Lo que quedó por el camino





Salvo honrosas excepciones, me atrevería a afirmar (aunque me cueste alguna colleja) que la práctica totalidad de la literatura fantástica escrita con anterioridad al siglo XX no se puede considerar en esencia ciencia ficción sino, como mucho y no siempre, protociencia ficción; y aquí estoy incluyendo al mismísimo Julio Verne, ya que lo que éste escribía en realidad era, salvo excepciones, poco más que divulgación científica novelada, como bien lo refleja la divisa de su editor de “instruir deleitando”. Otros autores contemporáneos suyos, cuya obra es más homologable con la ciencia ficción actual, se decantaban más bien por las utopías sociales, e incluso el propio H.G. Wells iba bastante por ese camino. Y otros, por último, están claramente escuadrados en la fantasía o el terror, como Poe, Stevenson o nuestro Bécquer.

La ciencia ficción moderna arranca en realidad con Hugo Gernsback y los pulps norteamericanos de los años 20 del siglo XX, y es hija directa de la novela de aventuras; sólo hay que leer a Doc Savage, o los cómics de Flash Gordon, para comprobarlo. En cuanto a los escritores españoles, empezando por el propio Pascual Enguídanos, sospecho que debieron de estar muy influidos por autores de novelas de aventuras tales como Salgari o Sabatini, más incluso que por Verne o Wells; cámbiese Borneo por Redención, y a los dayakos por los thorbods, y se comprobará fácilmente que se trata del mismo tipo de novelas de aventuras en ambientes exóticos, sin más que cambiar las selvas tropicales por el espacio exterior (o ni siquiera eso, bastaba con recurrir a los consabidos humedales venusianos) y a las tribus salvajes por cualquier tipo de exóticos alienígenas.

Conozco muy poco de la ciencia ficción americana anterior a Campbell, pero por lo que sé tenía muy poco de científica resultando incluso disparatada en ese sentido. El mérito de Campbell consistió en que intentó racionalizarla y hacerla coherente, algo que consiguió plenamente sin necesidad de sacrificar el espíritu aventurero, o si se prefiere el sentido de la maravilla del género. Pero si bien la ciencia ficción de los clásicos Asimov, Heinlein, van Vogt, Clarke, Poul Anderson, Frederik Pohl, etc. suele ser coherente desde un punto de vista científico (nada de princesas ovíparas o un planeta Júpiter poblado por hombres voladores), e incluso algunos como Asimov o Clarke poseían una sólida formación científica, no es en modo alguno, ni falta que le hace, ciencia ficción hard, entendiendo por tal aquélla en la que la ciencia deja de ser un simple entorno para convertirse en protagonista absoluta hasta el punto de dejar convertida a la narración en una mera excusa utilizada para justificarla.

Luego vinieron los años 60 con la eclosión de la ciencia ficción social y con otras muchas tendencias distintas, desde las hippies y similares (léase la “nueva cosa”, inspiradora de tostones insufribles) hasta las magufas, y es que en aquella época ciencia ficción, ovnis y esoterismos varios llegaron a estar muy vinculados. Casualmente acabo de leer un relato de Jacques Bergier, uno de los dos autores de El retorno de los brujos, publicado en España en 1967, y no es de extrañar que su argumento caiga de lleno en lo que entonces se vino a conocer como realismo fantástico. Asimismo, algunos de los pioneros españoles de la ciencia ficción seria, como Antonio Ribera o Juan García Atienza, son mucho más conocidos como divulgadores de estas seudociencias, Ribera con los platillos volantes (durante mucho tiempo se le llegó a considerar el mayor erudito español en el tema, y uno de los máximos expertos mundiales junto con el francés Aimé Michel) y García Atienza con todo tipo de asuntos esotéricos. Otros escritores de ciencia ficción, sin llegar a tanto, llegaron a coquetear asimismo con el realismo fantástico, incluso el mismísimo Arthur C. Clarke de 2001. Una odisea del espacio.

En lo que respecta a la ciencia ficción hard, pese a existir siempre, por lo general ha solido ser bastante minoritaria. Recuerdo autores como Hal Clement o Fred Hoyle, e incluso la incursión de Carl Sagan en Contacto, por no hablar de buena parte de la ciencia ficción soviética. Ojo, no hay que confundir a los científicos que escribía ciencia ficción hard (seguramente porque no sabían hacer otra cosa) con los escritores de ciencia ficción con formación científica tipo Asimov o Clarke, ya que se trata de dos cosas muy distintas. Mientras estos últimos se limitaban a aprovechar sus conocimientos científicos a la hora de escribir sus historias, los del primer grupo hacían justo lo contrario, dando prioridad absoluta a la ciencia en detrimento de unos argumentos que, como he explicado anteriormente, no pasan de ser en muchas ocasiones meras excusas narrativas.

A mí lo que siempre me ha tirado es la ciencia ficción con base científica, por supuesto, pero no la ciencia ficción hard que me parece, salvo excepciones, de un farragoso insufrible. Después de padecer Cronopaisaje se me quitaron las ganas de volver a leer a Bendford, y por lo general a ese tipo de literatura la encuentro poco más que mala divulgación científica camuflada.

Y no la trago, por más que sea químico, o quizá precisamente por eso.


Publicado el 1-12-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción