Pregón inaugural de la celebración
de la Virgen del Val de 2017




Ante todo, deseo agradecer a la Cofradía del Val haberme ofrecido la oportunidad de dar el pregón, algo que para mí es una satisfacción como alcalaíno. Agradezco, asimismo, al señor obispo y a todos ustedes su asistencia.

He de reconocer que lo primero que se me ocurrió fue hacer una reseña histórica de la cofradía, lo cual fue también lo primero que descarté dado que no se trataba de una conferencia, sino de un pregón. Además la historia de la Virgen del Val está escrita tanto en las crónicas clásicas de Alcalá como los Anales Complutenses, la Historia de Portilla, la de Azaña, la de Anselmo Reymundo... como en trabajos monográficos como los de José García Saldaña, Jesús Fernández Majolero o los artículos de Manuel Vicente Sánchez Moltó, entre otros. Así pues, prefiero dar una visión personal de mis recuerdos a lo largo de más de cincuenta años, así como de la época inmediatamente anterior al tratarse de sus antecedentes inmediatos, recurriendo a datos históricos sólo en la medida en que sea necesario.

Pero antes de todo quiero resaltar la importancia que tienen las tradiciones en cualquier comunidad, puesto que son las raíces que nos unen al pasado, y todavía más en una época de globalización mal entendida que convierte a todo y a todos en una masa homogénea e informe a la que sólo le interesa aquello que le muestra la publicidad. Nada más deprimente hay, por poner un ejemplo, que ir por una calle comercial y no saber, o casi, si estás en Madrid, en París, en Londres o en Nueva York, porque todas parecen ser clónicas.

Es evidente que nosotros estamos conformados por las tradiciones del entorno en el que nacimos y nos criamos, de manera que si hubiéramos nacido en otro lugar, o si la historia hubiera tenido lugar de una manera diferente, nuestras tradiciones, y por lo tanto nuestra manera de ser, no podrían ser las mismas.

Por esta razón renegar de las tradiciones, o tildarlas alegremente de retrógradas, está no sólo injustificado sino que además resulta estúpido, puesto que renunciar a tus raíces es renunciar a tu misma esencia, sin que presuntas razones ideológicas lo justifiquen en modo alguno, ya que la tradición en sí misma no ha de tener ningún sesgo político.

Eso sí, hay que tener una precaución. Las tradiciones son como la ropa que nos abriga; deben ser resistentes y confortables, pero hay que tener cuidado de que no se conviertan en un corsé que nos acabe atenazando; es importante por ello que, a la par que sólidas, sean asimismo flexibles y sepan evolucionar adaptándose a las nuevas circunstancias, porque aunque su esencia siga siendo la misma, resulta evidente que no puede ser igual ahora que en el pasado, de modo que sería un grave error pretender comportarnos de idéntica manera a como lo hicieron nuestros antepasados hace, por ejemplo, varios siglos.

Alcalá, como ciudad bimilenaria, es rica en tradiciones, una riqueza que hay que preservar y potenciar. Algunas como la feria, que hunde sus raíces en la Edad Media, las celebraciones cervantinas o la Universidad, son laicas. Pero dada nuestra cultura católica muchas de ellas son religiosas, entre las que destacan cuatro que marcaron profundamente el devenir de la ciudad. Éstas son, en orden de antigüedad, los Santos Niños, la Virgen del Val, San Diego y las Santas Formas. No olvido otras como el Cristo de los Doctrinos, el Cristo de la Agonía, el Santo Entierro y muchas otras antaño importantes, algunas desaparecidas como San Isidro, Santo Tomás de Villanueva -ésta era universitaria- o la Veracruz, o bien otras que hoy en día se mantienen a un nivel muy inferior al que tuvieron en su día, pero si centro mi atención en estas cuatro es porque han dejado una huella muy profunda e imborrable en Alcalá, hasta el punto de que si no hubiera sido por ellas Alcalá sería hoy muy distinta; no existe manera de saber como, pero sin duda distinta.

Empecemos por los Santos Niños, cuya veneración fue la responsable de dos traslados de la ciudad. Primero de Complutum al Campo Laudable -núcleo de la Alcalá actual- en el siglo V y el posterior reino visigodo, y siglos después de la falda del cerro donde se asentaba el castillo árabe, frente a la ermita del Val, de nuevo al Campo Laudable, donde hoy se asienta la Catedral-Magistral, tras la Reconquista. Algo por otro lado lógico teniendo en cuenta que su culto se extendió por gran parte de España y Portugal e incluso por el sur de Francia -recordemos su patronazgo de Narbona-, manteniéndose ininterrumpido en Alcalá durante dieciséis siglos incluyendo el difícil período musulmán.

Dejando a la Virgen del Val para más adelante, hemos de recordar ahora a San Diego, muerto en olor de santidad en 1463 y canonizado en 1589. Su cuerpo incorrupto fue venerado por muchos reyes, príncipes e infantes, tanto de la dinastía Trastámara -Enrique IV- como de la casa de Austria, lo que supuso una intensa vinculación de Alcalá con la corona castellana primero, y española después que perduró durante varios siglos. Su culto, hasta hace poco muy decaído, actualmente está resurgiendo.

La tradición de las Santas Formas arranca de 1597, cuando morisco arrepentido entregó varias Formas consagradas procedentes de sagrarios profanados al jesuita Juan Juárez. Tras comprobarse su incorrupción, que se consideró milagrosa, se convirtieron en una de las principales tradiciones religiosas de Alcalá, por encima incluso del propio Corpus. Lamentablemente desaparecieron en la Guerra Civil, lo que acarreó la extinción de su recuerdo, recuperado estos los últimos años con una réplica de la custodia, aunque no con las perdidas Santas Formas originales.

Volvamos ahora a la Virgen del Val, la tradición más antigua de Alcalá después de la de los Santos Niños, con los que comparte el patronazgo de la ciudad. Relata ésta que un labrador encontró accidentalmente la imagen en 1184 cuando araba unos terrenos cercanos al Henares frente al castillo árabe, y que tras varios inexplicables retornos de la Virgen al lugar en el que fue hallada se decidió erigirle allí una ermita. Otras versiones retrasan el hallazgo al siglo XIV, aunque en esencia los detalles vienen a ser similares.

Como cabe suponer resulta muy difícil confirmar con fuentes históricas esta tradición. Jesús Fernández Majolero y Manuel Vicente Sánchez Moltó apuntan que la primera referencia histórica de la Virgen del Val data de 1348, fecha que coincide con la erección o reedificación de la ermita por el arzobispo Tenorio, que fue titular de la archidiócesis toledana y, por lo tanto, señor de Alcalá, entre los años 1377 y 1399. Este dato concuerda asimismo con la imagen tradicional de la Virgen, una talla gótica de alabastro. Si pudo haber una imagen anterior, presumiblemente románica, nada se sabe de ella.

En lo que respecta a la cofradía, en realidad cofradías puesto que llegó a haber dos que incluso llegaron a coexistir durante algún tiempo, ésta está documentada desde mediados del siglo XVII, lo que la convierte en una de las más antiguas de la ciudad junto con otras surgidas también en esta misma época como la de los Doctrinos, la de la Agonía, la de la Soledad o la del Santo Sepulcro, antecesora de la actual cofradía del Santo Entierro.

La importancia del culto a la Virgen del Val en Alcalá es muy anterior a la existencia de la cofradía, con una continuidad a lo largo de los siglos no sólo de su veneración y patronazgo, sino también en casos extraordinarios como sequías, riadas o epidemias, atribuyéndosele varios milagros como aquél que, a la vuelta de una rogativa motivada por una pertinaz sequía, cuando la Virgen retornaba a su ermita comenzó a llover de tal manera que hubo de refugiarse en la capilla de San Ildefonso durante varios días.

De hecho, ya en una fecha tan temprana como 1379 el concejo de la entonces villa se comprometió a acompañarla en procesión. A partir de entonces la vinculación municipal con nuestra patrona fue continua, lo que se reflejó en su nombramiento como Alcaldesa perpetua en 1924, con varias renovaciones del voto en 1929, 1941, 1984 y 2004, otorgándole la Medalla de Oro de la Ciudad en 1992. También la Universidad la honró con el título de Doctora en 1791, renovando su vínculo en 1993 con la concesión de la Medalla de Oro la Universidad.

Más recientemente, en la década de 1980, la Brigada Paracaidista, cofrade de honor desde 1984, se sumó también a estos reconocimientos nombrándole Almogávar de Honor. Años más tarde, en 1996, la cofradía le entregó una réplica de la imagen que fue llevada a Bosnia y posteriormente a todas sus misiones en el extranjero: Kosovo, Afganistán, Líbano, Irak..., celebrándose una misa de campaña el día de su fiesta allá donde la Brigada se encuentre en cumplimiento de sus misiones. Asimismo la Policía Municipal la adoptó hace dos años como patrona, celebrando su fiesta el lunes posterior al tercer domingo de septiembre con una misa presidida por la Virgen en el convento de las Úrsulas.

Por último, en una solemne ceremonia religiosa celebrada por monseñor Reig Pla, la Virgen del Val fue coronada canónicamente el 20 de septiembre de 2009.

Aunque la imagen actual, tal como veremos más adelante, data de mediados de la década de 1940, cuenta ya con varias copias que multiplican su presencia en la ciudad. La más antigua es la que se venera en la ermita mientras la talla original permanece en la Catedral-Magistral, la cual preside el retablo acompañada por los Santos Niños. De 1993 datan las imágenes de la vecina parroquia de la Virgen del Val y la que se encuentra en la hornacina de la fachada del convento de las Úrsulas sobre la puerta cegada que antaño condujera a la iglesia. De 1996 es, como ya ha sido comentado, la de la BRIPAC, y en 2005 la Virgen viajó hasta el barrio del Chorrillo formando parte del cruceiro plantado por iniciativa de la Asociación Gallega del Corredor del Henares. Por último, podremos encontrar también una talla en piedra de la Virgen del Val presidiendo una sepultura del cementerio antiguo.

En lo que respecta a la ermita, cabe reseñar que sobre el solar de la actual se alzaron anteriormente otras, todas ellas arruinadas por las periódicas avenidas del Henares. La que vemos ahora, inaugurada en 1929 tras un largo y complicado proceso de construcción, fue saqueada en julio de 1936 desapareciendo la imagen sin dejar rastro, pese a que incluso se llegó hasta a dragar el río aprovechando un verano excepcionalmente seco. Además de restaurar la ermita hubo que conseguir una imagen nueva, que en 1940 fue encargada al escultor Jacinto Higueras por José Félix Huerta Calopa y Bernardo Esteban Sánchez; pese a que la talla era de gran calidad no gustó ni a los cofrades ni a los alcalaínos, puesto que no se parecía a la imagen desaparecida. La Virgen actual, réplica ésta sí de la perdida, fue labrada, también en alabastro, por Jesús María Perdigón en 1945, y desde entonces es la imagen titular de la cofradía.

De entonces datan las procesiones tal como las conocí yo de niño, no muy diferentes de ahora. La víspera de la fiesta la procesión oficial salía de la entonces Magistral, acompañada de las autoridades civiles y religiosas, por las calles Mayor y Libreros. Las autoridades se despedían, en tradición secular, en la antigua Puerta de Mártires (Cuatro Caños) y continuaba, ya como romería, por Teniente Ruiz y el Paseo de la Alameda. A la altura de la actual Plaza de la Juventud la imagen se desmontaba de la carroza y era llevada en andas hasta la ermita por la actual avenida de la Virgen del Val, entonces un camino sin pavimentar flanqueado de huertas, junqueras y las alamedas ribereñas del Henares. La Virgen permanecía en la ermita el día de la fiesta y el lunes siguiente partía de vuelta a la Magistral, en andas hasta la Plaza de la Juventud y en carroza desde allí, por el Paseo del Val, hasta la puerta de Aguadores, donde la recibían las autoridades en la plaza de los Doctrinos. Por Colegios iba al Ayuntamiento, donde era recibida en por la corporación en calidad de alcaldesa, y finalmente retornaba al a Magistral por Santa Úrsula y Escritorios. Recuerdo, por cierto, que para mí era una satisfacción y, por qué no decirlo, toda una aventura, acompañar a la Virgen, junto con mis padres, hasta la ermita que, a mis pocos años, se me antojaba enormemente alejada.

A diferencia de los Santos Niños, que siempre tuvieron una verbena que servía de preludio a las cercanas ferias de San Bartolomé, la de la Virgen del Val era una fiesta exclusivamente religiosa, lo que no impedía que muchos alcalaínos aprovecharan la visita a la ermita, solitaria durante el resto del año, para hacer en la explanada una improvisada y a todas luces satisfactoria merienda. Sería a partir de los años ochenta cuando el distrito del Val comenzara a celebrar sus fiestas patronales coincidiendo con la festividad, al tiempo que años después los Hijos y Amigos de Alcalá rescataron la tradicional merienda en la explanada.

Para mis ojos infantiles era una gran fiesta que en lo religioso apenas ha cambiado en estos últimos años, aunque cabe reseñar eso sí, la colaboración de la Policía Municipal, que lleva a la Virgen en andas en la procesión de ida, y de la Brigada Paracaidista, que lo hace a la vuelta a la par que la escolta, resaltando también su canto de “La muerte no es el final”. La Virgen sigue siendo recibida, durante la procesión de vuelt,a en el Ayuntamiento, donde como marca la tradición se le entrega el bastón de alcaldesa. Y por supuesto, hay que destacar también la masiva participación de los alcalaínos en ambas procesiones y en los actos religiosos -en especial la misa al aire libre- que tienen lugar en la ermita.

Es de justicia resaltar que fue mucho el mérito de quienes, partiendo prácticamente de cero, levantaron el culto y la procesión de la Virgen tras la Guerra Civil, pero en las décadas posteriores cambiaron mucho las cosas produciéndose, en España en general, y en Alcalá en particular, un declinar de las celebraciones religiosas que llevaron a la extinción de algunas cofradías tradicionales, como la de los Santos Niños o la del Carmen, ambas resurgidas tiempo después, mientras otras como las penitenciales tuvieron que arrostrar una larga crisis que tardó mucho en ser superada. La cofradía del Val no fue una excepción, aunque consiguió salvar esa crisis mejor que las otras, manteniendo siempre las procesiones y los actos religiosos.

Pero allá por los años ochenta, coincidiendo con la celebración del octavo centenario de su aparición, fue necesario adaptarse a los nuevos tiempos. Alcalá había cambiado mucho en las últimas décadas, multiplicando su población hasta rondar los 150.000 habitantes tras haber acogido a muchos miles de nuevos alcalaínos provenientes de distintas regiones españolas, los cuales trajeron consigo sus propias tradiciones marianas (Virgen de la Cabeza, Virgen del Rocío, Virgen de Guadalupe, Virgen de Covadonga...) que vinieron a enriquecer el acervo alcalaíno no sin que en un principio surgieran ciertas incomprensiones mutuas. El balance fue finalmente positivo, por lo que ahora que tanto se habla de multiculturalidad es obligado reconocer las aportaciones de todas estas personas y estar orgulloso de ellas, ya que estas nuevas tradiciones foráneas se acabaron hermanando con las antiguas complutenses surgiendo de ellas una realidad tan ecléctica como vigorosa.

Así lo entendió la junta de entonces y, no sin algunas críticas, abrió la celebración de la festividad de la Virgen a todos estos nuevos alcalaínos, siendo desde entonces las casas regionales, junto con las cofradías de la ciudad, una parte fundamental de ésta, demostrando así no sólo que no estaban equivocados, sino que éste era precisamente el camino a seguir, puesto que el futuro de las tradiciones, religiosas o no, pasa por abrirse a los nuevos tiempos y a la savia nueva, es decir, a la renovación responsable. Desde entonces la celebración de las fiestas patronales alcalaínas alcanzó un gran auge que se mantiene hoy, lo que demuestra la robusta salud de una de nuestras principales tradiciones.

Porque, en definitiva, las tradiciones no son sólo el pasado y el presente, también han de ser el futuro.

Muchas gracias.


Publicado el 11-9-2017