluso ciertos giros retóricos tan comunes en la obra de Enguídanos tales como “el Reino del Sol”, por poner un único -aunque significativo- ejemplo.

Son varios los temas abordados por Desiderius Papp (aunque ignoro si son originales suyos o si, por el contrario, los tomó a su vez de autores anteriores) que aparecen reflejados en la Saga de los Aznar y en otras obras de su autor, los cuales por su singularidad permiten descartar casi con total seguridad cualquier otra fuente de las varias que Enguídanos debió de manejar para documentarse. Uno de los más llamativos es sin duda el de una hipotética bioquímica basada en el titanio en lugar de en el carbono, la cual Enguídanos aplicó a los sadritas y que, a diferencia del silicio, no he logrado encontrar por ningún otro lado. Las razones que da Papp para justificar la elección de este metal no son demasiado explícitas, limitándose a explicar que “sus gases -según atestigua el análisis de la luz- arden en el globo incandescente de numerosos soles, por lo que podría ser asimismo imaginado como el pilar fundamental de la estructura de la vida”. Por cierto, este párrafo aparece transcrito, de forma prácticamente literal, en la nota explicativa que Enguídanos introduce en su novela ¡Luz sólida! para explicar la naturaleza de los sadritas, lo cual nos permite establecer con total certeza el origen de su fuente.

En realidad, y a diferencia de lo que ocurre con el silicio, desde el punto de vista químico no existe la menor razón que permita suponer esta afirmación, ya que mientras el carbono y el silicio son capaces de formar las cadenas moleculares que resultan imprescindibles para el desarrollo de una bioquímica (aunque en el caso del silicio las limitaciones son tantas que lo impiden en la práctica), el titanio es un metal cuyas propiedades químicas son exclusivamente metálicas y, por lo tanto, muy diferentes a las de los dos elementos anteriores. Por supuesto, su capacidad para formar cadenas moleculares es nula. La única explicación posible que le encuentro a esta fantasiosa elucubración de Papp es que, a diferencia de las tablas periódicas modernas (el listado de todos los elementos químicos conocidos, ordenados conforme a sus propiedades), en las que todas las familias de los diferentes elementos químicos están separadas, en un principio se utilizaba un modelo de tabla periódica “corta” en la que, por razones que sería demasiado complejo explicar aquí, las familias estaban agrupadas de dos en dos siguiendo una determinada pauta, dándose la circunstancia de que en ella, probablemente la que manejó Papp, el titanio se encuentra situado justo debajo del carbono y el silicio, por lo que resulta fácil pensar que el divulgador austríaco, que no era químico, pudiera ser inducido a error por esta aparente afinidad, error que más tarde se trasladaría a Enguídanos.

Otro punto llamativo es la particular teoría de Papp sobre la formación del Sistema Solar, llevada por Enguídanos a sus novelas de forma literal. Según Papp todos los planetas, sin excepción, habrían iniciado su andadura como bolas de material ígneo que poco a poco se iría enfriando y solidificando. Dependiendo del tamaño del planeta éste se habría enfriado de forma más o menos rápida, con lo que sus evoluciones habrían seguido pautas similares pero no simultáneas en el tiempo. Así en Marte, al ser más pequeño que la Tierra, la vida se habría desarrollado antes que en nuestro planeta, siendo ahora un astro moribundo, como parece ser que efectivamente ocurrió. Pero esta teoría es relativamente cierta en lo que respecta a la geología -no necesariamente en la hipótesis de la aparición de la vida- para los planetas rocosos como Mercurio, Venus, la Tierra o Marte, pero en modo alguno para los planetas gigantes que, en realidad, son unas ciclópeas bolas de gases con un pequeño -en relación a su tamaño- núcleo central. Pero Júpiter, Saturno, Urano o Neptuno jamás han estado incandescentes, no cuentan con una superficie sólida -ni líquida- y por supuesto son “fríos” ya que, aunque emiten radiación debido a sus grandes fuerzas gravitatorias, ésta tiene lugar en el rango de las radiofrecuencias y no en el infrarrojo, que es donde se produce el calor

Pero Papp, en su cosmogénesis, no hace la menor excepción ya se trate de la Luna o de Júpiter, que para él sería una bola incandescente similar, sólo que de mayor tamaño, a la Tierra primigenia. Saturno presentaría una situación similar a la de éste, mientras Urano y Neptuno, menores pero todavía de un tamaño considerable, se encontrarían actualmente en una situación intermedia, con una superficie sólida que sería tan sólo una delgada costra recubriendo el interior fundido. Lo curioso del caso es que cuando Papp escribió su libro -no digo ya cuando Enguídanos escribió sus novelas- la espectroscopía estaba ya lo suficientemente desarrollada como para comprobar que ninguno de estos planetas emitía el menor calor. Asimismo supone que todos los astros del Sistema Solar, prácticamente sin excepción, serían capaces de desarrollar una vida similar a la terrestre durante su período de madurez, bien en el pasado, bien en un futuro.

Leyendo las descripciones que Enguídanos hace de los distintos planetas del Sistema Solar se descubre que sigue al pie de la letra las arcaicas teorías de Papp, no sólo al describir un Venus más joven que la Tierra o un Marte moribundo, sino cuando imagina un Júpiter convertido en una especie de sol en miniatura gracias al cual su satélite Ganímedes -en realidad un enorme carámbano de hielo- es no sólo habitable, sino incluso tropical. Incluso en la primera edición de la Saga -no así en la segunda, acertadamente corregida por su autor- nos encontramos con una raza -los saissais- originarios de una Luna que habría sido habitable en un pasado remoto.

En honor a la verdad hay que decir que el cauto Enguídanos obvió, o cuanto menos suavizó, buena parte de las disparatadas elucubraciones de Papp en lo relativo a la habitabilidad de los diferentes planetas y satélites del Sistema Solar, ya que en la obra del escritor valenciano no encontramos la menor mención a los habitantes de Titán -que por razones análogas a las de Ganímedes sería habitable gracias al calor emanado por Saturno-, Urano, Neptuno, Mercurio -en la entonces presunta, e inexistente, zona de transición entre el hemisferio enfrentado al Sol y el opuesto- e incluso de los minúsculos asteroides. Otro detalle claramente tomado de Papp es la teoría de que a los mundos grandes les corresponderían habitantes pequeños -por ser mayor en ellos la atracción gravitatoria- y viceversa, siendo paradigmáticos los gigantescos marcianos que Enguídanos describe en su serie de Más allá del Sol o en El extraño viaje del Dr. Main, los asimismo desmesurados habitantes de Titania de ¡Piedad para la Tierra! o los diminutos visitantes de Extraños en la Tierra, procedentes de un planeta de tamaño muy superior al nuestro.

También resulta curiosa, por ser innegable su origen, la importancia que Pascual Enguídanos da al asteroide Eros, un pedrusco de apenas unos kilómetros de longitud que orbita no entre Marte y Júpiter como es lo más habitual -o lo era, hasta el reciente descubrimiento de los asteroides transneptunianos- en estos cuerpos celestes, sino entre el primero de estos dos planetas y la Tierra. En realidad no se trata de nada excepcional, puesto que Eros forma parte de un grupo de asteroides cercanos a la Tierra -algunos de los cuales pueden llegar incluso a atravesar su órbita- de los cuales en la actualidad se conocen unos tres mil cuatrocientos aunque la cifra se incrementa de forma continua; pero cuando Papp escribió su libro, se pensaba -y así lo dice en él explícitamente- que Eros era el astro más cercano a la Tierra a excepción de la Luna. Así pues, no es de extrañar que Enguídanos lo eligiera como teatro de la tenaz lucha entre humanos y thorbods para controlar la única fuente conocida de dedona dentro del Sistema Solar.

Dedona... ahora hemos llegado a uno de los pilares básicos del universo enguidosiano, el fabuloso metal de propiedades excepcionales que constituye la piedra angular de la tecnología del futuro. Como es sabido la dedona presenta varias particularidades únicas: es un metal superdenso, uno de los pocos materiales -junto con el vidrio y el agua- resistentes a la desintegración por los rayos Z, y cuando es inducido eléctricamente levita repeliendo la atracción de la gravedad. De estas tres propiedades las dos últimas debieron de ser tomadas por Enguídanos, con toda probabilidad, de obras de ciencia ficción anteriores, ya que los materiales antigravitatorios aparecen ya en algunas novelas de H.G. Wells y Julio Verne -también en las de “Doc” Smith, pero es más problemático que el autor de la Saga llegara a conocerlas-, mientras el tema de los rayos desintegradores y las corazas protectoras de los mismos es un tópico muy frecuente en la literatura del género a la que pudo tener acceso nuestro escritor.

Caso aparte es la cuestión de la superdensidad. Si leemos a Desiderius Papp, nos encontramos con la descripción que éste hace de la pequeña compañera de Sirio, Sirio B, una enana blanca cuya materia está concentrada -más bien degenerada- hasta alcanzar unas densidades varios miles de veces superiores a las de los materiales comunes que estamos habituados a manejar. Aunque Papp se apresura a afirmar que Sirio B es una estrella, y como tal está incandescente, añade a continuación que cuando ésta se enfríe bien podría albergar vida en su superficie. ¿Se inspiró Enguídanos en este párrafo para otorgar a la dedona su característica superdensidad? Aunque no es seguro yo lo considero bastante probable, como parece indicar el ejemplo de Papp -“ningún atleta podría levantar ni siquiera una moneda troquelada en esta enigmática materia”- que, de forma prácticamente literal, aparece en la Saga con inusitada frecuencia.

Son bastantes más los conceptos del libro de Papp que remiten inmediatamente al universo de Enguídanos: el Sol de naturaleza metálica que nos alumbra, los soles de helio cuya radiación es mortal para los seres de carbono, la excepcionalidad de los mundos habitados fuera del Sistema Solar o el exotismo de las razas extrasolares, no sólo basadas en elementos extraños como el silicio o el titanio, sino de morfologías tan insólitas como las plantas inteligentes o los cristales vivientes; seres capaces de comunicarse mediante ondas de radio o de ver la radiación ultravioleta, seres con órganos intercambiables que podrían preservar su cerebro durante generaciones, en forma de una virtual inmortalidad, a base de ir reemplazando una y otra vez los órganos desgastados de sus cuerpos, algo esto último que Enguídanos repite frecuentemente a lo largo de toda la Saga, tanto merced a trasplantes de cerebros -en realidad de cuerpos- como mediante el recurso a la utilización de ciborgs con cerebro humano y cuerpo de robot.

Quiero insistir una vez más -y esto dice mucho a favor de la profesionalidad de don Pascual- en que el libro de Desiderius Papp no fue en modo alguno la única, aunque sí una de las principales, fuente de documentación científica del autor de la Saga de los Aznar. Empeñado en escribir -algo insólito en su época- una ciencia ficción muy parecida en su espíritu a lo que hoy denominaríamos hard, Enguídanos se documentó lo mejor que pudo, y si la rigurosidad de alguno de estos libros, como ocurre sin ir más lejos con el de Papp, dejaba bastante que desear, no es algo que se le deba reprochar a él; en la gris España de los años cincuenta, la buena divulgación científica brillaba literalmente por su ausencia. Por esta razón, resultaría completamente injusto menoscabarle su mérito, que lo tuvo, y mucho, sobre todo si comparamos su obra con la desaliñada creación de muchos de sus colegas de entonces.

Para terminar, deseo hacer una rápida enumeración de los conceptos científicos que Enguídanos tomó de fuentes ajenas al libro de Papp, como muestra de su inquietud a la hora de documentarse: Todo lo referente a la Teoría de la Relatividad y a la posible dilatación temporal a lo largo de los viajes interestelares, el concepto de viaje generacional, la entonces incipiente cibernética, la aeronáutica y la astronáutica -Enguídanos estaba muy bien informado sobre los últimos avances en estas disciplinas, como lo demuestra en su excelente novela Muerte en la estratosfera-, el Proyecto Ozma y, ya en un plano más especulativo, la miniaturización, la electricidad propagada por ondas, los todavía inexistentes láseres -su luz sólida-, los ahora recién descubiertos planetas errantes, la hibernación, los poderes extrasensoriales o las máquinas teletransportadoras precursoras de la karendón de los años setenta. Se non è vero, è ben trovato.


Publicado el 28-7-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción