¿Qué es un bolsilibro de ciencia ficción?





Si preguntamos qué es un bolsilibro, la respuesta inmediata será que se trataba de unos pequeños libritos de formato reducido, por lo general de unos 15,5×10,5 cm aunque solía haber variaciones. También que contaban con alrededor de 124 páginas que a mediados de la década de 1970 quedaron reducidas a 96 en un intento de las editoriales de ahorrar papel. Tenían una llamativa portada a color y por lo general solían carecer de ilustraciones interiores, salvo en algunas colecciones en las que aparecía un dibujo en blanco y negro encabezando el texto.

Surgidos en el ecuador del siglo XX, aunque desde un punto de vista formal eran herederos directos de la prolífica literatura popular de la primera mitad del siglo XX, presentaban características propias que los diferenciaban de éstos empezando por el formato, menor que el habitual de las décadas anteriores. Además del formato, también se singularizaron por una especialización de las colecciones en diferentes temáticas. Éstas ya existían con anterioridad, pero sus límites eran más difusos y en muchas ocasiones las colecciones eran generalistas, publicando de manera indistinta lo que podría considerarse en su conjunto como novelas de aventuras.

Las colecciones de bolsilibros, por el contrario, eran mucho más específicas y, además de centrarse en una temática concreta, junto con las ya existentes abrieron otras nuevas más acordes con los nuevos gustos de los lectores, de modo que su oferta de géneros llegó a ser amplia, aunque no todos coexistieron de manera simultánea en función de como iban evolucionando las preferencias de los lectores. Los principales fueron los del oeste, romántico, policíaco -los tres mayoritarios-, bélico, ciencia ficción, espionaje o terror, junto con otros más minoritarios o efímeros como el deportivo, las aventuras exóticas, de piratas e incluso de artes marciales, y muy tardíamente, ya en el ocaso de la literatura popular, el erótico.

Los autores, primero porque el aislamiento internacional de España hacía difícil conseguir originales procedentes de otros países, y más tarde porque salían más baratos a las editoriales, solían ser en su totalidad españoles que en la mayoría de los casos firmaban con seudónimos de corte anglosajón para dar más lustre a sus novelas, aunque hubo algunas excepciones.

En cuanto a los argumentos, éstos eran sencillos y estereotipados siguiendo esquemas genéricos que dejaban poco espacio a la originalidad, en la línea no sólo de la tradición de la literatura popular, sino también con toda probabilidad del cine de serie B muy popular entonces. Historias trilladas en las que los héroes eran un dechado de virtudes, los villanos lo eran sin fisuras, las mujeres inevitablemente jóvenes y guapas ocupaban el lugar secundario y decorativo que les reservaba el machismo imperante -no sólo en España- en la época, junto con el final feliz más que garantizado sin ningún tipo de sobresaltos. Todo ello filtrado por la cesura franquista, aunque a excepción de la pacatería sexual y el cerrilismo político ésta no era muy diferente de la existente entonces en otros países, empezando por los propios Estados Unidos.

Y, puesto que las editoriales se movían por un interés digamos industrial priorizando la cantidad sobre la calidad, algo por cierto que se sigue repitiendo en algunos de los grandes conglomerados editoriales actuales, en muchos casos la culpa de la baja calidad de los bolsilibros no cabe achacarla a la presunta incompetencia de los autores, aunque de todo hubo, sino a que éstos veían severamente limitada su creatividad por las condiciones impuestas por los editores, que en ocasiones llegaron a reprocharles su exceso de calidad a la par que hicieron prácticamente imposible que los mejor dotados, y muchos lo eran, pudieran dar el salto a carreras literarias más ambiciosas.

Visto lo anterior, en principio podría parecer fácil definir un bolsilibro de ciencia ficción, sumando a lo anteriormente dicho una temática futurista que por lo general seguía las pautas de la space ópera típica de los viejos pulps norteamericanos, ya que al menos en los primeros años los escritores españoles desconocían prácticamente por completo la ciencia ficción más moderna que se escribía en la denominada Edad de Oro; lo que no impidió que, pese a ello, entre los varios miles de bolsilibros de ciencia ficción publicados durante casi cuatro décadas aparecieran obras ciertamente notables y dignas de ser recordadas.

Sin embargo en la práctica no resulta ni mucho menos tan sencillo, ya que a poco que profundicemos comienzan a aparecer excepciones al tiempo que las fronteras que delimitan el género, teóricamente consistentes, acaban demostrando ser porosas cuando no indefinidas. A ello hay que sumar el secretismo con el que las editoriales acostumbraban a actuar y la escasez de estudios existentes sobre este tema, paliada tan sólo en parte en los últimos años, por lo que todavía hoy sigue habiendo puntos oscuros e incluso seudónimos de los cuales se desconoce quien estaba detrás. Asimismo puede ocurrir, tal como me sucedió hace tan sólo unos días, encontrarse con unas novelas o una colección, incluyendo frecuentemente su autor, que hasta entonces desconocía por completo.

Y no es el formato, en contra de lo que pudiera creerse, uno de estos problemas, por más que las dimensiones citadas de 15,5×10,5 cm, u octavilla en el lenguaje técnico, y la extensión de 124/96 páginas, según la época, se incumplieran en bastantes ocasiones. Hubo novelas más largas y más cortas de esos límites, y tampoco el formato se respetó siempre en uno u otro sentido, encontrándonos con colecciones de menor o mayor tamaño que en ocasiones cambiaban éste, en un sentido o en el otro, en función de las políticas editoriales.

Existió, eso sí, una tendencia general a aumentar el formato cuando se buscaba dar un mayor empaque a la colección, bien por llamarse Extra, bien por incluir en parte o en su totalidad autores extranjeros que no eran necesariamente mejores que los españoles o, como ocurría con los procedentes de la editorial francesa Fleuve Noire, directamente peores, ya que salvo en algunas ocasiones -aquí también hubo excepciones- se recurría a autores tan de literatura popular como los nuestros. Pero ya se sabe, la papanatería de darles a las novelas un marchamo de calidad haciéndolas provenir de fuera, tanto si era verdad como cuando se obligaba a los autores a firmar con seudónimos falsamente extranjeros, estaba hondamente arraigada en los editores españoles.

En cualquier caso, el formato no es un criterio fiable para definir un bolsilibro de ciencia ficción, aunque sí pueda resultar indicativo. Deberemos, pues, seguir otros caminos.

El más evidente es por supuesto la temática, pero también aquí tropezamos con escollos; y no ya porque ni siquiera exista una definición consensuada de la ciencia ficción, sino por detalles bastante más sutiles y quizás insospechados. Existieron, por supuesto, colecciones autocalificadas de ciencia ficción, tanto las que utilizaban este término como nombre -tengo localizadas al menos ocho- como aquéllas que recurrían a palabras vinculadas al género tales como Espacio, Anticipación, Futuro, Ficción, Cósmico, Galaxia, Robot, Marte..., sobre las cuales no cabe la menor duda. Otras, aunque el nombre no hiciera alusión directa a la ciencia ficción, también dejaban clara su pertenencia al género.

Pero no todos los casos resultan tan claros. Hubo algunas colecciones a caballo entre dos géneros, por lo que sin poderse decir que fueran netamente de ciencia ficción, sí reunían los elementos suficientes para considerarlas como tales. A este conjunto de colecciones lo bauticé, por razones obvias, como colecciones fronterizas, aunque como cabe suponer se trata de un grupo heterogéneo ya que la magnitud de su inmersión en la ciencia ficción puede variar mucho de una a otra.



La más evidente es la colección SIP, siglas de Spacial International Police, de la editorial Toray. Obviamente era una mezcla de ciencia ficción y género policíaco, por lo que se puede considerar como perteneciente claramente a la primera. Más peliagudo es el caso de Enviado Secreto DANS , siglas se supone que en inglés de Departamento Atómico de Seguridad Nacional. Editada por Bruguera, surgió buscando sacar partido de la popularidad de las películas de James Bond, cuyos argumentos imitaba. Era, pues, una colección de espionaje, aunque al igual que su modelo incorporaba elementos futuristas que, aunque circunstanciales, fueron suficientemente frecuentes como para poder considerada de ciencia ficción por la mayoría de los investigadores, aunque sea con reparos.

Otra categoría a tener en cuenta es el de las colecciones que en su momento Igor Cantero y yo convinimos en denominar híbridas; un término poco afortunado, lo reconozco pero no se nos ocurrió otro mejor, que describe, eso sí, las colecciones de bolsilibros en las que los escritores españoles compartían espacio con otros extranjeros, incluyendo aquéllas que se nutrieron exclusivamente de traducciones. Y aunque aquí no existe la menor duda de su pertenencia a la ciencia ficción, nos encontramos con un heterogéneo grupo en el que, en lo que respecta a la contribución extranjera, hay un poco de todo: autores de calidad similar a la de los españoles, otros más serios pero poco conocidos, y algún que otro clásico.



Nada que ver, pues, con colecciones de mayor empaque como Nebulae, Cénit o Galaxia -la editada por Vértice, no confundir con las colecciones de bolsilibros Galaxia 2000 y Galaxia 2001-, aunque en estas dos últimas las traducciones eran tan infames que destrozaban los textos. No obstante algunas de ellas sí hicieron esfuerzos por quedar por encima de los bolsilibros, aunque sin alcanzar el nivel de las anteriores. Éste fue el caso de Best Sellers del Espacio de Toray, Infinitum -la de Ferma, no los bolsilibros homónimos de Producciones Editoriales- o Extra-Ficción, también de Producciones Editoriales, que se nutrió prácticamente de reediciones de Infinitum.



Un caso particular es el de la colección Futuro, dirigida y escrita en su mayor parte, salvo los últimos números, por José Mallorquí. Como es sabido el autor de El Coyote escribió novelas propias pero también se inspiró, por decirlo suavemente, en obras de escritores anglosajones, aunque no se puede hablar en sentido estricto de plagio ya que en realidad las reescribió por completo tomando la idea base, práctica por cierto frecuente en esa época, aportando su propia versión que, según Carlos Saiz Cidoncha, solía mejorar sensiblemente a la original. Además de Mallorquí -atribuyámosle todas estas autorías-, parapetado tras una batería de seudónimos, colaboraron algunos escritores españoles y al menos los dos últimos números fueron de autores extranjeros junto con los de un desconocido S. Benet, seudónimo que no resulta posible saber si correspondía a un español, como parece probable, o no.

Pasamos ahora a otra categoría problemática, la de las novelas huérfanas, un neologismo que utilicé para definir a los bolsilibros, en esta ocasión a título individual, con suficientes elementos de ciencia ficción para ser considerados como tales, pese a no haber sido publicados en una colección de ciencia ficción sino en colecciones genéricas o correspondientes a otros géneros.

Las antiguas colecciones genéricas, tal como he comentado anteriormente, no estaban dedicadas a un género concreto, aunque dentro de un esquema común de novela de aventuras se desarrollaban en diferentes ambientaciones: oeste, países exóticos, piratas, capa y espada... Las colecciones de bolsilibros habían heredado en su conjunto, salvo los de género romántico, este carácter aventurero o de acción, pero a partir de mediados del siglo XX hubo una tendencia mayoritaria a especializarse en una temática concreta. No obstante algunas de ellas, sobre todo las más antiguas, siguieron conservando esa condición genérica publicando alguna que otra novela claramente identificable como de ciencia ficción y otras con suficientes elementos como para ser consideradas también como tales.



Esta orfandad también se dio en las colecciones temáticas, pudiéndose encontrar títulos más o menos vinculados a la ciencia ficción en colecciones policíacas, bélicas y, sobre todo, en las más tardías de terror, algo lógico teniendo en cuenta que, por pertenecer ambas al género fantástico, la divisoria entre ellas resultaba en ocasiones difusa. Cierto es que la diferencia entre la ciencia ficción y el resto de la literatura fantástica, incluyendo el terror, radica en que la primera teóricamente debería estar basada en postulados científicamente racionales, a diferencia del resto en donde no resulta necesario justificar la presencia de elementos reñidos con la lógica como la magia, los fantasmas o los muertos vivientes; pero en la práctica muchos de los bolsilibros de ciencia ficción hacían de su capa un sayo, dando tales patadas a la ciencia que resulta realmente difícil justificar su naturaleza en base a estos criterios.

Por esta razón, a la que hay que sumar la falta de escrupulosidad de algunos editores, más interesados en disponer de originales suficientes que en respetar los límites de un género determinado, podemos encontrar, pongo por ejemplo, novelas de fantasía heroica -subgénero que prácticamente no contó con colecciones propias- en colecciones de ciencia ficción, así como novelas de ciencia ficción en colecciones de terror. El caso más llamativo fue sin duda una novela de Juan Gallardo (Johnny Garland) publicada originalmente en la colección Espacio de Toray y reeditada, años más tarde, por Andina en su colección Terror. En consecuencia, acabamos topando con un auténtico berenjenal en el que sólo el criterio personal, con todo lo que tiene de subjetivo, permite determinar si un título concreto es o no de ciencia ficción, con independencia de donde fuera publicado.

Otra variante es la de las novelas de ciencia ficción publicadas no ya en colecciones ajenas al género, sino incluso fuera del propio ámbito de los bolsilibros. Me estoy refiriendo a colecciones juveniles como Historias e Historias Selección, de Bruguera, u otras similares de ésta o distintas editoriales, junto con algún que otro caso de colecciones, llamémoslas de adultos, e incluso libros fuera de colección. Aquí es quizás donde resulta más difícil decidir y por lo tanto el más subjetivo aunque, insisto, siempre he procurado guiarme, con mayor o menor acierto, más por el fondo que por la forma, por lo que los resultados siempre serán cuestionables. Eso sí, dicho sea en mi descargo, se trata de casos muy puntuales.



Un ejemplo de éstos es el de la citada colección Historias Selección, que llegó a contar con una serie propia dedicada explícitamente a la ciencia ficción. Esto mueve a considerar a estos títulos, cinco en total, si no técnicamente sí en la práctica, similares a los bolsilibros; criterio sin duda, discutible, máxime teniendo en cuenta que convivieron con versiones adaptadas de escritores como Julio Verne, así como en la colección hermana Héroes Selección con adaptaciones de series televisivas de ciencia ficción como Viaje al fondo del mar o Tierra de gigantes, que no he considerado al no tratarse de relatos originales sino de novelizaciones basadas en estas series norteamericanas, por más que sus autores, con toda probabilidad, fueran españoles.

Concluyo la relación de lo que podríamos denominar casos atípicos con una categoría de colecciones a las que yo nunca he tenido claro si incluir o no, tal es la dificultad que encuentro para catalogarlas. Se trata de las novelas gráficas, término que en esta ocasión no es de mi cosecha sino el utilizado por las propias editoriales.



Una novela gráfica era en esencia una historieta -llámenla cómic si quieren, yo detesto este término- editada no en el formato habitual de éstas, bien en tamaño cuaderno bien en los tradicionales cuadernillos apaisados, sino en uno similar al de los bolsilibros, aunque aquí también hubo diferencias entre unas y otras. En cuanto al contenido, lo habitual -no me refiero sólo a las de ciencia ficción, ya que también las hubo de otros géneros- era que fuera en su totalidad gráfico, lo cual las excluiría de este estudio por razones obvias; pero en algún caso estas historias gráficas venían acompañadas de un relato de texto, obviamente de extensión menor a la de un bolsilibro. Esto, unido a que los guionistas fueron en muchos casos los propios autores de bolsilibros -al menos teóricamente, como veremos más adelante-, convierte en complicada la decisión de incluirlas o no.

Por si fuera poco, pese a no ser demasiadas -tengo contabilizadas tan sólo cinco colecciones-, conozco de ellas todavía menos que de los bolsilibros propiamente dichos empezando por sus autores, ya que la mayor parte de los seudónimos que siguen sin identificar corresponden precisamente a éstos, por lo que de nuevo nos encontramos ante la incógnita de saber si se trataba o no de escritores españoles. Y no quedan ahí las cosas ya que en una de ellas, Megatón de la editorial Ferma, ni tan siquiera están firmadas, situación que se repite en la posterior Mini Infinitum de Producciones Editoriales, otra colección que repitió el anonimato tanto en los ejemplares reeditados de Megatón y de Rutas del Espacio, otra colección de Ferma, como en los números inéditos que publicó a continuación.

Según Tebeosfera1 Mini Infinitum se nutrió de originales de agencia cuyos autores eran extranjeros, sin indicar si también lo serían, aunque cabe suponerlo, las reediciones procedentes de Megatón. En cuanto a los ejemplares de Rutas del Espacio, que sí aparecían firmados por seudónimos de autores españoles identificados en su mayoría, afirma que en realidad éstos correspondían a los traductores y no a los verdaderos autores, a los que en ocasiones identifican.

Por el contrario las dos restantes, Robot 76 y su reedición Espacio Gráfica, ambas de Toray, se nutrieron de los escritores de la casa.

Como puede comprobarse, en el ámbito de la literatura popular, y todavía más en el de los bolsilibros de ciencia ficción, a la hora de investigar nos encontramos con bastantes obstáculos y ni siquiera los estudiosos más relevantes han logrado desentrañar todas las incógnitas, incluyendo una catalogación definitiva de todos ellos. La investigación, pues, continúa abierta.





Publicado el 3-8-2023