Recuerdos de mi infancia





Si alguien me preguntara por el libro de ciencia ficción que más me impresionó en su momento, probablemente respondería que la antología de ciencia ficción publicada en 1965 por la editorial Labor bajo el título Antología de cuentos de ficción científica, un grueso volumen de casi quinientas páginas que, como su nombre indica, recoge alrededor de cuarenta relatos de ciencia ficción clásica; entre los autores seleccionados hay nombres de la talla de Poul Anderson, James Blish, Murray Leinster, Chad Oliver, Frederik Pohl, Eric Frank Russell, Robert Sheckley, Clifford D. Simak, Walter M. Miller, Brian W. Aldiss... hasta un total de treinta y dos. Es decir, lo más granado de la ciencia ficción de los años cincuenta, que ya se sabe que por entonces todo llegaba a España con retraso. De hecho, tan sólo se podría notar la ausencia de algunos escritores de primera fila como Asimov, Clarke o Heinlein, pero la antología es tan completa que la verdad es que tampoco se les echa en falta.

Resulta curioso que la promotora del libro fuera una editorial que tradicionalmente no se ha ocupado de la ciencia ficción, aunque hay que advertir que éste forma parte de una serie de antologías temáticas que Labor publicó por entonces y que más adelante no volvió a repetir la iniciativa. Como responsable de la selección y de las notas figura Javier Lasso de la Vega, director de las bibliotecas de la Universidad de Madrid, y como autor del prólogo Luis Ortiz Muñoz, catedrático y director del instituto de enseñanza madrileño Ramiro de Maetzu. Esto parece indicar que, a diferencia de la práctica habitual de las editoriales españolas de adquirir antologías completas, en este caso sí debió de tratarse de una selección personal del propio Javier Lasso de la Vega.

En cualquier caso, ése era un detalle que a mí no me importaba en absoluto. Calculo que entonces estaría alrededor de los doce, un par de años después de descubrir la ciencia ficción gracias a las conocidas novelitas de Luchadores del Espacio que adquiría, por dos pesetas, en una librería de lance en Alcalá, hasta que su cierre me obligó a buscarlas trabajosamente por los cambios de novelas de la ciudad.

Ya por aquella época acostumbraba a frecuentar la única biblioteca pública que existía en Alcalá, y aunque mi interés se centraba principalmente en las aventuras de Tintín, un día, sin saber cómo, cayó en mis manos ese libro. Me puse a hojearlo por curiosidad... y me entusiasmó, pese a no conocer nada en absoluto de lo que podríamos denominar ciencia ficción seria. Huelga decir que a partir de ese momento mis visitas vespertinas a la biblioteca serían cada vez más frecuentes.

El hecho de que se tratara de una antología, y no de una novela, ayudó bastante, puesto que es posible que yo no estuviera todavía preparado para dar un salto de ese calibre. Por supuesto unos relatos me gustaron más que otros, exactamente igual que me ocurre ahora, y como cabe suponer mis preferencias iban hacia los que se podrían encuadrar dentro de la space ópera. Recuerdo que uno de mis favoritos fue, con diferencia, Viaje a la eternidad de Poul Anderson, sin que desmerecieran demasiado Tensión superficial de James Blish, Destierro, de Everett B. Cole, Los mundos interiores de William Morrison, Forma de Robert Sheckley o el descacharrante Cómo se hace de Clifford D. Simak. Por supuesto otros relatos me gustaron menos, otros no me gustaron nada y algunos me desconcertaron, como ocurrió con...Y no quedó nadie, de Erick Frank Russell, al cual -crasa herejía- me habría gustado cambiarle el final. Y no me conformé con leer el libro una sola vez, sino que releí y volví a releer de nuevo, con ese tesón del que sólo somos capaces en la infancia, aquellos relatos que eran mis preferidos.

Pasó el tiempo. Yo me dediqué a otros menesteres y leí muchos otros libros de ciencia ficción, pero ninguno de ellos llegó a impactarme como en su momento esta antología, ni tan siquiera las novelas y los relatos del mismísimo Asimov, que por otro lado me encantaban. Y lo peor de todo fue que, cuando muchos años más tarde intenté volver a leerla, no pude hacerlo ya que, por razones que resultaría prolijo explicar y que tienen que ver con la tradicional desidia de los políticos españoles hacia la cultura, esa biblioteca estuvo cerrada durante bastantes años y sus libros quedaron empaquetados en algún almacén municipal. Cuando por fin la biblioteca fue reabierta en un nuevo edificio, busqué con afán el libro de mis amores... para encontrarme con la frustrante sorpresa de que había desaparecido del catálogo sin que nadie pudiera -o quisiera- darme cuentas de lo sucedido.

Por fortuna hace no mucho, en la primavera de 2003, encontré el libro a la venta en Internet, así que no lo dudé un solo segundo: lo compré, satisfaciendo así mi vieja compulsión infantil, y por supuesto lo volví a leer. Dos cosas me sorprendieron: la primera, que la antología seguía pareciéndome excelente, y la segunda que, a grandes rasgos, mis preferencias no habían cambiado de manera notable con el paso del tiempo, ya que los relatos que más me gustaron entonces continuaban haciéndolo ahora, y los que me desagradaron en su día seguían sin atraer demasiado mi atención, independientemente de que mis criterios fueran a estas alturas mucho más maduros.

Fue un largo viaje que duró más de treinta años, pero puedo asegurarles que mereció la pena.


Publicado en febrero de 2008, en el número 9 (segunda época) de Alfa Eridani