Aznares de una pieza





Aunque la ciencia ficción moderna es fruto de la suma de varias influencias, una de las más importantes, si no la que más, fue la de la literatura -y posteriormente también el cine- de aventuras a través sobre todo de los pulps norteamericanos, vivero de buena parte de los grandes escritores de su Edad de Oro.

No es de extrañar, por ello, que los tópicos genéricos de las novelas de aventuras dejaran su impronta en esta primera época del todavía naciente género de ciencia ficción, entre ellos el del héroe de una pieza entendiendo como tales a aquellos protagonistas perfilados a golpe de cuchillo que, con un perfil esquemático cuando no lineal, se limitaban a embarcarse en los más inverosímiles fregados movidos por impulsos tan básicos como berroqueños masacrando enemigos, rescatando doncellas, buscando beneficios inmediatos y dejando la huella de su paso cual elefante en una cacharrería. Con el tiempo estos machos alfa se irían diluyendo frente a otros personajes más complejos y menos monolíticos, pero ésta es ya otra historia.

John Carter, Flash Gordon, Doc Savage, Conan, Superman y toda la retahíla de superhéroes, Han Solo, Richard B. Riddick, la teniente Ripley -cambió el sexo, pero no el arquetipo-, Neo, Terminator, Robocop... son, entre otros, los más conocidos. Pero, ¿tenemos héroes españoles? Pues haberlos haylos, aunque no sean ni tan numerosos ni tan conocidos.

El precursor patrio fue posiblemente Diego Valor, muy popular en su época, que contó con un programa radiofónico propio -la televisión todavía estaba por llegar- y una adaptación al cómic. Pero fue una excepción. Dado que la ciencia ficción popular de la época se orientó mayoritariamente hacia los bolsilibros -los cómics españoles de ciencia ficción, aunque los hubo, siempre fueron minoritarios- es allí donde tendremos que buscarlos, dándose la circunstancia de que en la mayoría de los casos, por predominar en estas colecciones los episodios autoconclusivos o, como mucho, las series cortas, era muy difícil que en esas circunstancias pudieran cuajar unos personajes que, por su propia naturaleza, precisaban una continuidad tal como ocurrió con cómics tan conocidos como El Capitán Trueno, El Jabato, El Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar, todos los cuales asumen sobradamente, cada uno a su modo, el arquetipo que estamos considerando... pero ninguno de ellos protagonizaba aventuras de ciencia ficción aunque en ocasiones, como ocurre con el globo aerostático y otros inventos del Sabio Morgano que aparecen recurrentemente en las aventuras de El Capitán Trueno, la rozaran.

Pero tenemos la Saga de los Aznar, una treintena larga de novelas originales y casi otras tantas de la segunda época, una historia del futuro que tiene como espina dorsal los avatares de una dinastía, los Aznar, convertidos por los designios del destino en los adalides de la humanidad a través de los siglos. Y es un excelente ejemplo, aunque cuenta con características propias que la diferencian de los casos anteriormente citados.

Para empezar, lo habitual era que el héroe fuera siempre él en el sentido más literal de la palabra, aparentemente no sólo inmortal -por él nunca pasaban los años- sino asimismo inmarcesible, con independencia de cuanto pudiera durar su trayecto vital en el mundo editorial. En la Saga, por el contrario, sus protagonistas envejecen y mueren y también se reproducen, puesto que son reemplazados por nuevos miembros de la familia.

Fueron muchos los Aznar imaginados por su autor, el valenciano Pascual Enguídanos, y aunque no todos están revestidos de los ropajes heroicos, hay al menos dos de ellos que cumplen con creces los requisitos: Miguel Ángel Aznar de Soto, fundador de la dinastía, y su descendiente directo Miguel Ángel Aznar Aznar. Entre ambos abarcan dos terceras partes de la serie original con sus respectivos liderazgos, lo que permitió a Enguídanos trazar sus respectivas personalidades que, en esencia, son muy similares por no decir intercambiables y coinciden plenamente con el arquetipo de héroe que estamos considerando: íntegros -según los parámetros de la España de entonces- y sin fisuras, grandes guerreros y conductores de hombres y, sobre todo, con un claro convencimiento de estar predestinados a desempeñar tareas que iban mucho más allá de las exigidas al común de los mortales.

También tenían, claro está, sus pecadillos: eran soberbios cuando no ególatras, con una tendencia innata al autoritarismo -las cosas sólo iban bien cuando gobernaban ellos-, racistas -el alienígena bueno era el alienígena muerto- y, por supuesto, tenían meridianamente claro que el lugar natural de las mujeres era la cocina, por más que se tratara de la primera dama -habitualmente su esposa- o incluso la mismísima princesa imperial nahumita -uno de sus enemigos seculares- si se les cruzaba en el camino. No se lo reprochen a su padre literario; entonces las cosas eran así incluso en el mundo real.

Pero, y en esto se diferencian de los héroes al uso, también padecían y, en ocasiones, las llegaban a pasar canutas: derrotas humillantes, exilios desesperados, motines y rebeliones internas, destierros y persecuciones... y por si fuera poco morían, algo impensable en un héroe de manual. Y no eran muertes precisamente agradables: Miguel Ángel Aznar de Soto es atacado por un monstruo de silicio en el planeta Redención cuando él y un puñado de fugitivos habían llegado a él huyendo de la derrota que había convertido a los terrestres en esclavos de los thorbods, los alienígenas malvados de turno, aunque al reescribir la novela Enguídanos le indultó ocultando las circunstancias de su nueva muerte.

Todavía más espeluznante es el final de Miguel Ángel Aznar Aznar, salvado in extremis de un motín acabado en degollina de buena parte de su parentela. Tras una vida de continuas correrías por todo el universo conocido, acaba asesinado por su propia hija, la abyecta emperatriz de Nahum, de una manera atroz, con su cerebro trasplantado al cuerpo de un gorila. ¿Imaginan ustedes acabar de esta manera a cualquiera de los héroes anteriormente citados? Yo, ciertamente, no.

Son muchos más los Aznar que desfilan por las cincuenta y tantas novelas de la Saga, pero ninguno de ellos cumple con los requisitos heroicos tal como lo hacen los citados; los unos por su escasa relevancia en el conjunto de la narración, y los otros porque Enguídanos fue suavizando sus perfiles conforme corrían los años y España como país, y él como escritor, iban evolucionando. Esto se comprueba sobre todo en las nuevas novelas que escribió a mediados de los años setenta, donde algunos de los vástagos de la augusta familia exhiben unos comportamientos tan desinhibidos y poco heroicos que habrían escandalizado a sus rígidos y puritanos antepasados. Y ni siquiera esperó a que muriera Franco, ya queUniverso remoto, la primera novela inédita que continúa a la Saga allá donde la dejara diecisiete años atrás, apareció en los quioscos varios meses antes de la desaparición del dictador. Los tiempos habían cambiado, y los Aznar también.


Publicado el 10-1-2021 en el Sitio de Ciencia Ficción