La obra de Edward Wheel en Luchadores del Espacio



Si hubiera que elegir un escritor representativo de la última etapa de la colección Luchadores del Espacio, sin duda uno de los más indicados para ello sería Edward Wheel, seudónimo bajo el cual se escondía, en una traducción literal de su verdadero nombre, Eduardo Rueda Segura. Lamentablemente éste es el único dato que conozco acerca de él, puesto que me ha resultado de todo punto imposible localizarlo.

Eduardo Rueda, o Edward Wheel, tan sólo escribió seis novelas comprendidas entre el número 191 y el 228 de la colección, lo cual no es realmente mucho en comparación con otros escritores; pero puesto que la última etapa de Luchadores del Espacio  se caracterizó por una gran atomización en el número de  autores, la consecuencia de ello es que su presencia en la misma fue bastante llamativa ya que, excluyendo como siempre a Pascual Enguídanos, con doce títulos publicados en el intervalo comprendido entre la aparición de la primera novela de Edward Wheel y el fin de la colección, otros autores significados como P. Danger -cinco novelas- o V.A. Carter -seis- tuvieron una participación similar a la de éste, mientras el resto de los escritores se quedaron atrás. Fuera de Luchadores del Espacio tampoco se puede decir que este autor fuera mínimamente prolífico, puesto que tan sólo he podido encontrar, además de las obras ya citadas, otras tres novelas del oeste, dos de ellas publicadas en la colección Western, también de Valenciana, y la tercera de ellas en la editorial Rollán.

De todo ello se deduce que, si consideramos únicamente el intervalo postrero de la colección que abarca aproximadamente los cuarenta o cuarenta y cinco últimos títulos de la misma, Edward Wheel no es en modo alguno un escritor desdeñable por la frecuencia de sus novelas. Ahora bien, ¿qué ocurre en lo que respecta a la calidad de las mismas? Aquí hay que aceptar que Edward Wheel fue un escritor que no aportó nada nuevo, ya que sus novelas no sólo eran disparatadas desde un punto de vista científico, algo bastante habitual en una colección de estas características, sino asimismo más bien tirando a aburridas en lo referente a sus argumentos, lo cual ya no lo es tanto. En cualquier caso ésta fue la tónica general de la etapa postrera de Luchadores del Espacio y lo sería asimismo en otras colecciones posteriores, razón por la que tampoco sería justo juzgar con demasiada severidad a nuestro escritor.

De hecho, si exceptuamos algunos casos singulares, las novelas de Edward Wheel no son peores, pese a todo, que buena parte de las publicadas simultáneamente con ellas, lo cual, si bien no dice demasiado de este autor, tampoco dice mucho de sus compañeros. A estas alturas la colección Luchadores del Espacio era tan sólo una sombra de lo que fue, lo cual ha de ser tenido en cuenta a la hora de enjuiciar su obra. Puede que la aportación de Edward Wheel a la colección no sea demasiado significativa, que evidentemente no lo es, pero dista mucho de ser lo peor entre todo lo publicado en el ámbito de la ciencia ficción popular española.



La primera novela publicada por Eduardo Rueda en Luchadores del Espacio fue la titulada Polizón en el espacio, a la que corresponde el número 191 de la colección. Su argumento es sencillo, e incluso ingenuo. La Tierra padece una invasión de platillos volantes que nadie sabe de donde proceden, y una astronave experimental tripulada por un eminente científico es capturada por ellos, razón por la que rápidamente se prepara una segunda astronave que tendrá por misión rescatar al científico y desvelar el misterio que se oculta tras los esquivos platillos volantes. Ésta traba pronto contacto con una de las naves invasoras, lo que permite a los protagonistas conocer la situación: el Sistema Solar está dividido, en un claro trasunto de la Guerra Fría, en dos bloques irreconciliables: el formado por los planetas Mercurio, Venus y Marte, todos ellos habitados por humanos, y el que agrupa a los planetas exteriores, ocupados por unos extraños alienígenas procedentes de otro sistema planetario destruido a causa de las guerras. La frontera entre ambos la constituye el cinturón de asteroides, erróneamente imaginado por el autor como una barrera infranqueable para cualquier tipo de astronaves.

La situación es grave, puesto que el bando enemigo -el de los planetas exteriores- ha descubierto un método secreto para cruzar la barrera, lo que les permitió secuestrar al científico al tiempo que planear la invasión de la Tierra con objeto de utilizarla como cabeza de puente para conquistar los planetas interiores. A poco los ya aliados de los terrestres descubren que el tránsito se realiza a través de la cuarta dimensión, con lo cual se organiza una incursión al territorio enemigo con objeto de rescatar al sabio prisionero. Huelga decir que el arriesgado golpe de mano se saldará con éxito, tras una serie de peripecias, y que la amenaza del enemigo común quedará conjurada, sellándose una alianza entre la Tierra y sus vecinos planetarios.



A Comandos en el espacio, la segunda novela de Edward Wheel, le corresponde el número 208 de la colección, y en ella se relata una incursión de comandos terrestres al planeta Venus con objeto de conjurar la amenaza de una invasión extraterrestre. Al llegar a Venus los protagonistas son hechos prisioneros por sus enemigos, los cuales les obligan a trabajar como esclavos al igual que otros muchos terrestres que previamente habían corrido su misma suerte, siendo vigilados por unos robots humanoides mientras los extraterrestres, unos enigmáticos seres, se mantienen ocultos. Claro está que los comandos no aceptan sumisamente su condición, por lo cual consiguen dar un golpe de mano apoderándose del edificio desde el que se controla la ciudad en la que permanecían prisioneros. Tras una serie de enfrentamientos en los que, junto con los recién liberados esclavos, se verán obligados a luchar contra los robots y contra los extraños alienígenas que los controlan, finalmente éstos serán vencidos.



Espionaje en el cosmos y Ultimátum a Júpiter, números 218 y 219 respectivamente, narran de forma conjunta la tercera incursión de Edward Wheel en Luchadores del Espacio, algo totalmente inhabitual en la última etapa de la colección -aunque no lo habría sido en modo alguno años atrás- dado que por entonces los seriales ya habían desaparecido prácticamente por completo de la colección; si bien por entonces todavía se llegaron a publicar algunas pequeñas series, éstas solían estar formadas por novelas individuales relacionadas entre sí tan sólo por un marco o unos protagonistas comunes, tratándose por lo tanto de secuelas más que de continuaciones propiamente dichas, como ocurre en el caso que nos ocupa.

Así pues, conviene detallar conjuntamente ambas novelas que, independientemente de los habituales disparates científicos del autor, resultan ser bastante mejores que las dos anteriores. La narración comienza describiendo una situación bastante comprometida: los cuatro primeros planetas del Sistema Solar -Mercurio, Venus, la Tierra y Marte- forman una confederación democrática -curioso planteamiento en la España franquista de principios de los años sesenta- que está amenazada por la alianza de los planetas Júpiter y Saturno, potencias militaristas y expansionistas que son, como cabe suponer, sus enemigos; de nuevo aparece aquí la alargada sombra de la Guerra Fría. Urano, Neptuno y Plutón, por último, son políticamente independientes, pero se encuentran amenazados por Júpiter y Saturno, los cuales desean anexionárselos dado que el poderío militar de la confederación, y en especial los escudos energéticos que protegen a sus planetas -un notable hallazgo de Rueda-, hacen imposible la victoria de estos dos planetas en una guerra abierta contra a la Confederación.

La narración se desarrolla en clave de novela de espionaje, muy influida por el cine de la época, hasta que entran en escena los jupiterianos secuestrando a los dos protagonistas principales -un agente de la Confederación y otra de los mundos exteriores libres, que buscan aliarse con ésta frente al enemigo común-, a los que creen poseedores de una importante documentación. Éstos logran escapar de sus captores, pero se encuentran aislados en Júpiter sin posibilidades de huir del planeta sin ayuda externa. Esto les obliga a emprender una frenética fuga por el inmenso planeta, mientras la nave de la Confederación enviada en ayuda suya se ve obligada a trabar combate con una flota enemiga. Tras una serie de peripecias de variada índole los protagonistas, auxiliados por la resistencia antigubernamental conseguirán destruir el centro neurálgico de las fuerzas armadas jupiterianas, lo que permite al ejército expedicionario enviado por la Confederación invadir el planeta.



El peligro escarlata, la siguiente novela de Edward Wheel, hace el número 223 de la colección, y comienza relatando como en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial un científico alemán descubre un arma que permitiría a los nazis ganar una guerra que ya tenían perdida: se trata de un generador de ultrasonidos, capaz de destruir por calentamiento todo cuanto se ponga a su alcance. Sin embargo, unos extraños seres extraterrestres asaltan el laboratorio y secuestran al científico y a sus ayudantes.

Varios siglos más tarde un extraño ser -posteriormente se sabrá que es el fantasma del científico nazi- coacciona a un investigador que trabajaba también en el tema de los ultrasonidos; se trata, le dice, de un campo científico vedado a los humanos, y como éste no ha obedecido su prohibición es castigado a morir de una forma horrible, la llamada muerte escarlata que da título a la novela. Un policía encargado de investigar el caso y la hermana del muerto descubren que los extraterrestres llevan varios siglos preparando la invasión de la Tierra debido a que su planeta está al borde de la extinción, habiendo secuestrado a miles de científicos que mantienen congelados -entre ellos al sabio alemán- mientras conservan sus cerebros en unas cajas especiales que les permiten utilizarlos como si estuvieran vivos. Los fantasmas son en realidad proyecciones de los cuerpos congelados animadas por sus correspondientes cerebros.

Los extraterrestres son inmunes a cualquier tipo de arma terrestre pero resultan ser extremadamente sensibles a los ultrasonidos, razón por la cual desde hace varios siglos llevan bloqueando cualquier tipo de investigación al respecto, ya que este arma sería lo único que podría frenar la ya inminente invasión. Tras una serie de peripecias en las que los protagonistas son capturados por sus enemigos y felizmente rescatados, gracias a los descubrimientos del científico muerto es posible construir unos generadores gigantescos de ultrasonidos, que son instalados en sendos satélites artificiales y gracias a los cuales  la flota de invasión enemiga es aniquilada por completo.



Con el número 228 de la ya agonizante colección Luchadores del Espacio, Mundos a la deriva fue la última contribución de Eduardo Rueda a la misma. Su argumento no puede ser más surrealista: los astrónomos terrestres detectan la explosión, en una lejana galaxia, de una estrella, observando que los veinte planetas que giraban en torno suyo, todos y cada uno de ellos con un tamaño varias veces mayor que el del Sol, no sólo no quedan destruidos por el cataclismo, sino que entran en órbita en torno al mayor de ellos dirigiéndose directamente hacia el Sistema Solar. Puesto que su rumbo es de colisión con nuestro planeta y el choque habrá de tener lugar dentro de setenta días -aquí Eduardo Rueda demuestra poseer un desconocimiento absoluto de las distancias estelares-, el peligro para la Tierra es inminente.

Por fortuna, existe un remedio. Los planetas errantes van a pasar por las cercanías de una estrella a la cual podrían quedar ligados si se destruyera al principal de ellos, y los terrestres cuentan con un arma secreta capaz de hacerlo. Así pues, se prepara una astronave encargada de realizar la proeza, la primera en la historia que abandonará el Sistema Solar. Parte la astronave con los protagonistas y con una tripulación formada por convictos, dado que se considera que la misión es suicida. Tras un motín felizmente abortado, los terrestres llegan al lugar en el que ha de tener lugar la destrucción del coloso, pero el arma que debería realizarla es misteriosamente neutralizada y poco después la propia astronave es capturada por los habitantes de los planetas errantes. Éstos les comunican que tanto la destrucción de su estrella moribunda, como el camino que han adoptado los planetas huérfanos, forman parte de un plan deliberado que contempla la destrucción de los nueve planetas del Sistema Solar y la absorción del Sol por parte del gigantesco planeta que pretendían destruir los expedicionarios, que así se convertirá en el nuevo sol que ellos necesitan.

Puesto que estos planes contemplan la destrucción de la Tierra y la extinción de la humanidad, los protagonistas intentan lógicamente evitarlo. Gracias a la ayuda de un grupo de científicos rebeldes opuestos al tiránico emperador alienígena consiguen hacerse con el control de la situación, apresando al emperador y a sus secuaces. El jefe de los científicos y los protagonistas están completamente de acuerdo en la tarea a realizar: tras haberse hecho también con el poder en el resto de los planetas, deciden reanudar el plan original de los terrestres, para lo cual deberán destruir las instalaciones militares que siguen reteniendo a la astronave de los protagonistas, las cuales son el único enclave que queda leal al depuesto emperador, antes de que la cohorte de planetas abandone la región de atracción gravitatoria de la estrella. Huelga decir que, tras las peripecias de rigor, el plan será ejecutado con éxito.


Publicado el 14-8-2011 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 26-10-2018